segunda-feira, 3 de janeiro de 2011

El Cardenal Siri: Vestimenta masculina cambia la sicología de la mujer En verdad, el motivo que impulsa a las mujeres a llevar vestimenta de hombre no es siempre el de imitar, sino la de competir con el hombre quien se considera más fuerte, menos atado y más independiente. Esta motivación muestra claramente que la vestimenta masculina es la ayuda visible para llevar a cabo una actitud mental de ser ‘como un hombre’.


 

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Giuseppe Cardinal Siri Génova 12 de Junio, 1960
Para el Reverendo Clero,  todas las Hermanas que enseñan, para todos los hijos amantes de la Acción Católica,  los educadores quienes verdaderamente tratan de seguir la Doctrina Cristiana.

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Cardenal Siri
I. Las primeras señales de nuestra tardía primavera indican un cierto aumento este año en el uso de la ropa de hombre empleada por mujeres y jóvenes, aún en el caso de madres de familia.
Hasta el año 1959, en Génova, tal vestimenta significaba usualmente que la persona era un turista, pero ahora parece haber un número significativo de jóvenes y mujeres de la misma Génova que están escogiendo, por lo menos para los viajes de placer, llevar ropa de hombres (pantalones).
La diseminación de esta conducta nos obliga a pensar seriamente sobre este tema, y les pedimos a quienes está dirigida esta Notificación que le presten toda la atención que este problema se merece, como es propio de las personas que están conscientes que deben ser responsables a Dios.
Buscamos, ante todo, dar un balanceado juicio moral sobre el que las mujeres lleven ropa de hombre. De hecho, nuestros pensamientos descansan únicamente en el aspecto moral.
Primero, cuando se trata de cubrir el cuerpo de la mujer, el llevar pantalones de hombre no se puede decir que constituye, en sí, una grave ofensa contra la modestia, porque pantalones ciertamente cubren más del cuerpo de una mujer que lo que cubre las faldas modernas.
Sin embargo, en segundo lugar para ser modesto, la ropa no solo necesita cubrir el cuerpo sino que también no debe estar demasiado ajustada al cuerpo. Es cierto que la ropa femenina se lleva ahora más ajustada al cuerpo que los pantalones, pero éstos se pueden llevar muy ajustados, y es más, generalmente son llevados apretadamente. Por lo tanto, el llevar estas apretadas prendas nos dan la misma preocupación que nos da un cuerpo expuesto. Así que la inmodestia de los pantalones de hombre en la mujer es un aspecto del problema que no se debe de obviar en un juicio general sobre ellas, aún si no debe de ser artificialmente exagerado tampoco.
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II. Sin embargo, hay otro aspecto del que mujeres lleven pantalones y que a nosotros nos parece ser el más grave.
El que mujeres lleven indumentaria de hombres afecta primeramente a la mujer misma, al cambiar la sicología femenina propia de la mujer. En segundo lugar, afecta a la mujer como esposa de su marido, al tender a corromper las relaciones entre los sexos. En tercer lugar, la mujer como madre de sus hijos, hiere su dignidad ante los ojos de sus hijos. Cada uno de estos puntos deberá ser considerado cuidadosamente.
A. Vestimenta masculina cambia la sicología de la mujer
En verdad, el motivo que impulsa a las mujeres a llevar vestimenta de hombre no es siempre el de imitar, sino la de competir con el hombre quien se considera más fuerte, menos atado y más independiente. Esta motivación muestra claramente que la vestimenta masculina es la ayuda visible para llevar a cabo una actitud mental de ser ‘como un hombre’. En segundo lugar, desde que el hombre ha sido el hombre, la ropa que una persona lleva condiciona, determina y modifica los gestos, actitudes y conducta de la persona. Tan es así que con solo llevar puesta la ropa, el vestir llega a imponer un estado de ánimo especial dentro de la persona.
Permítanos agregar que una mujer que siempre lleva puesta ropa de hombre, más o menos indica que ella está reaccionando a su feminidad como si fuese inferior [a lo masculino], cuando de hecho es sólo diverso. La perversión de su sicología es claramente evidente.
Estas razones, sumadas a muchas más, son suficientes para advertirnos de cuán equivocadamente piensan las mujeres al llevar ropa de hombre.
B. La vestimenta masculina tiende a corromper las relaciones entre las mujeres y los hombres.En verdad, cuando las relaciones entre los dos sexos desenrollan con el pasar de los tiempos, es predominante un instinto de atracción mutua. La base esencial de esta atracción es una diversidad entre los dos sexos que se hace posible únicamente por el complemento del uno para con el otro. Si entonces esta diversidad se es menos obvia porque uno de sus signos mayores externos es eliminado, y porque la estructura sicológica normal es debilitada, lo que resulta es la alteración de un factor fundamental en la relación.
