Tenemos algunos datos más sobre las medidas
adoptadas con los Franciscanos de la Inmaculada. Además de los interesantes
análisis de diversas webs.
Vamos por partes: algunos recogen, no sin
razón, que las medidas han sido adoptadas únicamente para los franciscanos de la
Inmaculada y no para el resto de sacerdotes y religiosos, y que la visita
apostólica se inició bajo el pontificado de Benedicto XVI. Podemos convenir que
los franciscanos de la Inmaculada comenzaron con el Novus Ordo, y que el
trasvase al Vetus Ordo haya podido provocar conflictos internos con quienes no
lo aceptaban. Incluso que sus derechos no hayan sido respetados (algo que, por
otra parte, desmienten páginas informadas como Rorate Caeli).
Pudiendo todo ello ser verdad, parece
incontestable que un decreto de la Congregación para los religiosos se ha
opuesto a lo establecido en un motu proprio pontificio, y que para ello se ha
buscado y se ha obtenido el aval del Papa Francisco.
¿No hubiera sido mejor que el decreto se
ocupara de garantizar el derecho de todos los religiosos (y de los fieles de las
parroquias a ellos encomendadas) a las dos formas del Rito Romano, sin
exclusión, celebrándose ambas en sus templos?
A falta de más datos, no es aventurado pensar
que, aprovechando una disidencia interna (¿o fomentándola?), la Congregación
para la Vida Consagrada ha cercenado la “aventura tradicional” de un instituto
floreciente y en gran expansión que incomodaba a obispos “anti-Summorum
Pontificum” y a las congregaciones de franciscanos en decadencia.
¿Por qué? Es fácil de entender. Fraternidad de
San Pedro e Instituto Cristo Rey son sin duda institutos abiertos a todos (no
hay más que ver sus misiones en Colombia y Gabón, respectivamente) pero, por así
decirlo, su corte es más acorde al tradicionalismo clásico.
Sin embargo, los franciscanos de la Inmaculada,
con carisma franciscano, mixtos, dinámicos, con un lenguaje cercano a la “Nueva
Evangelización” y expandiendo la Forma Extraordinaria suponían un peligro para
algunos. Inquietante lo que nos cuenta un lector: quienes buscaban inútilmente
una celebración con el misal de Juan XXIII en el Buenos Aires del Cardenal
Bergoglio, tenían que recurrir a una vecina iglesia de los franciscanos de la
Inmaculada.
No se discute aquí la autoridad del Papa, y sin
duda hay en este asunto datos que desconocemos. Pero sí se duda de la bonanza de
esta medida y las formas adoptadas: con un decreto, con ocasión de unas
supuestas desavenencias en un instituto, en fin, como quien no quiere la cosa.
Además, seamos serios, ¿qué castigo supone prohibir celebrar la Misa
tradicional?. Si hubiera graves desórdenes disciplinarios o morales les
prohibirían celebrar los sacramentos o predicar, pero no una de las formas de la
Misa. Es como si a unas monjas les prohíben rezar los misterios dolorosos del
rosario y no los gozosos. En definitiva, absurdo.
El motu proprio Summorum Pontificum ha
sido un documento clave del pontificado de Benedicto XVI. Los tiempos de la
Iglesia son lentos y no podemos apreciarlos, pero los beneficios de Summorum
Pontificum van más allá de haber dado satisfacción al sector más tradicional
de la Iglesia.
Con un Novus Ordo con frecuencia adulterado,
castigado con invenciones, extravagancias y salidas de tono (desde las más
inocentes a las que bordean el sacrilegio), el ejemplo litúrgico de Benedicto
XVI y la reintroducción de la Misa tradicional han supuesto un toque de
atención, un espejo en el que no pueden mirarse quienes lo hacen mal, un ejemplo
de sacralidad y respeto, que sin duda ha ayudado a contener una marea de abusos,
mal gusto, y relativismo litúrgico. De forma que su influencia ha contribuido a
dignificar el Novus Ordo en no pocos lugares, empezando por los mismos templos
donde se oficia la Misa tridentina.
En España habrá una quincena de sacerdotes que
celebran la Misa tradicional regularmente. Pero varios cientos –más de lo que
creemos– la han aprendido o la han conocido. Estos sacerdotes la han incorporado
a su formación y sensibilidad, ayudándoles a entender la historia y sacralidad
de la liturgia y la trascendencia de subir a un altar. Si esto se ha dado en
España, mucho más en países con gran expansión de la liturgia tradicional como
Estados Unidos y Francia. O en institutos como los franciscanos de la
Inmaculada.
Deducir que este decreto inicia el
desmantelamiento de Summorum Pontificum, quizás es precipitado. Dios
quiera que no sea así. Pero el decreto de la Congregación para la Vida
Consagrada –aunque afecte a un solo instituto, o aunque afectara a un solo
presbítero– contradice lo dispuesto por el motu proprio, por más paños calientes
que se quieran poner.
Y con consecuencias. Se ha "desnudado un santo
para vestir a otro": para garantizar el derecho al Novus Ordo de un grupo de
religiosos, se prohíbe o dificulta que otros se acojan al mismo derecho al Vetus
Ordo. Los fieles que asistían a la Misa tradicional en las iglesias de los
franciscanos de la Inmaculada ya no pueden hacerlo. Las misas solemnes, los
pontificales (en Italia, en Filipinas) en los que estos religiosos asistían a
los obispos ya no pueden celebrarse. Su participación en peregrinaciones y
encuentros Summorum Pontificum también queda en entredicho.