quinta-feira, 14 de novembro de 2019

Cómo el Camino al Corazón nos ayuda a enfrentar las crisis Inés Ordóñez de Lanús

Cómo el Camino al Corazón nos ayuda a enfrentar las crisis – Inés Ordóñez de Lanús

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El presente artículo corresponde a la meditación que ofreció al clero de Santiago reunido el lunes 6 de agosto de 2018 con motivo de la celebración del día del párroco, y después de haber predicado durante una semana un retiro en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago de Chile.
Artículo publicado en la edición Nº 1.201 (ENERO- MARZO 2019)
Autor: Inés Ordóñez de Lanús
Para citar: Ordóñez de Lanús, Inés; Cómo el Camino al Corazón nos ayuda a enfrentar las crisis , en La Revista Católica, Nº1.201, enero-marzo 2019, pp. 102-115.
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Cómo el Camino al Corazón nos ayuda a enfrentar las crisis
Inés Ordóñez de Lanús [1]

Fundadora del Centro de Espiritualidad Santa María

Al empezar el retiro le escribí al Papa para preguntarle qué le quería decir a los seminaristas. Me dijo: “Que vuelvan a leer y a subrayar lo que ya les dije en mi carta en la catedral, durante mi visita a Chile”.
Es muy doloroso lo que hoy vive la Iglesia chilena; es como un tsunami, pero al mismo tiempo es increíble cómo lo están viviendo. ¡Bendito seas, Señor! Y solo podemos entender desde Dios, desde la acción del Espíritu Santo, cómo todo esto está saliendo a la luz. Es la fuerza de la verdad que, al mismo tiempo que duele, nos libera.
Hace muchos años que vengo a Chile y siempre me impactó la raigambre católica de este pueblo. Tuvieron sus santos antes que nosotros y que muchos pueblos de América, tienen un amor muy especial a la Virgen y están muy anclados en Dios. Y por eso están pudiendo soportar esta crisis. Porque sabemos que cuando hay una crisis tan honda, solo podemos atravesarla con la fuerza del Señor y su cuidado. Todo lo que nos pasa viene con la fuerza de la gracia para sobrellevarlo. Lo sabemos.
Me tocó vivir de cerca todo lo que pasó en Irlanda con los Christians Brothers y también lo que pasó con los Legionarios. Me ha tocado conocer esto y acompañar a personas muy golpeadas por estas situaciones y ver de qué manera chocaban con una estructura eclesial que no los acompañaba. Es impresionante ver cómo esta estructura está cayendo y está posibilitando algo nuevo. Es lo que veíamos en los chicos del seminario, todos han vivido muy de cerca esta crisis y están sufriendo, como ustedes, pero tienen claro que ha llegado el momento del ¡No más! ¡Así no! ¡Nunca más! Y al mismo tiempo, darse cuenta con emoción y poder decir: “¡Quiero ser sacerdote!, quiero ser sacerdote de esta Iglesia de Chile; amo esta Iglesia”. ¡Guau! ¡Qué increíble! ¡Qué grande es vivir así, Señor, y poder decir: Nada ni nadie nos va a apartar del amor que Dios nos tiene!
Este Camino al Corazón es increíble. Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración, y después está lo que acabamos de rezar, el salmo 34 (33): Los invito a volver a ver la mirada del Señor sobre nosotros, porque cuando estamos con esta angustia, con esta tribulación, el Señor escucha nuestro grito, y nos libra de nuestras angustias. El salmo nos invita: Miren al Señor y quedarán resplandecientes, miren al Señor y el Señor escucha. Pensemos en la mirada, en la escucha. ¿Dónde está nuestra mirada? ¿Dónde está nuestra escucha?
Venid, hijos, escúchenme, los instruiré en el temor del Señor.
¿Hay alguien que ame la vida, y desea días de prosperidad?
Y ahí estamos todos. ¿Quién no lo quiere? ¿Quién no? ¡Todos amamos la vida y deseamos días de prosperidad! Entonces se nos dice:
Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.
Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos.
El Señor se enfrenta con los malhechores.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha,
y lo libra de sus angustias,
El Señor está cerca de los atribulados, y salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males, de todo lo libra el Señor;
cuida todos sus huesos (…)
El Señor nos está cuidando ahora.  Esto que estamos viviendo es parte del cuidado del Señor. ¡La maldad da muerte al malvado!
