por el Beato John Henry Cardenal Newman
Hallándose en la condición de hombre se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz.
Fil. II:8
Aquel que se humilló de tal modo―haciéndose hombre primero, luego muriendo, y eso sobre la vergonzosa y agonizante cruz―fue el mismo que desde toda la eternidad, “siendo su naturaleza la de Dios” era “igual a Dios”, tal como lo declara el Apóstol en el versículo precedente. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios; Él era en el principio, junto a Dios” (Jn. I:1,2); así habla San Juan, un segundo testigo de la misma gran y tremenda verdad. Y él también añade, “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (I:14). Y sobre el final de su evangelio, como sabemos, nos suministra una relación de la muerte de Nuestro Señor sobre la cruz.
Nos aproximamos a ese día, el más sagrado de todos, cuando conmemoramos la pasión y muerte de Cristo. Tratemos de fijar nuestras mentes sobre este pensamiento tan grande. Intentemos también, lo que es tan difícil, dejar de lado otros pensamientos, despejar nuestras mentes de cosas transitorias, temporales y mundanas, y ocupémonos exclusivamente de contemplar al Sacerdote Eterno y su sacrificio único y perenne―ese sacrificio que, aunque completado de una vez y para siempre en el Calvario, sin embargo permanece siempre y que con su poder y gracia podamos tenerlo siempre presente, puesto que en todo tiempo debe ser conmemorado con gratitud y reverente temor, bien que ahora más especialmente, cuando llega el tiempo del año en que sucedió. Contemplemos a Aquel que fue levantado para atraernos hacia Sí; y que merced a que fuimos atraídos hacia Él, resultemos atraídos los unos hacia los otros, de tal modo que podamos comprender y sentir que nos ha redimido a cada uno de nosotros y a todos, y recordemos que a menos que nos amemos, en verdad no podemos amar a Quién dio su vida por nosotros.
Por tanto, con la esperanza de sugerir algunos pensamientos graves para la semana que empieza con este día, haré algunas observaciones que sugiere el texto acerca de aquel acontecimiento tan terrible y a la vez tan gozoso, como lo es la pasión y muerte de Nuestro Señor.
Y en primer lugar, no debería hacer falta decirlo, aunque a lo mejor sí lo es de tan obvio que resulta (pues a veces se dan por sobreentendidas ciertas nociones que así nunca llegan a ser conocidas por quiénes las ignoran), como digo, en primer lugar, siempre deberá recordarse que la muerte de Cristo no constituyó un mero martirio. Mártir es uno que muere por la Iglesia, que es muerto por predicar y sostener la verdad. En verdad, Cristo fue muerto por predicar el Evangelio; y con todo no fue un mero mártir, sino mucho más que eso. Si hubiese sido un hombre solamente, bien podríamos llamarlo mártir, pero no era un hombre solamente, de modo que no es un mero mártir El hombre muere como un mártir, pero el Hijo de Dios muere como sacrificio reparador.Leer más...