quinta-feira, 15 de abril de 2010

Formación del Novus Ordo Missæ (N.O.M.), llamado “Misa de Pablo VI”


Tercera Parte: Formación del Novus Ordo Missæ (N.O.M.), llamado “Misa de Pablo VI”


El rito romano codificado por San Pío V fue la conclusión de un largo y minucioso trabajo, con vista a una expresión cada vez más perfecta de la doctrina católica del Sacrificio del altar y a un resplandor mayor del culto. En el comienzo de nuestro estudio hemos citado al Papa actual, afirmando el “valor y santidad del nuevo rito” y diciendo que “no hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura”.(1) Para poder juzgar el acierto de esta afirmación, nos queda por ver ahora el origen histórico del Novus Ordo Missæ. Antes de estudiar en sí el misal publicado por Pablo VI y para llegar a una plena comprensión del asunto, necesitamos resumir la historia de la liturgia desde el siglo XVI hasta el Concilio Vaticano II, que suscitó la reforma.

A. DE SAN PÍO V A PÍO XII: DESVIACIONES Y REFORMAS

1. Del siglo XVI al siglo XIX: jansenismo, galicanismo y quietismo.

Medio siglo después de la reforma de San Pío V, la unidad litúrgica se fisuró nuevamente. Los gérmenes del protestantismo causaron –especialmente en Francia–, la aparición de nuevos errores: el jansenismo, galicanismo y quietismo. Proponiendo una visión demasiado nacional o personalista del cristianismo, provocaban cierto rechazo de la romanidad, del rito romano y de la liturgia en general. Como buenos hijos del protestantismo, jansenistas y galicanos tendían a disminuir en el culto la expresión del Sacerdocio ministerial, de la Presencia y del Sacrificio propiciatorio.(2)

De esta manera “en el siglo XVIII la liturgia había dejado de ser una fuerza vital del catolicismo. La liturgia, tan admirablemente restaurada por San Pío V, había sufrido los asaltos repetidos del jansenismo y del quietismo. Los discípulos de Jansenio habían apartado a los fieles de la práctica de los sacramentos. El quietismo, que pretendía llegar a Dios directamente, había desviado a las almas de la liturgia, intermediaria querida por la Iglesia entre Dios y nosotros. Es la época en que el galicanismo triunfante componía sus liturgias diocesanas en las que el único punto de encuentro era el carácter antirromano. En Alemania, Febronio, Auxiliar de Tréveris, divulgaba estas ideas; en Italia, era el trabajo de Ricci, Obispo de Pistoya, condenado con su sínodo por Pío VI en la bula «Auctorem Fidei», del 28 de agosto de 1794. Toda Europa se hundía pues en la «herejía antilitúrgica» cuando estalló la Revolución en Francia. El culto católico fue prohibido y reemplazado por el de la diosa Razón. El concordato de 1801 devolvió la esperanza… pero ¡cuántas pruebas para la liturgia! Al pueblo ya no le gustaba; el clero mismo no amaba esas ceremonias que verdaderamente ya no comprendía… tanto más por cuanto la restauración del culto había restablecido la multiplicidad de las liturgias galicanas”.(3)

Al llegar al siglo XIX una reforma era necesaria para devolverle a la liturgia, y especialmente al rito romano, su lugar central en la vida de la Iglesia. Dicha reforma fue iniciada por Dom Guéranger.

2. Dom Guéranger y el “Movimiento Litúrgico”

Dom Prosper Guéranger (1805-1875), fundador de la Abadía de Solesmes, dedicó su existencia a la restauración de la liturgia romana. Su trabajo litúrgico tuvo una doble orientación:

1º. Restablecer en el clero el conocimiento y amor a la liturgia romana. Con este fin, publicará a partir de 1840 las “Institutions liturgiques”, que contienen un ataque cerrado contra las liturgias neogalicanas y una maravillosa manifestación de la antigüedad y belleza de la liturgia romana.

2º. Asociar a los fieles a la celebración de la liturgia. Don Guéranger había comprendido la gran fecundidad para la vida espiritual de los fieles que lleva con sí la participación a la liturgia. Publicará su famoso “Año litúrgico” con el fin de hacer descubrir las riquezas inagotables del culto de la Iglesia.

La obra de Don Guéranger fue un éxito. La fundación de Solesmes aseguró la continuación de su obra; antes de morir tuvo el consuelo de comprobar que todas las diócesis francesas habían vuelto al rito romano y que la piedad litúrgica ya reflorecía entre el clero y los fieles. Fue el inicio del “movimiento litúrgico”, esto es, del renuevo de fervor del clero y de los fieles por la liturgia.

3. La renovación litúrgica de San Pío X (1903-1914)

En 1903 sube a la Sede de San Pedro aquel que iba a dar al “movimiento litúrgico” un impulso definitivo: San Pío X. Dotado de una inmensa experiencia pastoral, este Santo Papa sufrió terriblemente por la decadencia de la vida litúrgica. Pero sabe que una corriente de renovación está desenvolviéndose, y está decidido a hacer cualquier cosa para que brinde frutos. Es por ello que el 22 de noviembre de 1903 escribe su célebre Motu Proprio “Tra le sollecitudini”, por el cual restaura el canto litúrgico. En este documento inserta la frase capital, que va a jugar un papel determinante en la evolución del movimiento litúrgico: “Siendo, en verdad, nuestro vivísimo deseo que el verdadero espíritu cristiano vuelva a florecer en todo y que en todos los fieles se mantenga, lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se juntan precisamente para adquirir ese espíritu en su primer e insustituible manantial, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la pública y solemne oración de la Iglesia”.

San Pío X no era un veleidoso. Iba a realizar enérgicamente su programa de renovación litúrgica:

- Los decretos “Sacra Tridentina” del 20 de diciembre de 1905 y “Quam singulari” del 8 de agosto de 1810 invitan a la comunión frecuente y la comunión de los niños;

- En la Carta al Cardenal Respighi, del 14 de junio de 1905, pide que el catecismo sea completado con una instrucción sobre las fiestas litúrgicas;

- La bula “Divino afflatu”, del 1º de noviembre de 1911, promulga una reforma del breviario;

- En 1912, se constituye una comisión de reforma del misal. Pero –es interesante notarlo–, ante las tendencias destructoras ya manifestadas por algunos expertos, se tendrá que disolver dicha comisión.

Para San Pío X –como para Don Guéranger– la liturgia es esencialmente teocéntrica: es culto antes de ser enseñanza de los fieles. Sin embargo, este gran pastor subrayó un aspecto importante, pero secundario de la liturgia: es educadora del verdadero espíritu cristiano.

4. El “movimiento lítúrgico” a la deriva: 1914-1958

Lanzado por Don Guéranger y apoyado por San Pío X, se podía esperar mucho del “movimiento litúrgico”. Sin embargo, en 1947 Pío XII lo acusa de llevar “ramas podridas”.(4) Algunos de sus responsables defendían tesis radicalmente opuestas a las de Don Guéranger. El movimiento litúrgico se había ido “a la deriva”; de este desvío nacerá la Misa nueva. Recorramos brevemente su historia.

a) Éxitos y frutos.

El movimiento litúrgico se inició en Francia en el siglo XIX gracias a Don Guéranger. La Abadía benedictina de Solesmes, por él fundada, siguió sus huellas y contribuyó considerablemente a difundir el espíritu litúrgico. Pero la expulsión de los religiosos durante la IIIª República trasladó el centro del movimiento litúrgico a Bélgica.

Después de la guerra de 1914, muchos sacerdotes piadosos se empeñaron en asociar a los fieles al culto litúrgico. Se pudo observar:

- Una amplia difusión de los misales traducidos en idioma vernáculo (por ejemplo el misal de Don Gaspar Lefebvre).

- El interés por empapar la piedad personal del ciclo y oraciones litúrgicas.

- La restauración del canto gregoriano en las parroquias.

- La multiplicación de las misas “alternadas”, en que el pueblo canta los cantos comunes (Kyrie, Gloria, etc.) turnándose con el coro.

- La aparición de la misa rezada dialogada, en que todo el pueblo responde al sacerdote, y no sólo el acólito.

- El fomento de la comunión frecuente de los fieles durante la Misa.

Todas esas iniciativas, unidas a un gran celo para formar a los fieles, contribuyeron eficazmente a desarrollar el sentido litúrgico del pueblo.

b) La contaminación: Dom Lambert Beauduin.

En 1920, Dom Lefebvre definía el apostolado litúrgico de esta manera: “Restaurar la sociedad cristiana en Cristo haciéndole: 1º) Glorificar a Dios con el ejercicio, digno y consciente, del culto que se le debe; 2º) Santificarse a sí misma con la participación activa a la liturgia, fuente primera e indispensable del verdadero espíritu cristiano”. Pero insensiblemente se van a invertir los dos fines de la liturgia. El principal autor de esta desviación fue Don Lambert Beauduin (1873-1960). Gran pionero del movimiento litúrgico, Don Lambert va a resaltar cada vez más el aspecto didáctico de la liturgia, en detrimento de su aspecto propiamente cultual. Para él, la liturgia es educadora antes de ser adoración y alabanza de Dios. Tal noción de la Misa se acerca a la visión luterana. Además, su gran interés por la conversión de los ortodoxos lo va a llevar a extrañas concesiones doctrinales. Su revista, Irenikon, predica un ecumenismo nuevo, que relativiza el dogma católico. Don Lambert se pone en contacto con los anglicanos, deseando una unión con los católicos que no sea una absorción. Sueña con una liturgia que podría unir los católicos con las otras confesiones cristianas. Por colmo, en el monasterio de Amay-sur-Meuse, fundado por él, algunos monjes católicos pasan a la ortodoxia.

b) La encíclica Mortalium animos (1928).

Roma tenía que reaccionar. El 6 de enero de 1928, en la encíclica Mortalium Animos, Pío XI recordaba cuál es el verdadero ecumenismo (llevar a las almas al único redil: la Iglesia católica) y condenaba el ecumenismo moderno que busca relativizar la fe católica para acercarse mejor a los hermanos separados: “la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron” (nº 16). El ejercicio de la caridad no puede hacerse callando y perjudicando la fe: “Podrá parecer que dichos «pancristianos», tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? (…) Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe” (nº13). La verdad revelada no puede “rendirse y entrar en transacciones” con el error (nº 11). Tampoco se puede fomentar y presenciar reuniones y asambleas interreligiosas –“multicolores” (nº 9)– ya que tales encuentros suponen “la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables” (nº 3).

Aunque no se lo nombraba explícitamente, Don Lambert comprendió que su “pastoral” y doctrina eran el objeto de las condenas. Dejó su abadía, pero siguió teniendo mucha influencia sobre el clero joven.

c) Las desviaciones litúrgicas en Alemania.

Animados de celo verdadero –pero indiscreto– por la liturgia, varios clérigos de Alemania van a seguir, cada uno a su manera, las desviaciones de Don Lambert. Dom Herwegen va a preconizar un arqueologismo excesivo, al rechazar la liturgia recibida y fomentar el retorno a los ritos antiguos. Acusa a la Edad Media y a la Contrarreforma el haber insistido demasiado sobre la piedad y oración personal, en detrimento de la piedad litúrgica. De esta manera pone los fundamentos de la piedad colectivista, condenada por Pío XII, que implica el desprecio por la oración privada y personal. Dom Odo Casel sigue sus huellas, insistiendo sobre el carácter comunitario de la liturgia. Dom Pius Parsch va a fomentar el uso del idioma vernáculo, mientras Romano Guardini publica libros sobre la liturgia, caracterizados su imprecisión doctrinal.

