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Mañana, el Santo Padre llegará a Portugal en el segundo viaje apostólico de este año. Durante esta visita, Benedicto XVI estará en Lisboa, donde, además de celebrar la Sagrada Eucaristía, se encontrará con las autoridades nacionales y con el mundo de la cultura. También visitará la ciudad de Oporto donde, antes de volver a Roma, presidirá la Santa Misa. Pero la meta principal de este viaje, como afirmó ayer el mismo Pontífice, será Fátima, con ocasión del 10º aniversario de la beatificación de los dos pastorcitos Jacinta y Francisco.
De este modo, Benedicto XVI se unirá a la lista de los Pontífices que han estado vinculados a este lugar bendito donde Nuestra Señora se apareció, hace más de noventa años, a los tres pastorcitos, dos de los cuales han sido beatificados por el Venerable Juan Pablo II, y la tercera, Sor Lucía, cuyo proceso de beatificación ha sido iniciado dos años atrás gracias a la dispensa del actual Papa. Aunque algunos quisieran presentar el mensaje de Fátima como algo perteneciente ya al pasado, la realidad demuestra lo contrario. El mensaje que brota de las apariciones de Fátima es, para la Iglesia y el mundo, más actual que nunca. Y también lo es su íntima vinculación con aquel que se sienta en la Sede de Pedro.
Este vínculo se remonta a Benedicto XV, “Papa de paz en tiempos de guerra”, bajo cuyo pontificado tuvieron lugar las apariciones de Fátima a las que se refirió, un año después, como “una ayuda extraordinaria de la Madre de Dios”. Bajo Pío XI, se declaró como oficialmente posible el culto a la Virgen de Fátima. Pío XII, que fue ordenado obispo el mismo día de la primera aparición, quiso realizar un acto de consagración del mundo, y especialmente de los pueblos de Rusia, al Corazón Inmaculado de María en octubre de 1942. Juan XXIII, siendo Patriarca de Venecia, visitó Fátima dos años antes de ser elevado a la Sede de Pedro (como lo haría también, poco antes de ser elegido Papa, el Patriarca de Venecia Albino Luciani, luego Juan Pablo I). El Papa Pablo VI fue el primer Romano Pontífice en visitar el santuario de Fátima en 1967 en el 50º aniversario de las Apariciones. Como se sabe, Juan Pablo II atribuyó a la intercesión de Nuestra Señora de Fátima el haber sobrevivido luego del atentado del 13 de mayo de 1981 (interpretando, así, la tercera parte del secreto) y, en agradecimiento, peregrinó al Santuario de Fátima en 1982, donde quiso “realizar una vez más” lo que hicieron sus predecesores: “consagrar el mundo al Corazón de la Madre, consagrarle especialmente aquellos pueblos que tienen particularmente necesidad”. Juan Pablo II visitó nuevamente Fátima en 1991 y, por última vez, en el año 2000, cuando beatificó a los pastorcitos Francisco y Jacinta, y ordenó la publicación de la tercera parte del secreto de Fátima, encomendando al Cardenal Ratzinger la preparación de un comentario teológico al mismo.
Precisamente este comentario teológico, escrito por el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue lo que el Padre Lombardi recomendó volver a leer en vísperas de la peregrinación apostólica a Fátima de Benedicto XVI. En ese comentario, el actual Papa identificaba como palabra clave de la primera y segunda parte del secreto la de “salvar almas” (“Viene así a la mente la frase de la Primera Carta de Pedro: «meta de vuestra fe es la salvación de las almas»”). Luego, avanzando un poco más, hacia la tercera parte del secreto, afirmaba: “la palabra clave de este «secreto» es el triple grito: « ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!»” (“Viene a la mente el comienzo del Evangelio: «paenitemini et credite evangelio»”). Y, reconociendo la actualidad del mensaje, continuaba el cardenal Ratzinger: “Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros…”.
Luego, al dedicarse más explícitamente a las imágenes de la visión, el actual Pontífice afirmaba: “El ángel con la espada de fuego a la derecha de la Madre de Dios… representa la amenaza del juicio que incumbe sobre el mundo. La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego. La visión muestra después la fuerza que se opone al poder de destrucción: el esplendor de la Madre de Dios, y proveniente siempre de él, la llamada a la penitencia”. En este sentido, decía el cardenal Ratzinger, “se subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está determinado de un modo inmutable, y la imagen que los niños vieron no es una película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse… Su sentido es exactamente el contrario, el de movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien”.
Dando un paso más, el cardenal se refería a la visión central del “Obispo vestido de blanco”. “El Papa –explicaba Ratzinger - parece que precede a los otros, temblando y sufriendo por todos los horrores que lo rodean. No sólo las casas de la ciudad están medio en ruinas, sino que su camino pasa en medio de los cuerpos de los muertos. El camino de la Iglesia se describe así como un viacrucis, como camino en un tiempo de violencia, de destrucciones y de persecuciones”. De esta manera, también el cardenal Ratzinger hacía referencia al fuerte vínculo entre el mensaje de Fátima y el Obispo de Roma al decir que “en el viacrucis de este siglo, la figura del Papa tiene un papel especial. En su fatigoso subir a la montaña podemos encontrar indicados con seguridad juntos diversos Papas, que empezando por Pío X hasta el Papa actual han compartido los sufrimientos de este siglo y se han esforzado por avanzar entre ellas por el camino que lleva a la cruz”. A diez años de este comentario teológico, ¿deberíamos considerar también, como partícipe de este doloroso viacrucis, al actual Papa Benedicto XVI?
