terça-feira, 3 de agosto de 2010

Desacralización y secularización : La gran crisis que sufre la Iglesia es que las cosas que son sagradas en sí mismas no son percibidas como tal por los fieles -y, en algunos casos, por la propia jerarquía-, esto es, se han profanizado en muchas mentes. Esto significa que se ha perdido de vista su carácter divino; por tanto, se ven como cosa humanas y como tal se tratan. Uno de los orígenes de este gravísimo mal está en no revestir, adornar y/o presentar las cosas sagradas con la solemnidad debida. Un sacerdote sin hábito talar, la carencia de solemnidad en la Santa Misa, la ausencia de genuflexiones al pasar delante del Santísimo Sacramento, etc. lleva necesariamente a una profanización de las cosas sagradas en la mente de las personas, con el resultado de la pérdida de la práctica religiosa y, en muchos casos, de la misma fe.

 

3 08 2010
Hemos realizado un pequeño ensayo para analizar, desde una perspectiva sociológica, una de las causas del descenso de la práctica religiosa así como de la secularización creciente de la sociedad. Este estudio se basa en el interaccionismo simbólico.
Interaccionismo simbólico
La teoría del interaccionismo simbólico afirma que los seres humanos actuamos con las cosas y las personas en función de los significados que les atribuimos. Una misma mujer puede ser madre, hija, esposa, funcionaria, policía, etc. y nuestro comportamiento variará respecto cada caso. Así pues, nos comportamos con las cosas en función del significado que tenga para nosotros. Esto es de gran importancia en el ámbito de la Iglesia, pues las cosas propias de la Iglesia son sagradas, es decir, tienen carácter divino: la doctrina que enseña la Iglesia es la doctrina de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; los sacramentos fueron instituidos por Cristo y mediante ellos suministra su gracia; la misma Iglesia fue fundada jerárquicamente por Nuestro Señor y Él es su cabeza.
La gran crisis que sufre la Iglesia es que las cosas que son sagradas en sí mismas no son percibidas como tal por los fieles -y, en algunos casos, por la propia jerarquía-, esto es, se han profanizado en muchas mentes. Esto significa que se ha perdido de vista su carácter divino; por tanto, se ven como cosa humanas y como tal se tratan. Uno de los orígenes de este gravísimo mal está en no revestir, adornar y/o presentar las cosas sagradas con la solemnidad debida. Un sacerdote sin hábito talar, la carencia de solemnidad en la Santa Misa, la ausencia de genuflexiones al pasar delante del Santísimo Sacramento, etc. lleva necesariamente a una profanización de las cosas sagradas en la mente de las personas, con el resultado de la pérdida de la práctica religiosa y, en muchos casos, de la misma fe.
Por otro lado, la teoría del interaccionismo simbólico afirma que los significados con los que interactuamos con las cosas no son individuales sino sociales; se aprenden por la interacción social y el conjunto de significados compartidos forman la cultura. Resulta claro que la pérdida de la concepción de lo sagrado dentro de la propia Iglesia, que lleva a la pérdida de la práctica religiosa, se transmite al exterior, favoreciendo el crecimiento de una sociedad y una cultura completamente profana, naturalista, que deriva rápidamente hacia formas de neopaganismo, neopanteísmo, espiritualidad new age, etc.
Marx y la secularización
Desde una perspectiva sociológica se puede rastrear el origen de esta tendencia a no revestir de forma adecuada las cosas sagradas hasta el mismísimo Marx.
El pensamiento de Marx adolece de un profundo dualismo, que se reduce a la siguiente idea: la historia es una lucha entre opresores y oprimidos. Aquéllos luchan por mantener sus posiciones ventajosas y de poder, mientras que éstos luchan por tratar de escapar del yugo opresor. Para Marx el origen de todo el conflicto social estaba en la economía, más exactamente en la propiedad de los medios de producción. Por eso, la teoría marxista consideraba que una vez que se eliminasen las desigualdades en la propiedad de éstos, acabaría el conflicto que había arrastrado la humanidad desde su origen y daría comienzo el “Reino de Dios” en la tierra. Horrible herejía que ha costado cien millones de vidas. Sin embargo, el núcleo del pensamiento marxista se ha extendido a todos lados, afirmándose gratuitamente que la eliminación de las desigualdades lleva necesariamente a la creación de un mundo mejor, y este pensamiento también entró dentro de la Iglesia. Nadie se escandalice por esto, pues ya el mismo Pablo VI afirmó que «el humo de Satanás» había entrado en la Iglesia.
