sábado, 6 de outubro de 2012

San Bruno, abad y fundador

San Bruno, abad y fundador
fecha: 6 de octubre
n.: c. 1030 - †: 1101 - país:Italia
canonización:pre-congregación
San Bruno, presbítero, el cual, oriundo de Colonia, ciudad de Lotaringia, enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, aunque después, deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el apartado valle de Cartuja, en los Alpes, donde dio origen a una Orden que conjuga la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia, pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de La Torre, en Calabria, en la actual Italia.
oración:
Señor, Dios nuestro, tú que llamaste a san Bruno para que te sirviera en la soledad, concédenos, por su intercesión, que, en medio de las vicisitudes de este mundo, vivamos entregados siempre a ti. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

El sabio y devoto cardenal Bona, hablando de los monjes cartujos, cuya orden fue fundada por san Bruno, los llama «el gran milagro del mundo: viven en el mundo como si estuviesen fuera de él; son ángeles en la tierra, como Juan Bautista en el desierto, y constituyen el mayor ornamento de la Iglesia; se elevan al cielo como águilas, y su instituto religioso está por encima de todos los otros». El fundador de esa orden extraordinaria había nacido en el seno de una familia distinguida, hacia el año 1030, en Colonia. Partió de su ciudad natal cuando era todavía joven, para proseguir sus estudios en la escuela catedralicia de Reims. Cuando volvió a Colonia, recibió la ordenación sacerdotal y se le confirió una canonjía en la colegiata de San Cuniberto (aunque es posible que haya gozado de la canonjía desde antes de partir a Reims). El año 1056, fue invitado a enseñar gramática y teología en su antigua escuela. El hecho de que haya sido escogido para puestos tan importantes cuando no tenía sino veintisiete años, demuestra que era un hombre extraordinario, pero no revela los caminos que Dios le tenía reservados para convertirse en lumbrera de la Iglesia. Bruno se ocupó de enseñar «a los clérigos más avanzados y versados en las ciencias, no a los principiantes». Su principal empeño consistía en llevar a sus discípulos a Dios y en enseñarles a respetar y amar la ley divina. Muchos de ellos llegaron a ser eminentes filósofos y teólogos, honraron a su maestro con sus talentos y habilidades y extendieron su fama hasta los más apartados rincones. Uno de ellos, Eudes de Chátillon, que ciñó la tiara pontificia con el nombre de Urbano II y fue beatificado.

San Bruno fue profesor en la escuela de Reims donde mantuvo, durante dieciocho años, un alto nivel en los estudios. Después, fue nombrado canciller de la diócesis por el arzobispo Manasés, quien era un personaje absolutamente indigno de su alto cargo. Bruno tuvo pronto ocasión de conocer la mala vida de su protector. El legado papal, Hugo de Saint Dié, citó a juicio a Manasés ante el concilio de Autun, en 1076; pero el arzobispo se negó a presentarse y fue suspendido en el ejercicio de sus funciones. San Bruno, el preboste de la diócesis (llamado también Manasés) y un canónigo de Reims, llamado Poncio, acusaron al arzobispo ante el concilio. La actitud de san Bruno fue tan prudente y reservada, que impresionó al legado, el cual, escribiendo al Papa, alabó la virtud y prudencia de nuestro santo. El arzobispo de Reims, furioso contra los tres canónigos que le habían acusado, mandó saquear y destruir sus casas y vendió sus beneficios eclesiásticos. Los tres canónigos se refugiaron en el castillo de Ebles de Roucy; allí permanecieron hasta que el arzobispo simoníaco, engañando a san Gregorio VII (cosa que no era fácil), consiguió ser restituido al gobierno de su diócesis. San Bruno se trasladó entonces a Colonia. Por aquel tiempo, había decidido ya abandonar todo cargo eclesiástico, según lo había comunicado en una carta a Rodolfo, preboste de Reims.

Durante una conversación que habían tenido san Bruno, Rodolfo y otro canónigo en el jardín del castillo de Ebles de Roucy, discutieron acerca de la vanidad y falsedad de las ambiciones mundanas y de los goces de la vida eterna. Los tres habían quedado muy impresionados por aquella conversación y habían prometido abandonar el mundo. Sin embargo, difirieron la ejecución de sus planes hasta que el canónigo volviese a Roma, a donde tenía que viajar. Pero éste no regresó, Rodolfo flaqueó en su resolución y volvió a establecerse en Reims. Bruno fue el único que perseveró en su propósito de abrazar la vida religiosa, a pesar de que todo le sonreía, ya que poseía abundantes riquezas y gozaba de gran favor entre los personajes de importancia. Si se hubiese quedado en el mundo, habría sido pronto elegido arzobispo de Reims. En vez de ello, renunció a su beneficio eclesiástico y a todas sus riquezas y convenció a algunos amigos para que se retirasen con él a la soledad. Al principio se pusieron bajo la dirección de san Roberto, abad de Molesmes (quien colaboró más tarde en la fundación del Císter), y se establecieron en Séche-Fontaine, cerca de Molesmes. Durante su estancia allí, Bruno, deseoso de mayor virtud y perfección, se puso a reflexionar y a consultar con sus compañeros acerca de lo que debían hacer para ello. Después de hacer mucha penitencia y oración para conocer la voluntad de Dios, Bruno comprendió que el sitio no se prestaba para sus propósitos y acudió a san Hugo, obispo de Grenoble, que era un hombre de Dios y podía ayudarle a conocer su voluntad. Por otra parte, Bruno estaba al tanto de que en los alrededores de Grenoble había muchos bosques solitarios en los que podría encontrar la paz que deseaba. Seis de sus primeros compañeros partieron a Grenoble con él; entre ellos se contaba Landuino, quien había de sucederle en el gobierno de la Gran Cartuja.

Llegaron a Grenoble a mediados de 1084. Inmediatamente se entrevistaron con san Hugo para pedirle que les designase un sitio en el que pudiesen entregarse al servicio de Dios, lejos del mundo y sosteniéndose del trabajo de sus manos. Hugo los recibió con los brazos abiertos, ya que, según se cuenta, había visto antes en sueños a los siete forasteros, en tanto que el mismo Dios construía una iglesia en el bosque de Chartreuse, y siete estrellas brillaban en el cielo como para indicarle el camino. El obispo de Grenoble abrazó fraternalmente a los peregrinos y les designó el desierto de Chartreuse para que viviesen y les prometió toda la ayuda que necesitasen para establecerse. Pero, a fin de mantenerlos alerta en las dificultades y para que supiesen perfectamente a qué atenerse, les previno que el sitio era de difícil acceso a causa de las abruptas montañas y de la nieve que lo cubrían la mayor parte del año. San Bruno aceptó el ofrecimiento con gran gozo, y san Hugo les concedió todos los derechos que poseía sobre ese bosque y los puso en relación con el abad de Chaise-Dieu, en la Auvernia. Bruno y sus compañeros empezaron por construir un oratorio y una serie de celdas a cierta distancia unas de otras, exactamente como en las antiguas «lauras» de Palestina. Tal fue el origen de la orden de los cartujos, que tomó su nombre del desierto de Chartreuse.

San Hugo prohibió a las mujeres el acceso al paraje en que se habían establecido Bruno y sus compañeros, así como la caza, la pesca y la cría de ganado en la región. Al principio, los monjes vivían por pares en las celdas, pero poco después cada uno tuvo la suya propia, y sólo se reunían en la iglesia para el canto de los maitines y las vísperas; el resto del oficio lo rezaban en privado. Unicamente en las grandes fiestas comían dos veces al día; en esas ocasiones, se reunían en el refectorio, pero de ordinario cada uno comía en su celda, como los ermitaños. En todo reinaba la mayor pobreza; por ejemplo, el único objeto de plata que había en la iglesia era el cáliz. El tiempo se repartía entre el trabajo y la oración. Una de las principales ocupaciones de los monjes consistía en copiar libros, con lo que se ganaban el sustento. La única dependencia verdaderamente rica del monasterio era la biblioteca. La tierra era poco fértil y el clima muy inclemente, de suerte que se prestaba poco para la siembra; en cambio, la cría de ganado prosperaba. El beato Pedro el Venerable, abad de Cluny, escribía unos veinticinco años después de la muerte de san Bruno: «Su vestido era más pobre que el del resto de los monjes y tan corto y delgado que se estremecía uno al verlo. Llevaban camisas de pelo sobre el cuerpo y ayunaban casi constantemente. Sólo comían pan negro; jamás probaban la carne, ni siquiera cuando estaban enfermos; nunca pescaban pero comían pescado cuando alguien se lo daba de limosna ... Pasaban el tiempo en la oración, la lectura y el trabajo; su principal labor consistía en copiar libros. Sólo celebraban la misa los domingos y días de fiesta». Tal era la vida que llevaban, por más que no tenían reglas escritas, pero se inspiraban en la regla de san Benito, en los puntos en que ésta era compatible con la vida eremítica. San Bruno acostumbró a sus discípulos a observar fielmente el modo de vida que les había prescrito. En 1127, el quinto prior de la Cartuja, llamado Guigues, puso por escrito los usos y costumbres. Guigues hizo muchas modificaciones, y sus «Consuetudines» son hoy todavía el libro esencial. Los cartujos constituyen la única de las órdenes antiguas que nunca ha sido reformada y que no ha tenido necesidad de reforma, gracias a su absoluto aislamiento del mundo y al celo que han puesto siempre los superiores y visitadores en no abrir la puerta a las mitigaciones y dispensas: «Cartusa nunquam reformata quia nunquam deformata». La Iglesia considera la vida de los cartujos como el modelo perfecto del estado de contemplación y penitencia. Sin embargo, cuando san Bruno se estableció en Chartreuse, no tenía la menor intención de fundar una orden religiosa. Si sus monjes se extendieron, seis años más tarde, por el Delfinado, ello se debió, además de la voluntad de Dios, a una invitación que se les formuló, y lo menos que puede decirse es que san Bruno no tenía el menor deseo de aceptar esa invitación inesperada.

