sábado, 10 de abril de 2010

LOS ORÍGENES DE LA OCTAVA PASCUAL



INSPIRÁNDOSE EN LA COSTUMBRE JUDÍA, LA IGLESIA PROLONGÓ LAS SOLEMNIDADES DE LA CELEBRACIÓN PASCUAL

La misa de la gran noche de Pascua fue siempre considerada por encima de todas las demás festivas y solemnes. Es también una de las celebraciones más antiguas del cristianismo, como recuerda el P. Manuel Garrido en su Manual de Liturgia, aunque no es fácil precisar cuándo se hizo el tránsito de la pascua semanal a la pascua anual: Algunos aseguran que antes del año 50 se celebraba una vigilia pascual en las Iglesias de Roma, Corinto, Asia Menor y Jerusalén; incluso hay quienes piensan que la Segunda Carta de Pedro es una homilía pascual pronunciada en Roma y dirigida a los cristianos de entonces como una especie de primera encíclica. Son meras hipótesis. Se trataba de una vigilia nocturna con la comunidad despierta, a la espera del retorno del Señor. La celebración culminaba, pues, con la eucaristía de la madrugada del domingo, a la que pronto precedió el bautismo de los catecúmenos adultos. Lo cierto es que desde finales del siglo Il la Pascua anual es la fiesta más importante de la Iglesia.

Hasta el siglo XI, los simples sacerdotes, sólo en esta ocasión, podían cantar el Gloria in excelsis Deo, que ya, al tiempo de San Ethelwold (+ 984), en Inglaterra se entonaba en medio del sonido de las campanas. El Alleluia, el grito del júbilo cristiano, que estaba suprimido desde hacía nueve semanas, surge con Cristo y suena gozoso en la boca de la iglesia. En el uso romano medieval, el papa mismo lo anunciaba: terminada la epístola, lo repetía tres veces con voz siempre más alta. Es ]a alegría, que con aquel grito conmovía ya a San Agustín: Quando autem intervenit certo anni tempore, cum qua iucunditate redit, cum quo desiderio abscedit!

Cuenta el gran experto en liturgia, Mario Righetti en su Historia de la Liturgia que algunos liturgistas antiguos han interpretado ciertas particularidades multiseculares que eran propias de la misa de esta noche (hasta la reforma litúrgica), como el no llevar luces al evangelio, la ausencia del Credo, la antífona ad introitum, ad offerendum y ad communionem, del Agnus Dei, del beso de paz, como señales de una alegría todavía no plena y total; porque observa, por ejemplo, Durando, resurrectio Christi nondum est manifestó. En realidad, estas aparentes anomalías tienen otro motivo. No se llevaban luces al evangelio, pero sí incienso, porque Roma las perdió más tarde que el Oriente, mientras había adoptado ya el incienso; faltaban todos los cantos de género antifonal (introito, ofertorio, comunión), como también el Credo y el Agnus Dei, porque no pertenecían a la ordenación primitiva de la misa, sino que son adiciones relativamente posteriores; no se daba el beso de paz, y esto sólo desde que cesó la comunión para el pueblo, por la anticipación hecha en la tarde del sábado de la función nocturna. Anteriormente se daba como de costumbre; el beso de paz y la comunión estaban en el pasado en estrecha relación entre sí.

El bautismo de los neófitos es el pensamiento que, después de la memoria de la resurrección, ha inspirado principalmente a lo largo de los siglos los textos de esta misa: la colecta, la epístola, el Hanc igitur del canon. Para los neófitos se bendecía también la porción de leche y miel que, hasta el tiempo de San Gregorio Magno, se usó darles después de la comunión. Cuando llegaron los siglos en los que prácticamente ya no había neófitos en la misa de Pascua, la iturgia conservó el mismo acento, que en la actualidad, con el florecer de los catecumenados de adultos, ha recobrado gran parte del sentido que antes no aparecía tan claro

