sexta-feira, 19 de novembro de 2010

ENTREVISTA A MONS. SCHNEIDER: debo admitir que la Comunión en la mano contribuye a un debilitamiento de la fe y a una menor veneración del Señor Eucarístico.Nada garantiza la veneración de los fragmentos más ínfimos de la Hostia. Sufro con la pérdida de los fragmentos de la Sagrada Eucaristía, tan frecuente debido a la generalización casi total de la práctica de la comunión en la mano. No entiendo cómo es posible semejante indiferencia, que, con el tiempo, lleva a una disminución de la fe en la Transubstanciación, cuando no, a su desaparición pura y simple…

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ENTREVISTA A MONS. SCHNEIDER
Correo 9 - 12 Octubre 2010


PRIMERA PARTE – SOBRE LA COMUNIÓN

La reforma de la reforma promovida por el Santo Padre es una obra que, hasta ahora, avanza lentamente por la falta del apoyo necesario de la jerarquía episcopal. A pesar de la inmovilidad de la mayoría de los obispos, algunos decidieron lanzarse, con entusiasmo y obediencia, a promover el nuevo movimiento litúrgico querido por Benedicto XVI: nos alegra presentaros, esta semana, la primera parte de una entrevista con uno de ellos, S.E. Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Karaganda en Kazajstán, autor del libro “Dominus Est - Reflexiones de un obispo del Asia central sobre la Sagrada Comunión”, publicado en español por Libreria Editrice Vaticana. Justamente, Mons. Schneider nos hablará hoy acerca del tema de la comunión.


1) Excelencia, ante todo, ¿podría presentarnos la orden religiosa a la que pertenece: los Canónigos Regulares de la Santa Cruz, conocidos también como Canónigos de Coimbra?
S.E. Mons. Athanasius Schneider: La orden fue fundada en 1131, en Coimbra, Portugal, por Dom Tello y San Teotonio, el primer portugués canonizado. La fundaron junto con otros diez religiosos, y eligieron seguir la regla de San Agustín, bajo la doble protección de la Santa Cruz y de la Inmaculada Concepción. La orden tuvo un rápido crecimiento.
Portugués de nacimiento, San Antonio de Padua perteneció a esta orden antes de unirse a los franciscanos. En 1834, el gobierno portugués prohibió las órdenes religiosas. Sin embargo, para la Iglesia, una orden sólo se extingue cien años después de la muerte del último de sus miembros. En virtud de tal disposición, el Primado de Portugal decidió restaurar la orden al término del Concilio Vaticano II. Su renacimiento fue aprobado en 1979 por un decreto de la Santa Sede, firmado por Mons. Augustin Mayer, entonces secretario de la Congregación para los Religiosos.
La orden está dedicada a la veneración de la Santa Cruz y de los ángeles y vinculada de manera especial a la obra proseguida por el Opus Angelorum. Nacida en Austria, el Opus Angelorum dio vida, en 1961, a la Confraternidad de los Ángeles Guardianes, con la vocación de reunir a los “hermanos de la Cruz”. La fundadora del Opus Angelorum, una sencilla madre de familia austríaca, Gabriela Bitterlich, quería aportar una ayuda espiritual a los sacerdotes y participar en la expiación de sus pecados, mediante la práctica de la adoración eucarística.
Después de ser objeto de varias intervenciones de la Santa Sede, con el fin de clarificar su funcionamiento, finalmente, el Opus Angelorum se convirtió, desde de 2007, en la tercera orden de los Canónigos Regulares de la Santa Cruz.
La orden cuenta con 140 miembros, de los cuales 80 son sacerdotes, y está presente en Europa, Asia y América.
En la orden, la Misa se celebra según el Novus Ordo, pero versus Deum, y la comunión de administra de la manera tradicional, revalorizada por el Santo Padre en las ceremonias presididas por él: comunión en la lengua y de rodillas. Con esta elección, la orden perpetúa también la memoria de la fundadora del Opus Angelorum, que había sufrido mucho con la generalización de la comunión en la mano.