San Hugo concibió una admiración tan grande por san Bruno, que le tomó por director espiritual. A pesar de las dificultades del viaje desde Grenoble a la Cartuja, acostumbraba ir allá de cuando en cuando para conversar con san Bruno y aprovechar en la vida espiritual con su consejo y ejemplo. Pero la fama del fundador se extendió más allá de Grenoble y llegó a oídos de su antiguo discípulo, Eudes de Chátillon, quien, al ceñir la tiara pontificia, había tomado el nombre de Urbano II. Cuando oyó hablar de la santa vida que llevaba su maestro y, convencido de que era un hombre de ciencia y prudencia excepcionales, el Pontífice le mandó llamar a Roma para que le ayudase con sus consejos en el gobierno de la Iglesia. Difícilmente podía haberse presentado al santo una ocasión más amarga de mostrar su obediencia y hacer un sacrificio muy costoso. A pesar de ello, partió de la Cartuja a principios del año 1090, después de nombrar a Landuino prior del monasterio. La partida de Bruno produjo una pena enorme a sus discípulos, y varios de ellos abandonaron el monasterio. Los demás le siguieron a Roma; pero Bruno los convenció de que volviesen a la Cartuja, de la que se habían encargado durante su ausencia los monjes de Chaise-Dieu.

San Bruno obtuvo permiso para establecerse en las ruinas de las termas de Diocleciano, de donde el Papa podía llamarle fácilmente cuando lo necesitaba. Es imposible determinar con certeza la importancia del papel de san Bruno en el gobierno de la Iglesia. Algunas de las disposiciones que se le atribuían antiguamente, fueron en realidad obra de su homónimo, san Bruno de Segni; pero está fuera de duda que nuestro santo colaboró en la preparación de varios sínodos organizados por Urbano II para reformar al clero. Por otra parte, el espíritu contemplativo del fundador de la Cartuja le llevaba naturalmente a trabajar sin ruido. El Papa intentó hacerle arzobispo de Reggio, pero el santo supo defenderse con tanta habilidad y supo dar al Pontífice tales argumentos para que le dejase retornar a la soledad, que Urbano II acabó por concederle permiso de retirarse a la Calabria; sin embargo, no le dejó volver a la Cartuja para tenerle siempre a mano. El conde Rogelio, hermano de Roberto Guiscardo, regaló al santo el hermoso y fértil valle de La Torre, en la diócesis de Squillace. Allí se estableció san Bruno con algunos discípulos que se había ganado en Roma. Imposible describir el fervor y el gozo que el fundador de la Cartuja experimentó al volver a la soledad. Escribió por entonces una carta muy cariñosa a su amigo Rodolfo de Reims para invitarle a reunirse con él, recordando amigablemente la promesa que le había hecho y describiéndole en términos amables y entusiastas los gozos y deleites que él y sus compañeros hallaban en ese género de vida. La carta demuestra ampliamente que san Bruno no era un hombre melancólico y severo. La alegría, que corre siempre pareja con la verdadera virtud, es particularmente necesaria a las almas que viven en la soledad, ya que nada hay para ella tan pernicioso como la tristeza y la tendencia exagerada a la introspección.



En 1099, Landuino, el prior de la Cartuja, fue a Calabria a consultar con san Bruno ciertos puntos del instituto que había fundado, pues los monjes no querían apartarse un ápice del espíritu del fundador. Bruno les escribió entonces una carta llena de ternura y de espiritualidad, donde les daba instrucciones acerca de la vida eremítica, resolvía todas sus dificultades, les consolaba de lo que habían tenido que sufrir y les alentaba a la perseverancia. En sus dos ermitas de Calabria, llamadas Santa María y San Esteban, Bruno supo inspirar el espíritu de la Cartuja. En la cuestión material, recibió generosa ayuda del conde Rogelio, con quien llegó a unirle una estrecha amistad. El santo solía visitar al conde y su familia en Mileto, con ocasión de algún bautismo u otra celebración familiar; por su parte Rogelio acostumbraba ir a pasar algunas temporadas en La Torre. Bruno y el conde murieron con tres meses de diferencia. En cierta ocasión en que Rogelio había puesto sitio a Capua, se salvó de la traición de uno de sus oficiales gracias a que san Bruno le previno en sueños. Cuando el conde comprobó la traición, condenó a muerte al oficial, pero san Bruno obtuvo el perdón para él.

A fines de septiembre de 1101, San Bruno contrajo su última enfermedad. Al sentir que se aproximaba la muerte, mandó llamar a todos los monjes e hizo una confesión pública y una profesión de fe. Sus discípulos se encargaron de transmitir a la posteridad dicha profesión. El santo expiró el domingo 6 de octubre de 1101. Los monjes de La Torre enviaron un relato de su muerte a las principales iglesias y monasterios de Italia, Francia, Alemania, Inglaterra e Irlanda, pues era entonces costumbre pedir oraciones por las almas de los que habían fallecido. Ese documento, junto con los «elogia» escritos por los ciento setenta y ocho que recibieron el relato de su muerte, es uno de los más completos y valiosos que existen. San Bruno no ha sido nunca canonizado formalmente, pues los cartujos rehuyen todas las manifestaciones públicas. Sin embargo, en 1514 obtuvieron del papa León X el permiso de celebrar la fiesta de su fundador, y Clemente X la extendió a toda la Iglesia de Occidente en 1674. El santo es particularmente popular en Calabria, y el culto que se le tributa refleja en cierto modo el doble aspecto activo y contemplativo de su vida.

Aunque no existe ninguna biografía propiamente dicha de san Bruno escrita por un contemporáneo, se encuentran muchos datos sobre él en diversas fuentes. La Vita antiquior (Acta Sanctorum, oct., vol. III) no fue ciertamente escrita antes del siglo XIII. Pero basta leer la autobiografía de Guiberto de Nogent, la vida de san Hugo de Grenoble escrita por Guigues y las crónicas y cartas de la época (entre las que se cuentan dos del propio san Bruno), para obtener un vívido retrato del fundador de la Cartuja. Dichos materiales han sido aprovechados para el artículo de Acta Sanctorum y para el que le dedica Dom Le Couteulx en sus Annales Ordinis Cartusiensis, vol. I. En el web cartujo (en el apartado «textos» del menú de la izquierda) se encontrarán algunos textos de y sobre san Bruno, incluyendo la profesión de fe y la carta a Rodolfo de Reims a las que hace referencia el texto del Butler. Como interpretación y apropiación actual del mensaje de san Bruno vale la pena leer la homilía de SS Benedicto XVI en la Cartuja de Calabria del 10 de octubre de 2011.
fuente: «Vidas de los santos», Alban Butler

MISSA GREGORIANA EM FÁTIMA ÀS 18,30H AOS DOMINGOS


Faz-se saber que a Missa Gregoriana celebrada segundo as rúbricas do Missal de João XXIII é celebrada em Fátima todos os domingos às 18,30 H Para conhecer a Igreja onde é celebrada contacte por telefone 244047386 das 16h às 20h A Missa é celebrada por um sacerdote diocesano.

sexta-feira, 5 de outubro de 2012

Misa Prelaticia en Córdoba Pontifical Mass in the Usus Antiquior at Brazil and in Poland

Misa Prelaticia en Córdoba



El pasado 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y quinto aniversario del motu proprio Summorum Pontificum, Monseñor don Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, en España, ofició Santa Misa con la Forma Extraordinaria del Rito Romano, en la iglesia de Santa Ana, de las RR. MM. Carmelitas Descalzas.

El Obispo estuvo asistido por los reverendos don Raúl Olazábal y don Juan Manuel Rodríguez de la Rosa, sacerdotes del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote.

La Música sacra que acompañó a la ceremonia estuvo a cargo de la «Schola Gregoriana Iubilate Deo», de la asociación Una Voce Sevilla, dirigida por don Luis Sampedro, habiéndose contado asimismo con la participación del violinista don Jaime Calderón y del organista don Santiago Sampedro.

Felicitamos a nuestros hermanos de Una Voce Córdoba por el éxito de esta celebración.


 

 
  Msgr. Fernando Arêas Rifan, Ordinary of the Personal Apostolic Administration of Saint John Mary Vianney, celebrated Pontifical Mass in the Extraordinary Form at the XVI National Eucharistic Congress of Brazil. Eight other bishops attended. The blog Fratres in unum has some images.





 

Ars Serviendi Workshop: Benedictine Abbot Celebrates Pontifical Mass in the Usus Antiquior in Poland


  Abbot Bernard Sawicki O.S.B. (Abbot of Tyniec Abbey, Cracow) celebrated a Solemn Pontifical Mass during a liturgical workshop, "Ars serviendi", which was organized by the Priestly Fraternity of St. Peter as well as other groups within the Archdiocese of Cracow in Bukowina Tatrzanska.

During the couree of the week, approximately 50 participants participated daily in Solemn masses and, wonderfully, sung Vespers and Compline. They further heard conferences about the usus antiquior and learned how to serve at the altar according to that missal.

The following photos were sent in from the Pontifical Mass of the aforementioned Benedictine Abbot.



