El problema va más allá. La atracción mutua entre los sexos es precedida naturalmente, y en el orden del tiempo, por ese sentido de vergüenza que frena los impulsos que surgen, impone respeto sobre ellos, y tiende a levantar la estima mutua y el temor saludable a un nivel más alto acerca de que esos impulsos se dejan ir hacia adelante a actos no controlados. El cambiar esa vestimenta, que por su diversidad revela y sostiene los límites de la naturaleza y las defensas, es nivelar las distinciones y ayudan a desmejorar las defensas vitales del sentido de la vergüenza.
Por lo menos es obstaculizar ese sentido. Y cuando el sentido de la vergüenza es obstruido o es frenado, entonces las relaciones entre el hombre y la mujer se hunden degradadamente a puro sensualismo - completamente falto de todo respeto o estima mutua.
La experiencia nos enseña que cuando la mujer es des-feminizada, las defensas son socavadas y la debilidad aumenta.
C. La vestimenta masculina hiere la dignidad de la madre ante los ojos de sus hijos.
Todo niño tiene un instinto hacia el sentido de dignidad y recato de su madre. El análisis de la primera crisis interna de niños cuando despiertan a la vida que los rodea, aún antes de llegar a la adolescencia, muestra cuánto vale para ellos el sentido de sus madres. Los niños son sumamente sensitivos a esa edad. Los adultos típicamente dejan todo eso atrás y no piensan más sobre ello. Pero hacemos bien en recordar las severas demandas que los niños instintivamente les hacen a sus madres, y las profundas y hasta terribles reacciones que surgen en ellos al observar una mala conducta de parte de sus madres. Muchas vías más adelante en la vida son marcadas en este punto – y no por un bien – en estos primeros dramas de la infancia y la juventud.
El niño pudiera no conocer la definición de estar expuesto, de la frivolidad o la infidelidad, pero él posee un sentido instintivo para reconocer cuándo suceden estas cosas, sufre a causa de ellas, y es terriblemente herido en su alma por ellas.
III. Pensemos seriamente sobre el importe de todo lo dicho hasta aquí, aunque la apariencia de la mujer con vestimenta masculina no provoca inmediatamente la misma molestia causada por una grave inmodestia.
El cambio de la sicología femenina no fundamental es – a lo largo – un irreparable daño a la familia, a la fidelidad conyugal, a los afectos humanos y a la sociedad humana. Cierto, los efectos de llevar ropa no adecuada no se ven a corto plazo. Pero uno debe de pensar en lo que está siendo lentamente, e insidiosamente, rebajado – pervertido.
Si la sicología femenina es cambiada, ¿hay alguna reciprocidad imaginable cambiada entre marido y mujer? O ¿hay alguna verdadera educación imaginable en los niños, que es tan delicada en su procedimiento, tan entrelazada de factores imponderables que la intuición de la madre y lo instintivo juegan una parte decisiva en esos primeros años tiernos? ¿Qué podrán estas mujeres darles a sus hijos cuando ellas habrán usado pantalones durante tanto tiempo y su auto estima estará determinada más por su competir con los hombres que por su función como mujer?
Nos preguntamos por qué es que desde que el hombre ha sido hombre – o más bien, desde que se civilizó – ¿por qué el hombre durante todos las épocas y lugares ha llevado irresistiblemente el diferenciarse y el dividir las funciones de los dos sexos? ¿No tenemos aquí un testimonio estricto para el reconocimiento por toda la humanidad de una verdad y una ley por arriba del hombre?
En resumen, donde sea que las mujeres llevan vestimenta del hombre, debe de considerarse un factor, a largo plazo, de una desintegración del orden humano.
IV. La consecuencia lógica de todo presentado hasta aquí es que cualquier persona en una posición de responsabilidad debe ser poseído por un sentido de alarma en el verdadero y correcto significado de la palabra, una alarma severa y decisiva.Nosotros nos dirigimos de manera de una grave advertencia a los sacerdotes parroquiales, a los sacerdotes en general y a los confesores en particular, a los miembros de toda clase de asociaciones, a los religiosos, a las monjas, y especialmente a las monjas que enseñan.
Les pedimos que estén claramente conscientes del problema para que sigan una acción. Esta conciencia es lo que importa. Sugerirá la acción apropiada a su tiempo. Pero no dejemos que nos aconseje a ceder ante el cambio inevitable, como si fuésemos confrontados por una evolución natural de la humanidad.