El Prefecto de Doctrina de la Fe recordaba, finalmente, que “en la visión también el Papa es matado en el camino de los mártires”. Y proseguía: “¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del «secreto», reconocer en él su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo explicó el haberse salvado, con las siguientes palabras: «...fue una mano materna a guiar la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la muerte»”. Esta afirmación, realizada por Juan Pablo II el 13 de mayo de 1994, representa su interpretación del cumplimiento del tercer secreto, una afirmación con la que Sor Lucía manifestó estar “completamente de acuerdo”, según reveló la Santa Sede en el año 2000.
Ahora bien, ¿podemos concluir, entonces, que esta interpretación del tercer secreto es definitiva y que no puede referirse a algún Pontífice posterior a Juan Pablo II? No podemos responder de modo categórico. Por un lado, según el archivo publicado por la Sede Apostólica, Sor Lucía afirmó: “Nosotros no sabíamos el nombre del Papa, la Señora no nos ha dicho el nombre del Papa, no sabíamos si era Benedicto XV o Pío XII o Pablo VI o Juan Pablo II, pero era el Papa que sufría y nos hacía sufrir también a nosotros”. Por otro lado, el mismo cardenal Ratzinger, en una entrevista del año 2003, respondía así a esta pregunta: “No podemos excluir esta posibilidad. Normalmente las visiones privadas están limitadas a la siguiente generación. Incluso Lucía y todos en Fátima están convencidos de que en el tiempo de una generación lo revelado se haría realidad. Entonces ese contenido inmediato de la revelación es expresado en una visión con lenguaje apocalíptico… Incluso en el inmediato sentido de profecía, esta visión está siempre en las generaciones inmediatamente posteriores, aunque no podemos excluir a las que vienen después. No podemos decir que no, tenemos que esperar, debemos pensar que es probable que puedan darse ataques similares contra la Iglesia o contra el Papa”.
Habrá que prestar atención al mensaje que el Santo Padre quiera enviar, desde Fátima, a toda la Iglesia. En 1967, fue desde allí que Pablo VI pidió a la Virgen “una Iglesia viva, una Iglesia verdadera, una Iglesia unida, una Iglesia santa” y advirtió sobre el daño que se provocaría “si una interpretación arbitraria y no autorizada del magisterio de la Iglesia hiciera de este despertar una inquietud que disolviese su tradicional configuración, sustituyese a la teología de los verdaderos y grandes maestros por ideologías nuevas y particulares, intentase quitar de la norma de la fe todo lo que el pensamiento moderno, privado frecuentemente de luz racional, no entiende o no le agrada, y cambiase el ansia apostólica de la caridad redentora por el asentimiento a las formas negativas de la mentalidad profana y de las costumbres mundanas”. En 1982, fue desde allí que Juan Pablo II se presentaba “releyendo con trepidación aquella llamada materna a la penitencia, a la conversión… viendo cuántos hombres y cuántas sociedades, cuántos cristianos, han ido en la dirección opuesta a la indicada por el mensaje de Fátima. De este modo, el pecado ha ganado un fuerte derecho de ciudadanía en el mundo y la negación de Dios se ha difundido ampliamente en las ideologías, en las concepciones y en los programas humanos”. Y continuó: “El sucesor de Pedro se presenta aquí también como testigo de los inmensos sufrimientos del hombre, como testigo de las amenazas casi apocalípticas que se ciernen sobre las naciones y sobre la humanidad... El llamado de María no es sólo para una vez. Está abierto a las siempre nuevas generaciones, según los siempre nuevos signos de los tiempos. Se debe volver incesantemente a él. Retomarlo siempre de nuevo”.
El mensaje de Fátima sigue siendo actual para un tiempo “en el que, en amplias zonas de la tierra, la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento” (Carta de Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia Católica). El mensaje de Fátima sigue siendo actual para una Iglesia que “frecuentemente nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes”, donde “vemos más cizaña que trigo”, y de la que “nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios”, una Iglesia de la que el mismo cardenal Ratzinger llegó a exclamar: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!” (Viacrucis para el Viernes Santo del año 2005). El mensaje de Fátima sigue siendo actual. Y el Papa Benedicto XVI lo sabe. Por eso, le gusta “pensar en Fátima como una escuela de fe con la Virgen María como Maestra; allí puso su cátedra para enseñar a los pequeños videntes, y después a las multitudes, las verdades eternas y el arte de orar, creer y amar" (Discurso a los obispos portugueses en visita ad limina). Por eso, identificó como otra palabra clave de todo el mensaje las palabras de Nuestra Señora: “mi Inmaculado Corazón triunfara”. Por eso, ha querido desde hace tiempo realizar esta peregrinación a Fátima como Sumo Pontífice para arrodillarse frente a la imagen de Nuestra Señora y decirle: “Agradezco, Madre querida, las oraciones y los sacrificios que los Pastorcitos de Fátima hacían por el Papa, elevados por los sentimientos que les infundiste en las apariciones. Agradezco también a todos aquellos que, cada día, rezan por el Sucesor de Pedro y por sus intenciones para que el Papa sea fuerte en la fe, audaz en la esperanza y celoso en el amor” (Misal para el viaje apostólico de Benedicto XVI a Portugal). Por eso, finalmente, ha pedido que lo acompañemos en esta peregrinación, participando activamente con la oración. Y es lo que nos proponemos hacer, conscientes de la importancia del mensaje de Fátima para la Iglesia de nuestro tiempo.
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