 
SOURCE

Benedict XVI made a pastoral visit to Loreto, Italy


IT IS FAITH WHICH GIVES US A HOME IN THIS WORLD
Vatican City, 4 October 2012 (VIS) - Benedict XVI today made a pastoral visit to Loreto, Italy, where he entrusted to the Blessed Virgin - venerated in the famous Marian shrine there - two impending ecclesial events: the Synod of Bishops on new evangelisation which is to run from 7 to 28 October, and the Year of Faith which will begin on 11 October. The Holy Father's visit today was also intended to commemorate the fiftieth anniversary of Blessed Pope John XXIII's pilgrimage to Loreto during which, on the eve of the inauguration of Vatican II, he entrusted the Council to the Virgin.
The shrine of Loreto, which has been a pilgrim destination since the fourteenth century, conserves the house where Mary lived in Nazareth, the which, according to popular pious tradition, was transported by the angels to Loreto in 1294, shortly after the definitive expulsion of the Crusaders from the Holy Land. Recent examinations of documents and archaeological remains (excavations under the Holy House), as well as philological and iconographic studies, are giving increasing weight to the hypothesis that the stones of the Holy House were transported to Loreto by ship at the initiative of the aristocratic Angelos family which then ruled the region of Epirus. Divine assistance in this undertaking remained as a symbol in the presence of angels. The House is the place where the Virgin was born, lived with St. Joseph, received the Annunciation from Gabriel and conceived the Son of God. It is therefore associated with the Mystery of the Incarnation.
Mary's house in Nazareth was composed of two parts: a grotto which is still to be seen in the Basilica of the Annunciation in Nazareth, and a house with three stone walls. Comparative studies between the Holy House of Loreto and the grotto of Nazareth have revealed the coexistence and contiguity of the two. Another recent study on the way in which the stone has been worked - in the manner used by the Nabateans which was widespread in Galilee at Jesus' time - also confirms the popular tradition. When the three walls of the Holy House arrived in Loreto they were set up, without foundations, in a public street, but almost immediately they became the object of the extraordinary measures of care and protection afforded to a precious relic.
Benedict XVI departed from the Vatican by helicopter at 9 a.m. and arrived in Loreto an hour later, where he was welcomed by the local civil and religious authorities. He then visited the shrine where he greeted the community of Capuchin Friars before going on to adore the Blessed Sacrament and pray before Our Lady of Loreto.
At 10.30 a.m. he celebrated Mass in the Piazza della Madonna di Loreto, pronouncing a homily ample extracts of which are given below.
"On 4 October 1962, Blessed John XXIII came as a pilgrim to this Shrine to entrust to the Virgin Mary the Second Vatican Ecumenical Council, due to begin a week later. ... Fifty years on, having been called by divine Providence to succeed that unforgettable Pope to the See of Peter, I too have come on pilgrimage to entrust to the Mother of God two important ecclesial initiatives: the Year of Faith, which will begin in a week, on 11 October, on the fiftieth anniversary of the opening of the Second Vatican Council, and the Ordinary General Assembly of the Synod of Bishops, which I have convened this October with the theme “The New Evangelisation for the Transmission of the Christian Faith”".
"As I said in my Apostolic Letter announcing the Year of Faith, “I wish to invite my brother bishops from all over the world to join the Successor of Peter, during this time of spiritual grace that the Lord offers us, in recalling the precious gift of faith”. It is precisely here at Loreto that we have the opportunity to attend the school of Mary who was called “blessed” because she “believed”. ... Mary offered her very body; she placed her entire being at the disposal of God’s will, becoming the “place” of His presence, a “place” of dwelling for the Son of God. ... The will of Mary coincides with the will of the Son in the Father’s unique project of love and, in her, heaven and earth are united, God the Creator is united to His creature. God becomes man, and Mary becomes a “living house” for the Lord, a temple where the Most High dwells.
"Here at Loreto fifty years ago, Blessed John XXIII issued an invitation to contemplate this mystery. ... He went on to affirm that the aim of the Council itself was to spread ever wider the beneficial impact of the Incarnation and Redemption on all spheres of life. This invitation resounds today with particular urgency. In the present crisis affecting not only the economy but also many sectors of society, the Incarnation of the Son of God speaks to us of how important man is to God, and God to man. Without God, man ultimately chooses selfishness over solidarity and love, material things over values, having over being. We must return to God, so that man may return to being man. With God, even in difficult times or moments of crisis, there is always a horizon of hope: the Incarnation tells us that we are never alone, that God has come to humanity and that He accompanies us.
"The idea of the Son of God dwelling in the “living house”, the temple which is Mary, leads us to another thought: we must recognise that where God dwells, all are “at home”; wherever Christ dwells, His brothers and sisters are no longer strangers. ... So it is faith which gives us a home in this world, which brings us together in one family and which makes all of us brothers and sisters. As we contemplate Mary, we must ask if we too wish to be open to the Lord, if we wish to offer Him our life as His dwelling place; or if we are afraid that the presence of God may somehow place limits on our freedom, if we wish to set aside a part of our life in such a way that it belongs only to us. Yet it is precisely God Who liberates our liberty, He frees it from being closed in on itself, from the thirst for power; ... He opens it up to the dimension which completely fulfils it: the gift of self, of love, which in turn becomes service and sharing.
"Faith lets us reside, or dwell, but it also lets us walk on the path of life. The Holy House of Loreto contains an important teaching in this respect as well. Its location on a street is well known. ... It is not a private house, ... rather it is an abode open to everyone placed, as it were, on our street. So here in Loreto we find a house which lets us stay, or dwell, and which at the same time lets us continue, or journey, and reminds us that we are pilgrims, that we must always be on the way to another dwelling, towards our final home, the Eternal City, the dwelling place of God and the people He has redeemed.
"There is one more important point in the Gospel account of the Annunciation which I would like to underline, one which never fails to strike us: God asks for mankind’s “yes”; He has created a free partner in dialogue, from whom He requests a reply in complete liberty. ... God asks for Mary’s free consent that He may become man. To be sure, the “yes” of the Virgin is the fruit of divine grace. But grace does not eliminate freedom; on the contrary it creates and sustains it. Faith removes nothing from the human creature, rather it permits his full and final realisation".
"On this pilgrimage in the footsteps of Blessed John XXIII - which comes, providentially, on the day in which the Church remembers St. Francis of Assisi, a veritable “living Gospel” - I wish to entrust to the Most Holy Mother of God all the difficulties affecting our world as it seeks serenity and peace. ... I also wish to place in the hands of the Mother of God this special time of grace for the Church, now opening up before us. Mother of the “yes”, you who heard Jesus, speak to us of Him; tell us of your journey, that we may follow Him on the path of faith; help us to proclaim Him, that each person may welcome Him and become the dwelling place of God".
Following Mass, the Pope had lunch at the local John Paul II Centre. He is due to leave Loreto at 5 p.m. and to arrive back in the Vatican at 6 p.m.

