Yo tampoco sabía que era. Pensaba que era un corredor largo, mirar largamente una cosa, cantar gregoriano, vestirse de hábito largo y rezar con la capucha puesta.
La contemplación es un Don de Dios. Las cosas externas ayudan, pero no llegan a ser. La contemplación no está por fuera, está adentro. Está en el más profundo centro. Es una forma de ser, de estar, de existir.
La palabra contemplación la empecé a escuchar cuando era un niño. Escuchaba a las personas decir: “fulanito es muy contemplado” o “venga yo lo contemplo”. Entonces llegué a pensar que la contemplación era exclusiva de los niños y creo que no estaba muy equivocado.
Un niño se duerme en los brazos del papá. Una mamá pasa largos ratos mirando su bebé. Muchos regalos hacen que un niño sea contemplado.
Todo lo anterior me permitió concluir que la contemplación es una consecuencia del amor. A mayor amor, más expresiones y a más expresiones más contemplación.
La contemplación es, por tanto, un acto de amor; por eso los niños necesitan ser contemplados, amados, que se les dedique tiempo… todo esto es necesario para poder formar sanamente su psicología y su capacidad de relación, su integridad. Aclaro que ser contemplado y ser mal criado son dos cosas diferentes y antagónicas. Contemplado y consentido sí pueden ser dos palabras que se encuentran más en lo que quieren expresar.
Así mismo el ser humano para vivir plenamente su condición natural necesita ser contemplado y contemplar. La contemplación, como acto de amor, integra la personalidad, hace libre al alma, despeja, plenifica. Es el agua para el pez, la sabia para la planta, el nido para el polluelo.
Hoy soy un monje contemplativo. Un monje sin rejas que busca la soledad y que camina despacio. Soy un monje que experimenta todos los días el amor de Dios y se sorprende de los regalos que recibe de su Padre del cielo. Todo mi tiempo es para Dios al servicio de la Iglesia. Pasamos muchas horas juntos intercambiando miradas. Él me mira y yo le miro. Yo lo contemplo, Él me contempla.
Desde que decidí ser contemplativo me siento viviendo desde mi esencia. Me volví más simple y con una alta capacidad para ver a Dios en todo y a través de todo. Él me habla sin ruido de palabras. Me tocó esconderme a mí también para contemplar al que se ha escondido. Me escondí con Cristo en Dios, como diría San Pablo.
La vida contemplativa como expresión de amor, como inhabitación, como acto comunicativo, como adoración, como comunión, como peregrinación al corazón, hace que todo lo otro se convierta en prójimo, hace que se preguste el cielo y se anticipe la eternidad. El alma contemplativa vive ya en Dios y esto es el cielo aquí en la tierra como nos lo diría Santa Isabel de la Trinidad.
Por tanto, la vida del cristiano tiene que ser una vida contemplativa, pues de no ser así se caería en un relativismo, en una vida fría movida por la norma, una vida que amenaza el soplo creativo del Espíritu.
Un hermano contemplativo del Carmelo...