quinta-feira, 26 de agosto de 2010

“Ataque a Ratzinger”. Andrea Tornielli y Paolo Rodari, dos de los vaticanistas más reconocidos, han publicado en Italia un libro en el que han investigado las crisis y los ataques que han caracterizado los primeros cinco años del actual pontificado. El libro, titulado “Attaco a Ratzinger. Accuse e scandali, profezie e complotti contro Benedetto XVI”, cuyo prefacio ofrecemos ahora en lengua española, demuestra, según sus autores, la veracidad de las palabras pronunciadas por un purpurado: “Lo único que realmente no se perdona a Ratzinger es el hecho de haber sido elegido Papa”.

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“Todavía recuerdo, como si fuese hoy, las palabras que escuché decir a un cardenal italiano, entonces muy poderoso en la Curia Romana, al otro día de la elección de Benedicto XVI. «Dos-tres años, durará sólo dos-tres años…». Lo hacía acompañando las palabras con un gesto de las manos, como para minimizar… Joseph Ratzinger, de setenta y ocho años, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe recién elegido sucesor de Juan Pablo II, debía ser un Papa de transición, pasar velozmente, pero sobre todo debía pasar sin dejar demasiada huella tras de sí… Ciertamente, una referencia a la duración del pontificado la hizo el mismo Ratzinger, en la Sixtina. Dijo que elegía el nombre de Benedicto por lo que había significado la figura del gran santo patrono de Europa, pero también porque el último Papa que había tomado este nombre, Benedicto XV, no había tenido un pontificado muy largo y había trabajado por la paz. Pero un pontificado no largo, a causa de la edad ya avanzada, no significar pasar sin dejar huella. También el de Juan XXIII debía ser – y, desde el punto de vista meramente cronológico, lo ha sido – un pontificado de transición. Pero cuánto ha cambiado la historia de la Iglesia… Lo he vuelto a pensar muchas veces: visto que no ha pasado tan velozmente como alguno esperaba, y visto que su pontificado está destinado a dejar un signo, se han multiplicado los ataques contra Benedicto XVI. Ataques de todo tipo. Una vez se dice que el Papa se ha expresado mal, otra vez se habla de error de comunicación, otra de un problema de coordinación entre las oficinas curiales, en otra ocasión de insuficiencia de ciertos colaboradores, otra del concordante intento por parte de fuerzas adversas a la Iglesia con la intención de desacreditarla. ¿Quiere saber mi impresión? Aunque en realidad el Santo Padre no está solo, aunque en torno a él hay personas fieles que tratan de ayudarlo, en muchas ocasiones es dejado objetivamente solo. No hay un equipo que prevenga la aparición de ciertos problemas, que reflexione sobre cómo responder de modo eficaz. Que trate de transmitir, de expandir su auténtico mensaje, a menudo distorsionado. De este modo, ésta es la pregunta que se ha vuelto más frecuente: ¿cuándo la próxima crisis? Me sorprende también el hecho de que a veces estas crisis llegan después de decisiones importantes… Me estoy preguntando, por ejemplo, qué ocurrirá ahora que Benedicto XVI ha proclamado valientemente las virtudes heroicas de Pío XII junto a las de Juan Pablo II”.

Cuando esta confidencia fue hecha a uno de nosotros, en vísperas de la Navidad del 2009, por un autorizado purpurado que trabaja desde hace muchos años en los sagrados palacios, el gran escándalo de los abusos de menores perpetrados por el clero católico aún no había explotado en toda su alcance. Estaba, sí, el gravísimo caso irlandés. Pero nada hacía predecir todavía que, como por contagio, la situación objetivamente peculiar de Irlanda – que ha mostrado la incapacidad de varios obispos de gobernar sus diócesis y de afrontar los casos de abusos de menores teniendo presente la necesidad de asistir en primer lugar a las víctimas, evitando que las violencias pudieran repetirse – terminaría por replicarse, por lo menos mediáticamente, en otras países. Y ha involucrado a Alemania, Austria, Suiza y, de nuevo, en las polémicas, a los Estados Unidos, donde el problema ya había surgido y de manera bastante devastadora al comienzo de este milenio.