BENOIT XVI PRIE A LORETTE

 
Cité du Vatican, 4 octobre 2012 (VIS). Comme annoncé, Benoît XVI s'est rendu ce matin au sanctuaire marial de Lorette (Italie) pour le 50 anniversaire du pèlerinage qu'y fit Jean XXIII juste avant l'ouverture du Concile Vatican II. Cette visite précède de quelques jours le Synode des évêques consacré à la nouvelle évangélisation (7 octobre) et l'ouverture de l'Année de la foi (11 octobre). Ce célèbre sanctuaire conserve depuis le XIV siècle les murs de la maison Nazareth où auraient vécu Marie et Joseph. La tradition populaire attribue à des anges son transport miraculeux en 1294, peut d'années après la fin de la présence occidentale en Terre Sainte. De récents travaux archéologiques, ainsi qu'une étude documentaire et iconographique, confirment l'hypothèse selon laquelle les matériaux composant l'édicule furent transportés par bateau à l'initiative d'une puissante famille de l'Epire appelée des Anges. Dans le sanctuaire qui le protégeait depuis le IV siècle, le modeste édifice était constitué de deux parties, un espace troglodyte précédé d'une pièce composée de trois murs. En outre, l'étude comparative des matériaux de Lorette et de Nazareth a récemment démontré la similitude de la pierre et de son traitement, classique dans la Galilée de l'époque. Remontés à Lorette au bord d'une route, les trois murs furent immédiatement enchassés dans un reliquaire maçonné, depuis remplacé par la splendide basilique que nous connaissons.
Ayant quitté le Vatican à 9 h par hélicoptère, le Saint-Père est arrivé une heure plus tard à Lorette, sur l'Adriatique, où après l'accueil des autorités civiles et religieuses régionales il a gagné le sanctuaire. Sur la Place de la Vierge, il a salué la communauté des capucins attachée à la basilique, puis est entré dans le sanctuaire pour prier devant le Saint Sacrement et devant l'image de la Vierge conservée dans la Santa Casa. A 10 h 30', il est revenu sur la place pour célébrer la messe devant la foule. Voici des passages de son homélie:
"Le 4 octobre 1962, le bienheureux Jean XXIII est venu en pèlerinage dans ce sanctuaire pour confier à la Vierge Marie le Concile oecuménique Vatican II, qui devait être inauguré une semaine plus tard... A cinquante ans de distance, après avoir été appelé par la divine Providence à succéder au siège de Pierre à ce Pape inoubliable, je suis venu ici moi aussi en pèlerin pour confier à la Mère de Dieu deux importantes initiatives ecclésiales, l’Année de la foi...et l’Assemblée générale ordinaire du Synode des évêques" qui débattra de "la nouvelle évangélisation pour la transmission de la foi chrétienne... Comme je le rappelais dans la lettre apostolique de promulgation de l’Année de la foi, j’entends inviter les évêques du monde entier à s’unir au Successeur de Pierre, en ce temps de grâce spirituelle que le Seigneur nous offre, pour faire mémoire du don précieux de la foi. Et justement ici à Lorette, nous avons l’opportunité de nous mettre à l’école de Marie, de celle qui a été proclamée bienheureuse parce qu’elle a cru... Marie a offert sa propre chair, s’est mise tout entière à disposition de la volonté de Dieu, devenant un lieu de sa présence, lieu dans lequel demeure le Fils de Dieu... La volonté de Marie coïncide avec la volonté du Fils dans l’unique projet d’amour du Père, et en elle, s’unissent le ciel et la terre, le Dieu créateur et sa créature. Dieu devient homme, et Marie se fait maison vivante du Seigneur, temple où habite le Très Haut.
Ici à Lorette, il y a cinquante ans, Jean XXIII invitait à contempler ce mystère...affirmant que le Concile avait pour but d’étendre toujours plus les bienfaits de l’Incarnation et la Rédemption à toutes les formes de la vie sociale. C’est une invitation qui résonne encore aujourd’hui avec une force particulière".
"Dans la crise actuelle, qui ne concerne pas seulement l’économie, mais plusieurs secteurs de la société, l’incarnation du Fils de Dieu nous dit combien l’homme est important pour Dieu et Dieu pour l’homme. Sans Dieu, l’homme finit par faire prévaloir son propre égoïsme sur la solidarité et sur l’amour, les choses matérielles sur les valeurs, l’avoir sur l’être. Il faut revenir à Dieu pour que l’homme redevienne homme. Avec Dieu, même dans les moments difficiles, de crise, apparaît un horizon d’espérance. L’Incarnation nous dit que nous ne sommes jamais seuls, que Dieu entre dans notre humanité et nous accompagne. Mais la demeure du Fils de Dieu dans la maison vivante, dans le temple qu’est Marie nous amène à une autre réflexion. Là où habite Dieu, nous devons reconnaître que nous sommes tous à la maison. Là où habite le Christ, ses frères et sœurs ne sont plus des étrangers... C’est la foi, ainsi, qui nous donne une maison en ce monde, qui nous unit en une seule famille et qui nous rend tous frères et sœurs. En contemplant Marie, nous devons nous demander si nous aussi nous voulons être ouverts au Seigneur...ou si nous avons peur que la présence du Seigneur puisse être une limite à notre liberté, et si nous voulons nous réserver une part de notre vie qui n’appartienne qu’à nous-mêmes. Mais c’est précisément Dieu qui libère notre liberté, la libère du repli sur elle-même, de la soif du pouvoir, de la possession, de la domination, et la rend capable de s’ouvrir à la dimension qui lui donne tout son sens, celle du don de soi, de l’amour, qui se fait service et partage... La foi nous fait habiter, demeurer, mais nous fait aussi marcher sur le chemin de la vie. A ce propos aussi, la Santa Casa de Lorette nous offre un enseignement d'importance. Comme nous le savons, elle était située sur une route".
Or la maison de Marie n’est pas une maison privée, "mais au contraire une habitation ouverte à tous, qui est, pourrait-on dire, sur notre chemin à tous. Ainsi, nous trouvons ici à Lorette, une maison qui nous fait demeurer, habiter et qui en même temps nous fait cheminer, nous rappelle que nous sommes tous pèlerins, que nous devons toujours être en chemin vers une autre maison, vers la maison définitive, celle de la Cité éternelle, la demeure de Dieu avec l’humanité rachetée"... Il y a encore un point important du récit évangélique de l’Annonciation que je voudrais souligner, un aspect qui ne finit pas de nous étonner. Dieu demande le oui de l’homme. Il a crée un interlocuteur libre et il demande que sa créature lui réponde en toute liberté... Dieu demande la libre adhésion de Marie pour devenir homme. Certes, le oui de Marie est le fruit de la grâce divine. Mais la grâce n’élimine pas la liberté, au contraire elle la crée et la soutient. La foi n’enlève rien à la créature humaine, mais ne permet pas la pleine et définitive réalisation".
"Dans ce pèlerinage, qui parcourt celui du bienheureux Jean XXIII, et qui se déroule providentiellement en la fête de saint François d’Assise, un véritable évangile vivant, je voudrais confier à la très sainte Mère de Dieu toutes les difficultés que vit notre monde à la recherche de la sérénité et de la paix... Je voudrais confier aussi à Marie ce temps spécial de grâce pour l’Eglise, qui s’ouvre devant nous. Toi, Mère du oui, qui a écouté Jésus, parle-nous de lui, raconte-nous ton chemin pour le suivre sur la voie de la foi, aide-nous à l’annoncer pour que tout homme puisse l’accueillir et devenir demeure de Dieu".
Après la cérémonie, le Pape a gagné le Centre Jean-Paul II, pour y déjeuner avant de regagner le Vatican en fin d'après-midi.

El Papa en Loreto: Donde vive Dios, todos estamos "en casa"

 
Loreto (Jueves, 04-10-2012, Gaudium Press) Volver a vivir en la casa de Dios para redescubrir la propia libertad humana fue la invitación dejada por Benedicto XVI en la Piazza della Madonna de Loreto, tras los pasos de Juan XXIII en el 50° aniversario de su visita en la semana anterior a la apertura del Concilio Vaticano II y una semana antes de que el actual Pontífice realice la apertura del Año de la Fe. "Donde Dios vive, debemos reconocer que todos estamos ‘en casa'; donde Cristo vive, sus hermanos y sus hermanas no son más extranjeros. María, que es la madre de Cristo es también nuestra madre, nos abre la puerta de su Casa, nos guía para entrar en la voluntad de su Hijo. Y Dios pide el "sí" del hombre, creó un interlocutor libre, pide que su criatura le responda con plena libertad, afirmó el Santo Padre en la repleta y solemne Piazza della Madonna.
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Nuestra Sra. de Loreto
Las visitas pastorales del Papa en las pequeñas ciudades de Italia tienen un clima particular, en los lugares históricos traen la atmósfera y el carácter casi medieval, con las imágenes de las personas que saludan al Papa desde los balcones con pañuelos blancos. Ciertamente en Loreto hubo ese clima de fiesta y alegría, el Santo Padre llegó bajo los aplausos de 5 mil personas que llenaron plenamente la pequeña Piazza della Madonna que está al lado del Santuario de la Santa Casa de Loreto, en la puerta del cual fue montado el altar para la Santa Misa. El Santo Padre, atravesando la Piazza en el papamóvil besó a muchos niños. La visita del Papa fue acompañada por el buen tiempo, con un sereno cielo azul.
La visita en Loreto inició con una oración personal de Benedicto XVI en el Santuario en la Casa Santa. El Papa fue ayudado en los recorridos más largos con su plataforma móvil. El Santo Padre reencendió la vela encendida por Juan Pablo II el día 10 de diciembre de 1994 en la oración por Italia. Hoy volvió el clima de 50 años atrás, fue montado el altar y el dosel del evento. A lado del altar fue colocada la imagen de Nuestra Señora de Loreto.
En Loreto "encontramos una casa que nos hace permanecer, habitar y que al mismo tiempo nos hace caminar: nos recuerda que somos todos peregrinos, que debemos estar siempre camino hacia otra habitación, hacia la casa definitiva, hacia la Ciudad eterna, la morada de Dios con la humanidad redimida", así definió el Papa el extraordinario y único santuario mariano.
Aprender en la escuela de la Virgen
Benedicto XVI, en la homilía invitó a los fieles a aprender con la "escuela de María". La Santa Casa de Loreto nos lleva al lugar donde María fue llamada "bienaventurada", porque "creyó" y donde expresó en plena libertad su "sí" a Dios, a su voluntad. "Esta humilde habitación - observó el Papa - es un testimonio concreto y tangible del mayor acontecimiento de nuestra historia: la Encarnación; el Verbo se hizo carne, y María, la sierva del Señor, es el canal privilegiado a través del cual Dios habitó entre nosotros".
Con el "sí", María "se colocó enteramente a disposición de la voluntad de Dios, tornándose ‘lugar' de su presencia, ‘lugar' en el cual habita el Hijo de Dios". La invitación de tornarse lugar de presencia de Dios en el mundo de hoy está dirigido a toda persona.
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El Papa recordó el deseo del Concilio de "extender cada vez más el alcance benéfico de la Encarnación y Redención de Cristo"
Éste de hecho fue el objetivo del Concilio Vaticano II, "extender cada vez más el alcance benéfico de la Encarnación y Redención de Cristo en todas las formas de la vida social". La invitación que permanece importante también hoy. "En la crisis actual que afecta no solo la economía - observó - sino varios sectores de la sociedad, la Encarnación del Hijo de Dios nos habla de cuánto el hombre es importante para Dios y Dios para el hombre. Sin Dios el hombre acaba dejando prevalecer su egoísmo sobre la solidaridad y sobre el amor, las cosas materiales sobre los valores, el tener sobre el ser. Es preciso volver a Dios para que el hombre vuelva a ser hombre. Con Dios incluso en los momentos difíciles, de crisis, el horizonte de la esperanza no desaparece: la Encarnación nos dice que jamás estamos solos, Dios entró en nuestra humanidad y nos acompaña", dijo Benedicto XVI invitando a restituir la esperanza en el mundo con la fe.
"La fe nos hace habitar, morar, pero nos hace también trillar el camino de la vida". El Santo Padre recordó el llamado de Dios a todos los hombres para decir "sí" a su proyecto. Porque "la fe no impide nada a la criatura humana, sino permite su plena y definitiva realización". Al contrario, es "Dios quien libera nuestra libertad, que la libera del encerramiento en sí misma, de poseer, de la sed de poder, de posesión, de dominio, y la torna capaz de abrirse a la dimensión que la realiza en el sentido pleno: el del don de sí, del amor, que se hace servicio y compartir".
Al final de la homilía, el Papa confió "a la Santísima Madre de Dios todas las dificultades que vive nuestro mundo en la búsqueda de serenidad y de paz; los problemas de tantas familias que miran al futuro con preocupación, los deseos de los jóvenes que se abren a la vida, los sufrimientos de los que esperan gestos y elecciones de solidaridad y de amor".
La Misa fue concelebrada por el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado vaticano, y el arzobispo de Loreto, Mons. Giovanni Tonucci, por el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella y por el Secretario General del Sínodo de los Obispos, Mons. Nicola Eterovic.
La visita de Benedicto XVI en Loreto tuvo los elementos particulares de recuerdo de la histórica visita de Juan XXIII. En el Centro Juan Pablo II fue presentado el automóvil con el cual llegó el Papa Roncalli hace 50 años en la Piazza della Madonna.
El Pontífice recibió también la primera de las 50 copias de un Evangelio de la edición especial de la Tecno Stampa para el Año de la Fe.
Por ocasión del Jubileo, en Loreto todas las familias recibieron la vela para encender todas las noches en su propia casa en el momento de oración, durante este año especial.
Los fieles recibieron un sombrero blanco para protegerse del sol y un pañuelo para la ocasión para saludar al Santo Padre.
Gaudium Press / Anna Artymiak desde Loreto

http://es.gaudiumpress.org/content/40894-El-Papa-en-Loreto--Donde-vive-Dios--todos-estamos--en-casa-