Después de exitosos inicios, el movimiento litúrgico cae en una especie de fenómeno de moda, del que cada cual se apodera para transmitir ideas personales. Se tiende a olvidar su carácter esencial de adoración para destacar su aspecto educador, pastoral y comunitario. Cada vez más se considera la Misa, no como un sacrificio, sino como una asamblea de fieles que debe influenciar la liturgia. Mientras Dom Lambert quiere hacer de la liturgia una herramienta ecumenista de unión entre las confesiones cristianas, el movimiento litúrgico alemán insiste sobre el carácter colectivista de la liturgia. Estas tendencias seguirán ampliándose durante y después de la segunda guerra mundial.

d) El grito de alarma de Mons. Gröber en Alemania.

En 1943, un obispo alemán, Monseñor Gröber, se decide a denunciar a sus colegas obispos las desviaciones litúrgicas, que así describe:

- Tendencia al arqueologismo o a despreciar los ritos tradicionales para volver a los ritos antiguos.
- Insistencia excesiva sobre el sacerdocio general de los fieles en detrimento del sacerdocio ministerial del sacerdote.
- Insistencia sobre el aspecto “comida” de la Misa.
- Desprecio de las rúbricas litúrgicas, innovaciones indebidas.
- Insistencia sobre el aspecto “pastoral” de la liturgia; disminución de su aspecto esencial de culto y adoración.
- Oposición entre la oración personal y la oración litúrgica, llevando al desprecio de esa.
- Generalización del uso de la lengua vernácula, aun en la Misa.

Desgraciadamente, la mayoría de los obispos alemanes habían adherido a las ideas nuevas. Minimizaron las advertencias de Monseñor Gröber para tranquilizar al Vaticano. Pío XII reaccionará de todas maneras en 1947, pero los errores seguirán difundiéndose.

e) La posguerra en Francia: acentuación de la deriva.

Durante la guerra se funda el Centro de Pastoral Litúrgica (C.P.L.), profundamente marcado por la influencia de Don Lambert Beauduin. Tres tendencias principales se encuentran y reúnen en el movimiento:

- La tendencia ecumenista. El R. P. Duployé O.P. confesará: “Hemos establecido contactos con los representantes de diversas iglesias cristianas (…) Dom Beauduin nos ha enseñado para siempre a no separar ecumenismo y liturgia”.(5) El C.P.L. se ocupará principalmente de los protestantes, dejando de lado los ortodoxos.
- La obsesión de la pastoral litúrgica. El C.P.L. se interesa, ante todo, en la pastoral litúrgica, esto es, en la educación y al apostolado antes que en la alabanza divina.
- El desprecio de la teología. Tal menosprecio era la consecuencia lógica del ecumenismo –para acercarse a los protestantes es necesario relativizar el dogma católico– y de la obsesión pastoral –lo importante no es la doctrina sino la acción–. Conciente del peligro, el Cardenal Suhard, Arzobispo de París de 1940 a 1949, pedirá que intervenga un teólogo. Se nombrará al R. P. Tomás de Aquino O.P., que pronto renunciará, en 1944, al comprobar que a sus colegas no les interesa en absoluto la doctrina.

Sin la brújula de la teología, el movimiento se encaminaba a hacia el desastre. Hemos visto cómo Pío XII insistía sobre el lugar esencial de la fe y la doctrina en la formación de los ritos. La doctrina es la referencia, el criterio principal del desarrollo de los ritos. Descuidar la doctrina llevaba necesariamente al caos: paulatinamente se va a considerar la Misa como una asamblea, una instrucción, una comida, la renovación de la Cena, etc. Dom Lambert podrá decir que “es por la participación en una comida, una verdadera comida en la que se rompe el pan y se pasa una copa de vino, que la obra de la Cruz se hace nuestra”.(6) No se negará el aspecto sacrificial, sino que se lo relegará al segundo plano. La liturgia de la Palabra eclipsará poco a poco el sacrificio. El humo de Lutero había penetrado en el santuario…

5. Pío XII condena las desviaciones: la Encíclica “Mediator Dei” (1947)

Pío XII (1939-1958) reaccionó con la encíclica “Mediator Dei”, del 20 de noviembre de 1947. Lejos de condenar el conjunto del movimiento litúrgico venido de Don Guéranger, Pío XII lo apoyaba: “a fines del siglo anterior y principios del presente se despertó un interés singular por los estudios litúrgicos (…) Las augustas ceremonias del Sacrificio Eucarístico han sido mejor conocidas, comprendidas, estimadas; la participación en los Sacramentos ha sido más extensa y frecuente; las plegarias litúrgicas han sido saboreadas con mayor suavidad; el culto eucarístico ha sido considerado, como de veras lo es, centro y fuente de la verdadera piedad cristiana” (nº 4-5). Pero denunciaba con firmeza las desviaciones introducidas: “no pocos, a impulsos de su afán de novedades, se alejan de la senda de la sana doctrina y prudencia; de hecho, con la intención y el deseo de renovar la Liturgia, introducen criterios que, en teoría o en la práctica, comprometen esta causa santísima y aun a veces la contaminan con errores que atañen a la Fe Católica y doctrina ascética” (nº8). El Papa hablaba de las “ramas podridas de un árbol sano (…) hay que cortarlas para que la savia vital sólo logre nutrir frutos suaves y excelentes” (nº 174). Las consignas eran claras:

- CONDENA EL ESPÍRITU DE NOVEDADES: “hay que reprobar severamente la temeraria osadía de quienes introducen intencionadamente nuevas costumbres litúrgicas” (nº 58). “Ante todo, velad para que todos, con la reverencia y fe debidas, se atengan a cuantos decretos han publicado el Concilio de Trento, los Romanos Pontífices, la Sagrada Congregación de Ritos, y cumplan las normas que los libros litúrgicos han determinado respecto a la acción externa del culto oficial” (nº 185).

- CONDENA EL FALSO “ARQUEOLOGISMO”: “La Liturgia de los tiempos pasados merece nuestra veneración, sin duda ninguna; pero una costumbre antigua no ha de ser considerada precisamente por su antigüedad como lo mejor y más a propósito, tanto en sí misma cuanto en relación con los tiempos sucesivos y las situaciones nuevas. También son dignos de estima y respeto los ritos litúrgicos más recientes, porque han surgido bajo el influjo del Espíritu Santo” (nº 60). Propone el siguiente ejemplo, que no perdió su actualidad: “se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma primitiva de mesa” (nº 61).

- REAFIRMA LA DIFERENCIA ESENCIAL ENTRE EL SACERDOCIO MINISTERIAL DEL SACERDOTE Y EL SACERDOCIO DE LOS FIELES:
a) Sólo el sacerdote es ministro propio del sacrificio: “Sólo a los Apóstoles y a los que han recibido debidamente de ellos y sus sucesores la imposición de las manos les está conferida la potestad sacerdotal (…) Este sacerdocio no se transmite ni por herencia ni por descendencia carnal; no nace de la comunidad cristiana, ni por delegación del pueblo (…) el Sacramento del Orden distingue a los sacerdotes de todos los demás cristianos no dotados de este carisma; y es que sólo ellos, por vocación sobrenatural, han entrado en el augusto ministerio que los consagra al servicio del altar y hace de ellos instrumentos divinos, por los cuales se comunica la vida sobrenatural al Cuerpo Místico de Jesucristo” (nº 40).
b) Los fieles no gozan de la potestad sacerdotal: “Empero, por el hecho de que los fieles cristianos participen en el Sacrificio Eucarístico, no por eso gozan también de la potestad sacerdotal (…) hay en la actualidad, Venerables Hermanos, quienes colindando con errores ya condenados, enseñan que en el Nuevo Testamento, por Sacerdocio sólo se entiende el que atañe a todos los bautizados; y que la orden que Jesucristo dio a los Apóstoles en su Última Cena, de hacer lo que Él mismo había hecho, se refiere directamente a toda la Iglesia de los fieles y que sólo más adelante se llegó al Sacerdocio Jerárquico. Por lo cual creen que el pueblo tiene verdadero poder sacerdotal y que los sacerdotes obran solamente en virtud de una delegación de la comunidad. (…) No hay para qué explicar cuánto se oponen esos capciosos errores a las verdades que ya hemos dejado establecidas” (nº 81-83).
c) El sacerdocio de los fieles consiste en unirse interiormente a la oblación y ofrecerse como víctimas (nº 92 y 97): La verdadera participación de los fieles consiste en “inmolarse como víctimas” y tener “un ardiente deseo de configurarse estrechamente con Jesucristo que ha sufrido crudelísimos dolores (…), ofreciéndose con y por Jesucristo, Sumo Sacerdote, como una hostia espiritual”.

- REAFIRMA LA IMPORTANCIA DEL LATÍN COMO LENGUA LITÚRGICA: “hay que reprobar severamente la temeraria osadía de quienes introducen intencionadamente nuevas costumbres (…) No sin gran dolor venimos a saber, Venerables Hermanos, que así sucede en cosas no sólo de poca, sino también de gravísima importancia; efectivamente, no faltan quienes usen la lengua vulgar en la celebración del Sacrificio Eucarístico (…) El empleo de la lengua latina corriente en una gran parte de la Iglesia es una señal manifiesta y esbelta de unidad, un antídoto eficaz contra toda corrupción de la doctrina genuina” (nº 58-59).

- REAFIRMA LA IMPORTANCIA DEL CANTO GREGORIANO POR LOS FIELES: (nº 190).

- CONDENA LA MISA-ASAMBLEA: “Algunos reprueban absolutamente las Misas que se ofrecen en privado sin la asistencia del pueblo, como si fuesen una desviación del primitivo modo de celebrar (…) más aún, algunos llegan a creer que es preciso que el pueblo confirme y ratifique el Sacrificio para que éste alcance su valor y eficacia. En estos casos se alega erróneamente el carácter social del Sacrificio Eucarístico” (nº 94-95).

- REAFIRMA EL CARÁCTER SACRIFICIAL DE LA MISA (nº 67, ya citado).

- CONDENA LA MISA-COMIDA: “yerran aún más los que, para probar que es enteramente necesario que los fieles, junto con el sacerdote, reciban el manjar eucarístico, afirman capciosamente que aquí no se trata sólo de un Sacrificio, sino del Sacrificio y del Convite de la comunidad fraterna, y hacen de la Sagrada Comunión, recibida en común, como el punto culminante de toda la ceremonia” (nº 113).

- CONDENA LAS EXPERIMENTACIONES: “no se permita a nadie, aunque sea sacerdote, que use los recintos sagrados a su antojo como para hacer nuevos ensayos” (nº 108).

En varios otros documentos, Pío XII condenará el relativismo ecumenista, especialmente en la Encíclica “Humani Generis” (12 de agosto de 1950) y en el decreto del Santo Oficio “De motione œcumenica” (20 de diciembre de 1949). Este documento recordaba verdades muy oportunas, tanto hace 60 años como en el día de hoy: 1º) la Iglesia católica es la “única verdadera Iglesia de Cristo”; 2º) lo esencial en la historia de la Reforma de Lutero fue “el abandono de la fe católica”; 3º) en el trato con los protestantes “la doctrina católica debe ser propuesta total e integralmente; no se debe silenciar o disimular con términos ambiguos lo que enseña la verdad católica sobre la verdadera naturaleza y etapas de la justificación, la constitución de la Iglesia, el primado de jurisdicción del Pontífice Romano, la única y verdadera unión con el retorno de los cristianos separados a la única verdadera Iglesia de Cristo”. 4º) En las reuniones con los no católicos, “los obispos vigilarán que no se fomente un peligroso indiferentismo, con el falso pretexto de que hay que considerar mucho más lo que nos une y no lo que nos separa, sobre todo en las personas menos formadas en las cuestiones teológicas y cuya práctica religiosa es menos profunda. Se debe evitar que, por cierto espíritu, llamado hoy «irénico», la doctrina católica, sean los dogmas o las verdades conexas, sea asimilada o acomodada de cierta manera a las doctrinas de los disidentes, con un estudio comparado y un vano deseo de asimilación progresiva de las diversas profesiones de fe, de manera que la pureza de la doctrina católica sea alterada, o su genuino y seguro significado oscurecido”.