Un tiempo para despejar
Entonces es un tiempo de despejar, despejar y despejar. Ir a nuestro corazón y preguntarnos: ¿Qué me pasa a mí con todo esto? A mí, porque esto de decir: son los otros, qué suerte que esto a mí no me pasa. ¡No más! Es atrevernos a preguntarnos: ¿Qué me está pasando a mí? ¿Cómo impacta en mi corazón? ¿Cómo me afecta este aire que estoy respirando? Atrevernos a ir hondo, muy hondo y dejarnos impactar por esta tribulación que está viviendo la Iglesia, padecerla, sufrirla y dejar que desde nuestras entrañas salga un grito. ¿Cuál es nuestro grito? Ojalá que sea: ¡Nunca más! ¡Así no!
Esta crisis que nos pasa en la Iglesia, nos está pasando también en las familias, en la educación y en las instituciones. Es como algo nuevo que está viniendo y algo viejo que está cayendo. ¡Algo nuevo está surgiendo! Pero no nos tenemos que olvidar que nosotros somos hijos de esta estructura que está cayendo. Es por eso la urgencia de estar muy cerca del Señor de la Vida, él nos está llamando a una nueva forma de vivir la vida, nos está dando una nueva posibilidad, nos está rescatando de una estructura que ya nos estaba impidiendo crecer. Estamos en un lugar nuevo y podemos mirar el antiguo y decir ¡No más! ¡No más! Pero entonces tengo que preguntarme y animarme a darme cuenta, ¿qué de mí está como pegado, está como acostumbrado a estas antiguas formas? Si no me doy cuenta será muy difícil salir de este lugar para dar espacio a algo nuevo.
Es un momento de tanta gracia, es como si el Señor estuviera despegándonos, liberándonos, sacándonos las cadenas y curándonos. Y es doloroso. Bendito sufrimiento, bendito dolor. ¡Bendito seas, Señor!
Estamos siendo rescatados, al mismo tiempo el Señor nos pregunta a cada uno, y debemos responder. Y ¿yo qué? Y nosotros como Iglesia ¿Qué queremos? ¿Cuál es la Iglesia que soñamos? El Papa les habló en la Catedral de la comunidad diciendo que es una Iglesia que está: abatida, atribulada, misericordiada y transfigurada. ¿Dónde me encuentro yo?
Hoy es el día de la Transfiguración, qué increíble saber, Señor, que en este lugarcito de nuestro corazón nos estás transfigurando. ¡Bendito seas, Señor! ¡Claro que sí! ¡No lo dudo ni un instante! Nos estás transfigurando, ahora. Es en simultáneo, lo que nos está pasando, y al mismo tiempo, en esto que nos está pasando se está dando el proceso de la transfiguración. Es muy increíble. Nosotros sabemos que el Señor no es lineal, nosotros somos lineales y sucesivos, pero el Señor en este minuto, ahora, aquí, está actuando en nosotros. Entonces, depende de mí, el abrir los ojos, creer y decir: Señor, ahora estás aquí, te acabamos de decir que te queremos gritar, que queremos mirarte para estar resplandecientes, que escuchas nuestro clamor, nuestra angustia.
¿Cuál es mi angustia? ¿Cuál es mi ansiedad? ¿Cuál es mi grito? ¿Es de la boca para afuera?  Tantas veces hablamos con Dios distraídos, diciendo palabras sin prestar atención porque mi mente está pensando en otra cosa. ¡No más! ¡No más! No más así. Queremos estar atentos y presentes a lo que hacemos, a lo que decimos, a nosotros mismos y a nuestras decisiones, a Dios.
Ya el Señor nos ha dicho “Su corazón está lejos de mí,” “Yo quiero su corazón”. Es también el Señor quien nos está diciendo: “¡Basta! No me hagan ningún sacrificio, no me digan nada más. Yo quiero sus corazones”. Por eso este Camino al Corazón es una urgencia.
Ya lo había dicho el Concilio Vaticano II, el desorden del mundo moderno tiene su origen en el corazón del hombre. Jesús lo dice de mil maneras, pero cómo nos cuesta;  bueno, es el proceso de toda la vida, para eso fuimos creados y me tengo que preguntar si de verdad lo elijo: Amarte Señor con todo el corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas. ¡Aquí estoy, Señor! ¡Sí! ¡Quiero todo lo que vos quieres para mí!
Vulnerabilidad, soledad y ofrenda
Y cómo decir “quiero todo” cuando, al mismo tiempo, me doy cuenta de que no puedo “nada”, porque soy inconstante, porque soy perezoso, porque tengo miedo, porque tengo inseguridades. Me pongo en este lugar y me siento tan inseguro. ¿Qué hago cuando toco esta experiencia de tanta fragilidad, de tanta vulnerabilidad?
Nos pasa que cuando tocamos nuestra vulnerabilidad, no sabemos qué hacer con ella. Eso es lo terrible, por eso el Papa dice que esta crisis nos atañe a todos, a todo el Pueblo de Dios, y no solamente a la jerarquía o a los sacerdotes. Nos atañe a todos.