Papa em Loreto: O convite de tornar-se lugar de presença de Deus no mundo de hoje é dirigido a todos

Loreto (Quinta-feira, 04-10-2012, Gaudium Press) Tornar a viver na casa de Deus para redescobrir a própria liberdade humana foi o convite deixado por Bento XVI na Piazza della Madonna de Loreto nos passos de João XXIII no 50° aniversário de sua visita na semana antes da abertura do Concílio Vaticano II e uma semana antes da abertura do Ano da Fé. "Onde Deus mora, devemos reconhecer que todos estamos "em casa"; onde Cristo mora, os seus irmãos e as suas irmãs não são mais estrangeiros. Maria,que é a mãe de Cristo é também nossa mãe, nos abre a porta da sua Casa, nos guia para entrarmos na vontade de seu Filho. E Deus pede o "sim" do homem, criou um interlocutor livre, pede que sua criatura Lhe responda com plena liberdade, afirma o Santo Padre na repleta e solene Piazza della Madonna.
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“Esta humilde habitação – observou o Papa - é um testemunho concreto e
tangível do maior acontecimento da nossa história: a Encarnação".
As visitas pastorais do Papa nas pequenas cidades da Itália têm um clima particular, nos lugares históricos trazem a atmosfera e o caráter quase medieval, com as imagens das pessoas que saúdam o Papa das sacadas com lenços brancos. Em Loreto houve esse clima de festa e de alegria, o Santo Padre chegou sob os aplausos de 5 mil pessoas que encheram plenamente a pequena Piazza della Madonna que fica ao lado do Santuário da Santa Casa de Loreto, na porta do qual foi montado o altar para a Santa Missa. O Santo Padre, atravessando a Piazza no papamóvel beijou muitas crianças. A visita do Papa foi acompanhada pelo tempo bom, com um sereno céu azul.
A visita a Loreto iniciou com uma oração pessoal de Bento XVI no Santuário na Casa Santa. O Papa foi ajudado nos percursos mais longos com o tablado móvel. O Santo Padre reacendeu a vela acesa por João Paulo II no dia 10 de dezembro de 1994 na oração pela Itália. Hoje voltou o clima de 50 anos atrás, foi montado o altar e o dossel do evento. Ao lado do altar foi colocada a imagem de Nossa Senhora de Loreto.
Em Loreto "encontramos uma casa que nos faz permanecer, habitar, e que ao mesmo tempo nos faz caminhar: recorda-nos que somos todos peregrinos, que devemos estar sempre a caminho para outra habitação, para a casa definitiva, para a Cidade eterna, a morada de Deus com a humanidade redimida", assim definiu o Papa o extraordinário e único santuário mariano.
Bento XVI, ha homilia convidou os fiéis a aprenderem com a "escola de Maria". A Santa Casa de Loreto nos leva ao lugar onde Maria foi chamada "bem-aventurada", porque "acreditou" e onde expressou em plena liberdade o seu "sim" a Deus, à sua vontade. "Esta humilde habitação - observou o Papa - é um testemunho concreto e tangível do maior acontecimento da nossa história: a Encarnação; o Verbo se fez carne, e Maria, a serva do Senhor, é o canal privilegiado através do qual Deus habitou entre nós".
Com o "sim", Maria "colocou-se inteiramente à disposição da vontade de Deus, tornando-se "lugar" de sua presença, "lugar" no qual habita o Filho de Deus". O convite de tornar-se lugar de presença de Deus no mundo de hoje é dirigido à toda pessoa.
Este de fato foi o objetivo do Concílio Vaticano II, "estender cada vez mais o alcance benéfico da Encarnação e Redenção de Cristo em todas as formas da vida social". O convite que permanece importante também hoje. "Na crise atual que atinge não apenas a economia - observou - mas vários setores da sociedade, a Encarnação do Filho de Deus nos fala de quanto o homem é importante para Deus e Deus para o homem.
Sem Deus o homem acaba por deixar prevalecer o seu egoísmo sobre a solidariedade e sobre o amor, as coisas materiais sobre os valores, o ter sobre o ser. É preciso voltar para Deus para que o homem volte a ser homem. Com Deus mesmo nos momentos difíceis, de crise, o horizonte da esperança não desaparece: a Encarnação nos diz que jamais estamos sozinhos, Deus entrou em nossa humanidade e nos acompanha, disse Bento XVI convidando a restituir a esperança no mundo com a fé.
"A fé nos faz habitar, morar, mas nos faz também trilhar o caminho da vida". O Santo Padre recordou o chamado de Deus para todos os homens para dizerem "sim" para o seu projeto. Porque "a fé não tolhe nada à criatura humana, mas permite a sua plena e definitiva realização". Ao contrário, é "Deus que liberta nossa liberdade, que a liberta do fechamento em si mesma, de possuir, da sede de poder, de posse, de domínio, e a torna capaz de abrir-se à dimensão que a realiza no sentido pleno: o do dom de si, do amor, que se faz serviço e partilha".
No final da homilia, o Papa confiou "à Santíssima Mãe de Deus todas as dificuldades que vive o nosso mundo na busca de serenidade e de paz; os problemas de tantas famílias que olham para o futuro com preocupação, os desejos dos jovens que se abrem à vida, os sofrimentos dos que esperam gestos e escolhas de solidariedade e de amor".
 

Il Papa a Loreto: Con Dio anche nei momenti difficili, di crisi, non viene meno l’orizzonte della speranza

Il Papa a Loreto: Nella crisi attuale che interessa non solo l’economia, ma vari settori della società, l’Incarnazione del Figlio di Dio ci dice quanto l’uomo sia importante per Dio e Dio per l’uomo. Senza Dio l’uomo finisce per far prevalere il proprio egoismo sulla solidarietà e sull’amore, le cose materiali sui valori, l’avere sull’essere. Bisogna ritornare a Dio perché l’uomo ritorni ad essere uomo. Con Dio anche nei momenti difficili, di crisi, non viene meno l’orizzonte della speranza: l’Incarnazione ci dice che non siamo mai soli, Dio è entrato nella nostra umanità e ci accompagna

 

SANTA MESSA: VIDEO INTEGRALE


VISITA PASTORALE DEL SANTO PADRE BENEDETTO XVI A LORETO NELL’ANNIVERSARIO DEI 50 ANNI DEL VIAGGIO DI GIOVANNI XXIII NELLA CITTÀ MARIANA , 04.10.2012


CELEBRAZIONE EUCARISTICA NELLA PIAZZA DELLA MADONNA A LORETO

Alle ore 10.30, nella piazza antistante il Santuario, il Santo Padre Benedetto XVI presiede la Celebrazione Eucaristica in onore della Beata Vergine Maria di Loreto. Concelebrano con il Papa: l’Em.mo Card. Tarcisio Bertone, Segretario di Stato, S.E. Mons. Giovanni Tonucci, Arcivescovo Prelato di Loreto, S.E. Mons. Salvatore Fisichella, Presidente del Pontificio Consiglio per la Promozione della Nuova Evangelizzazione, e S.E. Mons. Nikola Eterović, Segretario Generale del Sinodo dei Vescovi.
Dopo la proclamazione del Santo Vangelo, il Papa pronuncia l’omelia che riportiamo di seguito:

OMELIA DEL SANTO PADRE


Signori Cardinali,
Venerati Fratelli nell’episcopato,
cari fratelli e sorelle!