6. Recepción de las condenas: sumisión aparente y esperanza

Ante las condenas del Papa, los innovadores aparentaron la sumisión, aplicando a la letra la táctica modernista descrita por San Pío X: “Castíguelos, si gusta, la autoridad; ellos se apoyan en la conciencia del deber, y por íntima experiencia saben que se les debe alabanzas y no reprensiones. Ya se les alcanza que ni el progreso se hace sin luchas ni hay luchas sin víctimas: sean ellos, pues, las víctimas, a ejemplo de los profetas y Cristo. Ni porque se les trate mal odian a la autoridad; confiesan voluntariamente que ella cumple su deber. Sólo se quejan de que no se les oiga, porque así se retrasa el «progreso» de las almas; llegará, no obstante, la hora de destruir esas tardanzas, pues las leyes de la evolución pueden refrenarse, pero no del todo aniquilarse. Continúan ellos por el camino emprendido; lo continúan, aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increíble audacia con la máscara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con sus hechos y con sus planes prosiguen más atrevidos lo que emprendieron. Y obran así a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe ser estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar en la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva”.(7)

El testimonio de un sacerdote que frecuentó asiduamente estos ámbitos en el posguerra es llamativo: “A veces se notaba una atmósfera de suficiencia y vanidad intelectual –por lo menos la viva consciencia de pertenecer a un elite; para ciertos jóvenes religiosos era un medio para lucir y asegurarse cierta elevación”.(8) Soberbia y afán de novedades: tales eran, para San Pío X, las defectos llevando al modernismo: “arrástralos el vano deseo de que el mundo hable de ellos, lo cual piensan no lograr si dicen solamente las cosas que siempre y por todos se dijeron”.(9)

Mientras Pío XII seguía en vida, los innovadores sabían que no podían actuar directamente. Pero la muerte del Pastor Angélico los llenó de esperanza: “Me encontraba a Chèvretogne, el nuevo «Amay», invitado para predicar el retiro a los monjes –cuenta el P. Bouyer–. La muerte de Pío XII nos fue anunciada inopinadamente (…) Esa noche, en la celda a la que había regresado el viejo Dom Lambert Beauduin, al final de su recorrido terrestre, tuvimos con él una conversación (…): «Si eligieran a Roncalli –dijo–, todo sería salvado: sería capaz de convocar un concilio y consagrar el ecumenismo (…) tengo fe; tenemos una oportunidad; la mayoría de los Cardenales no sabe lo que tienen que hacer. Son capaces de votar por él»”.(10) El 28 de octubre de 1958 se elegía a Angelo Giuseppe Roncalli como sucesor de San Pedro, con el nombre de Juan XXIII. Don Lambert no se había equivocado: de hecho el nuevo Papa iba a convocar un Concilio, cuyas funestas consecuencias iban a superar ampliamente los deseos innovadores del anciano benedictino.

B. EL CONCILIO VATICANO II (1962-1965)
O EL INICIO DE LA REVOLUCIÓN LITÚRGICA

No nos corresponde aquí resumir la historia y doctrina del Concilio Vaticano II.(11) Sólo nos interesan las enseñanzas conciliares relativas a la liturgia. Estas se encuentran principalmente en la Constitución “Sacrosanctum Concilium” (SC), sobre la liturgia, y en el Decreto “Presbyterorum Ordinis” (PO), sobre el ministerio y la vida de los presbíteros.

Monseñor Annibale Bugnini, del que hablaremos más adelante, no dudaba en decir que “la visión de la liturgia propuesta por el Concilio es totalmente distinta de lo que era antes”.(12) ¿Cuál fue la nueva orientación conciliar sobre la liturgia? Unas palabras del R. P. Yves Congar O.P. –uno de los principales teólogos del Concilio– nos la van a aclarar: “Lutero es uno de los genios religiosos más grandes de toda la historia. A ese respecto lo pongo en el mismo plano que San Agustín, Santo Tomás de Aquino o Pascal. En cierta manera aún es más grande. Repensó todo el cristianismo. Lutero fue un hombre de Iglesia”.(13) Tal aprecio por Lutero revela una fuerte corriente filoprotestante –y ecumenista, en general– dentro del Concilio, que de hecho se manifestó en los textos referentes a la liturgia:

- DEFINICIÓN PROTESTANTIZADA DE LA MISA. Se define a la Santa Misa como “banquete pascual en el cual se come a Cristo” y como memorial de la muerte y resurrección del Señor (muerte y resurrección puestas en el mismo plano), sin mención alguna del dogma de la transubstanciación ni del carácter de sacrificio propiciatorio de la misma misa (SC 47 y 109). Se trata de una definición que “omite enteramente hacer mención alguna de la transubstanciación, es decir, de la conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo [de Cristo] y de toda la sustancia del vino en la sangre, que el concilio tridentino definió como artículo de fe y se contiene en la solemne profesión de fe”, y que, en consecuencia, cae, por este título, bajo la condena solemne fulminada por Su Santidad Pío VI en 1794, según la cual una definición de tal género “es perniciosa, derogativa de la exposición de la verdad católica acerca del dogma de la transubstanciación y favorecedora de los herejes, en cuanto que mediante tamaña omisión [la de la transubstanciación], imprudente y temeraria, se oculta el conocimiento tanto de un artículo que pertenece a la fe, cuanto de una voz consagrada por la Iglesia para defender su profesión contra las herejías, y tiende así a introducir el olvido de ella, como si se tratara de una cuestión meramente escolástica”. (14)
La índole protestante de esta definición de la santa misa se echa de ver con más claridad aún en el art. 106: “La Iglesia (…) celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón «día del Señor» o domingo. En este día, los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, etc.” El texto latino muestra, sin la menor sombra de duda, que el fin de la santa misa lo constituye, para la “Sacrosanctum Concilium”, el memorial y la alabanza.

- SE ADOPTA LA OSCURA NOCIÓN DEL “MISTERIO PASCUAL”, arma privilegiada de la neoteología, de tendencia filoprotestante. El concilio identifica la Santa Misa con el “misterio pascual”, puesto que escribe que la Iglesia se ha congregado siempre desde el principio “para celebrar el misterio pascual” (SC § 6) y que “celebra el misterio pascual cada ocho días” (SC § 106).(15)

- INTRODUCCIÓN DE LA IDEA EQUIVOCADA SEGÚN LA CUAL EL SACERDOTE Y EL PUEBLO CONCELEBRAN LA SANTA MISA, con lo que se insinúa la noción luterana del “sacerdocio común”: “[Los fieles] fortalézcanse en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, etc.” (SC § 48, e infra § 43).

- REDUCCIÓN DE LA FUNCIÓN DEL SACERDOTE. “Es, pues, la asamblea eucarística, el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Enseñan los presbíteros a los fieles a ofrecer al Padre en el sacrificio de la misa la Víctima divina y a ofrendar la propia vida juntamente con ella” (PO § 5). Así, pues, la función de los sacerdotes en la santa misa se reduce, al parecer, a “enseñar” (edocent) a los fieles a ofrendar la víctima divina “juntamente” consigo mismos (pero ¿qué significa, en un contexto semejante, “enseñar a ofrecer la Víctima divina”?). Añádase a ello el silenciamiento de una serie de hechos: que la ofrenda la hace ante todo el sacerdote en la persona de Cristo, que se trata de una ofrenda de hombres pecadores, que se hace en expiación de nuestros pecados, y que ha de ser acepta a Dios. Por otra parte, se manifiesta también aquí la idea de la concelebración del sacerdote y del pueblo, condenada expresamente por Pío XII; una idea que se funda en la errónea concepción protestante según la cual los fieles son todos ya sacerdotes a consecuencia del bautismo.

- DESIGNACIÓN REPETIDA DEL SACERDOTE COMO “PRESIDENTE DE LA ASAMBLEA”, como si semejante nota fuese la esencial, por lo que hace a la “función” del sacerdote en la Santa Misa (cf. SC § 33; Lumen Gentium § 26 PO § 2 y 5).

- DESVALORIZACIÓN INDEBIDA DE LA DENOMINADA “MISA PRIVADA”: “siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada” (SC § 27). Lutero se mostró particularmente hostil a la “misa privada” y, cosa extraña, atribuyó al diablo la inspiración que recibió para combatirla…

- ESPÍRITU DE INCULTURACIÓN E INNOVACIÓN. El Concilio fomenta la adaptación del rito a la cultura profana (a la índole y tradiciones de los pueblos, a su lengua, música y arte) mediante la creatividad y la experimentación litúrgicas (SC §§ 37, 38, 39, 40, 90, 119) y por medio de la simplificación del rito mismo (SC §§ 21, 34), contra la enseñanza constante del magisterio, según la cual la cultura de los pueblos es la que se debe adaptar a las exigencias del rito católico, sin que nunca deba concederse nada a la creatividad, ni a la experimentación, ni a modo alguno de sentir del hombre del siglo.

- ANARQUÍA Y DEBILITAMIENTO DE LA UNIDAD DE CULTO. Se atribuye la competencia, nueva e inaudita, a las conferencias episcopales en materia litúrgica, que comprende amplias facultades para experimentar formas nuevas de culto (SC § 22 nº2, § 39), contra la enseñanza constante del magisterio, que ha reservado siempre al Sumo Pontífice toda competencia en tal materia, y ha sido siempre hostil a cualquier innovación en el campo litúrgico: “el Sumo Pontífice es el único que tiene derecho a reconocer y legitimar cualquier costumbre cuando se trata del culto divino, a introducir y aprobar nuevos ritos, a cambiar los que estime deben ser cambiados”.(16)

- INVITACIÓN A INCREMENTAR EL NÚMERO DE CASOS EN QUE SE PUEDE CONCEDER LA COMUNIÓN BAJO LAS DOS ESPECIES (SC § 55).

- EXTENSIÓN DE LA FACULTAD DE CONCELEBRAR, práctica litúrgica reservada antes a algunas ceremonias particularmente solemnes –en especial, ordenaciones sacerdotales– (SC § 57 y 58).

- MITIGACIÓN DE LA SEVERA PROHIBICIÓN DE LA PARTICIPACIÓN A LOS CULTOS NO CATÓLICOS (COMMUNICATIO IN SACRIS): con los “ortodoxos” u “orientales” cismáticos (“Orientalium Ecclesiarum” §§ 26 a 29) y con los “hermanos separados” en general (“Unitatis Redintegratio” § 8).

- DISCIPLINA A TENDENCIA ECUMENISTA. Se da la facultad de celebrar la santa pascua el mismo domingo en que la celebran los “ortodoxos” cismáticos, según su calendario, “para fomentar la unidad entre los cristianos de la misma región o país” (OE § 20). También, “a los orientales separados [los denominados “ortodoxos”] que, movidos por el Espíritu Santo, vengan a la unidad católica, no se les exija más que la simple profesión de lo que la fe católica exige” (OE § 25).

El R. P. Schillebeeckx, teólogo holandés ultra-progresista, calificó la Constitución “Sacrosanctum Concilium” de “obra maestra”: implícitamente abría la puerta a todos los cambios futuros en la liturgia y pedía la reforma del misal: “Revísese el ordinario de la misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles. En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario” (SC nº 50).

