sábado, 2 de julho de 2011

OTRA CONTRIBUCIÓN PRECIOSA A LA HISTORIA DE LA REFORMA LITÚRGICA



Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd, Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé

La Escritura y la reforma litúrgica
Utilizar las traducciones para introducir errores teológicos fue una táctica usada con premeditación por los promotores de la transformación revolucionaria de la Liturgia. Así se afirma con toda claridad en una entrevista concedida por el canónigo Andrea Rose (A.R.) a Stefano Wailliez, (S.W.) con vistas a la elaboración de un estudio histórico sobre la reforma litúrgica. Rose fue teólogo y liturgista, participando como consultor del Consilium ad exequendam constitutionem de sacra liturgia, la comisión cuyo secretario fue mons. Bugnini y a la cual se le encargó el cometido de poner por obra la constitución sobre la liturgia del concilio Vaticano II.
 
S. W.: Mons. Bugnini explica en sus memorias que, cuando no llegaba a obtener esta o aquella formulación en el texto oficial, decía: “Se acomodará esto en las traducciones”. ¿Oyó usted decir eso a su alrededor?
A. R.: Pues claro que sí; eso lo decían en Roma. Dom Dumas trabajó mucho en tal sentido. Era muy progresista. También él decía: “Esto se acomodará en las traducciones”. Abogó mucho por la libertad de las versiones. Llegó a las últimas consecuencias en todo esto”.

También se cuestiona en la misma entrevista otro de los grandes mitos de la reforma litúrgica: el presunto enriquecimiento de la liturgia por obra de la incorporación más abundante de la Palabra de Dios (la “mesa” de la Palabra). Una incorporación que, como hemos visto con solo un ejemplo, se ha efectuado con criterios sesgados y prejuicios ideológicos.

S. W.: Mons. Gamber dice, a propósito de los ciclos de las lecturas de la misa, que “se veía a las claras que la nueva organización era obra de exegetas, no de liturgistas”. Dado que figu­raba usted en ese grupo de trabajo, ¿qué opina al respecto?
A. R.: Los exegetas se las echaban de amos, igual que los judaizantes. Los primeros cristia­nos, en cambio, usaron las versiones griegas de los textos. No se preocuparon de la “veritas hebraica”. ¿Acaso había que esperar al siglo XX para descubrir por fin cómo proceder? ¡Y me ha­bla usted de la gran tradición! ¿Qué sentido tiene la pastoral cuando los exegetas imperan so­bre los liturgistas? De hecho, Bugnini y los exegetas querían transformar la primera parte de la misa en un curso de exegesis”.



¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!
“¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. Estas palabras sugeridas repetida y oportunamente por San Ignacio de Loyola al joven San Francisco Javier provocaron su conversión y cambio de vida. Probablemente de haberlas escuchado en nuestra aggiornata versión hubiera preferido continuar con sus estudios y su brillante carrera en París. Claro, que también me pregunto que hubiera hecho en nuestra Iglesia ecuménica y posconciliar alguien que, como el santo de Navarra, clamaba en sus cartas en términos como éstos:

Muchas veces me vienen pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces como hombre que ha perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tiene más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos! […] Estuve cuasi tentado de escribir a la universidad de París, cuántos mil millares de gentiles se harían cristianos, si hubiese operarios, para que fuesen solícitos de buscar y favorecer las personas que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo… Muchas veces me acaesce tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces decir el Credo y los mandamientos en su lengua de ellos” (A sus compañeros de Roma, 20 de enero 1548).