Tenemos que darnos cuenta del lugar en que hemos puesto a los sacerdotes: se ordenan y ya lo tienen que saber todo, lo tienen que resolver todo, tienen que tener la última palabra. ¡No más así! ¡No más!
Esta vulnerabilidad nos acompaña toda la vida, estemos en el lugar que estemos. Son nuestras heridas, algunas permanecen abiertas, algunas son llagas. Es todo un proceso de sanación el conocerlas, asumirlas, dejar que el Espíritu las toque y las sane. Pero van a seguir siendo nuestras llagas. Algunas el Señor las deja abiertas, porque son puertas enormes de gracia. ¿Cuáles son mis llagas? ¿Con quién las comparto? ¿Con quiénes puedo compartir mi vulnerabilidad?
Hay mucha soledad en los sacerdotes. Me ha tocado acompañar aquí, en Argentina, en Alemania,  en España, y en todas partes se vive lo mismo: hay muchos sacerdotes muy solos. Así como dice el Señor acerca de la tristeza, que hay una tristeza de muerte y otra que nos acerca al Señor, lo mismo podemos decir de la soledad. La soledad puede ser el vestíbulo a la unión con el Señor si la vivimos en él; o puede ser el marco elegido para el anonimato y el desorden. Cuando somos capaces de ofrendarla al Señor se va convirtiendo en un medio poderoso para experimentar la presencia y compañía del Señor. Pero, ¿cómo hago para ofrendarla y asumirla?
Pueden pasar muchas cosas con la soledad no asumida. Puedo desordenarme en la soledad de mi cuarto, porque cuando estoy solo después de entregarme tanto, me justifico muchas cosas: puedo distraerme con el celular o con la computadora, ver pornografía; o bien no me justifico, pero no lo tomo tan en serio. Una soledad no asumida me puede llevar a disociaciones y excesos de los cuales apenas me doy cuenta. Con la comida, con ciertas relaciones, con la autoridad. ¿Qué me pasa? Estoy mucho en el afuera y después me encierro y enmudezco para mí mismo. ¿Por qué? Quizás porque no sé qué hacer en esos espacios de soledad. ¿Cómo lo hago? ¿Con quién hablo lo que me pasa?  ¿Con quién lo comparto?
A esta experiencia de abatimiento, le falta, necesita, le urge, la experiencia de la misericordia. ¿Qué experiencia tengo de la misericordia, del perdón? Yo puedo tocar mi vulnerabilidad y a lo largo del tiempo. Esa es la gran experiencia mística de Pablo, “porque no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero”;  y ahí puedo descubrir como Pablo que justamente en esta debilidad está mi fortaleza. Pero ¿cómo vivo ese descubrimiento?  Solamente en Dios. Solo Dios basta, todo lo puedo en el que me conforta, aunque me hagan lo que me hagan, ni la angustia, ni el hambre, ni la persecución, nada ni nadie me va a separar del Amor que Dios me tiene. Nada ni nadie, pero ¿cómo hago esa experiencia? Estamos tan confundidos, queremos entender y sentir, pero no siento…
En nuestra confusión ocupa un lugar muy importante el que “no entienda” lo que me está pasando; o “no sienta” lo que me gustaría. No importa nada que no sienta y no entienda. Lo importante es que yo toque mi experiencia, la asuma, y diga con fe: ¡Acá estoy, Señor! ¡Esta es mi ofrenda! Todo mi ser, todo lo que me está pasando; aunque no lo entienda y no “sienta” tu amor.  El cómo estoy, el aquí estoy, es atreverme a decir: ¡Así estoy! Y así es este Camino al Corazón.
Vivir desde mi corazón
El Camino al Corazón es de todos y para todos, este nuevo carisma propone este itinerario al corazón; puede ser este o puede ser otro; no importa el que elija, pero voy a elegir un camino, porque quiero llegar a mi corazón donde, Señor, tú me habitas. Quiero aprender a vivir desde mi corazón y voy a dejarme acompañar. Lo quiero, Señor, porque estás en mí. Porque me habitas y no quiero olvidarme de esta verdad. Quiero aprender a tener la conciencia espiritual muy despierta; esté donde esté, haga lo que haga, quiero aprender a vivir despierto a ti, Señor, y poder decir a lo que me pasa: que SEA en mí tu amor, tu voluntad.
¡Y claro que tu presencia se irradia! Y quedamos deslumbrados y admirados. ¡Estás aquí, Señor! ¡Estás en mí! ¡Ahora! ¡Estás aquí, estás en mí! Puedo abrir los ojos y mirar. Hay una irradiación, una irradiación que no importa si me doy cuenta o la siento. La sé y la creo. Y eso me basta.
