quarta-feira, 15 de julho de 2009

San Benito y la apostasía sociológica post-moderna



Este sábado 11 de Julio la Iglesia celebra a San Benito de Nursia, Patrono de Europa. Escribió una Regla de monjes, en la cual su sabiduría de vida lo convirtió en Padre de los monjes de Occidente. Hoy la Confederación Benedictina cuenta con unos 10.000 monjes y monjas, y ha dado a la Iglesia una treintena de Papas.

San Benito es uno de los «arquitectos» de la gestación de un mundo nuevo. El Imperio Romano estaba corroído por dentro y por eso pudo ser devastado por fuera mediante las invasiones de los pueblos bárbaros. De la conversión de tales invasores nació la Cristiandad Medieval.

Los autores espirituales enseñan que Dios concede a los fundadores vivir en forma anticipada lo que van a transmitir a sus hijos. ¡Qué obra tan grandiosa ha realizado el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de San Benito para que su vida haya sido a tal punto fructífera e imperecedera! Para penetrar en el misterio de este gran santo, quiero invitarlos a realizar un recorrido hacia la interioridad de San Benito. Un recorrido que comience en el mundo actual y desde él se dirija hacia la vida de nuestro santo. Es un caminar en dirección contraria que ha de ayudarnos a tener mayor luz y a ampliar nuestra reflexión sobre los grandes problemas y luces de la historia del mundo. Dicho de otra manera, espero que esta mirada nos ayude a comprender, desde el estado final de nuestra civilización occidental, aquello que se gestó en el corazón del Patriarca y Patrono de Occidente y que dio origen a los mil años de soberanía social de Cristo Rey, como fue la Cristiandad medieval.

Pérdida de interioridad y vida sobrenatural. Siguiendo en algunos aspectos el análisis que el filósofo ruso existencialista Nicolás Berdiaeff realiza en su obra Una nueva Edad Media, podríamos decir que el proceso que ha dado a luz la modernidad comenzó en el Renacimiento cuando el hombre comenzó a disociarse de las fuentes espirituales de la vida, emprendiendo un itinerario que condujo a la reducción del hombre espiritual al hombre natural. El hombre se sometió a su «materialidad» pero quedando disociado de su interioridad, de su vida sobrenatural. El triunfo del hombre natural sobre el espiritual en la historia moderna nos condujo a la esterilidad creadora, es decir, al fin del Renacimiento y con posterioridad a la autodestrucción del hombre en un humanismo suicida en la modernidad y post-modernidad (guerras mundiales, exterminios de millones de personas, el genocidio masivo del aborto, etc). El vacío a que ha conducido esta existencia superficial y «descentrada» donde se ha proclamado la muerte de Dios, no ha llevado a que Dios muera, sino a la muerte del hombre mismo. Fue así que para el supuesto engrandecimiento del hombre, este humanismo antropocéntrico le privó de la semejanza divina y le sometió a la sola necesidad natural. Así, según Berdiaeff, el hombre no tuvo de dónde sacar nada creador de las fuentes de su interioridad porque ya no puedo acceder a ella; quedó relegado a la superficie. Esclavo de lo material y prisionero del conocimiento sensible no tuvo como acceder al mundo espiritual y acabó eliminándolo tanto en la especulación filosófica como en la vida práctica. La proclamación de la muerte de la metafísica terminó reduciendo su conocimiento de la naturaleza al ámbito de las matemáticas—como dijo Galileo: «el universo está escrito con caracteres matemáticos»—, a una comprensión de los entes vivos como si fueran un mero reloj, cuyo funcionamiento es meramente extrínseco. Ciertamente, el problema ya lo veía San Pablo cuando dice: el hombre animal no puede comprender las cosas que son del espíritu de Dios, pues para él todas son una necedad. Y no puede entenderlas, puesto que se han de discernir con una luz espiritual que no tiene. Sólo el hombre espiritual puede ser un verdadero creador sumergiendo sus raíces en la vida infinita y eterna (cf. 1 Cor 2,14-16).

La historia moderna ha sido edificada con la ilusión de que el hombre podría desarrollarse y hacer un mundo más humano disociado del mundo sobrenatural, del mundo divino. De aquí que vuelto al mundo material, se ha llegado a invertir la subordinación de lo natural a lo sobrenatural. Así el error de la modernidad no se debió a las cosas auténticamente santas de la Iglesia católica. Fue el hombre quien, por sus caídas, alteró y desfiguró el cristianismo, y finalmente se alzó contra él, haciéndolo responsable de sus propias culpas y pecados. Esto es digno de ser meditado. Robert Hugh Benson en su libro El alba del cristianismo dice que el mundo moderno ha de llegar a destruirse a tal punto que finalmente no le queda otra solución que una disyuntiva final: «O la Iglesia católica o nada».