DE:http://www.religionenlibertad.com/articulo_imprimir.asp?idarticulo=10132


Se trata de la entrevista concedida por el canónigo Andrea Rose (fallecido poco ha, por desgracia) a Stefano Wailliez, con vistas a la elaboración de un estudio histórico sobre la reforma litúrgica.
Canónigo titular de la catedral de Namur (Bélgica), Andrea Rose fue teólogo y liturgista. Se cuentan entre sus obras, allende multitud de artículos sobre el oficio divino y las lectu­ras bíblicas, los libros “Salmos y plegaria cristiana” (Brujas, 1965) y “Los salmos, voz de Cristo y voz de la Iglesia” (París, 1981). La idea principal de estos escritos suyos es que el Antiguo Testamento (salmos inclusive) debe interpretarse a la luz del Nuevo y de los escrito de los Padres. Esto es lo que hace la Iglesia en su liturgia. El canónigo Rose fue asimismo consultor del Consilium ad exequendam constitutionem de sacra liturgia, la comisión cuyo secretario fue mons. Bugnini y a la cual se le encargó el cometido de poner por obra la cons­titución sobre la liturgia del concilio Vaticano II. Cuando al Consilium le sucedió la Sagra­da Congregación para el Culto Divino, al canónigo Rose lo nombraron consultor del nuevo orga­nismo. Su papel en la revisión de la liturgia lo desempeñó principalmente en el ámbito del Oficio Divino, pero alcanzó también el de las lecturas bíblicas, las oraciones y los prefa­cios de la santa misa. Ofrece aquí su testimonio a título de coautor de la reforma litúrgica del rito latino.
La entrevista, que se publica ahora por vez primera (al menos en Italia), constituye un testimonio preciosos por varios conceptos:
1) El canónigo Rose es un testigo directo, uno de los últimos testigos directos, de los trabajos del Consilium al que encargó Pablo VI llevara a efecto la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia.
2) Es un testigo prudente, que se niega a pronunciarse, como se verá, sobre cuanto no le consta con seguridad (p. ej., la filiación masónica de Bugnini, la contribución efectiva de los “observadores” protestantes).
3) No es lo que se dice un “lefebvriano” o un “tradicionalista”, antes al contrario, no echa de ver todas las razones que asisten a dicha resistencia católica, y tiene asimismo ideas ine­xactas sobre ella, como lo evidencia la última parte del diálogo (esto debería bastar para po­ner su testimonio a reparo de cualquier prejuicio); pero posee el “sentido de la tradición” en la medida suficiente como para comprender que la denominada reforma litúrgica fue en realidad una “catástrofe”, de la cual es menester salir.
4) Su testimonio, en lo que mira a la orientación del Consilium, concuerda perfectamente con el que dejó el card. Ferdinando Antonelli en sus memorias personales (cf. Sì Sì No No, 30 de noviembre de 1999, pp. 3 ss.; edic. italiana), y, tocante a la persona de Bugnini en particu­lar, coincide a la perfección con el juicio que dio de éste, a su tiempo, el abate dom Alfonso Pietro Salvini, O. S. B. (Divagazioni di una lunga vita [Errabundeos de una larga vida] Livorno: ed. Stella del Mare; cf. el número correspondiente a la edición italiana de sí si no no del 31 de octubre de 1991, p. 3: La danza de los hotentotes), así como con otros testimo­nios (cf. Sì Sì No No, 15 de sept. de 1992, p. 6: Meminisse iuvat; ed. italiana).
N. B. Se puede consultar La riforma liturgica (La Reforma Litúrgica) de Aníbal Bugnini para más informaciones sobre el canónigo A. Rose. La traducción y los subtítulos de la entrevista son de nuestra redacción.
¡Bugnini!
S. Wailliez: En tanto que consultor del Consilium, figuró usted en los Coetus (grupos de tra­bajo) nn. 3, 4, 6, 9, 11, 18 bis, 21 bis. Cuando se leen las memorias de mons. Bugnini se tie­ne la impresión de que se trataba de una máquina complejísima: había casi treinta grupos de trabajo.
A. Rose: Sí, era una máquina muy compleja.
S. W.: Pero entonces, ¿cuál era la fuerza motriz que la impulsaba?
A. R.: ¡Bugnini!
S. W.: Se ha hablado mucho de mons. Bugnini, pero debía de haber otras corrientes, otras tendencias en el Consilium. ¿O es que realmente Bugnini campaba por él como amo y señor?
A. R.: Lo que yo sé, en todo caso, es que mons. Martimort no estaba muy de acuerdo con él. Me lo criticaba continuamente en cuanto volvía la espalda. Me decía, p. ej.: “¡Este Bugnini hace todo lo que le da la gana!”. Él (Martimort) era mucho más competente que aquél. Un día me dijo: “¡Lo que sabe Bugnini! Se ve que sus profesores de secundaria no perdieron el tiempo con él...”. He aquí lo que pensaba Martimort sobre Bugnini. Al principio yo creía que exageraba, pero luego me di cuenta de que tenía razón. Bugnini carecía de profundidad de pensamiento. Fue grave nom­brar a un veleta como él en el puesto que desempeñaba. ¡Que la gestión de la liturgia estu­viera en manos de un hombre semejante, de un superficial...!
S. W.: Le he formulado esta pregunta sobre mons. Bugnini porque, por otro lado, se sabe también el papel que desempeñó Pablo VI, quien seguía en persona el desarrollo de los trabajos.
A. R. Es verdad. Pero Bugnini siempre estaba con él dándole explicaciones. Un día estaba yo con el padre Dumas en la plaza de San Pedro (era al principio, cuando los problemas aun no se habían agravado mucho). Nos encontramos con Bugnini, quien nos señaló las ventanas de los apo­sentos de Pablo VI diciendo: “¡Rueguen, rueguen para que conservemos este Papa!”. Lo decía porque manipulaba a Pablo VI: iba a informarle, pero le contaba las cosas a su sabor. Luego volvía diciendo: “El Santo Padre desea esto, el Santo Padre desea aquello”; pero era él quien, por debajo de cuerda...
S. W.: Se dice de mons. Bugnini que era masón. ¿Qué piensa usted?
A. R.: Sería menester probarlo, evidentemente.
S. W.: ¿Le parece que tenía estilo masónico?
A. R.: No, no. Ya se lo he dicho: carecía de profundidad.
S. W.: ¿No tenía ninguna?
A. R.: Escribió después libros enteros para justificar su reforma, pero... cuando llegaba yo a Roma e iba a saludar a Martimort, éste me contaba todos los manejos de Bugnini para lograr que se aprobara todo lo que quería. El padre Martimort era otro hombre. Tenía otra cultura. Y cri­ticaba la manera de obrar de Bugnini.