El Presidente de la Comisión preparatoria de la liturgia, el anciano Cardenal Gaetano Cicognani, se opuso con todas sus fuerzas al texto de la Constitución, que juzgaba muy peligroso. Pero el secretario de dicha comisión, el Annibale Bugnini, reformador convencido y autor del texto sobre la liturgia, se empeñó en conseguir la aprobación del texto por el Cardenal, cuya firma era necesaria para la publicación del documento. Juan XIII le intimó para que lo firmase. “Al anciano Cardenal –relata Ralph Wiltgen– casi se le saltaban las lágrimas cuando blandió el documento en el aire y dijo: «quieren que firme esto, pero yo no sé si quiero hacerlo». Luego, apoyó el documento sobre su mesa, tomó una pluma y le puso su firma. Cuatro días después falleció”.(17)

C. EL NOVUS ORDO MISSÆ O “MISA DE PABLO VI”

Aplicando las directivas reformadoras del Concilio, el 3 de abril de 1969 Pablo VI publicó el “Novus Ordo Missæ”. Unos meses después, el 19 de noviembre, ante la tumultuosa recepción del nuevo misal, el Papa decía durante una audiencia que el “cambio” operado por la introducción del nuevo rito “tiene algo de sorprendente, de extraordinario, dado que la Misa es considerada la expresión tradicional e intangible de nuestro culto religioso, de la autenticidad de nuestra fe”. Pedía que “se entienda bien que nada se ha cambiado de la sustancia de nuestra misa tradicional (…) No hablamos de nueva misa –dice como conclusión– sino de nueva época en la vida de la Iglesia”. El Papa se salvaba difícilmente de la contradicción: el nuevo rito era un “cambio”, pero no cambiaba “la sustancia de la misa”; no se trataba de “nueva misa”, sino de “nueva época”.

El R. P. Bugnini, principal autor del N.O.M., fue más categórico: “No se trata solamente de retocar una valiosa obra de arte sino, a veces, de dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata, en realidad, de una restauración fundamental, diría casi de una refundición y, en ciertos puntos, de una verdadera creación nueva”.(18)

¿“Nueva época” o “creación nueva”? ¿“Crecimiento y progreso” o “grave fractura”?(19) El estudio detallado del rito de 1969, de sus orígenes, fines, ceremonias y esencia, nos permitirá llegar a un juicio objetivo sobre el asunto.(20)

1. ¿Quién hizo el Novus Ordo Missæ?

Quien promulgó y supervisó la elaboración del Novus Ordo Missæ fue el Papa Pablo VI. Pero la composición del rito no fue la obra directa del Papa, sino de un grupo de expertos nombrados por él: el Consilium ad exequendam Constitutionem de Sacra Liturgia. ¿Qué sabemos de esta comisión y de sus miembros?

a) EL CONSEJO PARA LA APLICACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN SOBRE LA SAGRADA LITURGIA (Consilium). El 26 de febrero 1964 Pablo VI crea una comisión para aplicar la Constitución sobre la liturgia, cuyo secretario será el R.P. Bugnini. La creación del dicho órgano no era algo normal: Pablo VI “instituyó una comisión expresamente para la ejecución de la reforma litúrgica: el «Consilium ad exequendam Constitutionem de Sacra Liturgia», con el Cardenal Giacomo Lercaro como presidente y el liturgista Monseñor Annibale Bugnini -auténtica mente directriz- como secretario. Un procedimiento extraño y anómalo, no cabe duda, pero que le permitía a Pablo VI pasar por encima de la Sagrada Congregación de los Ritos, a la cual le habría debido corresponder el cometido, como era lógico: la presidía el Cardenal Larraona, a quien se reputaba por demasiado «tradicionalista» y, por ende, difícil de manejar con vistas a la delicada operación litúrgico-doctrinal de trasplante de corazón que debía practicársele a la Santa Iglesia”.(21)

Felizmente la historia conservó el testimonio de dos testigos directos de los trabajos de dicha Comisión. Son de mucho interés para conocer el ambiente, los autores y la seriedad de la preparación de la reforma litúrgica.

1º) El Cardenal Antonelli,(22) experto en liturgia y miembro del Concilium, relata lo siguiente:(23) “No me entusiasman los trabajos (...) Una agrupación de personas harto incompetentes, pero, en mayor grado aún, aventajadas en la línea de las novedades. Discusiones apresuradísimas. Discusiones a base de impresiones; votaciones caóticas. Lo que más me desagrada es que los Memoriales expositivos y las preguntas relacionadas con ellos se encuadran siempre en una línea vanguardista, y se hacen a menudo en forma capciosa. Dirección débil.
Repugna el espíritu, demasiado innovador; repugna el tono de las discusiones, demasiado rápido y tumultuario a veces; repugna que el presidente [el Cardenal Lercaro] no haya hecho hablar a todos, preguntándole a cada uno su parecer. Brevemente: las cosas por hacer son graves; no sé si éste es el momento oportuno”.
“(…) No me gusta el espíritu: reina un espíritu de crítica y de intolerancia para con la Santa Sede que no puede traer nada bueno, y todo un afán de racionalizar la liturgia, aunado a una despreocupación absoluta por la verdadera piedad. Temo que llegue el día en que se haya de decir de toda esta reforma (...): «accepit liturgia recessit devotio» [esto es, la liturgia fue bien acogida pero la devoción se desvaneció]”.
“Se multiplican los esquemas sin llegar a una forma verdaderamente pensada... El Cardenal Lercaro no es capaz de dirigir una discusión. Al P. Bugnini no le interesa más que ir adelante y acabar. Peor es el sistema de votación. Ordinariamente, se vota a mano alzada, pero nadie cuenta quién la alza y quién no; nadie dice: tantos a favor y tantos en contra. Una auténtica vergüenza. En segundo lugar, nunca se ha podido saber, pese a haberse planteado la pregunta multitud de veces, qué mayoría es necesaria, si la de dos tercios o la absoluta. (...) Otra carencia grave estriba en que no se levanta acta de las sesiones; a mí al menos no me han hablado de ninguna, y tampoco nunca se ha leído una”.

A fines de 1967 el Cardenal escribe en su Diario: “Confusión. Nadie posee ya el sentido sagrado y vinculante de la ley litúrgica... en los proyectos a mayor escala continúa el trabajo de desacralización, que ahora llaman secularización; por aquí se echa de ver que la cuestión litúrgica (...) se inserta (...) en una problemática mucho más vasta, doctrinal en el fondo; de ahí que la gran crisis sea la crisis de la doctrina tradicional y del magisterio”.

Todo eso entraña, con la connivencia de Pablo VI, el fracaso de toda sana renovación litúrgica. Es la liturgia subyugada por la demolición doctrinal. El Padre Antonelli ya se ha dado cuenta de ello y registra su sufrimiento: “Lo más triste, sin embargo (...) es un dato de fondo, una actitud mental, una posición preestablecida; es decir: que muchos de los que han influido en la reforma (...) y otros no sienten ningún amor, ninguna veneración por lo que se nos ha transmitido. Desprecian de entrada todo lo que hay en la actualidad: he ahí una mentalidad negativa, injusta y dañina. Por desgracia, el Papa Pablo VI está algo de su parte. Abrigarán todos las mejores intenciones, pero con semejante mentalidad se sienten inclinados a demoler, no a restaurar”.

2º) El Canónigo Andrea Rosa.(24) Teólogo y experto en liturgia, también fue miembro del Consilium. Refiere que “algunos abogaban en el Consilium por el retorno a la gran tradición cuando les convenía. Francamente, estoy de acuerdo con que se hagan algunas pequeñas reformas, pero lo que se llevó a cabo fue abiertamente radical”. Respecto a los otros miembros, no hace una asombrosa revelación: “Está claro que algunos del Consilium no creían ya en el diablo”.(25)

Incompetencia, espíritu innovador y desacralizador, crítica e intolerancia para con la Santa Sede, desprecio por la doctrina y los ritos tradicionales, sin hablar de una clara falta de fe: tales parecen ser las “cualidades” de los que fueron encargados de reformar la liturgia, o por lo menos de muchos de ellos.

Entre los consultores del Consilium muchos eran también allegados al movimiento litúrgico decadente del C.P.L, como por ejemplo los Padres Martimort, Botte, Bouyer, Gy, Jungmann. Esto explica muchas cosas…

Ahora tenemos que hablar del principal obrero de la reforma, el Padre Annibale Bugnini, y de la extraña colaboración de seis expertos protestantes a la elaboración de la nueva liturgia.

b) ANNIBALE BUGNINI (1912-1982). ¿Quién era el Padre Bugnini? Director de las Ephemerides liturgicæ, el Padre Annibale Bugnini, C.M. había sido miembro de la Commissio piana (1948-1960) y luego Secretario de la comisión preconciliar (1960-1962). Vale la pena mencionar que también era un profundo admirador de los trabajos del Centro de Pastoral Litúrgica francés, cuyo espíritu innovador hemos hablado.(26) Pero en 1962, a instancias del Cardenal Larraona, Presidente de la comisión conciliar de la liturgia, Juan XXIII relevó a Annibale Bugnini de su cátedra de docencia de liturgia en Letrán —“me acusaban de iconoclasta”, confesó Bugnini—.(27) Juan XXIII no quiso guardarlo en sus funciones de secretario de la comisión conciliar y nombró en su lugar al Padre Ferdinando Antonelli. Pero Pablo VI nombró a Bugnini Secretario del Consilium en 1968.

Monseñor Lefebvre solía contar a sus seminaristas una anécdota:(28) En diciembre de 1967, durante una asamblea de la Unión Mundial de los Superiores Generales a la que asistió Monseñor Lefebvre, el Padre Annibale Bugnini fue invitado a exponer su misa normativa. Lo hizo con gran tranquilidad: para la participación de los fieles —dijo— había que cambiar toda la primera parte de la misa, suprimir el Ofertorio (que sobraba al lado del Canon) y las oraciones del sacerdote antes de la comunión, cambiar y diversificar las oraciones eucarísticas, etc. “Mientras oía esa conferencia, que duró una hora —contaba Monseñor Lefebvre—, me decía a mí mismo: «¡No puede ser que ese hombre tenga la confianza del Santo Padre, y que el Papa lo haya elegido para hacer la reforma de la liturgia!» Teníamos ante nosotros a un hombre que pisoteaba la liturgia antigua con un desprecio y un descaro inimaginables. Yo, que suelo tomar la palabra con facilidad, como lo había hecho en el Concilio, no tuve valor para ponerme de pie; estaba consternado; las palabras se me atragantaban. Sin embargo, se levantaron dos Superiores Generales. El primero dijo: «¡Padre, si entiendo bien, después de suprimir el Confiteor y el ofertorio, acortar el Canon, etc., una misa privada durará entre diez y doce minutos!» El Padre Bugnini respondió: «¡Siempre se puede añadir algo más!» Bien se veía la poca importancia que le daba a la misa y a la manera de decirla. El segundo, un abad benedictino, intervino: «La participación activa, ¿es una participación corporal o espiritual?» (Buena pregunta). «La misa normativa está prevista en función de una asistencia de los fieles, pero nosotros, benedictinos, que decimos nuestra misa sin fieles, ¿qué haremos ahora?» La respuesta de Bugnini fue la siguiente: «A decir verdad, no habíamos pensado en ello». Eso dice bastante sobre el espíritu de esa reforma”.

Otro día, el Arzobispo escuchó de boca de Monseñor Cesario D’Amato, Abad de San Pablo Extramuros:(29) “Monseñor, no me hable del Padre Bugnini, sé demasiado sobre él, ¡no me pregunte quién es!” Ante la insistencia del Prelado, el Abad le repitió: “No puedo hablarle de Bugnini”.