El Señor está y siempre viene llegando en los acontecimientos, en todo lo que me pasa; y quiero dejarlo llegar, estar abierto, recibirlo en la vida; y no olvidarme de que es así porque estoy distraído. Porque si estoy distraído, caigo en la insensatez y en la hipocresía, porque me olvido de lo que voy viviendo y recibiendo, me olvido de que me decidí a vivir la radicalidad del Amor.
Y cuando empiezo a vivir la vida así y alguien me dice algo, como estoy olvidado de mí, contesto con rapidez cualquier cosa. También puede pasar, sin darme cuenta, que me pongo en el lugar donde me pone el otro, y no en el lugar donde yo quiero estar porque así lo elegí. Como no me doy cuenta y soy un persona buena, y quiero ser buena, voy negando o tapando aquello que también está en mí, pero que no quiero mirar. Pasa, además, que lo que más me gusta es lo bueno de mí, y me gusta que los que me ven, solo vean lo bueno y me hablen de lo bueno. Entonces solo me lleno de cosas buenas, porque somos buenos; pero no dejo espacio para mirar, reconocer y asumir lo que no es bueno. Así, cuando hago cosas malas, no lo veo, lo ignoro, o lo justifico. ¡Porque soy una persona buena! Y yo que soy una persona buena, y estoy tan cansada porque haga tantas cosas buenas, me voy permitiendo, me voy justificando, y casi sin darme cuenta empieza un desorden interno, pero sin darme mucha cuenta. Hay como una inconciencia.
Por eso urge que entre dentro de mí mismo y diga: ¿A ver, cómo esto me toca a mí? ¿Por qué con tanta facilidad digo amén a tantas cosas? Así descubro que no tengo desarrollado ese músculo para decir “no, ahora no”, a quien sea. Porque efectivamente hay razones para decir que no, porque mi primera responsabilidad ante Dios es saber cuidarme. ¿Y a ustedes, los sacerdotes, quién los cuida? ¿Qué pasa si están enfermos o se sienten solos? Porque cuando estamos casados, por ejemplo, yo tengo a mi marido que me pregunta: ¿Estás cansada? ¿Qué te pasa? Abrígate… Pero con ustedes es difícil. Al final nos acostumbramos a un lugar y nos des-cuidamos, descuidamos el mayor bien que somos nosotros, nuestra vida, nuestra salud, nuestro descanso, nuestro cuerpo.
DIA: Decisión, Intención, Acción.
Compartiré lo siguiente, porque lo hemos conversado mucho y creo que es un signo: En el retiro con los seminaristas, cuando hablamos de los cinco espacios del itinerario del Camino al Corazón, dijimos que en estos espacios tienen que abrirse puertas para intercomunicarse. Son lo que piensolo que digolo que hago, es decir, pensamientos, palabras, obras. Y son también lo que siento, -mis emociones, mis sentimientos-, y mi cuerpo, mi corporalidad, mis sensaciones corporales.
Entre ellos, ¿cuál espacio tengo más desarrollado? ¿lo que pienso? ¿lo que digo? ¿lo que hago? ¿mis sentimientos? Si es el espacio más desarrollado, ¿puedo darme cuenta de lo que estoy sintiendo, de las emociones, de mis sentimientos, de mis estados de ánimo? ¿Y mi cuerpo? Bueno, en el retiro vimos que este espacio estaba muy poco desarrollado y que implica un enorme desafío.
Somos templo de Dios. Así como cuidamos los vasos sagrados, el sagrario, el cáliz, ¿así cuidamos nuestro cuerpo? ¿Quién es el sacristán de mi cuerpo? No tenemos tan incorporado que el Señor está encarnado en mí. Al levantarnos cada mañana decimos al Señor: ¡Estás en mí, Señor! ¡Gracias! ¡Buen día! Y, así, vivir todo el día como si tuviera una custodia enorme aquí en mi corazón. Pero si yo me olvido de quién me habita, me olvido de quién te habita… y nos quedamos en meros pensamientos o idealizaciones, pura fantasía, nos desconectamos de la realidad, nos disociamos.
El gran desorden viene de nuestra disociación. Pero ¿de quién nos disociamos? Nos disociamos de nosotros mismos y de Dios, de su Alianza de amor. Y nosotros no nos queremos olvidar de su Alianza sellada con su Sangre. ¡No queremos vivir más disociados! Por eso la importancia de acordarnos y de renovarlo todos los días, cada día. A mí me gusta un anagrama que hice con la palabra DIA;  el Señor nos dice: Vengan y trabajen mientras es de día; este día que es ahora; ahora es este kairós, este instante. Por eso para no olvidarnos este anagrama nos lo recuerda DIA: Decisión, Intención, Acción.