Por otro lado, añade Righetti, la Iglesia, inspirándose en la antiquísima costumbre judía, prolongó esta máxima fiesta cristiana durante siete días continuos: In Pascha Domini — dice una antífona del misal mozárabe — erit vobis solemnitas septem diebus, quorum dies prima venerabilis est, Alleluia! Alleluia! De esta semana pascual (hebdómada alba o in albis) encontramos los primeros testimonios en la segunda mitad del siglo IV; pero es ciertamente muy anterior, porque San Agustín la llama una Ecclesiae consuetudo, tan antigua como la Cuaresma. Siendo considerada festiva como el día mismo de Pascua, el pueblo debía observar el reposo y asistir a los servicios litúrgicos que se celebraban cada día. Las leyes civiles y eclesiásticas hacían expresa mención. Valentiniano II, en efecto, en el 389 pone la quincena de Pascua al igual de los días natalicios de Roma y Bizancio: His adiicimus natalitios díes Urbium maximarum Romae et Constantinopolis… sacros quoque Paschae dies, qui septeno vel praecedunt numero vel sequuntur, in eadem observatione numeramus.

Hacia el mismo tiempo, en Oriente, el canon de la Lex canónica SS. Apostolorum sancionaba: Si quis hebdomadem Resurrectionis vestem splendidam gerentis vel renovationis uno die diminuit, neque íotam hebdomadem colit sicut unum diem, eam celebrans simpliciter et non festive, vel laborem suscipit, partern habeat cum luda proditor e et constituatur cum ludaeis Dei ínterfectoribus. En un sentido análogo se expresaba un poco más tarde el concilio de Magon (585) en Occidente.

En la Iglesia antigua este septenario pascual era de modo particular dirigido al perfeccionamiento de los neófitos, sea completando la instrucción religiosa con catequesis a propósito, sea reforzando la voluntad en el bien obrar con la recepción cotidiana de la santísima eucaristía. Idcirco — decía a ellos el Crisóstomo — septem dierum spatio collectam agimus, ac spiritalem mensam vobis apponimus, divinis eloquiis instruimus et adversus diabolum armamus. Son célebres sobre este particular las catequesis mistagógicas de San Cirilo de Jerusalén dadas a los neófitos en la semana pascual del 347, y las de San Ambrosio, que nos han llegado en el De Mysteriis y De Sacramentis. Eran celebradas durante la misa verificada expresamente para ellos, pero en la cual no eran admitidos a hacer la ofrenda, como nos consta por San Ambrosio, no conociendo hasta ahora suficientemente el significado.

Si también en Roma existía en un primer tiempo una misa especial pro baptizatis, como consta que existía en Milán, en las Galias y en España, es esto muy probable. Magani conjetura que el formulario de las misas para la octava pascua! como se encuentra en el gelasiano representa para cada día la fusión de las dos antiguas misas cotidianas, una para los neófitos, la otra para los fieles. Con todo esto, el gregoriano después la ha modificado profundamente, dirigiéndola principalmente a celebrar el misterio de la Pascua.

La observancia de la semana entera pascual comenzó a decaer hacia el siglo IX, si bien muchos obispos y concilios se esforzaron por conservar la antigua disciplina. Hubo por esto diversas usanzas en los varios países. Mientras, por ejemplo, los Statuta, atribuidos a San Bonifacio (+ 754), conceden que al cuarto día los hombres puedan de nuevo comenzar a trabajar, el Decreto de Graciano (s.XII) enumera todavía en el elenco de las fiestas los siete días de Pascua. Sin embargo, de ordinario, después del siglo X, se consideraron como propiamente festivos solamente los dos primeros días de la semana después del domingo, y éstos se mantuvieron hasta el siglo XIX, cuando las exigencias de la vida moderna y el relajamiento general obligaron a suprimir también esto. Pero quedaron siempre festivos en el oficio litúrgico.

En Roma durante la semana de Pascua, desde el siglo VI, se tenía para cada día un formulario litúrgico propio, y el Misal de San Pío V conservó el título de las varias estaciones, en las cuales, como en los días más solemnes, eran convocados los fieles, y particularmente los neófitos.

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fonte:temas de historia de la Iglesia