“Pero, ¿quién es este Bugnini?”, se preguntaba Monseñor Lefebvre. El Cardenal Antonelli, cuyo testimonio ya hemos referido, decía de él: “Podría decir muchas cosas de este hombre. Debo añadir que siempre ha sido sostenido por Pablo VI. No quisiera equivocarme, pero la laguna más notable en el Padre Bugnini es su falta de formación y de sensibilidad teológica”.(30) El Canónigo Andrea Rosa, que trabajó a su lado, decía que “Bugnini carecía de profundidad de pensamiento. Fue grave nombrar a un veleta como él en el puesto que desempeñaba. ¡Que la gestión de la liturgia estuviera en manos de un hombre semejante, de un superficial…! (…) Manipulaba a Pablo VI: iba a informarle, pero le contaba las cosas a su sabor. Luego volvía diciendo: «El Santo Padre desea esto, el Santo Padre desea aquello»; pero era él quien, por debajo de la mesa...” (31)

En una visita al Cardenal Amleto Cicognani, que aún era Secretario de Estado, en febrero de 1969, para expresarle su inconformidad por los nuevos cánones, Monseñor Lefebvre le preguntó: “Eminencia, ¡no puede dejar pasar esto! Es una revolución en la liturgia y en la Iglesia”. “¡Ya lo sé, Monseñor! —le respondió el Cardenal, con la cabeza entre las manos—, pienso exactamente igual que usted. Pero ¿qué quiere que haga? ¡El Padre Bugnini entra y sale del despacho del Santo Padre y le hace firmar lo que quiere!”. Pasando luego a la Congregación de Ritos, Monseñor Lefebvre habló de la comunión en la mano (cuyo decreto de autorización estaba en preparación en el Consilium) con el Cardenal Gut, que le confesó: “Soy Prefecto de la Congregación de Ritos, pero no soy yo quien manda aquí. Adivine usted quién es el que manda…” El omnipotente Padre Bugnini…

La influencia de Annibale Bugnini sobre Pablo VI y el modo “dictatorial” de sus decisiones, pasando por encima de los prefectos de la Congregación de Ritos, siguen siendo un enigma. “Es indudable —decía Monseñor Lefebvre en 1974— que entre el Santo Padre y los organismos que están en manos de Monseñor Bugnini han sucedido algunas cosas inadmisibles. Algún día se sabrá todo”. El Arzobispo creyó “saberlo” cuando Pablo VI, con motivo de la fusión de la Congregación del Culto Divino con la de los Sacramentos, el 11 de julio de 1975, puso fin a las actividades de Monseñor Bugnini, para nombrarlo, sólo seis meses después, Pro-nuncio en Teherán. Corrió la noticia de que una cartera comprometedora, que Annibale Bugnini había extraviado, revelaba su pertenencia a la masonería. Sin embargo, él aseguró a Pablo VI que no sabía nada sobre la masonería, “ni qué es, ni qué se hace, ni cuáles son sus fines”.(32) En el año 1976 circuló la correspondencia apócrifa entre Bugnini y un supuesto Gran Maestre, y también circularon listas de afiliaciones de muchos prelados de la Curia y otros a una sociedad secreta romana, de 1963 a 1971. Bugnini, “Buan” para los iniciados, se habría inscrito el 23 de abril de 1963. Monseñor Lefebvre dio crédito al rumor y a esos documentos sospechosos, y publicó lo siguiente: “Nos hemos enterado en Roma de que quien fue el alma de la reforma litúrgica es un masón”. El misterio o la mistificación perduran.

Incompetente, sin formación doctrinal, superficial, manipulador, sospechoso de masonería, “iconoclasta” y lleno de desprecio por la liturgia tradicional: tales parecen ser las “cualidades” del principal autor del N.O.M. Que se nos perdone la ironía, pero se nos viene a la mente el dicho: “A tal padre, tal hijo…”

c) SEIS EXPERTOS PROTESTANTES: La Documentation catholique del 3 de mayo de 1970 publicaba en portada una sorprendente fotografía de Pablo VI (sonriente) con seis investigadores protestantes (ultrasonrientes, y con razón más que sobrada para ellos): el Dr. Georges, el Canónigo Jasper, el Dr. Shepard, el Dr. Konneth, el Dr. Smith y el Hermano Max Thurian, que habían sido invitados, no a título personal sino en calidad de representantes oficiales del Consejo Ecuménico de las Iglesias, de la Comunidad Anglicana y Luterana y de la de Taizé. Su calificación oficial era la de “observadores” en los trabajos de la comisión litúrgica que había erigido Pablo VI para la elaboración de la nueva misa. Sin embargo muy pronto se supo que el sexteto protestante no se había limitado a observar, sino que había tomado parte activa, con sus sugerencias, en la elaboración de la Misa de Pablo VI. Era lo que reveló a boca llena Monseñor W. Baum (más tarde creado Cardenal), que era responsable a la sazón de la Comisión para el Ecumenismo en el seno de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de América: “Ellos no están allí como meros observadores, sino también como consultores y participan plenamente en las discusiones relativas a la renovación litúrgica católica. No tendría mucho sentido que sólo escucharan, por lo que hacen también sus contribuciones”.(33) Otro testigo, Mons. Boudon, escribía, en el relato de la octava sesión del Consilium: “Como en la precedente sesión en octubre 1966, tuvimos la alegría de aprovechar la presencia activa de observadores delegados por las otras iglesias cristianas. Al participar a nuestros trabajos, pudieron aportar el testimonio de sus propias investigaciones y confrontarlas con las nuestras. La reforma litúrgica se elabora en un clima de ecumenismo eminentemente provechoso para cada uno, y, a largo plazo, por la unidad de la Iglesia”.(34) No sin motivo el Cardenal Antonelli llegó a anotar en su diario: “Tengo la impresión de que se han hecho muchas concesiones a la mentalidad protestante, sobre todo en materia de sacramentos”.(35)

2. ¿Para qué se hizo el N.O.M? ¿Por qué un nuevo rito?

El mismo Pablo VI expresó la razón de ser de la Reforma litúrgica el 24 de mayo de 1974: “La adopción del N.O.M no se deja para nada a la libre decisión de los sacerdotes o fieles (…) El N.O.M. ha sido promulgado para tomar el lugar del antiguo rito, después de una madura deliberación, para llevar a cabo las decisiones del Concilio”. Por lo tanto, el fin del nuevo era… ¡Hacer desaparecer el antiguo! ¡Nada menos! Parece enorme pero se comprende perfectamente a la luz de la tendencia dominante de toda esta reforma: el ecumenismo. Siendo profundamente católico y anti-protestante, el rito romano tenía que dejar el lugar al N.O.M, intento ecumenista para acercar el rito de la Misa a la Cena protestante. Acusación excesivamente grave, pero innegable a la luz de la historia. Dicha tendencia ecumenista se encontraba ya en el Concilio y fue característica del Pontificado de Pablo VI.

a) El ecumenismo en el Concilio Vaticano II. No podemos aquí hacer un estudio completo sobre la tendencia al falso ecumenismo, condenado por Pío XI, en los textos del Concilio Vaticano II. Sólo destacaremos algunos puntos esenciales que influyeron en la elaboración del N.O.M.:

- Valor de las otras (falsas) religiones cristianas para la salvación eterna. El Concilio desarrolla el concepto falso según el cual el acervo de valores de los “hermanos separados” comprende “muchos elementos de santificación y de verdad” (Unitatis Redintegratio § 3). Dichos “elementos de santificación y de verdad” son, según se dice: “la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad y algunos dones interiores del Espíritu Santo y elementos visibles” (ibíd. § 3). Por lo que habría de concluirse de ahí que “aunque creemos que las iglesias y comunidades separadas tienen carencias [la herejía y el cisma se han convertido en meras “carencias”], no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación. Porque el Espíritu de Cristo no rehuyó servirse de ellas como de medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que se confió a la Iglesia católica” (UR § 3).
- Colaboración con los herejes y cismáticos. La Iglesia tiene que ofrecer “al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal [en lugar de convertirlo a Cristo]” (Gaudium et Spes § 3); se exhorta a los católicos (en realidad, es la intimación de una orden) para que colaboren con los herejes y cismáticos (los “hermanos separados”) a fin de elaborar traducciones comunes de la Escritura Sagrada (Dei Verbum § 22); para que colaboren en la obra del apostolado cristiano, en nombre del “patrimonio evangélico común”, que entraña, según parece, “el común deber del testimonio cristiano” (Apostolicam Actuositatem § 27; UR § 24); para que “reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados” (UR § 4), y para que se unan en la oración con ellos en ciertas circunstancias especiales (UR § 8).

El ecumenismo es hijo de la masonería. De ahí la alegría en las logias, al observar el cambio de rumbo de la Iglesia en ocasión del Concilio. Citemos, por ejemplo, a Yves Marsaudon, alto dignatario masónico de la Gran Logia de Francia: “Hacemos voto de todo corazón por el éxito de la Revolución de Juan XXIII (…) Los cristianos no deberán olvidar que todo camino [toda religión, n.de la r.] lleva a Dios (…) y habrán de mantenerse en esta valiente noción de libertad de pensamiento que se ha extendido magníficamente sobre la cúpula de San Pedro –puede hablarse verdaderamente al respecto de una revolución que partió de nuestras logias masónicas– (…) todo masón digno de tal nombre (…) no podrá por menos de alegrarse sin la menor reserva de los resultados irreversibles del Concilio”.(36)

b) El ecumenismo de Pablo VI. El pontificado entero de Pablo está salpicado con actos ecumenistas: Declaraciones comunes con los “hermanos separados”,(37) exhortaciones al ecumenismo,(38) encuentros con los representantes de las otras confesiones,(39) creación de comisiones para las relaciones con las otras religiones, (40) buenas relaciones con la masonería, (41) etc. Este mismo espíritu ecumenista fue el que lo guió en la aprobación de la reforma litúrgica. Tenemos al respecto un testigo privilegiado: Jean Guitton, filomodernista e íntimo de Pablo VI afirmó, el 19 de diciembre de 1993, que “la intención de Pablo VI respecto a la liturgia, respecto a la denominada vulgarización de la misa, era la de reformar la liturgia católica de suerte que coincidiese, sobre poco más o menos, con la liturgia protestante […] con la cena protestante”. Y más adelante: “[…] repito que Pablo VI hizo todo lo que estuvo en su mano para acercar la Misa católica –más allá del Concilio de Trento– a la cena protestante”. Guitton respondió lo siguiente a la protesta de un sacerdote: “La misa de Pablo VI se presenta ante todo como un banquete, ¿no es así? E insiste mucho en el aspecto de participación en un banquete, pero mucho menos en la noción de sacrificio, de sacrificio ritual […] En otras palabras, Pablo VI albergaba la intención ecuménica de cancelar –o, al menos, de corregir o atenuar– lo que había de demasiado «católico», en sentido tradicional, en la misa, y acercar la misa católica –lo repito– a la misa calvinista”.(42) No se podía hablar más claramente.

Este testimonio coincide con el del principal autor de la reforma litúrgica, el Padre Bugnini: “Se pensó que era necesario afrontar este trabajo [la reforma de las oraciones solemnes del Viernes Santo; n. de la r] para que la oración de la Iglesia no fuera un motivo de malestar espiritual para nadie (...) A la Iglesia la guiaba el amor a las almas, así como el deseo de hacer todo lo que estuviera en su mano para facilitar el camino de la unión a nuestros hermanos separados, en la remoción de toda piedra que pudiera entrañar para éstos aunque sólo fuera la sombra de un riesgo de tropiezo o de pesar”.(43)

Con razón pudo escribir un autor contemporáneo que “el problema real para los reformadores no era si el Nuevo Orden de la Misa mantenía lo bastante de su carácter católico como para ser aceptable al creyente católico, sino si era suficientemente «ecuménico» como para satisfacer a los protestantes”.(44)

3. ¿Cuáles son los ritos del N.O.M?