Il 4 ottobre del 1962, il Beato Giovanni XXIII venne in pellegrinaggio a questo Santuario per affidare alla Vergine Maria il Concilio Ecumenico Vaticano II, che si sarebbe inaugurato una settimana dopo. In quella occasione, egli, che nutriva una filiale e profonda devozione alla Madonna, si rivolse a lei con queste parole: «Oggi, ancora una volta, ed in nome di tutto l’episcopato, a Voi, dolcissima Madre, che siete salutata Auxilium Episcoporum, chiediamo per Noi, Vescovo di Roma e per tutti i Vescovi dell’universo di ottenerci la grazia di entrare nell’aula conciliare della Basilica di San Pietro come entrarono nel Cenacolo gli Apostoli e i primi discepoli di Gesù: un cuor solo, un palpito solo di amore a Cristo e alle anime, un proposito solo di vivere e di immolarci per la salvezza dei singoli e dei popoli. Così, per la vostra materna intercessione, negli anni e nei secoli futuri, si possa dire che la grazia di Dio ha prevenuto, accompagnato e coronato il ventunesimo Concilio Ecumenico, infondendo nei figli tutti della Santa Chiesa nuovo fervore, slancio di generosità, fermezza di propositi» (AAS 54 [1962], 727). Così Papa Giovanni XXIII in quel giorni.
A distanza di cinquant’anni, dopo essere stato chiamato dalla divina Provvidenza a succedere sulla cattedra di Pietro a quel Papa indimenticabile, anch’io sono venuto qui pellegrino per affidare alla Madre di Dio due importanti iniziative ecclesiali: l’Anno della fede, che avrà inizio tra una settimana, l’11 ottobre, nel cinquantesimo anniversario dell’apertura del Concilio Vaticano II, e l’Assemblea Generale Ordinaria del Sinodo dei Vescovi, da me convocata nel mese di ottobre sul tema «La nuova evangelizzazione per la trasmissione della fede cristiana».
Cari amici! A voi tutti porgo il mio più cordiale saluto. Ringrazio l’Arcivescovo di Loreto, Mons. Giovanni Tonucci, per le calorose espressioni di benvenuto. Saluto gli altri Vescovi presenti, i Sacerdoti, i Padri Cappuccini, ai quali è affidata la cura pastorale del santuario, e le Religiose. Rivolgo un deferente pensiero al Sindaco, Dott. Paolo Niccoletti, che pure ringrazio per le sue cortesi parole, al Rappresentante del Governo ed alle Autorità civili e militari presenti. E la mia riconoscenza va a tutti coloro che hanno generosamente offerto la loro collaborazione per la realizzazione di questo mio Pellegrinaggio.
Come ricordavo nella Lettera Apostolica di indizione, attraverso l’Anno della fede «intendo invitare i Confratelli Vescovi di tutto l’orbe perché si uniscano al Successore di Pietro, nel tempo di grazia spirituale che il Signore ci offre, per fare memoria del dono prezioso della fede» (Porta fidei, 8). E proprio qui a Loreto abbiamo l’opportunità di metterci alla scuola di Maria, di lei che è stata proclamata «beata» perché «ha creduto» (Lc 1,45). Questo Santuario, costruito attorno alla sua casa terrena, custodisce la memoria del momento in cui l’Angelo del Signore venne da Maria con il grande annuncio dell’Incarnazione, ed ella diede la sua risposta. Questa umile abitazione è una testimonianza concreta e tangibile dell’avvenimento più grande della nostra storia: l’Incarnazione; il Verbo si è fatto carne, e Maria, la serva del Signore, è il canale privilegiato attraverso il quale Dio è venuto ad abitare in mezzo a noi (cfr Gv 1,14). Maria ha offerto la propria carne, ha messo tutta se stessa a disposizione della volontà di Dio, diventando «luogo» della sua presenza, «luogo» in cui dimora il Figlio di Dio. Qui possiamo richiamare le parole del Salmo con le quali, secondo la Lettera agli Ebrei, Cristo ha iniziato la sua vita terrena dicendo al Padre: «Tu non hai voluto né sacrificio né offerta, un corpo invece mi hai preparato…Allora ho detto: “Ecco, io vengo per fare, o Dio, la tua volontà”» (10,5.7). Maria dice parole simili di fronte all’Angelo che le rivela il piano di Dio su di lei: «Ecco la serva del Signore; avvenga per me secondo la tua parola» (Lc 1,38). La volontà di Maria coincide con la volontà del Figlio nell’unico progetto di amore del Padre e in lei si uniscono cielo e terra, Dio creatore e la sua creatura. Dio diventa uomo, Maria si fa «casa vivente» del Signore, tempio dove abita l’Altissimo. Il Beato Giovanni XXIII cinquant’anni fa, qui a Loreto, invitava a contemplare questo mistero, a «riflettere su quel congiungimento del cielo con la terra, che è lo scopo dell’Incarnazione e della Redenzione», e continuava affermando che lo stesso Concilio aveva come scopo di estendere sempre più il raggio benefico dell’Incarnazione e Redenzione di Cristo in tutte le forme della vita sociale (cfr AAS 54 [1962], 724). E’ un invito che risuona oggi con particolare forza.
Nella crisi attuale che interessa non solo l’economia, ma vari settori della società, l’Incarnazione del Figlio di Dio ci dice quanto l’uomo sia importante per Dio e Dio per l’uomo. Senza Dio l’uomo finisce per far prevalere il proprio egoismo sulla solidarietà e sull’amore, le cose materiali sui valori, l’avere sull’essere. Bisogna ritornare a Dio perché l’uomo ritorni ad essere uomo. Con Dio anche nei momenti difficili, di crisi, non viene meno l’orizzonte della speranza: l’Incarnazione ci dice che non siamo mai soli, Dio è entrato nella nostra umanità e ci accompagna.
Ma il dimorare del Figlio di Dio nella «casa vivente», nel tempio, che è Maria, ci porta ad un altro pensiero: dove abita Dio, dobbiamo riconoscere che tutti siamo «a casa»; dove abita Cristo, i suoi fratelli e le sue sorelle non sono più stranieri. Maria, che è madre di Cristo è anche nostra madre, ci apre la porta della sua Casa, ci guida ad entrare nella volontà del suo Figlio.
È la fede, allora, che ci dà una casa in questo mondo, che ci riunisce in un’unica famiglia e che ci rende tutti fratelli e sorelle. Contemplando Maria, dobbiamo domandarci se anche noi vogliamo essere aperti al Signore, se vogliamo offrirgli la nostra vita perché sia una dimora per Lui; oppure se abbiamo paura che la presenza del Signore possa essere un limite alla nostra libertà, e se vogliamo riservarci una parte della nostra vita, in modo che possa appartenere soltanto a noi. Ma è proprio Dio che libera la nostra libertà, la libera dalla chiusura in se stessa, dalla sete di potere, di possesso, di dominio, e la rende capace di aprirsi alla dimensione che la realizza in senso pieno: quella del dono di sé, dell’amore, che si fa servizio e condivisione.
La fede ci fa abitare, dimorare, ma ci fa anche camminare nella via della vita. Anche a questo proposito, la Santa Casa di Loreto conserva un insegnamento importante. Come sappiamo, essa fu collocata sopra una strada. La cosa potrebbe apparire piuttosto strana: dal nostro punto di vista, infatti, la casa e la strada sembrano escludersi. In realtà, proprio in questo particolare aspetto, è custodito un messaggio singolare di questa Casa. Essa non è una casa privata, non appartiene a una persona o a una famiglia, ma è un’abitazione aperta a tutti, che sta, per così dire, sulla strada di tutti noi. Allora, qui a Loreto, troviamo una casa che ci fa rimanere, abitare, e che nello stesso tempo ci fa camminare, ci ricorda che siamo tutti pellegrini, che dobbiamo essere sempre in cammino verso un’altra abitazione, verso la casa definitiva, verso la Città eterna, la dimora di Dio con l’umanità redenta (cfr Ap 21,3).
C’è ancora un punto importante del racconto evangelico dell’Annunciazione che vorrei sottolineare, un aspetto che non finisce mai di stupirci: Dio domanda il «sì» dell’uomo, ha creato un interlocutore libero, chiede che la sua creatura Gli risponda con piena libertà. San Bernardo di Chiaravalle, in uno dei suoi Sermoni più celebri, quasi «rappresenta» l’attesa da parte di Dio e dell’umanità del «sì» di Maria, rivolgendosi a lei con una supplica: «L’angelo attende la tua risposta, perché è ormai tempo di ritornare a colui che lo ha inviato… O Signora, da’ quella risposta, che la terra, che gli inferi, anzi, che i cieli attendono. Come il Re e Signore di tutti desiderava vedere la tua bellezza, così egli desidera ardentemente la tua risposta affermativa… Alzati, corri, apri! Alzati con la fede, affrettati con la tua offerta, apri con la tua adesione!» (In laudibus Virginis Matris, Hom. IV, 8: Opera omnia, Edit. Cisterc. 4, 1966, p. 53s). Dio chiede la libera adesione di Maria per diventare uomo. Certo, il «sì» della Vergine è frutto della Grazia divina. Ma la grazia non elimina la libertà, al contrario, la crea e la sostiene. La fede non toglie nulla alla creatura umana, ma ne permette la piena e definitiva realizzazione.
Cari fratelli e sorelle, in questo pellegrinaggio che ripercorre quello del Beato Giovanni XXIII - e che avviene, provvidenzialmente, nel giorno in cui si fa memoria di san Francesco di Assisi, vero «Vangelo vivente» - vorrei affidare alla Santissima Madre di Dio tutte le difficoltà che vive il nostro mondo alla ricerca di serenità e di pace, i problemi di tante famiglie che guardano al futuro con preoccupazione, i desideri dei giovani che si aprono alla vita, le sofferenze di chi attende gesti e scelte di solidarietà e di amore. Vorrei affidare alla Madre di Dio anche questo speciale tempo di grazia per la Chiesa, che si apre davanti a noi. Tu, Madre del «sì», che hai ascoltato Gesù, parlaci di Lui, raccontaci il tuo cammino per seguirlo sulla via della fede, aiutaci ad annunciarlo perché ogni uomo possa accoglierlo e diventare dimora di Dio. Amen!

