sexta-feira, 7 de janeiro de 2011

Ven. Pio XII : Jesús ruega por nosotros como nuestro Sacerdote; ruega en nosotros como nuestra Cabeza; nosotros le rogamos a El como a nuestro Dios... Reconozcamos, pues, tanto nuestras voces en El como su voz en nosotros... Se le ruega a El como Dios; ruega El como siervo; allí es el Creador, aquí un Ser creado en cuanto asume la naturaleza de cambiar sin cambiarse, haciendo de nosotros un solo hombre con El: Cabeza y Cuerpo»

http://s1.e-monsite.com/2009/05/05/01/65618855pie-xii-jpg.jpgPIO XII
"Mediator Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia 



PARTE TERCERA
I. El Oficio Divino
EL OFICIO DIVINO Y EL AÑO LITÚRGICO
A) FUNDAMENTOS
172. El ideal de la vida cristiana consiste, en que cada uno se una íntima y continuamente a Dios. Por esto, el culto que la Iglesia rinde al Eterno, y que está recogido principalmente en el Sacrificio Eucarístico y en el uso de los Sacramentos, está ordenado y dispuesto de modo que por el Oficio Divino se extienda a todas las horas del día, a las semanas, a. todo el curso del año, a todos los tiempos y a todas las condiciones de la vida humana.
173. Habiendo ordenado el Divino Maestro: «Conviene orar perseverantemente y no desfallecer» (Luc. 18, 1), la Iglesia, obedeciendo fielmente esta advertencia, no cesa nunca de orar y nos exhorta con el Apóstol de los Gentiles: «Ofrezcamos, pues, a Dios sin cesar, por medio de El (Jesús), un sacrificio de alabanza» (Hebr. 13, 15).

B) HISTORIA

174. La Oración pública y colectiva, dirigida a Dios por todos conjuntamente, en la antigüedad sólo tenía lugar en ciertos días y a determinadas horas. Sin embargo, no sólo se oraba en las reuniones públicas, sino también en las casas privadas y a veces con los vecinos y amigos.

175. No obstante, pronto comenzó a tomar auge en las distintas partes de la cristiandad la costumbre de destinar a la Oración determinados momentos: por ejemplo, la última hora del día, cuando el sol se oculta y se encienden las luces; o la primera, cuando termina la noche, después del canto del gallo y al salir el sol. Otros momentos del día son indicados como más propios para la Oración por las Sagradas Escrituras, siguiendo las costumbres tradicionales hebreas y los usos cotidianos. Según los Hechos de los Apóstoles, los Discípulos de Jesucristo se reunían para orar en la hora tercera, cuando «fueron llenados todos del Espíritu Santo»; el Príncipe de los Apóstoles también, antes de tomar alimento, «subió a lo alto de la casa, cerca de la hora de sexta, a hacer oración»; Pedro y Juan «subían al Templo a la oración de la hora nona», y Pablo y Silas «a la media noche, puestos en oración, cantaban alabanzas a Dios».

176. Estas distintas oraciones, especialmente por iniciativa y obra de los monjes y de los ascetas, se perfeccionan cada día más y poco a poco son introducidas en el uso de la Sagrada Liturgia por la autoridad de la Iglesia.

C) NATURALEZA

177. El Oficio Divino es, pues, la oración del Cuerpo Místico de Cristo, dirigida a Dios en nombre de todos los cristianos y en su beneficio, siendo hecha por Sacerdotes, por los otros ministros de la Iglesia y por las religiosos para ello delegados por la Iglesia misma.

178. Cuáles deban ser el carácter y valor de esta Alabanza divina se deduce de las palabras que la Iglesia aconseja decir antes de comenzar las oraciones del Oficio, prescribiendo que sean recitadas «digna, atenta y devotamente».

179. El Verbo de Dios, al tomar la Naturaleza humana, introdujo en el destierro terreno el himno que se canta en el cielo por toda la eternidad. El une a Sí a toda la comunidad humana y se la asocia en el canto de este himno de alabanza. Debemos reconocer con humildad que «no sabiendo siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones ni cómo conviene hacerlo, el mismo espíritu (divino) hace o produce en nuestro interior nuestras peticiones a Dios con gemidos que son inexplicables» (Rom. 8, 26). Y también Cristo, por medio de su espíritu, ruega en nosotros al Padre. «Dios no podría hacer a los hombres un don más grande... Ruega (Jesús) por nosotros como nuestro Sacerdote; ruega en nosotros como nuestra Cabeza; nosotros le rogamos a El como a nuestro Dios... Reconozcamos, pues, tanto nuestras voces en El como su voz en nosotros... Se le ruega a El como Dios; ruega El como siervo; allí es el Creador, aquí un Ser creado en cuanto asume la naturaleza de cambiar sin cambiarse, haciendo de nosotros un solo hombre con El: Cabeza y Cuerpo» (1).