«Habitare secum», vuelta a la interioridad. San Gregorio Magno nos dice que «hubo un varón de vida venerable, bendito —en latín, Benedictus— por gracia y por nombre, dotado desde su juventud de una prudencia de anciano, quien prefiriendo sufrir las injurias del mundo a sus alabanzas y verse por Dios agobiado de trabajos que ensalzado por los favores de esta vida, se fue a vivir en soledad». Dice también que «pudiendo gozar libremente de los bienes temporales, despreció como árido el mundo con sus flores», y que abandonóRoma —la capital del Imperio— «conscientemente indocto y sabiamente inculto». Probablemente, por obra del Espíritu Santo, tomó esta decisión asqueado por la degradación de costumbres de un mundo que ya estaba deshecho y lleno de inmoralidades, parecido a lo que vamos viendo hoy. En esa soledad viviendo solo con el Solo, es decir, solo con Dios, vive vida eremítica o solitaria durante 3 años, una vida que San Gregorio describe con las profundas palabras de «habitare secum», esto es: «habitar consigo mismo». Son exactamente las mismas palabras que el hijo pródigo se dice a sí mismo, y que posibilitan el camino de retorno al Padre: esto es su conversión. San Benito en Subiaco hizo su camino de conversión, de descubrimiento de la interioridad, del encuentro con Dios que posibilita el encuentro consigo y «la auto posesión» de sí mismo. Esto quiere decir que estando iluminadas y gobernadas las facultades espirituales —entendimiento y voluntad— por el Espíritu Santo, las inferiores se someten pacíficamente y el hombre recobra la paz original, la paz interior, la Pax. En la Santa Regla propone a sus hijos el mismo itinerario del hijo pródigo: «volver por el trabajo de la obediencia, a Aquel de quien nos habíamos alejado por la desidia de la desobediencia» (cf. Prólogo). Este es el camino monástico benedictino, un camino singular inserto en el núcleo mismo de la vida cristiana, un camino de interioridad que conduce a la paz. Una paz que no es un equilibrio que esconde profundas divisiones como lo que ofrece el mundo actual, sino la «quies», la tranquilidad del orden por la redención intrínseca de la gracia divina y la reconciliación con Dios.

¿Qué ha pasado con Europa? Ahí tenemos a San Benito, que ha realizado un camino hacia Dios que in-habita en su alma por gracia, un camino inverso al anti-itinerario por el que comenzó a caminar Occidente desde el Renacimiento y que lo va llevando cada vez más al colapso final. El resultado de este camino de San Benito fue que el Monasterio por él propuesto se convirtió en una especia de «Civitas Dei», de una Ciudad de Dios como la descrita por San Agustín, que dio origen a las ciudades que conformaron Europa sobre todo a partir de Carlo Magno. El modelo del Monasterio propuesto por San Benito engendró un mundo cristiano fundamentado en una síntesis entre antigüedad clásica y Evangelio, entre fe y razón, entre contemplación y trabajo que fue capaz de dar vida a una civilización cristiana y constituir el elemento aglutinante de los hombres y de los pueblos de Europa durante 1000 años. Sin duda, San Benito cuando escribió su Regla no previó que un día sus monjes habrían de ser, de alguna manera, los gestores de un mundo nuevo, de un mundo socialmente convertido a Cristo. Pero Europa fue de hecho poblada de Monasterios (en Francia, por ejemplo, estudios revelan que habría existido uno cada 25 kms.). La abadía de Cluny en el siglo XI llegó a tener unas 1000 Casas filiales y Citeaux en el siglo siguiente otras tantas. Estos Monasterios tenían una divisa tan grandiosa como elemental para todo cristiano: «No anteponer nada al amor de Cristo». Los pocos que han sobrevivido, y las ruinas de muchos, aun testimonian que Europa tuvo un día un alma cristiana… ¿Qué ha sucedido desde entonces hasta ahora?

Hoy día, por vez primera en la historia de la humanidad, la influencia de esta cultura occidental ha llegado a todos los confines de la tierra. Este proceso globalizador ha hecho más evidente que la «crisis de la conciencia europea» —a la que hacia referencia el historiador Paul Hazard—, ha llegado a ser la crisis del mundo contemporáneo. Un mundo que camina hacia una gran unidad, pero una unidad sin centro ni punto de referencia, unidad que hace necesariamente conflictiva toda la riqueza de la pluralidad de culturas. Ante esta situación, lo primero que cabe a Europa y a nosotros los monjes es un serio examen de conciencia. Tenemos la responsabilidad de volver a encontrar las raíces que nos permitan desempeñar nuevamente una tarea evangelizadora, y por tanto civilizadora. Desde esta perspectiva, tiene una renovada actualidad recordar el patronazgo que San Benito tiene sobre Europa y Occidente. Y recordar que esta influencia del mismo San Benito comenzó por un camino de conversión en la soledad y silencio de Subiaco, como el hijo pródigo. Es ahí donde debemos volver a encontrar la linfa vital, nosotros los monjes y también los laicos, si aun no hemos capitulado frente al influjo secularizador del mundo contemporáneo. Que la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de este camino de conversión personal y social bajo la dulce guía del Patriarca de los monjes y Patrono de Europa. Amén.

P. Petrus Paulus Mariae Silva

Fuente: Infocatólica