Decisión: ¿Cuál es mi decisión? En todo esto que estamos viviendo, ¿Cuál es mi decisión? ¿Cómo decido vivir esto? Sabiendo que me afecta, que me toca, que me afecta en mi estado de ánimo, me afecta en mis pensamientos. Pero ¿me doy cuenta cómo se disparan mis pensamientos con esto? Y de repente pienso mal, sospecho, tengo juicios. ¿Me doy cuenta? Y si me doy cuenta, ¿qué hago con eso? Le pido al Señor que purifique mis pensamientos,  que purifique mi memoria, pero ¿cómo lo hago? ¿qué tiempo le dedico? ¿cómo practico el bien en mis pensamientos? ¿cómo dejo que el Espíritu entre y transfigure mis pensamientos?
Todos nosotros hemos desarrollado demasiado la cabeza, los anteojos del juicio, del prejuicio, de la crítica y de la comparación, un desarrollo gigante y desproporcionado con nuestros otros espacios. Mediamos la realidad con la soberanía y muchas veces tiranía de nuestra mente; y nosotros no queremos más eso, porque queremos y hemos elegido a Cristo como nuestro único. ¿Lo creo? ¿O mi mediación es lo que entiendo, lo que me parece? Y la verdad es que sabemos tan poco. ¡No más así!
Necesitamos un despojo, un desapego, un darnos cuenta. Poder decir: sí, esto es lo que yo pienso; y al mismo tiempo, en simultáneo, dejar que queden iluminados por los pensamientos de Cristo, lo que yo ya elegí. Entonces podré decir a mis pensamientos que se corran, que no ocupen el centro que es el lugar de Dios, y podré ver la realidad tal como se presenta, con lo no resuelto; y a mí también con lo que no sé, con mi vulnerabilidad, con mis llagas, con lo no resuelto de mí.
¿Cómo hago? ¿Cómo me dejo impactar por esta realidad que toca lo mío no resuelto? No es nada fácil vivir en lo no resuelto. Solamente lo podemos hacer si estamos anclados en Cristo. Pero anclados todo el día, con esta confianza, con este manantial, con esta roca firme… Solo tú, Señor, solo tú, Señor. Entonces puedo atreverme a experimentar esta tribulación que me está hundiendo, al mismo tiempo que experimento la fuerza del Señor que me rescata y me lleva a un lugar de delicias. Aunque cruce por oscuras quebradas, lo experimento en mi vida. Pero todo el día, porque es mi decisión.
Esta mañana, cuando me levante, ¿cuál fue mi decisión? Voy a ir al encuentro del clero, y algunos se dijeron: pero qué aburrido; pero voy a ir, ¿cómo no voy a ir?, tengo que ir… Voy rápido, voy a almorzar, o a lo mejor no me quedo. Es decir: ¿qué pensé? ¿cómo vine? Porque si tomé la decisión de venir, ¡Voy a ir! Y ahora estoy aquí, Señor. Mi decisión puede ser entonces abrir mi corazón… ¡Porque estoy aquí! ¡Estoy presente y Tú, Señor, estás presente! Y no voy a patear el presente o pensar quién es esta mujer que nos viene a hablar, y ¿qué está diciendo? ¿Cuáles son mis pensamientos? ¿Qué lugar le dejo a mis pensamientos? Puedo dejarlos que estén ya que no los puedo evitar; puedo darme cuenta de que están, pero tengo tu fuerza, Señor, para correrlos, no dejar que se interpongan en mi decisión y poder entonces anclarme en el presente.
No importa cuál sea el presente, porque voy a estar ejercitando todo el tiempo el músculo del discernimiento: esto sí y esto no. Así sí y así no; en cada momento. Eso es un músculo que hay que desarrollar. Porque en el momento, la vorágine de vida puede tomarnos y podemos quedar esclavos del reloj, esclavos del cronos; pero nosotros sabemos y creemos que la eternidad irrumpe en el tiempo, para enseñarnos a vivir el tiempo en Cristo, Señor de la historia. No es fácil salir de la tiranía del tiempo.
Estar presentes
¿Conocemos cuáles son nuestras esclavitudes? Ya conocemos que en algunos sacerdotes fueron adicciones, desórdenes sexuales, cosas terribles que salieron a la luz. Pero ¿cuáles son mis adicciones? Menores, chiquititas, quizás nadie se da cuenta, no son manifiestas; es como un hilo de nylon, pero adicciones al fin, que me encadenan, que me distraen. ¿De qué me distraen? ¡De estar presentes!, ¡Estas aquí, Señor! Repetirme una y otra vez:  Estas aquí. Estás aquí. Ahora. Estás en mí. ¡Gracias!
