domingo, 14 de outubro de 2018

El monaquismo interiorizado, Paul Evdokimov




La transmisión del testimonio

La crisis que el monaquismo está atravesando, un poco por todos lados, sugiere la idea de que un ciclo histórico se está ya terminando. Pero aquí más que en otros campos es necesario cuidarse de las simplificaciones y distinguir entre las formas provisorias y el principio permanente, entre la transmisión del mensaje esencial de los evangelios y la generación creadora de nuevos testigos de tal mensaje.

Se puede vislumbrar una transmisión de este tipo en los orígenes mismos del monaquismo. A partir del diácono Esteban, el testimonio hecho por la sangre se erige como signo de la más alta y significativa fidelidad. El ideal del mártir, de esta compañía gloriosa de amigos heridos del Esposo, de aquellos violentos que se adueñaron del cielo (cf. Mt 11,12) y en los cuales Cristo en persona combate, hace absolutamente única la espiritualidad de los primeros siglos. En el largo camino que lo conducía a su muerte gloriosa, Ignacio de Antioquía confesaba: “Ahora comienzo a ser discípulo… No me impidan nacer a la vida” [1]. Igualmente, para Policarpo los mártires son “ejemplos del verdadero amor… encadenados con las cadenas dignas de los santos, las cuales son las diademas de aquellos que verdaderamente han sido elegidos por Dios y por nuestro Señor” [2]. Por esto, Orígenes constata con cierta tristeza como el tiempo de paz es favorable a Satanás, que roba a Cristo sus mártires y a la Iglesia su gloria.

Configuración viviente a Cristo crucificado, el mártir lo invoca ofreciéndose a la contemplación del mundo, de los ángeles y de los hombres. La Iglesia canta:

Vuestros cuerpos son traspasados por la espada pero vuestro espíritu no podrá jamás ser arrancado del amor de Dios. Sufriendo con Cristo, vosotros sois consumidos por los carbones ardientes del Espíritu Santo. Heridos por el divino deseo, tus mártires, Señor, se alegran de sus heridas. Oktoikos griego (himno de resurrección).