La liturgia de las horas: un ritual a la carta

S. W.: Cuando se examina la nueva liturgia de las horas -visto que usted trabajó en su elabo­ración-, se queda uno sorprendido de las múltiples posibilidades de elección: se pueden tomar salmos distintos de los indicados, otros himnos, omitir las antífonas, añadir silencios, lectu­ras, etc.; todo “por justas razones pastorales”, lo que significa que cada uno puede hacer lo que le plazca. ¿Cómo reaccionó usted cuando se propuso este ritual a la carta?
A. R.: Nosotros pusimos sólo lo que era oficial. Pero luego se agregó “vel alios cantus, vel alios psalmos”, etc. De habernos opuesto, se nos habría tachado de integristas.
S. W.: ¿No plantea problemas eclesiológicos tan gran flexibilidad?
A. R.: Sí, por cierto. Si todo el mundo puede confeccionarse su propio ritual, ¿se puede se­guir hablando de oración oficial de la Iglesia? Salta a los ojos que la eclesialidad es lo que se pone en peligro con el nuevo ritual flexible.
S. W.: ¿Se originaban luchas en los distintos coetus a que usted pertenecía a propósito de dichas posibilidades múltiples de elección?
A. R.: Sí, y Martimort era más bien contrario. Pero Bugnini, que lo manipulaba todo, se mostraba favorable. [...]