Dentro de la Iglesia se puede reconocer esta influencia de la mentalidad marxista en la habitual cantinela sobre la situación anterior en la Iglesia: «los sacerdotes eran lejanos», «la gente no entendía la Misa», etc. Frases que dan a entender que los fieles estaban, de alguna manera, alienados u oprimidos por las estructuras eclesiásticas. Siguiendo el pensamiento marxista, la manera de acabar con esta supuesta situación de alienación sería eliminar las desigualdades entre jerarquía y fieles, lo que lleva necesariamente a eliminar las diferencias entre sagrado y profano, pues el ámbito propio de la jerarquía es lo sagrado. En este afán de eliminar las desigualdades los sacerdotes quisieron ser como el pueblo vistiéndose como él, se pretendió que la liturgia fuese más cercana y, en muchos casos, se le quitó todo aspecto sagrado, se amoldó la doctrina al pueblo, etc. De esta manera, pretendiendo “liberar” al fiel de una supuesta situación de opresión se tendió a desdibujar las antes nítidas diferencias entre el ámbito de lo sagrado y lo profano, causando confusión, profanización y pérdida de la fe.
La renovación litúrgica
Muchos se preguntan cómo puede ayudar a la fe católica la renovación litúrgica que está llevando a cabo Benedicto XVI. Afirman que muchas de sus actuaciones sólo son cuestiones estéticas externas que a nada afectan; que lo mismo da comulgar de rodillas y en la boca que de pie y en la mano, o lo mismo da el canto gregoriano que las guitarras en la música litúrgica. Sin embargo, están errados. Nada más importante que lo sagrado vuelva a estar revestido de la forma que merece y que de esta manera los ámbitos de lo sagrado y lo profano vuelvan a estar adecuadamente perfilados. Es necesario que lo sagrado no sólo lo sea por sí mismo, sino que como tal se trate y aparezca al mundo. Por eso, la renovación litúrgica de Benedicto XVI es de vital importancia. Las desigualdades entre lo profano y lo sagrado son justas y necesarias, pues son las mismas desigualdades que hay entre lo divino y lo humano. Por eso la renovación litúrgica es decisiva y, en esta renovación, la Misa tridentina ocupa un lugar capital, siendo como la punta de lanza de la regeneración de la Iglesia.
Algunos aspectos de la profanización dentro de la Iglesia
La Santa Misa
El Presbiterio: antes de la reforma litúrgica de Pablo VI el presbiterio era un sitio reservado al sacerdote y a los acólitos que, por otra parte, iban adecuadamente revestidos con ornamentos litúrgicos. El presbiterio además estaba separado del resto de la iglesia por una verja o un comulgatorio. De esta manera quedaba perfilada perfectamente la separación entre el lugar donde tenía lugar el Sacrificio de Nuestro Señor, el lugar más santo del templo del resto del mismo, donde estaban los fieles. La separación y distinción entre lo sagrado y lo profano era precisa, los límites diáfanos y los fieles tenían profunda conciencia de que lo que sucedía “al otro lado” era algo de una naturaleza diferente a lo que había en “su lado”. Sin embargo, en la actualidad los fieles acceden al Presbiterio -en ocasiones sin ningún signo de respeto o de vestimenta adecuada-, rompiendo la antes clara distinción entre ambos sitios. El Presbiterio ya no es “el otro lado”, con su carga de lugar inaccesible por ser santo, sino un lugar al que cualquiera puede ir, perdiendo de esta forma su carga emocional sagrada.
La música: una de las chapuzas litúrgicas más horribles que ha padecido la Iglesia es la introducción de instrumentos y cantos profanos en la Sagrada Liturgia. Contradice la norma universal de la Iglesia respecto a la música dentro del templo y, evidentemente, al introducir ritmos e instrumentos profanos en la Santa Misa, colabora grandemente a verla como tal. Por no hablar del inmenso daño espiritual que produce en los fieles la introducción de una música que no tiene los requisitos propios para elevar el alma a la contemplación divina y que muchas veces lleva hacia un sentimentalismo profundamente alejado de la tradición católica.