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quarta-feira, 3 de outubro de 2012

THE CHURCH BECOMES FULLY VISIBLE IN THE LITURGY

 
THE CHURCH BECOMES FULLY VISIBLE IN THE LITURGY
Vatican City, 3 October 2012 (VIS) - The time dedicated to liturgical prayer in the life of Christians, especially during Mass, was the central theme of Benedict XVI's catechesis during his general audience, held this morning in St. Peter's Square.
Prayer, the Pope explained, "is the living relationship of the children of God with their immeasurably good Father, with His Son Jesus Christ and with the Holy Spirit. Therefore the life of prayer consists in dwelling habitually in the presence of God and knowing Him. ... Such communion of life with the One Triune God is possible through Baptism, by which we are united to Christ, ... because only in Christ can we dialogue with God the Father as children".
For Christians prayer means "constantly gazing at Christ in ways that are ever new", said the Holy Father. "Yet we must not forget that we discover Christ and know Him as a living Person in the Church. She is 'His Body'. ... The unbreakable bond between Christ and the Church, through the unifying power of love, does not annul 'you' and 'me' but exalts them to their most intense unity. ... Praying means raising oneself to the heights of God, by means of a necessary and gradual transformation of our being".
By participating in the liturgy "we make the language of mother Church our own, we learn to speak in her and for her. Of course this comes about gradually, little by little. I must progressively immerse myself into the words of the Church with my prayers, life and suffering, with my joy and my thoughts. This is a journey which transforms us", the Pope said.
The question of "how to pray" is answered by following the Our Father, the prayer which Jesus taught us. "We see that its first two words are 'Father' and 'our', and the response then becomes clear: I learn to pray and I nourish my prayer by addressing myself to God as Father, and by praying with others, with the Church, accepting the gift of her words, which little by little become familiar and rich in meaning. The dialogue God establishes with each one of us in prayer, and we with Him, always includes a 'with'. We cannot pray to God individualistically. In liturgical prayer, especially the Eucharist, ... in all prayer, we speak not only as single individuals, but enter into that 'us' which is the prayerful Church".
The liturgy, then, "is not some form of 'self-expression' of a community. ... It means entering into that great living community in which God Himself nourishes us. The liturgy implies universality", and it "is important for all Christians to feel that they are truly part of this universal 'us', which is the foundation and refuge for the 'me', in the Body of Christ which is the Church".
To do this we must accept the logic of the incarnation of God, Who "came close to us, making Himself present in history and in human nature. ... This presence continues in the Church, His Body. The liturgy, then, is not the recollection of past events but the living presence of Christ's Paschal Mystery which transcends and unites time and space".
"It is not the individual priest or member of the faithful, or the group, which celebrates the liturgy. Rather, the liturgy is primarily the action of God through the Church with all her history, her rich tradition and her creativity. This universality and fundamental openness, which is specific to all the liturgy, is one of the reasons for which it cannot be invented or modified by a single community or by experts, but must remain faithful to the forms of the universal Church".
The Church becomes fully visible in the liturgy, the Holy Father concluded, "the act by which we believe that God enters our lives and we can encounter Him. The act in which ... He comes to us and we are illuminated by Him".

L'EGLISE S'EXPRIME PLEINEMENT DANS LA LITURGIE

L'EGLISE S'EXPRIME PLEINEMENT DANS LA LITURGIE
Cité du Vatican, 3 octobre 2012 (VIS). Au cours de l'audience générale tenue Place St.Pierre, Benoît XVI a traité de la place de la prière liturgique, de la messe en particulier, dans la vie du chrétien. La prière, a dit Benoît XVI, "est ce qui relie les fils de Dieu à un père infiniment bon, à son Fils le Christ et à l'Esprit. Cette vie priante consiste donc à se trouver en présence permanente et consciente de Dieu... Ceci est possible grâce au baptême qui nous lie au Christ...car en lui seul nous pouvons dialoguer filialement avec le Père". Pour le chrétien, prier signifie s'adresser au Christ, que "nous découvrons et connaissons vivant dans l'Eglise, qui est son corps... Le lien insoluble entre le Christ et l'Eglise dans la force de l'amour n'annule aucunement le toi et le je, mais les élève à une unité plus profonde... Prier signifie s'élever vers Dieu par une transformation graduelle et nécessaire de notre être". En participant à la liturgie, "nous faisons notre le langage de l'Eglise et apprenons à parler en son sein, à parler en son nom. Ceci se produit de façon graduelle, en commençant par une immersion progressive dans sa parole, par la prière, par le style de vie, nos joies et nos peines, nos pensées".
Dans le Pater, a poursuivi le Pape, "nous sommes appelés à nous adresser en priant au Père. En priant avec les autres, en acceptant ce que l'Eglise dit, nous nous familiarisons progressivement à la richesse de sens qu'elle nous offre. Le dialogue que Dieu ouvre en chacun de nous, entre lui et nous, inclut toujours dans la prière un avec. Mais on ne peut le prier de manière individuelle. Dans la prière liturgique, dans l'Eucharistie en particulier...nous ne parlons pas en tant que personne isolée mais nous entrons dans le nous de l'Eglise en prière". La liturgie n'est pas "une sorte d'auto-célébration de telle ou telle communauté mais l'accès au banquet d'une immense communauté vivante que Dieu nourrit. Elle implique l'universalité". C'est pourquoi tout chrétien "doit se sentir inséré dans ce nous universel, fondement et refuge du je au sein du corps du Christ qu'est l'Eglise". Il est donc nécessaire d'accepter la logique de l'Incarnation, par laquelle "Dieu s'est fait proche en entrant dans l'histoire et dans la nature humaine... La liturgie n'est pas la commémoration du passé mais la présence réelle du mystère pascal, dans lequel le Christ transcende et unit le temps et l'espace".
"Ce n'est pas un individu, prêtre ou laïc, ni même un groupe qui célèbre la liturgie, car elle est avant tout action de Dieu par le biais de l'Eglise. La liturgie y possède une riche tradition mais aussi sa créativité, un caractère d'universalisme et d'ouverture qui lui est propre. Ainsi la liturgie ne saurait être conçue ou modifiée par la communauté ou par des experts, puisqu'elle doit demeurer fidèle aux formes fixées par l'Eglise universelle". Dans la liturgie, a conclu le Saint-Père, l'Eglise se rend pleinement visible. La liturgie est "l'action dans laquelle nous savons que Dieu entre dans notre réel afin que nous le rencontrions". Elle est l'action "dans laquelle il vient à nous et nous éclaire".

EN LA LITURGIA LA IGLESIA SE HACE PLENAMENTE VISIBLE

EN LA LITURGIA LA IGLESIA SE HACE PLENAMENTE VISIBLE

Ciudad del Vaticano, 3 octubre 2012 (VIS).-El espacio que ocupa la oración litúrgica, sobre todo en la Santa Misa, en la vida del cristiano ha sido el tema central de la catequesis de Benedicto XVI durante la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro.

La oración, explicó el Papa, “es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesús y con el Espíritu Santo. Por lo tanto, la vida de oración consiste en estar habitualmente en presencia de Dios y ser conscientes de ello. (...) Y esto es posible por medio del bautismo que nos une a Cristo (..) ya que solo en Cristo podemos dialogar con Dios Padre como hijos”.

Para el cristiano la plegaria es “mirar constantemente y de forma siempre nueva a Cristo”. Pero a Cristo, continuó el pontífice “lo descubrimos y lo conocemos como persona viva en la Iglesia. Ella es su cuerpo (...) El lazo inseparable entre Cristo y la Iglesia, a través de la fuerza unificadora del amor, no anula el 'tu' y el 'yo'; al contrario, lo eleva a una unidad más profunda (...) Rezar significa elevarse a la altura de Dios, mediante una transformación gradual y necesaria de nuestro ser”.

Participando en la liturgia “hacemos nuestra la lengua de la madre Iglesia, aprendemos a hablar en ella y por ella. Naturalmente, esto ocurre de forma gradual, poco a poco. Debo sumergirme, progresivamente, en las palabras de la Iglesia, con mi oración, con mi vida, con mis sufrimientos, mi alegría y mis pensamientos(...) Es un camino que nos transforma”.

La cuestión de 'cómo rezamos' se esclarece siguiendo el Padre nuestro, la oración que nos enseñó Jesús. “Vemos -dijo el Papa- que la primera palabra es 'Padre' y la segunda 'nuestro'. La respuesta está clara. Aprendo a rezar, alimento mi oración, dirigiéndome a Dios como Padre y rezando con otros, rezando con la Iglesia, aceptando el don de sus palabras que, poco a poco, se me hacen familiares y ricas de sentido. El diálogo que Dios establece con cada uno de nosotros y nosotros con El, en la oración incluye siempre un 'con'; no se puede rezar de forma individualista. En la oración litúrgica, sobre todo en la Eucaristía (...), en cada oración, no hablamos sólo como personas al singular, sino que entramos en el 'nosotros' de la Iglesia que reza.

La liturgia, pues, “no es una especie de 'auto-manifestación' de unacomunidad: (...) es entrar en la comunidad viva en la que Dios mismo nos nutre. Implica universalidad” y “es importante que cada uno de los cristianos se sienta y esté realmente insertado en este 'nosotros' universal que constituye el fundamento y el refugio del 'yo', en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia”.

Para ello es necesario aceptar la lógica de la encarnación de Dios, que“se hizo vivo y presente entrando en la historia y en la naturaleza humana (...) Y esta presencia prosigue en la Iglesia, su cuerpo. La liturgia, entonces, no es el recuerdo de eventos pasados: es la presencia viva del misterio pascual de Cristo que transciende y une los tiempos y los espacios”.

No es el individuo -sacerdote o fiel- o el grupo el que celebra la liturgia; ésta es , en primer lugar, la acción de Dios a través de la Iglesia, que tiene su historia, su rica tradición y su creatividad. Esta universalidad y apertura fundamental, que es propia de toda liturgia, es una de la razones por las que no puede ser ideada o modificada por una comunidad particular o por los expertos, sino que debe ser fiel a las formas de la Iglesia universal”.

La Iglesia se hace plenamente visible en la liturgia “el acto en que creemos que Dios entra en nuestra realidad y nosotros lo podemos encontrar. Es el acto en que (...) El viene a nosotros y nos ilumina”, concluyó el Papa.

La natura ecclesiale della preghiera liturgica

La natura ecclesiale della preghiera liturgica

Cari fratelli e sorelle,


nella scorsa catechesi ho iniziato a parlare di una delle fonti privilegiate della preghiera cristiana: la sacra liturgia, che - come afferma il Catechismo della Chiesa Cattolica - è «partecipazione alla preghiera di Cristo, rivolta al Padre nello Spirito Santo. Nella liturgia ogni preghiera cristiana trova la sua sorgente e il suo termine» (n. 1073).