¿Cómo estoy viviendo esto? Y después de tomar conciencia de mis pensamientos poder preguntarme: ¿Cuáles son mis palabras? ¿Qué digo? O ¿qué no digo? No lo digo, pero lo pienso, estoy con esta persona, y me callo la boca.
Ya Casiano y todos los padres del desierto hablaban de estas palabras no dichas. No lo digo, pero ¿cómo blanqueo estas palabras que no se dicen, estos pensamientos? Yo que quiero ser palabra de Dios, que soy palabra de Dios, aunque no diga nada. Mi sola presencia es palabra. ¿Y mi lengua? Decimos al Señor que purifique nuestra lengua. ¿Soy consciente de lo que digo en el momento que lo estoy diciendo? ¿Soy consciente del impacto que tiene lo que digo en las personas que me escuchan? ¿Cómo las miro? ¿Cómo les hablo? ¿Cuál es mi tono de voz? Tenemos que acabar con el maltrato, con el ninguneo: hablo y no miro; hablo y no escucho. Me olvidé de lo que dije y no sé el impacto que produjo. No vuelvo sobre mis palabras, no me doy cuenta si son edificantes o no.
Queremos estar atentos, estar con la delicadeza propia del amor; y esto es simplemente: estar presentes. Estar sabiendo lo que pienso, lo que digo y lo que hago. ¿Desde dónde hago lo que hago? ¿Por qué lo hago?
Esto significa y requiere estar conectados con mi conciencia, ¡Señor, me habitas! Entonces, puedo escuchar esta brisa suave, esta voz… y te amo, Señor. ¡Te amo, te amo y quiero todo! Y quiero tener el gusto por Ti. ¡Estás aquí, me da gusto estar con vos, me gusta! Y cuando vienen esas cosas que son un dis-gusto, lo que me sostiene para vivirlas desde muy hondo de mí, es este gusto: ¡Señor, estas aquí! Es un bienestar que me da fortaleza, para poder vivir en simultáneo, que es otro músculo que tenemos que desarrollar. Es en simultáneo, es la cruz.
Padre ¿por qué me abandonaste? ¡Es un grito! Y, al mismo tiempo, inmediatamente después, otro grito: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu…y murió dando otro fuerte grito, todo lo estaba viviendo en simultáneo y pudo decirlo sucesivamente.
Los salmos nos enseñan. Yo puedo estar gritando: Señor no entiendo nada, tengo ira, siento odio y estoy todo revuelto. Es la primera parte del salmo; y le sigo diciendo: y no te das cuenta, Señor, y no me escuchas y mis enemigos me dicen… ¿Cuáles son mis enemigos?  Entonces tengo que ser capaz de confeccionar mi propio salmo con mi vida de hoy. De nada vale que lea los salmos todas las mañanas, si no sé hacer mi salmo. ¿Y cuál es mi salmo? La otra estrofa es: pero yo sé, Señor, que estás conmigo. Y te amo, Señor. Y creo que estás aquí… ¿y te siento? No, no siento nada, lo que siento es mi experiencia. ¿Entonces, cómo salgo? Es algo simultáneo, porque esta experiencia está y me pesa, me duele y la padezco. ¿Cuáles son mis recursos para tener una experiencia de fe? Una fe que se hace esperanza, una esperanza fuerte, activa, luminosa. ¿Qué me hace despejar y ver la verdad, porque amo la verdad? Es una experiencia de fe, que no tiene nada que ver con la sensibilidad.
Cuando el Señor nos quita esa sensibilidad digamos: gracias, Señor, estoy para otro paso, para una fe pura. ¡Estás aquí, Señor! Y el Señor se encarga de ponernos en este pie.
Lo que estamos necesitando como Iglesia en este momento, es una fe pura, una fe consistente, una esperanza luminosa y ahí se manifiesta nuestro amor, no en lo que yo siento, lo que me parece, sino en la decisión renovada de vivir cada día en fidelidad a lo que creo y elijo. Señor, guíanos hoy. Es una decisión. Entonces tengo que disponerme para vivir ese día. ¿Con quién voy a estar? ¿Cuál es mi agenda? ¿Cómo elijo vivir el día? ¿Qué es lo que quiero practicar hoy?
