quarta-feira, 9 de dezembro de 2015

De la confianza en Dios.





   Aunque la desconfianza propia es tan importante y necesaria en este combate, como hemos mostrado; no obstante, si se halla sola esta virtud en nosotros y no tiene otros socorros, seremos fácilmente desarmados y vencidos de nuestros enemigos. Por esta causa es necesario que a la desconfianza propia añadas una entera confianza en Dios, que es el autor de todo nuestro bien, y de quien solamente debemos esperar la victoria; porque así como de nosotros que nada somos, no podemos prometernos sino frecuentes y peligrosas caídas, por cuyo motivo debemos desconfiar siempre de nuestras propias fuerzas; así con el socorro y asistencia de Dios conseguiremos grandes victorias y ventajas sobre nuestros enemigos, si convencidos perfectamente de nuestra flaqueza, armamos nuestro corazón de una viva y generosa confianza en su infinita bondad

   Cuatro son los medios con que podrás adquirir esta excelente virtud.

   El primero es, pedirla con humildad al Señor.

  El segundo, considerar y mirar con los ojos de la fe la omnipotencia y sabiduría infinita de aquel Ser Soberano, a quien nada es imposible ni difícil, y que por su suma bondad y por el exceso con que nos ama, se halla pronto y dispuesto a darnos cada hora y cada instante todo lo que nos es necesario para la vida espiritual, y para la entera victoria de nosotros mismos, como recurramos a sus brazos con filial confianza. ¿Cómo será posible que este dulce y amable Pastor, que por el espacio de treinta y tres años ha corrido tras la oveja perdida y descarriada (Luc. 15.), con tanto sudor, sangre y a gran costa suya, para reducirla y traerla de los despeñaderos y veredas peligrosas a un camino santo y seguro, de la perdición a la salud, del daño al remedio, de la muerte a la vida? ¿cómo será posible que este Pastor divino, viendo que su ovejuela le busca y le sigue con la obediencia de sus preceptos,  por lo menos con un deseo sincero, bien que imperfecto y flaco, de obedecerle, no vuelva a ella sus ojos de vida y de misericordia , no oiga sus gemidos, y no la recoja amorosamente y la ponga sobre sus divinos hombros, alegrándose con los ángeles del cielo de que vuelva a su redil y ganado , y deje el pasto venenoso y mortal del mundo por el suave y regalado de la virtud ?

   Si con tanto ardor y diligencia busca la dragma del Evangelio (ídem ibid), que es la figura del pecador, ¿cómo será posible que abandone a quien como ovejuela triste y afligida de no ver a su Pastor, lo busca y lo llama?

   ¿Quién podrá persuadirse de que Dios, que llama continuamente a la puerta de nuestro corazón (Apoc. 3.) con deseo de entrar en él y comunicarse con nosotros, y colmarnos de sus dones y gracias, hallando la puerta abierta, y viendo que le pedimos que nos honre con su visita, no se dignará de concedernos el favor que deseamos?

   El tercer medio para adquirir esta santa confianza, es recorrer con la memoria las verdades y oráculos infalibles de la divina Escritura, que nos aseguran clara y expresamente, que los que esperan y confían en Dios no caerán jamás en la confusión (Psalm. 21. Eccl)

   El cuarto y último medio con que juntamente podremos adquirir la desconfianza de nosotros mismos, y la confianza en Dios, es que cuando nos resolviéramos a ejecutar alguna obra buena, para combatir alguna pasión viciosa, antes de emprender cosa alguna, pongamos los ojos de una parte sobre nuestra flaqueza, y de la otra sobre el poder, sabiduría y bondad infinita de Dios; y templando el temor que nace de nosotros con la seguridad y confianza que Dios nos inspira, nos determinaremos a obrar y combatir generosamente.

   Con estas armas, unidas a la oración, serás capaz, hija mía, de obrar cosas grandes, y de conseguir insignes victorias.

  Pero si no observares esta regla, aunque te parezca que obras animada de una verdadera confianza en Dios, te hallarás engañada ; porque es tan natural en el hombre la presunción de sí mismo , que insensiblemente se mezcla con la confianza que imagina que tiene en Dios, y con la desconfianza que cree tener de sí mismo.

   Para alejarte pues, hija mía, cuanto te sea posible de la presunción, y para obrar siempre con las dos virtudes que son opuestas a este vicio, es necesario que la consideración de tu flaqueza vaya delante de la consideración de la omnipotencia de Dios; y que la una y la otra precedan a todas tus obras.


“COMBATE ESPIRITUAL”

Padre Lorenzo Scúpoli