Oggi vorrei che ci chiedessimo: nella mia vita, riservo uno spazio sufficiente alla preghiera e, soprattutto, che posto ha nel mio rapporto con Dio la preghiera liturgica, specie la Santa Messa, come partecipazione alla preghiera comune del Corpo di Cristo che è la Chiesa?

Nel rispondere a questa domanda dobbiamo ricordare anzitutto che la preghiera è la relazione vivente dei figli di Dio con il loro Padre infinitamente buono, con il Figlio suo Gesù Cristo e con lo Spirito Santo (cfr ibid., 2565). Quindi la vita di preghiera consiste nell’essere abitualmente alla presenza di Dio e averne coscienza, nel vivere in relazione con Dio come si vivono i rapporti abituali della nostra vita, quelli con i familiari più cari, con i veri amici; anzi quella con il Signore è la relazione che dona luce a tutte le altre nostre relazioni. Questa comunione di vita con Dio, Uno e Trino, è possibile perché per mezzo del Battesimo siamo stati inseriti in Cristo, abbiamo iniziato ad essere una sola cosa con Lui (cfr Rm 6,5).

In effetti, solo in Cristo possiamo dialogare con Dio Padre come figli, altrimenti non è possibile, ma in comunione col Figlio possiamo anche dire noi come ha detto Lui: «Abbà». In comunione con Cristo possiamo conoscere Dio come Padre vero (cfr Mt 11,27). Per questo la preghiera cristiana consiste nel guardare costantemente e in maniera sempre nuova a Cristo, parlare con Lui, stare in silenzio con Lui, ascoltarlo, agire e soffrire con Lui. Il cristiano riscopre la sua vera identità in Cristo, «primogenito di ogni creatura», nel quale sussistono tutte le cose (cfr Col 1,15ss). Nell’identificarmi con Lui, nell’essere una cosa sola con Lui, riscopro la mia identità personale, quella di vero figlio che guarda a Dio come a un Padre pieno di amore.
Ma non dimentichiamo: Cristo lo scopriamo, lo conosciamo come Persona vivente, nella Chiesa. Essa è il «suo Corpo». Tale corporeità può essere compresa a partire dalle parole bibliche sull’uomo e sulla donna: i due saranno una carne sola (cfr Gn 2,24; Ef 5,30ss.; 1 Cor 6,16s). Il legame inscindibile tra Cristo e la Chiesa, attraverso la forza unificante dell’amore, non annulla il «tu» e l’«io», bensì li innalza alla loro unità più profonda. Trovare la propria identità in Cristo significa giungere a una comunione con Lui, che non mi annulla, ma mi eleva alla dignità più alta, quella di figlio di Dio in Cristo: «la storia d’amore tra Dio e l’uomo consiste appunto nel fatto che questa comunione di volontà cresce in comunione di pensiero e di sentimento e, così, il nostro volere e la volontà di Dio coincidono sempre di più» (Enc. Deus caritas est, 17). Pregare significa elevarsi all’altezza di Dio, mediante una necessaria graduale trasformazione del nostro essere.
Così, partecipando alla liturgia, facciamo nostra la lingua della madre Chiesa, apprendiamo a parlare in essa e per essa. Naturalmente, come ho già detto, questo avviene in modo graduale, poco a poco. Devo immergermi progressivamente nelle parole della Chiesa, con la mia preghiera, con la mia vita, con la mia sofferenza, con la mia gioia, con il mio pensiero. E’ un cammino che ci trasforma.
Penso allora che queste riflessioni ci permettano di rispondere alla domanda che ci siamo fatti all’inizio: come imparo a pregare, come cresco nella mia preghiera? Guardando al modello che ci ha insegnato Gesù, il Padre nostro, noi vediamo che la prima parola è «Padre» e la seconda è «nostro».
La risposta, quindi, è chiara: apprendo a pregare, alimento la mia preghiera, rivolgendomi a Dio come Padre e pregando-con-altri, pregando con la Chiesa, accettando il dono delle sue parole, che mi diventano poco a poco familiari e ricche di senso. Il dialogo che Dio stabilisce con ciascuno di noi, e noi con Lui, nella preghiera include sempre un «con»; non si può pregare Dio in modo individualista. Nella preghiera liturgica, soprattutto l’Eucaristia, e - formati dalla liturgia - in ogni preghiera, non parliamo solo come singole persone, bensì entriamo nel «noi» della Chiesa che prega. E dobbiamo trasformare il nostro «io» entrando in questo «noi».
Vorrei richiamare un altro aspetto importante. Nel Catechismo della Chiesa Cattolica leggiamo: «Nella liturgia della Nuova Alleanza, ogni azione liturgica, specialmente la celebrazione dell’Eucaristia e dei sacramenti, è un incontro tra Cristo e la Chiesa» (n. 1097); quindi è il «Cristo totale», tutta la Comunità, il Corpo di Cristo unito al suo Capo che celebra.
La liturgia allora non è una specie di «auto-manifestazione» di una comunità, ma è invece l’uscire dal semplice «essere-se-stessi», essere chiusi in se stessi, e l’accedere al grande banchetto, l’entrare nella grande comunità vivente, nella quale Dio stesso ci nutre. La liturgia implica universalità e questo carattere universale deve entrare sempre di nuovo nella consapevolezza di tutti. La liturgia cristiana è il culto del tempio universale che è Cristo Risorto, le cui braccia sono distese sulla croce per attirare tutti nell’abbraccio dell’amore eterno di Dio. E’ il culto del cielo aperto.
Non è mai solamente l’evento di una comunità singola, con una sua collocazione nel tempo e nello spazio. E’ importante che ogni cristiano si senta e sia realmente inserito in questo «noi» universale, che fornisce il fondamento e il rifugio all’«io», nel Corpo di Cristo che è la Chiesa.
In questo dobbiamo tenere presente e accettare la logica dell’incarnazione di Dio: Egli si è fatto vicino, presente, entrando nella storia e nella natura umana, facendosi uno di noi. E questa presenza continua nella Chiesa, suo Corpo.
La liturgia allora non è il ricordo di eventi passati, ma è la presenza viva del Mistero Pasquale di Cristo che trascende e unisce i tempi e gli spazi. Se nella celebrazione non emerge la centralità di Cristo non avremo liturgia cristiana, totalmente dipendente dal Signore e sostenuta dalla sua presenza creatrice. Dio agisce per mezzo di Cristo e noi non possiamo agire che per mezzo suo e in Lui. Ogni giorno deve crescere in noi la convinzione che la liturgia non è un nostro, un mio «fare», ma è azione di Dio in noi e con noi.
Quindi, non è il singolo - sacerdote o fedele - o il gruppo che celebra la liturgia, ma essa è primariamente azione di Dio attraverso la Chiesa, che ha la sua storia, la sua ricca tradizione e la sua creatività. Questa universalità ed apertura fondamentale, che è propria di tutta la liturgia, è una delle ragioni per cui essa non può essere ideata o modificata dalla singola comunità o dagli esperti, ma deve essere fedele alle forme della Chiesa universale.
Anche nella liturgia della più piccola comunità è sempre presente la Chiesa intera. Per questo non esistono «stranieri» nella comunità liturgica. In ogni celebrazione liturgica partecipa assieme tutta la Chiesa, cielo e terra, Dio e gli uomini. La liturgia cristiana, anche se si celebra in un luogo e uno spazio concreto ed esprime il «sì» di una determinata comunità, è per sua natura cattolica, proviene dal tutto e conduce al tutto, in unità con il Papa, con i Vescovi, con i credenti di tutte le epoche e di tutti i luoghi. Quanto più una celebrazione è animata da questa coscienza, tanto più fruttuosamente in essa si realizza il senso autentico della liturgia.
Cari amici, la Chiesa si rende visibile in molti modi: nell’azione caritativa, nei progetti di missione, nell’apostolato personale che ogni cristiano deve realizzare nel proprio ambiente. Però il luogo in cui la si sperimenta pienamente come Chiesa è nella liturgia: essa è l’atto nel quale crediamo che Dio entra nella nostra realtà e noi lo possiamo incontrare, lo possiamo toccare. È l’atto nel quale entriamo in contatto con Dio: Egli viene a noi, e noi siamo illuminati da Lui. Per questo, quando nelle riflessioni sulla liturgia noi centriamo la nostra attenzione soltanto su come renderla attraente, interessante bella, rischiamo di dimenticare l’essenziale: la liturgia si celebra per Dio e non per noi stessi; è opera sua; è Lui il soggetto; e noi dobbiamo aprirci a Lui e lasciarci guidare da Lui e dal suo Corpo che è la Chiesa.
Chiediamo al Signore di imparare ogni giorno a vivere la sacra liturgia, specialmente la Celebrazione eucaristica, pregando nel «noi» della Chiesa, che dirige il suo sguardo non a se stessa, ma a Dio, e sentendoci parte della Chiesa vivente di tutti i luoghi e di tutti i tempi. Grazie.

APPELLO DEL SANTO PADRE



Cari fratelli e sorelle, domani mi recherò in visita al Santuario di Loreto, nel 50° anniversario del celebre pellegrinaggio del Beato Papa Giovanni XXIII in quella località mariana, avvenuto una settimana prima dell’apertura del Concilio Vaticano II.

Vi chiedo di unirvi alla mia preghiera nel raccomandare alla Madre di Dio i principali eventi ecclesiali che ci apprestiamo a vivere: l’Anno della fede e il Sinodo dei Vescovi sulla nuova evangelizzazione. Possa la Vergine Santa accompagnare la Chiesa nella sua missione di annunciare il Vangelo agli uomini e alle donne del nostro tempo.

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