2) Excelencia ¿es este respeto hacia la Eucaristía lo que lo llevó a unirse a la orden?
AS: Sí. Usted debe de saber que yo viví durante 12 años, los primeros de mi vida, bajo la tiranía del comunismo soviético. Crecí en el amor a Jesús Eucaristía, gracias a mi madre, que era una “mujer hostia”, es decir, una de esas piadosas mujeres que conservaban secretamente la Hostia consagrada para evitar que se cometieran sacrilegios cuando los sacerdotes eran encarcelados o interrogados por las autoridades.
Usted se imaginará cuán chocado me sentí cuando, al llegar a Alemania en 1973, descubrí cómo se administraba la comunión en la iglesia. Recuerdo haberle dicho a mi madre la primera vez que vi la comunión distribuida en la boca: “Mamá, ¡pero si es como cuando nos reparten caramelos en la escuela!”.
Más tarde, cuando creí tener vocación sacerdotal, busqué una vía que me permitiera ser también, a mi manera, guardián de Jesús Hostia. La Providencia quiso que fuera precisamente en el momento del relanzamiento de los Canónigos de la Santa Cruz.


3) Desde su elección, ocurrida en pleno año eucarístico, Benedicto XVI ha reafirmado constantemente la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Incluso, a partir de la fiesta de Corpus Christi de 2008, retomó la costumbre de dar la Comunión en la lengua a los fieles arrodillados. Tocados por este ejemplo papal, muchos sacerdotes, generalmente los más jóvenes, comienzan a dudar de los méritos de la comunión generalizada en la mano, que, además, es considerada por algunos como uno de los peores daños de la reforma litúrgica. Precisamente, su libro, “Dominus Est”, aborda este tema. En su opinión, ¿se puede decir, como hace Mons. Malcolm Ranjith en el prefacio del libro, que la comunión en la mano ha favorecido una disminución de la fe en la presencia real de Cristo, y, en consecuencia, una falta de respeto hacia el Santísimo Sacramento? Baste mencionar los sagrarios relegados a un rincón en las iglesias, los fieles que ya no hacen la genuflexión ante el Santísimo, las comuniones sacrílegas, etc.
AS: Ante todo, quisiera subrayar que creo que también se puede comulgar con gran reverencia si se recibe la hostia en la mano. Pero, en su forma más habitual, donde el ministro y el fiel parecen haber olvidado la sacralidad del acontecimiento, debo admitir que la Comunión en la mano contribuye a un debilitamiento de la fe y a una menor veneración del Señor Eucarístico. En ese sentido, estoy plenamente de acuerdo con las observaciones de S.E. Mons. Ranjith.
Algunas consideraciones ayudarán a comprenderlas:
- Nada garantiza la veneración de los fragmentos más ínfimos de la Hostia. Sufro con la pérdida de los fragmentos de la Sagrada Eucaristía, tan frecuente debido a la generalización casi total de la práctica de la comunión en la mano. No entiendo cómo es posible semejante indiferencia, que, con el tiempo, lleva a una disminución de la fe en la Transubstanciación, cuando no, a su desaparición pura y simple…
- La comunión en la mano favorece en gran manera el robo de las especies eucarísticas. Como consecuencia, se comenten sacrilegios que, en ningún caso, deberíamos permitir.
- Por otra parte, el desplazamiento del sagrario daña la centralidad de la Eucaristía, incluso desde una perspectiva pedagógica: el lugar donde reposa Nuestro Señor Jesucristo debe ser siempre visible por todos.


4) Aunque en un comienzo sólo fue autorizada mediante un indulto, la comunión en la mano se convirtió en una norma, casi un dogma, en la mayoría de las diócesis. ¿Cómo explica tal evolución?
AS: Esta situación se impuso con todas las características de una moda, y tengo la impresión de que su difusión respondió a una verdadera estrategia. Esta costumbre se propagó con el efecto de una avalancha. Me pregunto cómo hemos podido volvernos tan insensibles, al punto de no reconocer ya la sublime sacralidad de las especies eucarísticas, ya que es Jesús quien vive en nosotros con Su divina majestad.