Y vivir despiertos a mis emociones, mis sentimientos y sobre todo a mi cuerpo. Puedo darme cuenta de qué parte de mi cuerpo me duele, cómo se refleja en mi cuerpo lo que no puedo digerir de la vida y entonces tengo también mala digestión. ¿A qué atribuyo los constantes dolores de espalda o de cabeza, la contractura que padezco, el dolor de mis huesos, o mi artritis? ¿De qué forma mi cuerpo me está hablando? ¿Cómo escucho mi cuerpo? ¿Cuál es su lenguaje? ¿Cómo asumimos y ofrendamos nuestro cuerpo? El Señor dijo: Heme aquí, me diste un cuerpo… ¡Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad!
El cuerpo tiene memoria, ¿puedo reconocer en mis gestos, en mis dolores de siempre, en mis reacciones, algo de mi historia no sanada? Tengo un cuerpo ¿Qué refleja mi cuerpo?  Los que me miran ¿Qué ven cuando me miran? Estamos viviendo esta crisis ¿Qué refleja mi rostro? ¿Qué queremos que refleje? Si queremos vivir esta crisis con esperanza, con amor, con paciencia, con comprensión…¿Cómo se refleja en mi rostro, en mis gestos, la esperanza, el amor, la paciencia, la comprensión? ¿Cómo la vamos a reflejar?
Así se da la integración de estos cinco espacios, que los abrimos, porque hacen alianza. Lo que pienso es lo que voy a decir, y si me lo callo, sé porqué lo callo. Y lo que hago es lo que elijo en fidelidad a lo que elegí. Hay una consistencia, una integridad; podemos ver que no somos hipócritas, porque en el momento de la crisis estamos arraigados en la decisión. Decisión que hemos puesto en el corazón, en la intención, es interior. Y la intención es in y es tensión. Es decir, me mantiene una tensión, porque todavía no, pero esa tensión se mantiene en un entender, entender que no entiendo.
Entender que no entiendo
Como dice san Juan de la Cruz en “un entender que no entiendo”, estar en la vía del amor es entender que no entiendo. Necesitamos ser personas que estamos en esta mística cotidiana, en esta mística encarnada, donde lo único que entiendo es: Señor, estás con nosotros. Estamos haciendo un paso, estamos crucificados, estamos en la impotencia, estamos enmudecidos. Estás con nosotros. ¿Lo creo? ¿Y si lo creo, cómo lo vivo? ¿Cómo impacta? En este entender no entendiendo, me uno a María. ¿María, entendiste? Lo que entendió María es que se trataba de Dios, la transfiguración de hoy, vieron la gloria.
¡Es ahora! ¡Estás aquí, Señor! ¡Está aquí! Tengo que estar todo el día, tiene que ser mi jaculatoria, mi respirar… mis latidos. ¡Señor, estás aquí, ahora! Ahí me uno con María, me uno con Juan, me uno con Pedro, me uno con todos… Y no quiero la suerte de Judas, que no confió, y traicionó porque no confío, y se mató porque no confió, se quedó estancado en la no-confianza. Nosotros a eso decimos “no”, y salgo de ahí,  porque yo creo. La cruz de Cristo une los dos bandos, los dos opuestos, y eso es lo que nos toca, y es maravilloso lo que nos toca: ¡Alégrense en medio de la tribulación! ¡Alégrense, pero que sea una tribulación, donde se manifiesten las obras buenas, estas obras del corazón!
Ustedes están viviendo algo que es luminoso, porque está saliendo la verdad, y la verdad es luminosa, están en el peor momento, pero igual podemos decir ¡Bendito Sea! Porque esto ya estaba pasando y no queremos que pase más, ¡y son muchos los que no queremos que pase más! Y a quienes les estaba pasando, seguramente tampoco quieren que les pase más, pero no sabían cómo salir de eso. Había una estructura perversa, en la que muchos quedaban entrampados sin saber cómo salir, y además justificado: era lo que pasaba, era lo que se hacía. Pero eso que se hacía, se hacía pensando que estaba bien así, que era por un bien mayor.  Siempre es bueno inclinarnos por las buenas intenciones y poder honrar el tiempo pasado tal como fue, porque nos condujo a lo que estamos viviendo hoy. Esto nos permite decir: esto sí, esto no.
Ahora es otro momento y el Señor nos está llevando a la verdad completa. No es entonces acusar y señalar. En muchas situaciones había un modus operandi, pero no solamente en la Iglesia, también en la familia. Ahora decimos “no más” a ese modus operandi, no más a todo lo que puede favorecer desórdenes o conductas deshonestas; no más a los secretos de familia.
Pero cuando podemos salir del secreto y abrirnos a la verdad es bueno honrar ese momento; tener una memoria agradecida, porque esto (lo anterior) nos está llevando a esto (lo nuevo). ¡Bendito seas Señor! Y el Señor todo lo transforma para nuestro bien.