En 1967 el Padre Bugnini ya había anunciado el programa: “No se trata solamente de retocar una valiosa obra de arte sino, a veces, de dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata, en realidad, de una restauración fundamental, diría casi de una refundición y, en ciertos puntos, de una verdadera creación nueva”.(45) Siguiendo las conclusiones de los Cardenales Ottaviani y Bacci en el Breve Examen crítico, podemos decir que las ceremonias y cambios operados en el N.O.M. tienden a borrar la expresión de las tres verdades esenciales relativas a la Santa Misa: la presencia real por transubstanciación, el sacerdocio ministerial y el sacrificio propiciatorio.

a) La Presencia real. “La Presencia Real perdió su lugar verdaderamente central (tan esplendoroso en la antigua Misa)” (Breve Examen crítico nº IV). Citemos algunos de los tantos cambios o supresiones del nuevo rito en comparación con la Misa codificada por San Pío V:

- Supresión de las genuflexiones. Quedan 3 lugar de 12.
- Supresión de la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la consagración de cada una de las dos especies. Mientras que la Iglesia Católica enseña que en la Misa Nuestro Señor Jesucristo se hace realmente presente sobre el altar en virtud de las palabras pronunciadas por el sacerdote en el momento de la consagración, para los luteranos, en cambio, no son las palabras de la consagración, sino la fe de los presentes, lo que produce durante la “cena” cierta presencia espiritual de Cristo; de ahí la mudanza introducida por los ecumenistas en el nuevo rito “católico”. En el rito romano tradicional, el sacerdote se arrodilla de inmediato y adora a su Dios después de la primera consagración, consciente de tener entre sus manos, no ya el pan, sino el verdadero cuerpo de Cristo; se levanta a continuación, eleva la hostia consagrada y la presenta a la adoración de los fieles; por último, la adora de nuevo luego de haberla depositado sobre el corporal. Todo eso cambia en la misa según el rito nuevo: como si nada hubiera cambiado en virtud de las palabras consecratorias, el sacerdote, sin el menor gesto de adoración, eleva la hostia de inmediato y la muestra a los presentes; luego la pone sobre la patena, y sólo entonces se arrodilla. ¿Qué dedujeron los protestantes de tamaña mudanza? Que la Iglesia católica le daba la razón a Lutero contra el concilio de Trento: es la fe de los presentes, no las palabras de la consagración, lo que hace a Cristo espiritualmente presente durante la cena; por eso el sacerdote presenta primero la hostia a los fieles en el nuevo rito, y sólo después arrodilla y adora.
- Supresión de la ablución de los dedos sobre y dentro del Cáliz.
- Supresión de la preservación de los mismos dedos de cualquier contacto profano después de la consagración. Santo Tomás decía claramente que “el hecho de juntar, después de la consagración, los dedos pulgares e índice, con los que había tocado el cuerpo de Cristo consagrado, es para que no se desprendan de ellos las partículas que podían habérseles adherido. Está dentro del respeto debido al sacramento”.(46)
- Se retiró el sagrario, frecuentemente relegado a un rincón del templo.
- Supresión de la palia, que protegía la Preciosísima Sangre de Cristo.
- Ya no es necesario el dorado de los vasos sagrados…
- … ni la consagración del altar móvil…
- … ni la piedra sagrada y las reliquias en el altar móvil.
- Sólo queda un mantel de altar en lugar de tres.
- Recepción de la comunión de pie, en la mano. La comunión en la mano fomenta los sacrilegios, causa la indiferencia y pérdida de la fe en la Presencia real, y disminuye el respeto debido al Santísimo Sacramento.
- Postura de pie después de la consagración. Tal postura no manifiesta la adoración debida al Rey de reyes que acaba de hacerse presente en el altar.
- Supresión del “Domine non sum dignus”: En el antiguo rito romano los fieles, humildemente arrodillados en el momento de la comunión, repetían lo siguiente a imitación del Centurión: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, mas di sólo una palabra y mi alma será sana”: expresión de fe explícita en la presencia real del Señor bajo las sagradas especies. En el N.O.M, en cambio, los fieles se limitan a decir que no son dignos de “participar” en “tu mesa”: expresión indeterminada a más no poder, perfectamente aceptable también en ambientes protestantes.
- Ambigüedad después de la consagración. La aclamación asignada al pueblo para decir después de la Consagración (“Anunciamos tu muerte, Señor, etc., hasta que vengas”) introduce, bajo la apariencia de escatologismo, una nueva ambigüedad sobre la Presencia Real. En efecto, se proclama oralmente la expectación de la segunda venida de Cristo en la consumación de los tiempos, en el mismo momento en el que Él se halla verdadera, real y substancialmente presente sobre el altar, como si sólo aquélla última fuera su verdadera venida, pero no ésta.

b) El sacrificio propiciatorio en memoria de la Cruz. “El fin ordinario del Sacrificio es el propiciatorio. En cambio, en el Novus Ordo, este fin se aparta de su verdadera senda, pues ya no se pone más el acento en la remisión de los pecados, sea de los vivos, sea de los difuntos, sino en la nutrición y santificación de los presentes” (Breve Examen nº III). Tal cambio se manifiesta con:

- Orientación del altar hacia el pueblo: El sacerdote ya no se vuelve a Dios para ofrecerle el divino Sacrificio en favor de los fieles, sino hacia el pueblo, en el ámbito de una mera reunión de oración. Nótese que tampoco en la antigüedad el altar estuvo jamás vuelto “hacia el pueblo”, sino hacia Oriente, símbolo de Cristo, como, por lo demás, lo atestigua hasta la orientación topográfica de muchas antiguas basílicas. El altar, o por mejor decir, la “mensa” vuelta “hacia el pueblo”, es por el contrario una creación enteramente personal de Lutero y de los demás pseudorreformadores del siglo XVI.(47)
- Disposición del altar casi siempre en forma de "mensa" o sea, mesa para cenar. La misa no es ya un sacrificio expiatorio sino que se vuelve una simple cena fraternal. El altar, en efecto, se ordena a la idea de sacrificio ofrecido a Dios, mientras que la “mensa” remite a la de comida en común en el ámbito de un simple “memorial”. Por eso se usa siempre en los “templos protestantes”, allá donde existe, una mesa, nunca un altar.
- Gran importancia dada a la “Liturgia de la Palabra”, tal como lo deseaba Lutero.
- Supresión del antiguo ofertorio, que manifestaba muy bien el carácter sacrificial y propiciatorio de la Santa Misa. “En el ofertorio de la antigua misa el sacerdote ofrecía a Cristo como víctima al Padre, en expiación de los pecados, con palabras inequívocas: ‘Recibe, oh santo Padre [...] esta inmaculada hostia que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti [...] por mis innumerables pecados [...] y también por todos los fieles cristianos [...] a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y la vida eterna”. Este sincero resalte del aspecto expiatorio de la Misa siempre ha sido indigesto para los protestantes, hasta el punto de que las primeras partes de la antigua Misa romana que suprimió Martín Lutero fueron precisamente las plegarias ofertoriales.
- Reemplazo del Ofertorio por una “preparación de los dones”, perfectamente compatible con la teología protestante de la Cena. Ahora, en el ofertorio del N.O.M. el “presidente de la asamblea” ofrece sólo pan y vino a fin de que se conviertan en un indeterminado “pan de vida” y en una más que vaga “bebida de salvación”: se ha cancelado cuidadosamente la idea misma de sacrificio expiatorio. “Se llegó a suprimir todo, todo lo que era plegaria de ofertorio, porque, según se decía, el sacrificio venía después. Pero eran ésas opiniones espirituales harto racionalistas, en fin de cuentas”.(48)
- Supresión de muchas oraciones que aludían al sacrificio propiciatorio por los pecados: Oraciones al pie del altar, “Misereatur”, “Indulgentiam”, “Nobis quoque peccatoribus”, “Libera nos”, “Ecce Agnus Dei”, “Placeat”, etc.
- Supresión de numerosas señales de la cruz (8 en lugar de 47). Santo Tomás decía que: “La consagración de este sacramento, la aceptación del sacrificio y el fruto de éste proceden de la eficacia de la Cruz de Cristo. Por eso, dondequiera que se hace mención de alguna de estas cosas, el sacerdote hace una cruz”.(49) Pero la misa nueva ya no es esencialmente un Sacrificio en memoria de la Cruz sino una reunión en memoria de la Cena…
- Presenta la Consagración como una narración, un relato: En todas las “plegarias eucarísticas” del nuevo rito de Pablo VI (la primera inclusive) se hizo desaparecer el punto tipográfico que precedía a las palabras de la consagración. En el antiguo misal romano, este punto y aparte obligaba al sacerdote a interrumpir la pura y simple “memoria” de los sucesos de la última Cena para empezar a “obrar”, esto es, para comenzar a renovar, incruenta pero realmente, el divino sacrificio. El presbítero-presidente conciliar se halla ahora en presencia de dos puntos tipográficos, que acabarán por empujarle -psicológica y lógicamente- a seguir haciendo memoria y nada más.

Los mismos protestantes pudieron decir que “las nuevas oraciones eucarísticas (…) tienen la ventaja de matizar la teología del sacrificio que teníamos el hábito de atribuir al catolicismo. Esas plegarias nos invitan a volver a encontrar una teología evangélica [o sea, protestante] del sacrificio”.(50)

c) Respecto al sacerdocio ministerial: Los ritos del N.O.M. diluyen la noción católica del Sacerdote –ministro e instrumento de Cristo para renovar su sacrificio–, e insisten sobre la participación y sacerdocio de los fieles, igualándolos al sacerdote:

- Supresión sistemática de las balaustradas que delimitaban el espacio sagrado del presbiterio. “El área de este último, que se reservaba en un principio para los sacerdotes y los demás ministros sagrados, como revela el pro pió vocablo, se vuelve ahora una pasarela para la exhibición de los seglares enfermos de protagonismo. Resultado: supresión del concepto de «lugar sagrado», desacralización del sacerdote y progresiva equiparación práctica del clero y el laicado”.(51)
- Supresión del altar por una mesa cara al pueblo, acentuando la función de “presidente” del sacerdote.
- En el centro del presbiterio, generalmente en el lugar del tabernáculo, se sitúa ahora el asiento del sacerdote celebrante. “El hombre ocupa en la actualidad el puesto de Dios, mientras que la misa se vuelve nada más que un encuentro fraternal entre la asamblea y su «presidente», o sea, el ex sacerdote, el cual se reduce de ahora en adelante a ser nada más que un director, un animador litúrgico”.(52)
- Abolición del lenguaje sagrado, que manifestaba bien el misterio y que el sacerdote se dirige primero a Dios, no al pueblo. De hecho, tal supresión se opone a la misma voluntad del Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium nº 36 y 54; Optatam totius nº 13). El latín manifiesta que la Misa es una acción sagrada, misteriosa, no una reunión fraterna, una comida. Además, con su relativa inmutabilidad, permite conserva incambiada la expresión de la doctrina. No es por casualidad que Lutero lo quiso abolir…
- Supresión del doble Confiteor. En la oración del Confiteor, que se recita ahora sólo en forma colectiva, el sacerdote ya no es más juez testigo y mediador ante Dios; por consiguiente, no se imparte más al pueblo la absolución sacerdotal que existía en el antiguo rito. En efecto, el sacerdote viene simplemente connumerado entre los “hermanos”. De donde incluso el mismo monaguillo que ayuda en una “Misa sin pueblo” lo llama con este nombre de “hermano”.
- Se concede la facultad de tocar los vasos sagrados a los mismos monaguillos (y también sin discriminación a los mismos laicos que se acercan a la comunión bajo ambas especies).
- Las lecturas bíblicas pueden efectuarlas también los simples laicos, tanto hombres como mujeres (hoy podríamos decir, más bien, que son ellos los que las realizan invariablemente). “Todo ello contra una prohibición que se remontaba a la Iglesia de los primeros siglos, la cual siempre había reservado tal cometido a solos los miembros del clero a partir del lectorado, que era ni más ni menos que una de las órdenes menores a través de las cuales se hacía uno clérigo. Entre los protestantes, en cambio, no existe clero, sino sólo ministros y ministerios (por eso la «reforma de Pablo VI» suprimió las órdenes clericales menores e instituyó en su lugar precisamente eso, ministerios...: el lectorado y el acolitado), y todo el mundo –hombre o mujer– tiene acceso al ambón…”(53)
- Administración de la comunión por los fieles, hombres y mujeres.
- Supresión de las oraciones del sacerdote en voz baja. Dicho tono de voz manifestaba el oficio propio del sacerdote. Escuchemos a Santo Tomás: “hay cosas que las dice el sacerdote solamente: son las que pertenecen al propio oficio del sacerdote, o sea, al oficio de ofrecer dones y preces por el pueblo, como se dice en Hebreos 5,1. Algunas de estas cosas las dice en voz alta: son las que pertenecen al sacerdote y al pueblo conjuntamente, como son las oraciones comunes. Otras, sin embargo, pertenecen solamente al sacerdote, como es la oblación y la consagración. Y, por eso, las fórmulas que se refieren a estos ritos son recitadas por el sacerdote en voz baja”.(54)
- De una manera general, supresión en las oraciones de la distinción entre el sacerdote y los fieles.(55)