5) Hasta ahora, muy pocos prelados han decidido imitar al Santo Padre y dar también la comunión del modo tradicional. Por ello, muchos sacerdotes dudan de seguir su ejemplo. Para usted, ¿se trata de simples resistencias conservadoras (los “logros” del Concilio no se tocan), o, lo que sería peor, de un desinterés por la cuestión?
AS: No podemos juzgar las intenciones, pero una observación externa permite pensar que existe una resistencia, si es que no se trata, en efecto, de un desinterés, con relación al modo más sacro y más seguro de recibir la comunión. Como si una parte de los pastores de la Iglesia hiciese como si no viera lo que lleva a cabo el Sumo Pontífice: un magisterio eucarístico práctico.
 
Entrevista con Mons. Schneider - Segunda parte
Correo 10 - 28 Octubre 2010


SOBRE EL MUTUO ENRIQUECIMIENTO
DE LAS DOS FORMAS DEL RITO ROMANO

Continuamos esta semana con la presentación de la entrevista exclusiva que Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Karaganda en Kazajstán, concedió a La Carta de Paz Litúrgica durante el verano. Después de una primera parte consagrada a la cuestión de la comunión, objeto del libro de su autoría: “Dominus Est - Reflexiones de un obispo del Asia central sobre la Sagrada Comunión”, publicado por la Libreria Editrice Vaticana, proponemos hoy sus comentarios sobre el enriquecimiento mutuo de las dos formas del Rito Romano. Mons. Schneider, a quien entrevistamos cuando confirió las órdenes menores a los seminaristas del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, desarrolla, en particular, una concepción tradicional de las funciones de diácono, lector y acólito en la liturgia moderna.


6) En el Motu Proprio Summorum Pontificum, Benedicto XVI formuló una invitación explícita para enriquecer de modo recíproco los dos usos del único Rito Romano. Para usted, que celebra tanto en una como en otra forma del rito, ¿en qué ocasiones se podría manifestar este enriquecimiento con mayor fruto?
AS: Debemos tomar en serio al Papa. No podemos seguir haciendo como si no hubiera pronunciado esta frase. O incluso, en realidad, como si no la hubiera escrito. Por supuesto, existe un medio de acercar las dos formas del rito sin necesidad de rever los misales.

Una primera idea podría ser celebrar versus Deum a partir del Ofertorio, como, además, está previsto en las rúbricas del nuevo misal. En efecto, el misal de Pablo VI indica claramente, en dos oportunidades, que el celebrante debe volverse hacia el pueblo. Una primera vez, en el momento del “Orate fratres”, y una segunda, cuando el sacerdote dice “Ecce Agnus Dei”, antes de la Comunión de los fieles. ¿Cuál es el significado de estas indicaciones sino que el sacerdote debe estar mirando hacia el altar durante el Ofertorio y el Canon? En septiembre de 2000, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó la respuesta a una “quaesitum” acerca de la orientación del sacerdote durante la misa. En ella, se explicaba que “la posición versus populum parece ser la más cómoda en la medida en que torna más fácil la comunicación”; no obstante, precisaba que “suponer que la acción sacrificial debe estar principalmente orientada hacia la comunidad, sería un grave error. Si el sacerdote celebra versus populum, cosa legítima y a menudo aconsejable, su orientación espiritual debe estar siempre dirigida hacia Dios por Jesucristo”. Me parece que, hoy, esta respuesta, que defendía la celebración cara al pueblo, podría ser adaptada a la nueva realidad creada por el Motu Proprio Summorum Pontificum, mediante la recomendación de celebrar hacia el Oriente desde el Ofertorio en adelante.