Las lecturas de la Misa y el “retorno a la gran Tradición”

S. W. Por lo que toca a las lecturas de las misas, estaba usted en el coetus 4. Se tenía en mente enriquecer los ciclos de las lecturas. ¿Qué piensa usted de la reforma que se verifi­có en tal punto?
A. R.: [...] lo que se hizo se habría podido realizar de manera más inteligente. Por ejemplo, es de deplorar la supresión de las cuatro témporas. Precisamente en esos tiempos se verificaban de tres a cinco lecturas antes del evangelio. ¡Pero se tuvo que abolir justamente las cuatro témporas! Tales días son, por añadidura, algo antiquísimo, que había conservado el carácter semanal primitivo de la liturgia: miércoles, viernes y la gran víspera (del domingo). ¡Todo tirado por la borda!
S. W.: ¿Dónde está en todo eso el retorno a la gran tradición?
A. R.: Constituye una incoherencia, como es obvio. Algunos abogaban en el Consilium por el retorno a la gran tradición cuando les convenía. Francamente, estoy de acuerdo con que se hagan algunas pequeñas reformas, pero lo que se llevó a cabo fue abiertamente radical.
S. W.: Mons. Gamber dice, a propósito de los ciclos de las lecturas de la misa, que “se veía a las claras que la nueva organización era obra de exegetas, no de liturgistas”. Dado que figu­raba usted en ese grupo de trabajo, ¿qué opina al respecto?
A. R.: Los exegetas se las echaban de amos, igual que los judaizantes. Los primeros cristia­nos, en cambio, usaron las versiones griegas de los textos. No se preocuparon de la “veritas hebraica”. ¿Acaso había que esperar al siglo XX para descubrir por fin cómo proceder? ¡Y me ha­bla usted de la gran tradición! ¿Qué sentido tiene la pastoral cuando los exegetas imperan so­bre los liturgistas? De hecho, Bugnini y los exegetas querían transformar la primera parte de la misa en un curso de exegesis.

El Ordinario de la Misa: el Ofertorio “cepillado”

S. W.: Tocante al ordinario de la misa: no estaba usted en el grupo de trabajo interesado, pero ¿diría usted que también aquí se pecó de radicalidad?
A. R.: ¡Ah, sí! Los que se ocupaban de la misa fueron mucho más radicales con ella que noso­tros con el oficio. Mire, se pasó el cepillo sobre el ofertorio. Dom Capelle no quería ni oír hablar de él. Decía que en él “se habla como si el sacrificio ya se hubiera consumado. Se corre el riesgo de creer que todo ha terminado ya”. No se daba cuenta de que todas las liturgias pre­sentan tal anticipación. En el ofertorio se coloca uno ya en la perspectiva de la consumación.
S. W.: ¿No se daba ahí una falta de perspectiva finalista?
A. R.: Sí. Y así se llegó a suprimir todo, todo lo que era plegaria de ofertorio, porque, se­gún se decía, el sacrificio venía después. Pero eran ésas opiniones espirituales harto raciona­listas, en fin de cuentas. ¡Es elemental!
S. W.: ¿Ha conocido usted alguna vez, a lo largo de su experiencia pastoral, a fieles que crean que las sagradas oblatas se consagran en el ofertorio? Es decir: ¿ha constatado usted concretamente los daños que recalcaba Dom Capelle?
A. R.: Pues claro que no, de ninguna manera: ¡jamás! Y además, mire lo que se hace en los ritos orientales: es lo mismo. Sería interesante cotejar todo eso.

La multiplicación del Canon

S. W.: Otro punto importante del ordinario de la misa es la desaparición del canon romano. Subsiste más o menos en la plegaria nº 1, pero ésta no es ya la única plegaria eucarística, por lo que, hablando con propiedad, el canon ha desaparecido.
A. R.: Sí además de la supresión del ofertorio se multiplican las preces eucarísticas, como dice usted. Mire la oración nº 2: no puede estar más adulterada. ¡Y aún les parecía poco! Fue por eso por lo que dije “no”, lo que me valió que me pusieran de patitas en la calle. Pero ésa es otra historia.

