Hace cinco años, con ocasión del Gran Jubileo promulgado por Juan Pablo II, reuní
algunas consideraciones sobre diversos aspectos del ser y del quehacer de los cristianos, de
la vida espiritual y apostólica que el Maestro vino a traer a la tierra.
Los itinerarios de vida cristiana, que entonces trazaba, ponían de relieve –no podía
ser de otro modo– que cabe resumir el cristianismo en el encuentro de cada uno con Jesús,
que culmina en la plena adhesión al Hijo de Dios consubstancial al Padre. Es un encuentro
personal, singularmente profundo y totalizante, que implica acogerle y saberse acogido por
Él; creer en Él y sentir a la vez toda la confianza que el Señor deposita en cada uno de sus
discípulos; amarle de manera absoluta, sin condición alguna, porque así es el amor de
Quien ha dado su vida en la Cruz por todos y por cada uno de nosotros. leer...