domingo, 8 de agosto de 2010

Hoy, 8 de agosto, se cumplen exactamente cien años del decreto “Quam singulari” del Papa San Pío X, por el cual se admitía a los niños a la primera Comunión a la edad de 7 años. Con ocasión del centenario de este importante acto pontificio, el Cardenal Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Antonio Cañizares, ha publicado un artículo en L’Osservatore Romano, que a continuación ofrecemos en lengua española.

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A 100 años de “Quam singulari”, el Prefecto de Culto Divino reafirma su actualidad

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Cien años atrás, con el decreto Quam singulari, siguiendo fielmente las enseñanzas de los concilios Lateranense IV y Tridentino, Pío X fijó la primera Comunión y la primera confesión de los niños a la edad del uso de la razón, es decir, en torno a los siete años. Esta disposición implicaba un cambio muy importante en la práctica pastoral y en la concepción habitual de entonces, que por diversas razones habían retrasado este acontecimiento tan fundamental para el hombre.

Con este decreto Pío X, el gran y santo Papa de la piedad y de la participación eucarística, con el deseo de renovación eclesial que inspiró su pontificado, enseñó a toda la Iglesia el sentido, el momento, el valor y la centralidad de la santa Comunión para la vida de todos los bautizados, incluidos los niños. Al mismo tiempo, subrayaba y recordaba a todos el amor y la predilección de Jesús por los niños ya que Él, además de hacerse niño, manifestó su amor hacia ellos con gestos y palabras, al punto de decir: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”; “dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis porque el Reino de los Cielos pertenece a quienes son como ellos”. Ellos son siempre amigos muy especiales del Señor.

Con la misma predilección, la misma mirada amorosa y la misma atención y solicitud especial, la Iglesia mira, sigue, cuida y se preocupa de los niños. Por eso, como Madre amorosa, desea que sus hijos pequeños, los primeros en el Reino de los Cielos, participen pronto, con la debida disposición, del don mejor y más grande que Jesús nos ha dejado en su memoria: su Cuerpo y su Sangre, el Pan de la Vida. Gracias a la santa Comunión, Jesús en persona, Hijo único de Dios, entra en la vida de quien lo recibe y hace morada en él.

No existe amor más grande ni regalo más grande. Este es un don de amor que vale más que cualquier otra cosa en la vida de cada hombre. Estar con el Señor; que el Señor esté en nosotros, dentro de nosotros; que nos alimente y nos sacie; nos tome de la mano y nos guíe; que nos vivifique y que nos mantengamos fieles en la comunión y en la amistad con Él: es, sin duda, lo más grande, más gratificante y más alegre que puede suceder. ¿Cómo retrasar, entonces, para los niños, este encuentro con Jesús, visto que son sus mejores amigos, aquellos que son amados de modo especial por Dios Padre, objeto de los cuidados especiales de la Iglesia, la santa Madre?

La primera Comunión de los niños es como el inicio de un camino junto a Jesús, en comunión con Él: el inicio de una amistad destinada a durar y a reforzarse para toda la vida con Él; el inicio de un camino porque con Jesús, unidos sin separarnos, procedemos bien y la vida se convierte en algo bueno y alegre; con Él dentro podemos ser, sin duda, personas mejores. Su presencia entre nosotros y con nosotros es luz, vida y pan en el camino. El encuentro con Jesús es la fuerza que necesitamos para vivir con alegría y esperanza. No podemos, retrasando la primera Comunión, privar a los niños - el alma y el espíritu de los niños – de esta gracia, obra y presencia de Jesús, de este encuentro de amistad con Él, de esta participación singular de Jesús mismo y de este alimento del Cielo para poder madurar y llegar así a la plenitud. Todos, especialmente los niños, tienen necesidad del Pan bajado del Cielo, porque también el alma debe nutrirse y no bastan nuestras conquistas, la ciencia, las técnicas, por más importantes que sean. Tenemos necesidad de Cristo para crecer y madurar en nuestras vidas.

Esto es todavía más importante en los momentos que vivimos y lo es de modo especial para los niños, cuya grandeza, pureza, sencillez, “santidad”, actitud hacia Dios y amor, que los caracterizan, desgraciadamente son, con frecuencia, manipulados y destruidos. Los niños viven inmersos en miles de dificultades, rodeados por un ambiente difícil que no los anima a ser lo que Dios quiere de ellos; muchos son víctimas de la crisis de la familia. En este clima, son todavía más necesarios para ellos el encuentro, la amistad, la unión con Jesús, su presencia y su fuerza. Ellos son, gracias a su alma inmaculada y abierta, aquellos que están mejor dispuestos, sin duda, para este encuentro.

El centenario del decreto Quam singulari es una ocasión providencial para recordar e insistir en tomar la primera Comunión cuando los niños tienen la edad del uso de la razón, que hoy incluso parece haberse anticipado. Por lo tanto, no es recomendable la praxis, que se está introduciendo cada vez más, de elevar la edad de la primera Comunión. Al contrario, es todavía más necesario anticiparla. Frente a todo lo que está ocurriendo con los niños y al ambiente tan adverso en que crecen, no los privemos del don de Dios: es la garantía de su crecimiento como hijos de Dios, generados por los sacramentos de la iniciación cristiana en el seno de la santa Madre Iglesia. La gracia del don de Dios es más poderosa que nuestras obras, y que nuestros planes y programas.

Cuando Pío X anticipó la edad de la primera Comunión, insistió también en la necesidad de una buena formación, de una buena catequesis. Hoy debemos acompañar esta misma anticipación de la edad con una nueva y vigorosa pastoral de iniciación cristiana. Las líneas trazadas por el Catecismo de la Iglesia Católica, por el Directorio general de la catequesis y por el Directorio para Misas con niños, son una guía imprescindible en esta nueva o renovada pastoral de la iniciación cristiana, tan fundamental para el futuro de la Iglesia, la Madre que, con la ayuda de la gracia del Espíritu, genera y hace madurar a sus hijos a través de los sacramentos de iniciación, la catequesis y toda la acción pastoral que la acompaña.

No cerremos, entonces, los oídos a las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis”. Él quiere estar en ellos y con ellos porque “el reino de Dios pertenece a los niños y a quienes son como ellos”.
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