domingo, 1 de março de 2015

El sacerdote y el canon de la Santa Misa, o Plegaria Eucarística


Columna de teología litúrgica dirigida por Mauro Gagliardi


  El artículo de hoy de nuestra columna – escrito originalmente en inglés y que termina citando un texto de J. Ratzinger, traducido por primera vez al italiano del original alemán – muestra la importancia de la Plegaria Eucarística de la Santa Misa. El artículo invita a todos los fieles, pero en particular a los sacerdotes, a reconocer en el Canon de la Misa el corazón y el culmen de la vida cristiana (Mauro Gagliardi).
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El corazón y culmen de la Santa Misa
La Plegaria Eucaristíca, conocida en la tradición oriental como Anaphora (“ofrenda”), es verdaderamente el “corazón” y el “culmen” de la celebración de la Santa Misa, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica [1]. En la tradición romana, la Plegaria Eucaristíca tomó el nombre de Canon Missae (“Canon de la Misa”), expresión que se encuentra en los primeros Sacramentarios y que se remonta al menos al papa Vigilio (537-555), el cual habla de la prex canonica [2].
La Anáfora o Canon es una larga oración que tiene forma de acción de gracias (eucharistia), conformada al ejemplo de Cristo mismo durante la Última Cena, cuando Jesús tomó el pan y el Cáliz y “dio gracias” (Mt 26,27; Mc 14,23; Lc 22,19; 1Cor 11,23). San Cipriano de Cartago (muerto en 258), uno de los testigos más importantes de la tradición latina, proporcionó una formulación clásica del vínculo inseparable entre la celebración litúrgica y el acontecimiento de la institución de la Eucaristía en el Cenáculo, cuando enfatizó que el celebrante debe imitar de cerca los actos y las palabras que el Señor usó en aquella ocasión, y de los cuales depende la validez de los sacramentos [3].
El Santo Padre Benedicto XVI expresó esta verdad esencial de la fe en una homilía pronunciada en París, durante su Visita Apostólica de 2008:
“El pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo; el cáliz de acción de gracias que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo. Extraordinaria revelación que proviene de Cristo y que se nos ha transmitido por los Apóstoles y toda la Iglesia desde hace casi dos mil años: Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la noche del Jueves Santo. Quiso que su sacrificio fuera renovado de forma incruenta cada vez que un sacerdote repite las palabras de la consagración del pan y del vino. Desde hace veinte siglos, millones de veces, tanto en la capilla más humilde como en las más grandiosas basílicas y catedrales, el Señor resucitado se ha entregado a su pueblo, llegando a ser, según la famosa expresión de San Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra propia intimidad" (cf. Confesiones, III, 6.11)” [4].leer...