"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO IX: Se renueva el calvario en las Misas.
Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de
Armida)
IX
SE RENUEVA EL CALVARIO EN LAS MISAS
“En las misas tengo mis más dolorosos
calvarios cuando la celebran sacerdotes indignos que se ceban en hacerme Víctima
de sí mismos. No les basta el que Yo, espontáneamente, en el curso de los
siglos, me sacrifique para aplacar a la Divina Justicia, para soterrar el nivel
que salve a las almas, entre tantos pecados e ingratitudes.
No les basta mi vida de sacrificio en los
altares, de holocausto constante que se quema en su favor, mi papel de Víctima,
repito, consumada por el eterno amor al hombre; sino que añaden cínicamente,
maliciosamente, descaradamente, ¡cuántos de mis sacerdotes!, leña para el
sacrificio, puñales para despedazarme, más veneno, si pudieran, con el que al
retarme a Mí se emponzoñan ellos.
Hay sacerdotes con esta negrura; ¡porque apenas
he dejado ver el velo que cubre tanta corrupción en lo que debiera ser nieve,
ser blancura, pureza, luz! ¡Oh si comprendieran ellos el don de Dios, las
riquezas inmortales que en sus manos pongo, los tesoros de mi Iglesia, que ni
debieran tocar los que no son limpios! ¡Lloro estas falacias, este desorden,
estas ingratitudes sin nombre!
¡Lloro la condenación de tantas almas que me
deben más que la vida, porque en cada Misa les doy la vida y mi Vida; reproduzco
en ellos la encarnación mística, mi Pasión y mi Muerte. Y ¿éste es el pago que
recibo?
Sufro mística, pero realmente, primero por el
amor a mi Padre, por la ofensa al ultrajar al Amor que es el Espíritu Santo, a
la Divinidad (una Conmigo el Verbo) pisoteada y despreciada. Sufro en todos los
visos o matices que he enumerado.
Sufro en María y por María; sufro por las almas
que arrastran esta corriente de sacrilegios, porque denigran mi Iglesia, Esposa
inmaculada del Cordero y esposa purísima de todo sacerdote, por el lodo con que
la manchan y la quieren manchar, deshonrándola, y por los ultrajes que ella, la
Iglesia amada, recibe en sus ministros.
Sufro también, y ¡cuánto!, por el mismo indigno
sacerdote que a tanto se atreve, y que me costó una Redención con toda mi Sangre
en el Calvario, y que desperdicia, y otra redención con toda mi Sangre, también
en el altar, que clama, que grita al cielo, en vez de misericordia, ¡infierno!
Y tal es la inmensa ternura de mi Corazón que
quisiera repetir mil Pasiones en su favor y que repito mil Calvarios en las
Misas que quisieran también fueran en su favor, pero que les sirven, a mi pesar,
de mayor castigo, para más reprobación, para mayor infierno.
Porque un solo sacrilegio, enfría, quita la fe,
ciega y mata el alma.
Pues tantos sacrilegios en un alma de sacerdote
¿Qué será? Porque si está en pecado, cada acto sacramental que ejerza, son
nuevos pecados mortales que comete, eslabones de pesada cadena que lo aherrojan
con Satanás.
Por este hecho del sacrilegio, pierden la fe, y
¡cuántos! Se entibian en mi servicio, les es insoportable la suavidad de mi
yugo, y se arrojan al lodo, creyendo apagar sus remordimientos con una vida que
no es la suya, la que juraron seguir en sus ordenación.
Son estos descarríos, los vicios de muchas
clases, en muchas formas, que Satanás les brinda, haciéndolos suyos; y otro
dolor, ¡entre tantos!, pareciendo a la faz del mundo, míos. Esta hipocresía
satánica me lacera el alma ¿por qué? Porque Satanás con diabólico sarcasmo se
mofa entonces de mi Poder, de mis Atributos, de mi Pasión, de mi Iglesia y de mi
Sangre y triunfa, ¡cuántas veces arrebata, para siempre de mis brazos y de mi
Corazón, lo que es mío!
Y esa hipocresía Yo la cubro por la dignidad de
mi Iglesia, y en silencio sufro los infames procederes de mis sacerdotes: Yo las
disimulo ante las miradas humanas y me sonrojo ante mi Padre.
¿Y son muchos los sacerdotes que se condenan?
Chorreando sangre mi Corazón, digo que sí, que
muchos se condenan, y a sabiendas; por no prescindir de una pasión infame, y lo
que es más horrible para mi Corazón es esto: que se condenan, queriendo
condenarse.
Al perder la fe, pierden y se les amortiguan
los remordimientos, y entonces, ruedan y se despeñan por una pendiente que
desemboca en el Infierno.
El orgullo, la impureza, la embriaguez, la
codicia y la cobardía, la desconfianza y mil otros vicios los envuelven, e
impregnan a su alma, que debiera ser espejo, candor y luz, viniéndoles el
desprecio y el odio a lo divino; ese odio a lo santo y al Santo de los Santos, y
con esto, la impenitencia final, y el eterno castigo.
¡Oh y cuánto deben velar los sacerdotes sobre
sí mismos, alejándose del mundo y viviendo del Sagrario!
Los sacerdotes santos son el contrapeso, que en
mi unión, detienen la divina justicia; pero sobre todo, la detengo Yo, Víctima
del hombre y por el hombre; Yo Dios y hombre, siempre doy vida con la Vida, y
reclamo al cielo, con mi Sangre, perdón y misericordia”.
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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la
Virgen Santísima.”
“ … Hijos míos predilectos, desprendeos
verdaderamente de todo. Mirad: no son vuestros defectos, vuestras caídas,
vuestras grandes limitaciones lo que os impide ser totalmente míos y disponibles
para mi gran designio. ¡Oh, no! Al contrario; éstas son un gran don para
vosotros, porque os ayudan a sentiros y a permanecer pequeños. Os dan la media
de vuestra pequeñez.
Son vuestros apegos el único obstáculo que os
impide ser del todo míos. ¡Cuántos lazos tenéis aún, hijos!: a vosotros mismos,
a las personas incluso buenas, santas, a vuestra actividad, a vuestras ideas, a
vuestros sentimientos. Y uno a uno los romperé para que seáis solo míos (…).
Entonces podré actuar en vosotros y llevar a
cabo mi Obra de Madre, que es la de hacer de cada uno copia viviente de mi Hijo
Jesús. Por lo tanto entregaos a Mí sin miedo: cada dolor que sintáis por un
nuevo desprendimiento será compensado por Mí con un nuevo don de amor. Cada vez
que os desprendáis de una criatura sentiréis a la Madre más cercana a vosotros.
Dejadme a Mí la alegría de haceros crecer,
hijitos míos.”