No podemos terminar nuestro breve examen de los ritos del N.O.M. sin hacer mención del increíble cambio de las palabras de la consagración, a imitación de la fórmula luterana. Se suprimieron las palabras “Mysterium fidei”, las cuales, según la Tradición ya citada, nos vienen del mismo Jesús…

4. ¿Cómo se define el N.O.M?

Cuando un pintor alcanzó una obra lograda, no necesita precisar lo que quiso expresar: un conjunto de casas rodeando una iglesia, un cielo oscuro con rayos y una lluvia abundante bastan para evocar un pueblo bajo una tormenta. El error es imposible, a menos de estar ciego o de no haber visto nunca una tormenta o un pueblo.

Lo mismo se puede decir de la misa nueva: el estudio de sus ceremonias bastaría para enseñarnos su naturaleza; alcanzarían para demostrar que es un rito ambiguo y ecumenista, capaz a la vez de ser interpretado de un modo católico y de un modo protestante. Pero muchos no llegan a este juicio, generalmente no por ceguera, sino porque no saben lo que es un culto protestante. Para iluminarlos, queda un medio: hacer hablar al mismo pintor, para que nos explique su trabajo. Si él mismo presenta su obra como un pueblo bajo la tormenta, no queda motivo alguno para no creerlo. Es lo que haremos en esta parte, al examinar la explicación del N.O.M. que fue dada por sus autores.

El 3 de abril de 1979, el mismo día de la promulgación del N.O.M., Pablo VI publicó una introducción al nuevo rito, llamada Institutio Generalis Missalis Romani, reemplazando las rúbricas del misal de San Pío V. Este largo documento no era un simple guía para la celebración, sino, según dijo su autor, el Padre Bugnini, “una amplia exposición teológica, pastoral, catequística y rubrical, una introducción a la comprensión y celebración de la Misa”.(56) Por lo tanto podemos referirnos a este texto para conocer la teología de la misa nueva.

Ahora bien, desde el mismo día de su publicación, este texto provocó un escándalo. Ante tamaña oposición, se publicó en 1970 una edición un poco mejorada, pero el mismo rito no fue modificado. Sobre eso Monseñor Lefebvre observaba finamente: “El haber hecho la corrección de la Institutio Generalis sin cambiar el Novus Ordo, es como si hubiesen corregido los planos de una casa, después de construirla, sin hacer en lo edificado las correcciones correspondientes…”(57) Para más claridad, nos vamos a referir a la primera versión del Institutio Generalis, la de 1969, examinando cuatro puntos esenciales: 1º) la transubstanciación; 2º) el carácter propiciatorio del sacrificio; 3º) el ministerio sacerdotal del sacerdote; 4º) la definición de la Santa Misa.

a) Negación práctica de la transubstanciación. La palabra “transubstanciación” no aparece en ninguno de los 341 artículos de la Institutio Generalis.(58) Ahora bien, como ya lo hemos señalado, el Papa Pío VI, en 1794, condenó como “favens hæresim” (“favorecedor de la herejía”) una proposición del sínodo de Pistoya por la sola razón que omitía usar la palabra “transubstanciación”, mientras recordaba la doctrina católica. Por tanto, la Institutio Generalis merece por lo menos el calificativo teológico de “favens hæresim”.

Decimos “por lo menos”, porque en la Institutio Generalis hay cosas mucho peores. El sínodo de Pistoya recordaba la doctrina católica, mientras que la Institutio Generalis ya no lo hace. Tampoco figura en el texto la palabra “presencia real”. Algunos artículos dicen que “las ofrendas se vuelven el cuerpo de Cristo”, que en la comunión “los fieles reciben el cuerpo de Cristo” y que “aun bajo una sola de las dos especies, se recibe a Cristo entero, sin que falte nada, y al sacramento en toda su verdad”.(59) Pero todas esas afirmaciones podrían ser admitidas por los protestantes, quienes admiten cierta presencia (espiritual) de Cristo en las especies del pan y del vino. Rechazan la presencia real por modo de transubstanciación, que aquí no se afirma.

Además el contexto vuelve borrosos esos artículos, ya que parecen igualar la presencia eucarística de Cristo y su presencia espiritual en la “Palabra de Dios” o en la asamblea: “Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio” (art. 9). “Concluido el canto de entrada, el sacerdote de pie, en la sede, se signa juntamente con toda la asamblea con la señal de la cruz; después, por medio del saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del Señor” (art. 28). “En las lecturas (…) Cristo mismo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles” (art. 33). “La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la Palabra (…) con sus aclamaciones [los fieles] reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla” (art. 35).

¡Cómo, después de eso, no interpretar como una presencia espiritual lo que se dice en el artículo 48!: “La última Cena, en que Cristo instituyó el memorial de su muerte y resurrección, se hace siempre presente en la Iglesia cuando el sacerdote, representando a Cristo Señor, renueva lo que el mismo Señor hizo”…

Esta ambigüedad se ve reforzada por el artículo 8, que parece poner al mismo nivel la “liturgia de la Palabra” y la “liturgia eucarística”,(60) y sobre todo con el artículo 7, del que hablaremos más adelante.

b) Desaparición del carácter propiciatorio del Sacrificio. La palabra “sacrificio” aparece unas diez veces en la Institutio Generalis. Pero el Concilio de Trento afirma que no es suficiente usar la palabra “sacrificio”: “Si alguno dijere que el Sacrificio de la Misa sólo es de alabanza o de acción de gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la Cruz, pero no propiciatorio (…): sea anatema” (Ses. XXII, Can.3º).

Ahora bien, la palabra “propiciatorio” no aparece en ninguno de los artículos.(61) Varios artículos mencionan el sacrificio de acción de gracias y el memorial, pero el aspecto propiciatorio no aparece.

Además la Institutio Generalis insiste sobre el hecho de que la Misa no es sólo el memorial de la Pasión, sino también de la Ascensión y Resurrección. Es verdad, pero sólo en cuanto la Resurrección y la Ascensión de Cristo son el acabamiento necesario de su misión redentora, la consecuencia de su Sacrificio. La Misa es principalmente la renovación del Sacrificio de Cristo. Al no precisarlo cuando se habla de la Misa como “memorial de la Pasión y Resurrección de Cristo” o como “memorial del Señor”, la Institutio tiende a diluir su aspecto sacrificial.

Tampoco se puede silenciar la ambigüedad del término “memorial”; la teología católica lo empleaba, pero precisando con cuidado su significado: se trataba de un memorial sacramental, y lo propio del sacramento, según la teología católica, es hacer realmente presente la realidad sobrenatural (invisible) que significa con un signo visible. No se trata sólo de “hacer memoria” sino de hacer presente el sacrificio de la Cruz gracias a las palabras consagratorias. Ahora bien, no se dan esas precisiones. El artículo 55 trata de la consagración como “relato de la institución” sin precisar que no se trata sólo de un relato, tiende también a borrar la realidad del sacrificio.

Peor todavía, se desplaza el aspecto sacrificial al segundo plano. Para la Iglesia, la Misa es primera y principalmente un sacrificio. Se la puede llamar “comida” sólo al hacer referencia al sacrificio: la “comida” es esencialmente un medio para unirse con la Víctima del Sacrificio (como la manducación de la víctima en el Antiguo Testamento).

Ahora bien, mientras se usa unas diez veces la palabra “sacrificio” en la Institutio, el aspecto “comida” es omnipresente: se habla permanentemente de “festín”, “mesa del Señor”, “alimento espiritual”, etc. La lectura de la Institutio no permite comprender que la Misa es esencialmente un sacrificio, tal como lo enseña la Iglesia.

Una vez más, la influencia protestante es evidente. La teología sobreentendida en la Misa nueva no es católica. No niega explícitamente ninguna verdad de fe sino que dice otra cosa, en lugar de la verdad.

c) El debilitamiento del ministerio sacerdotal. Ya hemos estudiado en la primera parte cuál es la doctrina católica relativa al sacerdocio ministerial: en la Misa Jesús se inmola a sí mismo por las manos del sacerdote. En la Institutio nada recuerda con precisión esta doctrina, sino que se tiende a disimular el carácter propio del sacerdote, al acentuar la noción de “presidencia”. Nunca se dice que el sacerdote actúa como instrumento propio de Jesús para renovar su Sacrificio y que eso lo distingue esencialmente de los fieles: “El sacerdote preside la asamblea en representación de Cristo” (art. 10). “La sede del sacerdote celebrante debe significar su ministerio de presidente de la asamblea y de moderador de la oración” (art. 310 en la edición de 2002).

Además algunas presiones atacan la noción católica del sacerdocio: “Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria Eucarística, que es la cumbre de toda la celebración. Vienen en seguida las oraciones (…) El sacerdote que preside la asamblea en representación de Cristo, dirige estas oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Con razón, pues, se denominan «oraciones presidenciales»” (art. 10). Es muy grave, porque aunque una parte de la “Plegaria Eucarística” es efectivamente rezada “en nombre de todo el pueblo santo”, no es el caso de la parte central de esa plegaria: la consagración. Esta se reza sólo en el nombre de Cristo. Este artículo ataca el dogma católico según el que Jesús es el Sacerdote principal, ofreciendo el Santo Sacrificio por las manos de su ministro.

En el artículo 12 se dice que “la naturaleza de las partes «presidenciales» exige que se pronuncien con voz clara y alta, y que todos las escuchen con atención”. Ahora bien, en el artículo 10 se dijo que la Consagración perteneces a esas “oraciones presidenciales”. A la vez de negar el carácter propio del sacerdote, este artículo contradice netamente el Concilio de Trento, que decía: “Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja, debe ser condenado (…): sea anatema” (Ses. XXII, can. 9º).