Sólo recorriendo las reseñas de prensa internacionales, es necesario admitir la existencia de un ataque contra el Papa Ratzinger. Un ataque demostrado por el prejuicio negativo pronto a desencadenarse sobre cualquier cosa que el Pontífice diga o haga. Pronto a enfatizar ciertos particulares, pronto a crear “casos” internacionales. Este ataque concéntrico tiene origen fuera, pero con frecuencia también dentro de la Iglesia. Y es (inconscientemente) ayudado por la reacción a veces escasa de quien en torno al Papa podría hacer más para prevenir las crisis o para gestionarlas de modo eficaz. Es lamentablemente (en forma inconsciente) ayudado por la falta de una dirección y de una estrategia comunicativa, como se ha visto en el curso de lo que en las próximas páginas hemos definido “la semana negra”, con los incidentes representados por la homilía del Viernes Santo 2010 pronunciada por el padre Raniero Cantalamesssa, por las palabras del cardenal Angelo Sodano el día de Pascua, por las declaraciones del Secretario de Estado Tarcisio Bertone lanzadas durante su largo viaje pastoral a Chile.

Este libro no tiene intención de presentar una tesis preconcebida. No busca acreditar de partida la hipótesis del complot ideado por alguna “cúpula” o “spectre”, ni tampoco la del “complot mediático”, convertido a menudo en el cómodo salvoconducto detrás del cual algunos colaboradores del Pontífice se atrincheran para justificar demoras e ineficiencias. Sin embargo, es innegable que Ratzinger ha estado y está bajo ataque. Las críticas y las polémicas suscitadas por el discurso de Ratisbona; el clamoroso caso de la dimisión del neo-arzobispo de Varsovia Wielgus a causa de su antigua colaboración con los servicios secretos del régimen comunista polaco; las polémicas por la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum; el caso del levantamiento de la excomunión a los obispos lefebvristas, que coincidió con la transmisión en video de la entrevista negacionista de las cámaras de gas concedida por uno de ellos a la televisión suiza; la crisis diplomática por las palabras papales sobre el preservativo durante el primer día del viaje a África; la propagación del escándalo de los abusos de menores, que todavía no parece aplacarse. De tormenta en tormenta, de polémica en polémica, el efecto ha sido el de “anestesiar” el mensaje de Benedicto XVI, encerrándolo en el cliché del Papa retrógrado, debilitando su alcance. Y sobre todo olvidando impulsos y aperturas demostrados por Ratzinger en estos primeros cinco años de pontificado sobre grandes temas como la pobreza, el cuidado de la creación, la globalización.

Pero este ataque nunca ha tenido una única dirección. Ha tenido, más bien, una ausencia de dirección. Aunque no se puede excluir que en varias ocasiones, también en el curso de la crisis por los escándalos de la pedofilia en el clero, se ha verificado una alianza entre diversos ambientes a los cuales puede resultar cómodo reducir al silencio la voz de la Iglesia, disminuyendo su autoridad moral y su ser fenómeno popular, tal vez con la secreta esperanza de que, en el giro de una década, termine contando en el escenario internacional como cualquier secta.

Hemos buscado documentar lo que ha ocurrido, hemos hecho hablar a los protagonistas y a los observadores más calificados, hemos recogido documentos y testimonios inéditos que ayudan a reconstruir lo ocurrido en los sagrados palacios y, más en general, en la Iglesia, durante las crisis de estos primeros cinco años de pontificado. Un pontificado que se ha abierto, después del cónclave-relámpago que ha durado un día, con las palabras pronunciadas por el Papa Ratzinger en el día de la Misa inaugural, el 24 de abril de 2005: “Rogad por mí, para que, no huya, por miedo, ante los lobos.”. Casi presintiendo que le esperaría un insidioso camino de obstáculos.

Paolo Rodari

Andrea Tornielli
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