Querido hermano en el sacerdocio,
Me dirijo a ti que te gusta la sotana, que la valoras, que quieres llevarla pero no te decides. Te revistes con ella en ocasiones, posiblemente en algunas fiestas de tu parroquia, eso sí, dentro de ella; quizá la lleves en tiempo de la Semana Santa. En definitiva, la usas muy ocasionalmente. Pesa mucho sobre ti “el qué dirán”, o “el qué dirá” tu párroco, o a lo mejor tu Sr. Obispo.
Sabes que el Magisterio establece el uso del hábito talar, es decir, la sotana. Pero también sabes que, desgraciadamente, la autoridad del Magisterio está en entredicha; y que la autoridad queda reducida a la opinión personal de tu párroco o a la del Sr. Obispo. Por tanto, no quieres que te señalen, en definitiva no quieres tener “problemas”. Quizá termines pensando que no vale la pena crear una “conflicto” por una simple sotana. Entonces pregúntate, ¿a quién quieres servir? Es el Señor es quién te ha escogido personalmente, ¿por qué te cuesta servirle?
Querido hermano sacerdote, el uso de la sotana no es un tema marginal, ni circunstancial en tu ministerio. Si deseas llevarla y no te decides a ello por “temor” a los respetos humanos, esta debilidad te pasará factura en tu ministerio. Sin querer, sin ser consciente posiblemente, tu firmeza sacerdotal estará debilitada, y en muchas ocasiones te faltará la firmeza y seguridad que te faltó en la decisión para ponerte la sotana de forma habitual.
La sotana afirma tu carácter sacerdotal y tu identidad sacerdotal. Su color negro, no color de luto, es para recordarte que has de estar “muerto” al mundo, en cuanto a sus placeres y vanidades, porque eres el elegido de Dios, el consagrado de Dios, exclusivo de Dios. Siendo únicamente de Dios podrás entonces darte al mundo, sin riesgo de que tu corazón quede atrapado en sus efímeros atractivos.
La sotana te cubre desde el cuello a los talones para recordarte que el hombre que eras antes ya ha desaparecido, que tus gustos y aficiones han de ser las de Dios; que eres un hombre “transfigurado” en Cristo, es decir, un sacerdote de Cristo.
La sotana sólo te ayuda, recordándote lo que eres, protegiéndote de las tentaciones del mundo, advirtiéndote de ellas, reafirmándote en tu vocación e ilusiones primeras; te mantiene la “juventud” de tu corazón aunque tu rostro indique el paso de los años. La sotana es un bien para tu sacerdocio. La sotana es para el sacerdote exclusivamente, nadie más la puede llevar.
Tu sotana es tu identidad sacerdotal, y su “cicatrices” serán el recuerdo de tu vida, de tus trabajos y fatigas, de tus alegrías y tristezas, de tus soledades… de tu vida sacerdotal. Tu sotana quedará como testigo fiel y “notario” de tu consagración a Dios.
Si deseas llevarla, querido hermano sacerdote, póntela hoy mismo. No lo dudes un instante. Y ya no te la quites. La quiere tu Madre la Iglesia y la quieres tú.
¡Viva la sotana!, hermano sacerdote.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
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