Y lo que ustedes están viviendo, están siendo pioneros, porque pasado mañana lo estamos viviendo nosotros en Argentina. Esto es así, porque es lo que estaba pasando, no es algo que les pasa “solamente a ellos”, es lo que nos está pasando a todos. Y el Señor nos está sacando de esto que nos está pasando. Es algo muy grande, muy esperanzador, porque esta es la Iglesia que queremos, una Iglesia confiable, una Iglesia atractiva, una Iglesia de todos, lo veo como mujer.
Que sea en mí lo que quieras
Yo tengo 67 años, y cuando estuve en el primer encuentro de fundadores en el Vaticano, en que me tocó hablar con todos los fundadores -cada vez vamos quedando menos-, y algunos que ya son los presidentes, me decían: ¿Pero, cómo surgió eso, cómo te dejaron, refiriéndose a los obispos… Yo hablé de mi experiencia, que amo a la Iglesia. La verdad es que estuve siempre muy acompañada.
En el segundo encuentro me dijeron: Ah, claro, tu obispo en esa época era el Papa Francisco; como diciendo que este nuevo carisma había podido crecer porque estaba el Papa Francisco.  Les parecía muy raro o novedoso que surgiera de una laica y mujer. En muchas de sus diócesis las mujeres todavía no tenían mucha participación. De hecho, de mujeres casadas fundadoras en Roma soy la única. Las fundadoras o son monjas o son laicas consagradas, pero casadas con familia, es algo nuevo de este tiempo.
Es bueno preguntarnos ¿Cómo estoy para recibir a que una mujer, un niño, un adolescente o un joven vengan a decirnos algo, a nosotros los sacerdotes?… Y poder quedarnos admirados por la grandeza del Señor que habla a través de todos nosotros.
¿Cómo vamos a ser esa Iglesia familia, esa Iglesia donde el Señor nos puso, en la que a todos nos toca algo? A mí me tocó esta partitura y este instrumento. ¿Y a ti cuál instrumento te tocó?, y todos nos vamos a ayudar en lo que nos tocó. Gracias a Dios hoy lo estamos reconociendo, tocamos esta sinfonía, esta verdad sinfónica, esta sinfonía maravillosa. Pero ¿qué te tocó? Porque al que le toca el triangulito, al que le toca el piano… Todos tienen su lugar. Que suerte que está el triangulito, que suerte que está el piano. Bueno, a eso vamos.
Yo vengo y digo: los admiro, los quiero, quiero decirles que, al menos en Argentina, toda la Iglesia estamos muy cerca de ustedes. Y los apoyamos porque es muy grande lo que están viviendo, y lo que están viviendo, lo estamos viviendo todos. O sea, que no están solos.
Vayan así al corazón, a este soy yo, este SEA: Soy yo, estoy aquí y elijo amar, esta alianza de amor. Que sea en mí lo que quieras, como quieras, cuando quieras. ¿Se acuerdan de esa oración? Creo que es de Clemente, es antigua, estaba en los misales: Ilumina mi entendimiento, fortalece mi voluntad, ilumina mi esperanza, quiero lo que tú quieres, lo quiero porque tú lo quieres, lo quiero como lo quieres. Esa oración que había en los misales para antes de la comunión, bueno es eso: Quiero Todo, Señor, quiero Todo, aquí estoy y dame Todo. Dame todo lo que quieras, pídeme todo lo que quieras, y dame todo lo que necesito para realizar lo que me encomiendas.
Los invito entonces ahora, después de haber escuchado, poder entrar dentro de sí mismos y preguntarse: De todo lo que escuché, ¿qué queda resonando en mi corazón? Y si puedo darme cuenta: ¿Cómo llegué? ¿cómo vine? ¿cómo entré acá al salón? ¿cómo empecé a escuchar? ¿qué me pasó en este rato? De este modo tener este diálogo contigo, Señor, y poder renovar: ¡Aquí estoy, Señor! ¡Aquí estoy, quiero todo! Confío en ti, Señor, y te amo. También ver si puedo decirle: ¡Gracias, Señor, gracias! Nos quedamos en tu corazón, María, para que nos enseñes.
NOTA
[1] Laica argentina, casada, madre de ocho hijos, catequista y profesora de Ciencias Religiosas. Fundadora del Centro de Espiritualidad Santa María (www.comunidadsea.org). El presente artículo corresponde a la meditación que ofreció al clero de Santiago reunido el lunes 6 de agosto de 2018 con motivo de la celebración del día del párroco, y después de haber predicado durante una semana un retiro a los seminaristas del Seminario Pontificio Mayor de Santiago de Chile. Hemos optado intervenir lo menos posible el texto con el fin de conservar la frescura de la presentación oral.