El latín: el uso de una lengua diferente, especialmente dedicada al uso litúrgico, colabora grandemente en esa separación de lo sagrado de lo profano, facilitando la apreciación de lo sagrado como tal. No parece una excusa aceptable decir que la Misa en latín la hace incomprensible al fiel, primero porque la Misa es un misterio y, por tanto, no es comprensible plenamente; segundo porque lo que se requiere para comprender la Misa es una buena catequesis sobre la misma y no entender al pie de la letra todo lo que ahí se dice; tercero, por la existencia de misales bilingües para poder seguir la Misa. Además, es evidente a cualquier observador imparcial que el uso de la lengua vernácula no ha llevado a que se comprenda mejor lo que es la Misa, pues no cabe explicarse entonces la proliferación de las guitarras, las ropas inadecuadas y los comportamientos indebidos que inundan nuestros templos. Por otro lado, es obvio que ayuda a la pérdida del sentido de lo sagrado la utilización de una lengua que utilizamos en el ámbito de lo profano.
Los ornamentos litúrgicos: con cuanto asombro contemplé por primera vez una casulla de guitarra, un alba calada y toda la belleza de los ropajes litúrgicos del antiquior ordo. Ayudan, ciertamente, a revestir de solemnidad, de belleza y de grandeza los profundos y graves misterios que se realizan en la Santa Misa. Y cuanto desedifica a los fieles esas vestimentas litúrgicas vulgares, simples y, a veces, feas. Tantas veces que se llevan sin porte, sin elegancia, restándole solemnidad y realce a la liturgia. En general podríamos señalar aquí la solemnidad, gravedad y elegancia con la que se celebra la Santa Misa en todos los aspectos, desde la postura corporal hasta la forma de hablar.
El sacerdote
El hábito talar: la seglarización de los sacerdotes es una fuente increíble de pérdida de respeto y reverencia hacia los mismos, cosa que afecta grandemente a que puedan ejercer adecuadamente su ministerio. Perdida la noción del sacerdote como ministro de Dios y visto simplemente como un hombre más, porque como un hombre más va vestido, necesariamente pierde fuerza el valor de su palabra y sus enseñanzas, pues de enseñanzas divinas pasan a humanas. Y no hablar del confesionario, ¿quién quiere confesarse con un hombre cualquiera? Confesarse con un ministro de Dios es aceptable, pues no es un hombre normal a quien digo mis pecados pero, si al contrario, lo que percibo es solamente a “uno más”, difícilmente le abriré las puertas de mi conciencia.
La doctrina y la predicación: queriendo acercar la doctrina a los problemas de los hombres, cuantas veces se han omitido de forma sistemática las realidades sobrenaturales reduciendo la predicación y la doctrina a cuestiones meramente sociales con un barniz cristiano. Esto elimina el lugar de lo sagrado en la predicación sustituyéndola por cuestiones profanas.
La actividad sacerdotal: muchos sacerdotes, influidos por estas ideas, quieren ser cercanos al pueblo preocupándose por aquellos problemas sociales que les afectan, pero alejándose de aquellas funciones que le son propias: la enseñanza de la Santa Doctrina, la administración de los sacramentos, el gobierno, etc. ¡Cuántas veces se vuelve casi imposible encontrar un sacerdote confesando! Ciertamente, no han conseguido así estar más cerca del pueblo, el sacerdote cercano al pueblo es aquel que está incansablemente en el confesionario. Y, otra vez, sin duda, esto produce una profanización de lo sagrado pues si hasta el sacerdote se ocupa de las actividades terrenales y no de las sagradas, ¡poco valor habrán de tener entonces estas!
Se podrían señalar muchas cosas más, pero con este breve repaso pensamos que es suficiente para delinear de una manera eficaz el problema de la secularización interna. Juntando todos estos elementos se ve claramente que hay un grave problema de secularización, de perdida del sentido de lo sagrado dentro de nuestras iglesias que se transmite al mundo exterior. Por eso, sin duda, recuperar el sentido de lo sagrado es fundamental para una renovación, no sólo de la liturgia, sino de la Iglesia toda

fonte:http://misagregorianagrancanaria.wordpress.com/