En cuanto a la comunión, la Santa Sede podría publicar también una recomendación universal para recordar lo que prevé la Presentación General del Misal Romano en su artículo 160: “Los fieles comulguen de rodillas o de pie, según lo que establezca la Conferencia Episcopal. Cuando comulguen de pie, se les recomienda vivamente que, antes de recibir el Sacramento, realicen un gesto de veneración apropiado, que establecerá la Conferencia Episcopal”. Notemos que la primera forma de comunión mencionada por el texto oficial de la Iglesia que comenta el Novus Ordo, es la de rodillas…

Por otra parte, sería bueno que sólo se recurriera a los ministros laicos de la Eucaristía en los casos de ausencia de sacerdote o de diácono.

Otra posibilidad de enriquecimiento de la liturgia nueva consistiría en que las lecturas de la Sagrada Biblia fueran proclamadas por hombres revestidos con hábitos litúrgicos y, en ningún caso, por mujeres u hombres con ropa civil. Y ello, debido a que las lecturas se hacen en el presbiterio, un lugar reservado, desde la era apostólica, al sacerdote y a los ministros ordenados, incluidos los clérigos con órdenes menores. Sólo en ausencia de estos últimos, un laico varón podría suplir. El servicio del altar, de lector o de acólito, no corresponde al ejercicio del sacerdocio común de los fieles, sino que forma parte del sacerdocio consagrado, específicamente, del diaconado. Por este motivo, al menos desde el siglo III, la Iglesia consideró las órdenes menores como un tipo de introducción a las diferentes funciones contenidas en el ministerio del diaconado, como, por ejemplo, la guarda del santuario y el llamado a los fieles a la liturgia (ostiario), leer la Palabra de Dios durante la liturgia (lector), expulsar a los espíritus malignos (exorcista), llevar la luz y servir en el altar (acólito). Así, se puede entender mejor por qué, tradicionalmente, la Iglesia ha reservado la administración de las órdenes menores y la institución de lectores o de acólitos sólo a los fieles de sexo masculino.

En este sentido, se comprende que uno de los enriquecimientos que ha posibilitado el contacto de las dos formas litúrgicas es el que consistiría en volver a la sana tradición de reservar el coro a los hombres: diáconos, acólitos, lectores y monaguillos deben ser de sexo masculino. De nada sirve lamentar la disminución vertiginosa de las vocaciones si los niños ya no son llamados al servicio del altar.

Por último, la oración de los fieles debe reservarse sólo a los diáconos, acólitos o lectores con vestimentas litúrgicas. Sería más coherente con la tradición bimilenaria de la Iglesia occidental y oriental que la oración de los fieles u oración universal, fuera proclamada, o mejor aún, cantada, únicamente por el diácono, dado que antes llevaba el nombre de “oratio diaconalis”. Ante la ausencia del diácono, sería conveniente que la leyese el mismo sacerdote, tal como sucede con la proclamación del Evangelio. El término oración de los “fieles” no significa que su proclamación pertenece a estos últimos. Creer eso sería un error histórico y litúrgico. En realidad, ese nombre indica que tenía lugar después de que los catecúmenos se hubieran retirado, al comienzo de la Misa de los fieles, cuando el diácono o el sacerdote ofrecía a la divina Majestad las intenciones de toda la Iglesia, y, por lo tanto, de todos los fieles, de allí, su nombre.


7) ¿Y la forma extraordinaria? ¿Cómo podría enriquecerse en contacto con la forma ordinaria del Rito Romano?
AS: Diría que el espíritu que anima los últimos elementos que cité sobre el Novus Ordo podría aplicarse a la forma extraordinaria. Las lecturas sagradas deberían ser siempre accesibles a los fieles, por lo tanto, en lengua vernácula y no sólo en latín, salvo en alguna ocasión particular. Las lecturas podrían ser hechas, también en este uso, por un lector ordenado o instituido, e incluso por un laico varón revestido con ornamentos litúrgicos.

La introducción en el calendario litúrgico tradicional de algunos prefacios del nuevo misal sería una iniciativa bella y útil, así como también, la de nuevos santos.

DE:http://www.paixliturgique.es/aff_lettre.asp?LET_N_ID=628