segunda-feira, 10 de janeiro de 2011

Ven. Pio XII : Debemos cantar los Salmos de manera que nuestra mente concuerde con nuestra voz>>. No se trata, pues, de una simple recitación ni de un canto que, aunque perfectísimo según las leyes del arte musical y las normas de los Sagrados Ritos, llegue tan sólo al oído, sino que se trata sobre todo de una elevación de nuestra mente y de nuestra alma a Dios, a fin de que nos consagremos nosotros mismos y todas nuestras acciones a El, unidos con Jesucristo.

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PIO XII 
"Mediator Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia



D) DEVOCIÓN DE NUESTRA ALMA
180. A la excelsa dignidad de esta Oración de la Iglesia debe corresponder la intensa devoción de nuestra alma. Y puesto que la voz del orante repite los cánticos escritos por inspiración del Espíritu Santo, que proclaman y exaltan la perfectísima grandeza de Dios, es también necesario que a esta voz acompañe el movimiento interior de nuestro espíritu para hacer nuestros aquellos sentimientos con que nos elevamos al Cielo, adoramos a la Santísima Trinidad y le rendimos las alabanzas y acciones de gracias debidas. <>. No se trata, pues, de una simple recitación ni de un canto que, aunque perfectísimo según las leyes del arte musical y las normas de los Sagrados Ritos, llegue tan sólo al oído, sino que se trata sobre todo de una elevación de nuestra mente y de nuestra alma a Dios, a fin de que nos consagremos nosotros mismos y todas nuestras acciones a El, unidos con Jesucristo.
181. De esto depende, y ciertamente no en pequeña parte, la eficacia de las oraciones. Las cuales, si no son dirigidas al mismo Verbo hecho Hombre, acaban con estas palabras: «Por Nuestro Señor Jesucristo», que, como Mediador ante Dios y los hombres, muestra al Padre celestial su intercesión gloriosa, «como que está siempre vivo para interceder por nosotros» (Hebr. 7, 25).

E) LOS SALMOS
182. Los Salmos, como todos saben, constituyen la parte principal del Oficio divino. Abrazan toda la extensión del día y le dan un carácter de santidad. Casiodoro dice bellamente a propósito de los Salmos distribuidos en el oficio divino de su tiempo: «Ellos... con el júbilo matutino, nos hacen favorable el día que va a comenzar, nos santifican la primera hora del día, nos consagran la tercera, nos alegran la sexta en la fracción del pan, nos señalan en la nona el fin del ayuno, concluyen el fin de la jornada impidiendo a nuestro espíritu entenebrecerse al acercarse la noche» (2).
183. Los Salmos repiten las verdades, reveladas por Dios al pueblo escogido, a veces terribles, a veces penetradas de suavísima dulzura; repiten y encienden la esperanza en el libertador prometido que en un tiempo era animada con cánticos en torno al hogar doméstico y en la misma majestad del Templo; ponen bajo una luz maravillosa la profetizada gloria de Jesucristo y su supremo y eterno Poder, su venida y su muerte en este destierro terrenal, su regia dignidad y su potestad sacerdotal, sus benéficas fatigas y su Sangre derramada por nuestra Redención. Expresan igualmente la alegría de nuestras almas, la tristeza, la esperanza, el temor, el intercambio de amor y el abandono en Dios, como la mística ascensión hacia los divinos Tabernáculos.
«El Salmo... es la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio del pueblo, el aplauso de todos, el lenguaje general, la voz de la Iglesia, la profesión de la fe con cantos, la plena devoción a la autoridad, la alegría de la libertad, el grito de júbilo, el eco del gozo» (3).
F) PRÁCTICA
184. En los tiempos antiguos, la asistencia de los fieles a estas oraciones del oficio era mayor, pero fue disminuyendo gradualmente, y como hemos dicho, su recitación está en la actualidad reservada al Clero y a los Religiosos. En rigor de derecho, pues, nada está prescrito a los seglares en esta materia; pero es sumamente de desear que también ellos tomen parte activa en el canto o en la recitación del oficio de Vísperas en los días festivos, en sus respectivas Parroquias.
185. Os recomendamos vivamente, Venerables Hermanos, a vosotros y a vuestros fieles, que no cese esta piadosa costumbre y que se le restituya en lo posible donde haya desaparecido.
186. Esto traerá ciertamente frutos saludables si las Vísperas son cantadas, no sólo digna y decorosamente, sino también de forma que regocijen suavemente en varias formas la piedad de los fieles.
187. Permanezca en su debido cumplimiento la observancia de los días festivos, que deben ser dedicados y consagrados a Dios de modo particular y, sobre todo, del Domingo, que los Apóstoles, instruidos por el Espíritu Santo, instituyeron en lugar del sábado. Si se mandó a los judíos: «Trabajaréis durante seis días; el séptimo es el sábado, de santo descanso para el Señor; cualquiera que trabaje en este día, será condenado a muerte» (Exod. 31, 15), ¿cómo no temerán la muerte espiritual aquellos cristianos que hacen trabajos serviles y que, en la duración del descanso festivo, no se dedican a la piedad y a la Religión, sino que se abandonan desorbitadamente a los atractivos del siglo? El domingo y los días festivos deben, por tanto, estar consagrados al culto divino, con el cual se adora a Dios y el alma se nutre del alimento celestial, y si bien la Iglesia prescribe solamente que los fieles deben abstenerse del trabajo servil y deben asistir al Sacrificio Eucarístico y no da ningún precepto para el culto vespertino, también es cierto que existen además de los preceptos sus insistentes recomendaciones y deseos, además de que esto es todavía más imperiosamente exigido por la necesidad que todos tienen de que el Señor se les muestre propicio para impetrarle sus beneficios.
188. Nuestro ánimo se entristece profundamente al ver cómo en nuestros tiempos pasa el pueblo cristiano las tardes de los días festivos los locales de espectáculos públicos y de juegos están llenos, mientras que las Iglesias se ven menos frecuentadas de lo que convendría.
189. Sin embargo, es indudablemente necesario que todos se acerquen a nuestro templo para ser instruidos en la verdad de la fe católica, para cantar las alabanzas de Dios y para ser enriquecidos por el Sacerdote con la bendición eucarística y proveerse de la ayuda celestial contra las adversidades de la vida presente.
190. Procuren todos aprender las fórmulas que se cantan en las Vísperas e intenten penetrar su intimo significado, y bajo el influjo de estas oraciones experimentarán aquello que San Agustín afirmaba de él: «¡Cuánto lloré entre himnos y cánticos, vivamente conmovido por el suave canto de tu Iglesia! Aquellas voces resonaban en mis oídos, destilaban la verdad en mi corazón y me inspiraban sentimientos de devoción, y las lágrimas corrían y me hacían bien» (4).