El artículo 271, al preconizar la Misa cara al pueblo, contradice la Tradición de la Iglesia y manifiesta una concepción errónea de la función del sacerdote. De mediador entre Dios y los hombres, sacrificador haciendo las veces del Verbo encarnado, el sacerdote pasa a ser el presidente de una comida festiva. En lugar de estar totalmente dirigida hacia Dios, la Misa se vuelve un cara a cara humano. ¿Será una casualidad esta coincidencia con la teología calvinista?

En la Institutio no se niega directamente la doctrina católica sobre el ministerio sacerdote. Pero se la silencia, tanto como el sacrificio propiciatorio y la transubstanciación, tendiendo a una visión protestante de presidencia de la asamblea.

d) Una definición protestante de la Misa. El artículo 7 de la Institutio presenta de manera sintética todos los aspectos desarrollados en el resto del documento sobre el significado de la Misa. Es como la clave de la Institutio resumiendo los otros artículos: “La Cena del Señor, o Misa, es una sinaxis sagrada, o sea la reunión del pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor. De manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de Cristo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20)”. Este artículo provocó inmediatamente una fuerte reacción, al presentar una definición propiamente herética de la Santa Misa. Se la presenta esencialmente como una cena, una reunión, un memorial con una presencia puramente espiritual de Nuestro Señor Jesucristo. Lutero hubiera podido firmar esta definición sin escrúpulos…

El escándalo provocado llevó a cambiar este artículo claramente herético. Pero –como dijo Monseñor Lefebvre–, modificar los planos de una casa después de construirla no arregla para nada los errores de construcción… La Misa de Pablo VI fue planteada a modo de Cena protestante. Para hacer de ella una misa católica, hacía falta reconstruirla enteramente…


NOTAS:
(1) Carta de Benedicto XVI acompañando el Motu Propio Summorum Pontificum, del 7 de julio de 2007. (1997).
(2) Por ejemplo con el rezo del Canon de la Misa en voz alta, el reemplazo de fórmulas tradicionales con fórmulas nuevas, sacadas de la Sagrada Escritura, la disminución del culto a la Santísima Virgen, etc.
(3) Didier Bonneterre, El Movimiento litúrgico, cap. 1º.
(4) Pío XII, Mediator Dei, nº 174.
(5) Les origines du C.P.L., 1943- 1949, Salvador (1968), p. 308.
(6) Les origines du C.P.L., 1943-1949, Salvador (1968), p. 152.
(7) San Pío X, encíclica Pascendi Dominici Gregis, del 8 de septiembre de 1907, nº 26.
(8) Citado en La Messe a-t-elle une histoire, p. 121.
(9) San Pío X, encíclica Pascendi Dominici Gregis, del 8 de septiembre de 1907, nº 44.
(10) Un homme d’Eglise, ediciones Castermann, p. 180
(11) Sobre los problemas doctrinales planteados por el Concilio, se leerá útilmente la revista Sí Sí No No, Sinopsis de los errores del Concilio Vaticano II y el libro del R. P. Bourmaud, Cien años de modernismo, Genealogía del Concilio Vaticano II. Sobre la historia del Concilio, se puede consultar El Rhin desemboca en el Tíber de Ralph Wiltgen.
(12) Annibale Bugnini, Documentation Catholique nº1491 (4 de enero de 1967).
(13) Padre Yves Congar, citado por Louis Salleron en La Misa Nueva, Iction (1978), p.221.
(14) Pío VI, Auctorem fidei, 1794.
(15) Sobre la teología del “misterio pascual”, subyacente de toda la Reforma litúrgica, se puede leer el artículo del R.P. Jesús Mestre en el último número de la revista.
(16) Pío XII, Mediator Dei (1947) nº57.
(17) Ralph Wiltgen, El Rhin desemboca en el Tíber, ediciones Criterio Libros (1999), p. 163.
(18) Annibale Bugnini, Declaración de la Congregación de Ritos y del Consilium de liturgia del 4 de enero de 1967, citado por Louis Salleron en La Misa Nueva, Iction (1978), p. 217.
(19) Citas de Benedicto XVI y del Breve Examen Crítico, cfr. introducción de nuestro artículo.
(20) Para este estudio usaremos de un modo particular el excelente libro La Messe a-t-elle une histoire? ya citado.
(21) Revista Sí Sí No No de diciembre de 2007, La revolución litúrgica de Pablo VI.
(22) Relator General de la Sección Histórica de los Ritos, creada por Pío XI; miembro, desde 1948 a 1960, de la Comisión Pontificia para la Reforma Litúrgica, instituida por Pío XII; Promotor General de la Fe, desde 1959, en la Sagrada Congregación de los Ritos; perito y secretario de la Comisión de la Sagrada Liturgia en el Concilio Vaticano II; y, por último, miembro del Consilium.
(23) Todas las siguientes citas están sacadas de la revista Sí Sí No No de abril 2000, Preciosa contribución a la historia de la Reforma litúrgica.
(24) Canónigo titular de la catedral de Namur (Bélgica), Andrea Rose fue teólogo y liturgista. Se cuentan entre sus obras multitud de artículos sobre el oficio divino y las lecturas bíblicas. El canónigo Rose fue asimismo consultor del Consilium ad exequendam constitutionem de sacra liturgia. Su papel en la revisión de la liturgia lo desempeñó principalmente en el ámbito del Oficio Divino, pero alcanzó también el de las lecturas bíblicas, las oraciones y los prefacios de la Santa Misa.
(25) Las dos citas están sacadas de la Revista Sí Sí No No de marzo de 2005, Otra preciosa contribución a la historia de la Reforma litúrgica.
(26) Al visitar dicho el C.P.L., el Padre Bugnini le había dicho al P. Duployé: “Admiro lo que Uds. hacen, pero el mayor favor que les pueda hacer es no hablar nunca una palabra en Roma de todo lo que acabo de escuchar” o sea, las innovaciones de las que hemos hablado en el capítulo sobre el movimiento litúrgico. Les origines du C.P.L., p. 320.
(27) Citado por Mons. Tissier en op.cit.
(28) Citada por Mons. Bernard Tissier de Mallerais en Marcel Lefebvre, une vie, Clovis (2002), p. 414-425.
(29) Nombrado en 1960 miembro de la comisión preparatoria para la reforma litúrgica, de la que formaban parte Antonelli y Bugnini.
(30) Revista Sí Sí No No de abril 2000, Preciosa contribución a la historia de la Reforma litúrgica.
(31) Revista Sí Sí No No de marzo de 2005, Otra preciosa contribución a la historia de la Reforma litúrgica.
(32) Carta a Pablo VI, 22 de octubre de 1975, citada por el mismo Bugnini en La reforma, p. 81.
(33) Citado por la revista Sí Sí No No de diciembre de 2007, La revolución litúrgica de Pablo VI.
(34) Citado por el R.P. Célier en La dimension oecuménique de la Réforme liturgique, Ed. Fideliter (1987), p. 26-27.
(35) Revista Sí Sí No No de abril 2000, Preciosa contribución a la historia de la Reforma litúrgica.
(36) Yves Marsaudon, L’œcuménisme vu par un franc-maçon de tradition, ed.1964, p. 42 y 121.
(37) Por ejemplo, el 10 de mayo de 1973, con el Patriarca de los coptos Chenouda III; en 1971 con el Patriarca Sirio Ortodoxo de Antioquía, Ignatius Jacob III; el 29 de abril de 1977, con el Arzobispo de Contorbery, Donald Coggan.
(38) Por ejemplo, la exhortación Evangelii Nuntiandi del 8 de diciembre de 1975.
(39) Son muchas. Ya hemos citado algunas (cf. nota 115). Se puede agregar el encuentro de Pablo VI y el Arzobispo anglicano Michael Ramsey, los días 23 y 24 de marzo de 1966.
(40) Con el protestantismo, anglicanismo, judaísmo, cismáticos griegos, etc.
(41) Recibió por ejemplo a los representantes del B’naï B’rith, la masonería judía, el 2 de junio de 1971, a los cuales saludó: “¡Mis queridos amigos!” (Documentation Catholique n°1593 p. 849); los recibió de nuevo el 10 de mayo de 1978. También, el 4 de octubre de 1965, visitó a la O.N.U., sede de la masonería mundial. Por eso el Gran maestre del Gran Oriente masónico de Italia, pudo escribir, en loa del difunto Papa Pablo VI: “Es, pues, para nosotros, la muerte de quien hizo caer la condena [de la masonería] de Clemente XII y sus sucesores; o sea que es la primera vez, en la historia de la masonería moderna, que el muere el jefe de la mayor religión occidental no en estado de hostilidad con los masones. (…) Por primera vez en la historia, los masones pueden rendir homenaje al túmulo de un Papa sin ambigüedades ni contradicciones” (Giordano Gamberinim editorial de La Rivista Massonica, año 1978, nº5, pág. 290).
(42) Debate Lumière 101 de Radio-Courtoisie del 19 de diciembre de 1993
(43) L'Osservatore Romano del 19 de marzo de 1965, Citado por la Revista Sí Sí No No de diciembre de 2007.
(44) Augusto del Río en El Drama litúrgico, p. 70.
(45) Annibale Bugnini, Declaración de la Congregación de ritos y del Consilium de liturgia del 4 de enero de 1967, citado por Louis Salleron en La Misa Nueva, Iction (1978), p. 217.
(46) IIIª c. 83, a. 5, ad 5um.
(47) Es muy verosímil que la misa celebrada cara al pueblo nunca existió en la antigüedad. Ciertas basílicas romanas dan la impresión que el sacerdote celebraba dirigido hacia el pueblo, pero en realidad estaba dirigido hacia el Oriente. Cuando la basílica estaba orientada hacia el oeste, el sacerdote se dirigía hacia el este durante el Canon, porque se veía en el sol de la alborada un símbolo de Cristo resucitado. Por tanto el sacerdote tenía efectivamente al pueblo ante sí, pero como la misma asistencia se dirigía hacia el este, el sacerdote estaba detrás de todos. Todos rezaban dirigidos hacia el Señor. De todas formas, tenemos la certeza que la misa “cara al pueblo” no era la regla general. Si ocurrió, no fue con la intención de enfrentar el pueblo con el sacerdote, que es un invento de Lutero.
(48) Canónigo Andrea Rose, citado en la Revista Sí Sí No No de marzo de 2005, Otra preciosa contribución a la historia de la Reforma litúrgica.
(49) IIIª c. 83, a. 5, ad 3um.
(50) Consistorio superior de la confesión de Augsburgo y Lorena, llamada Iglesia “evangélica” (o sea, protestante), 8 de diciembre de 1973, citado por Louis Salleron en La Nueva Misa, Iction (1978), p. 190.
(51) Revista Sí Sí No No de diciembre de 2007, La revolución litúrgica de Pablo VI.
(52) Revista Sí Sí No No de diciembre de 2007, La revolución litúrgica de Pablo VI.
(53) Revista Sí Sí No No de diciembre de 2007, La revolución litúrgica de Pablo VI.
(54) IIIª c. 85, a. 5, ad 6um.
(55) Para un estudio comparativo de las oraciones del N.O.M. con el rito romano tradicional, se puede consultar útilmente El Drama litúrgico, de Augusto del Río.
(56) Conferencia general del Episcopado latino-americano del 30 de agosto de 1968.
(57) Conferencia espiritual en Ecône del 24 de junio de 1981.
(58) La palabra será agregada en el preámbulo de la versión de 1970.
(59) Institutio Generalis, arts. 48, 49, 55, 56 y 241.
(60) “En la Misa se prepara la mesa, tanto de la Palabra de Dios, como del Cuerpo de Cristo, de la cual los fieles son instruidos y alimentados”.
(61) También se agregó la palabra en la edición de 1970, para desarmar las críticas tradicionalistas…

FONTE:CONGREGACIÓN OBISPO ALOUIS