La excusa de las traducciones

S. W.: También está el asunto de las traducciones para los países francófonos, sobre el cual se ha pronunciado usted varias veces.
A. R.: Sí, es un problema enorme. El padre Gy no quiere que se le aborde: les deparó la oca­sión de introducir todo lo que querían.
S. W.: Mons. Bugnini explica en sus memorias que, cuando no llegaba a obtener esta o aquella formulación en el texto oficial, decía: “Se acomodará esto en las traducciones”. ¿Oyó usted de­cir eso a su alrededor?
A. R.: Pues claro que sí; eso lo decían en Roma. Dom Dumas trabajó mucho en tal sentido. Era
muy progresista. También él decía: “Esto se acomodará en las traducciones”. Abogó mucho por la libertad de las versiones. Llegó a las últimas consecuencias en todo esto.
S. W.: En la versión francesa oficial del Credo figura la locución “de la misma naturaleza que el Padre”, en vez de la voz “consubstantialis” (consubstancial). ¿No está eso en el límite del arrianismo?
A. R.: Ah, sí; es evidente...
S. W.: En Francia se libraron batallas épicas en las iglesias, durante la misa, por la cues­tión de la expresión “de la misma naturaleza”.
A. R.: Sí, sí, estoy al tanto. Pero los obispos aprueban tal versión. La aprueban. No quieren que se la cambie. No fueron ellos los que hicieron eso, sino la comisión; pero no quieren que se desapruebe a ésta.

Los observadores protestantes

S. W.: Se ha hablado mucho de los observadores protestantes. Se han escrito muchas cosas so­bre ellos. Lo que me interesa son los hechos. ¿Vio usted a dichos observadores durante algunas sesiones?
A. R.: Sí, ciertamente. Estaban allí, a un lado, sentados a una mesa. No decían nada. Que hablaban con la gente a la entrada es evidente: no podían dejar de hacerlo. Pero, dado que nunca tomaban la palabra públicamente, ¿ejercieron una influencia real en ciertas cosas? Sería menester un hecho concreto para afirmarlo.
S. W.: En un primer tiempo sólo le he preguntado por su presencia. Dicho esto, en un artículo de Notitiae, nº 23, y en un testimonio de Jasper, observador anglicano, se habla del hecho de que los observadores no participaban en las sesiones de trabajo, pero mantenían reuniones sis­temáticamente con los relatores, los presidentes de los grupos.
A. R.: No se sabía nada de ello. Iban juntos a alguna parte, eso era inevitable, pero no se anunciaba oficialmente. A nosotros no nos ponían al corriente al respecto. Es cuando menos ex­traño, pero fíjese en que no había ningún “ortodoxo” entre los observadores... Los “ortodoxos” desconfiaban ya de antes, conociendo el carácter revolucionario de muchos católicos. No les gustaba. En el fondo, se percataban bien de la verdad de las cosas.

La creatividad

S. W.: Ha dicho de mons. Bugnini que era un combinador [en italiano en el texto; nota de la
Redacción]. ¿Podría ser más preciso?
A. R.: Me miraba mal porque no hacía todo lo que él quería ni aceptaba toda su creatividad.
S. W.: A usted lo expulsaron porque se negó a aprobar se permitiera a las conferencias epis­copales componer preces eucarísticas propias. Aludió usted a ello hace un momento. ¿Conque la ruptura se verificó por una cuestión de creatividad?
A. R.: Sí. Redacté un informe contrario y, como consecuencia, las conferencias episcopales se quedaron sin ese permiso. Entonces mons. Bugnini se dijo: “Ese hombre es peligroso”.
S. W.: [...] A propósito de la creatividad: siempre se la ha visto practicar, sobre todo en el campo del arte. Los estilos del arte sagrado han evolucionado mucho con el tiempo.
A. R.: No soy contrario a la creatividad por principio. Pero debe arraigarse en una tradición. Cuando no lo hace en ninguna se inventa cualquier cosa.