El hombre viene y el hombre puede irse, pero Dios ha dejado mucho lugar para el ir y venir de la libre voluntad; sin embargo las líneas sustanciales de la naturaleza y las no menos líneas sustanciales de la Ley Eterna nunca han cambiado, no están cambiando, y nunca cambiarán. Hay límites más allá de las que uno puede ir como la persona desee, pero el hacerlo termina en la muerte. La fantasía filosóficamente vacía puede permitirle a uno a ridiculizar o trivializar estos límites, pero ellos constituyen una alianza de verdaderos hechos y de la naturaleza que castigan a cualquiera quien pasa por encima de ellos. La historia ciertamente ha enseñado – con impresionantes pruebas de la vida y muerte de naciones – que la respuesta a todos estos violadores de este esquema de la ‘humanidad’ es siempre, tarde o temprano, una catástrofe.
Desde la dialéctica de Hegel, se nos enseña lo que llega a ser nada más que cuentos, y a fuerza de escucharlos tan a menudo, muchas personas terminan conformándose a ellos, aunque sea pasivamente. Pero la realidad del asunto es que la Naturaleza y la Verdad, y la Ley atadas en ambas, van por su camino imperturbable, y deshacen a los simplones quienes, sin excusa alguna, creerían en cambios radicales y de largo alcance en la misma estructura del hombre.
Las consecuencias de tales violaciones no son un nuevo esquema del hombre, sino más bien desórdenes, una inestabilidad dañina de toda clase, la asombrosa sequedad de las almas humanas, un aumento devastador en el número de seres humanos abandonados de entre ustedes, dejados que vivan su declinación en aburrimiento, tristeza y rechazo. En este naufragio de eternas reglas se encuentran familias destruidas, hogares fríos, vidas acortadas antes de su tiempo, los ancianos desechados, nuestra juventud degenerada voluntariamente y – al final de la línea – almas en desesperación y hasta tomando sus propias vidas. ¡Todas estas ruinas humanas son testigos del hecho de que la ‘línea de Dios’ no cede, ni permite la adaptación de cualquier sueño delirante de los tal llamados filósofos!
V. Hemos dicho que a los que es dirigida esta Notificación, se les pide que tomen el problema que está por delante como una alarma seria. Ellos saben lo que deben de decir, comenzando con las niñas en los regazos de sus madres.
Ellos saben que sin exagerar la cosa o volverse fanáticos, ellos necesitarán limitar estrictamente cuán lejos pueden tolerar el que la mujer vista como hombre, como regla general.
Ellos saben que no deben de ser tan débiles de llegar al punto de permitir ver una costumbre que va cuesta abajo y que está demoliendo la posición moral de todas las instituciones.
Los sacerdotes saben que ellos deben de tomar una línea fuerte y decisiva en el confesionario, sin afirmarse a que el hecho que la mujer viste como hombre automáticamente sea una falta grave.
Todos deben de pensar en la necesidad de tener una línea unida de acción, reforzada en todos lados por la cooperación de todos los hombres de Buena Voluntad y de todas las mentes iluminadas, para crear un verdadero dique que sostendrá la inundación.
Aquellos de ustedes quienes son responsables de almas en cualquier capacidad deben comprender cuán útil es tener a hombres de letras y en los medios de comunicación como aliados en esta campaña. La posición tomada por las casas diseñadoras de ropa y de la industria del vestir, es de una importancia crucial en todo el asunto. El sentido artístico, el refinamiento y el buen gusto pueden unirse para encontrar soluciones adecuadas, y a la vez dignas, en cuanto a la ropa que una mujer debe llevar cuando maneja una motocicleta o hace ejercicio, o lo que lleva para ir a trabajar. Lo que es importante es conservar la modestia a la vez de mantener el sentido eterno de feminidad, el cual, más que cualquier otra cosa, todos los niños siempre continuarán asociando con lo que sus madres significan para ellos.
No negamos que la vida moderna pone problemas y hace requerimientos desconocidos para nuestros abuelos. Pero afirmamos que hay valores con más necesidad de ser protegidos que las experiencias pasajeras, y que para todas las personas inteligentes siempre habrá suficiente buen sentido y buen gusto para encontrar aceptables y dignas soluciones a los problemas que surgen.
Conmovidos por la caridad, estamos luchando contra una degradación del hombre, contra el ataque sobre aquellas diferencias sobre las cuales descansa el complemento entre el hombre y la mujer.
Cuando vemos a una mujer llevar pantalones, deberíamos pensar no tanto en solo ella, sino en toda la humanidad, de cómo será cuando todas las mujeres se masculinicen. Nadie ganará al tratar de llevara a cabo una futura época de imprecisión, de ambigüedad, de imperfección, y, por así decirlo, de monstruosidades.
Esta carta nuestra no está dirigida al público, sino a los responsables de almas, para la educación, para asociaciones Católicas. Que hagan su deber, y que les permita no ser soldados dormidos en sus puestos cuando entre el mal.
+Giuseppe Cardinal Siri
Arzobispo de Génova