 La desaparición del diablo

S. W.: Se desempeñó usted como miembro del grupo 18 bis, que se ocupó de las oraciones del misal. Dom Hala, de Solesmes, explica en el Habeamus Gratiam que, en las colectas, “se cambió el vocabulario por razones pastorales”, y aduce como ejemplo: “las palabras ‘diabolus’ y ‘dia­bolicus’ han desaparecido por completo del nuevo misal”.
A. R.: No creían ya en el diablo; por lo menos algunos. Pero las cabezas dirigentes se pusie­ron de acuerdo para que no se notasen mucho tales cambios. Dichas supresiones no se mencionaron en los criterios de revisión. Pero está claro que algunos del Consilium no creían ya en el diablo.

La maldita incompetencia de los obispos

S. W.: Cuando se habla del Consilium, se piensa siempre en los consultores, en los expertos: el padre Gy, mons. Martimort, dom Botte, dom Vagaggini, Jungman... Casi se olvidan los miembros en sentido estricto, los obispos, los únicos que tenían derecho de voto. ¿Cómo se lo explica?
A. R.: Los obispos que tenían sus sesiones en el Consilium no eran nada del otro mundo. Sólo dos me dejaron cierto recuerdo: mons. Isnard, de Nuevo Friburgo (Brasil), y mons. Jenny, de Cambrai. Los expertos, en cambio, eran competentísimos. Su orientación es harina de otro cos­tal... pero eran competentes. Eran ellos quienes hacían el trabajo...
S. W.: Entre los obispos miembros del Consilium figuraba el célebre mons. Boudon, presidente de la Comisión Litúrgica de la Conferencia Episcopal Francesa. ¿Era un incompetente?
A. R.: Recuerdo que estaba allí, pero no me dejó un recuerdo indeleble. El padre Gy lo lle­vaba por donde quería. El intelecto agente de mons. Boudon era el padre Gy.

Los cambios de opinión de Pablo VI

S. W.: A partir de 1971-1972, pareció bastante claro que Pablo VI comenzaba a darse cuenta de que algunas cosas no marchaban bien.
A. R.: Tendría uno que haber sido ciego para no verlo... Fue por eso por lo que se acabó quitando de en medio a Bugnini también, y por cierto que muy brutalmente. Pero no se tocó nada de lo que había hecho mal. No se osó revisar lo que se había promulgado.
S. W.: Parece que se delinea en la actualidad un movimiento precisamente en tal sentido. Se habla cada vez más de “liberalización del misal tridentino”, y ahora es el cardenal Sodano, Secretario de Estado, quien ha hecho suya la idea de una reforma de la reforma.
A. R.: ¡Bravo! Hay que salir de esta situación lo antes posible. Se impone revisarlo todo. Pero ¿dónde se hallarán los “competentes”? Sería menester que no remitiesen personas como las causantes de la catástrofe que hemos sufrido.
S. W.: ¿Hay que sentar a todas las partes en torno a la mesa?
A. R.: A todas las personas serias, deseosas de trabajar por la Iglesia.
S. W.: Cuando se habla de liturgia tradicional, no cabe duda de que se piensa en mons. Lefebvre y en la Hermandad San Pío X que él fundó. ¿Hay que invitar a ésta también?
A. R.: ¡Claro que sí! Hay que hablar con esas personas. A veces tienen opiniones fijistas y no siempre comprenden que se necesitaban algunos arreglos, sobre todo en las lecturas de la misa o en el breviario. Pero hay que hablar con ellas. ¡No se puede escuchar a todos, sobre todo a los protestantes, y no invitar a las discusiones a la gente de mons. Lefebvre! A cambio, también ellos deberían tomar la iniciativa de ir a ver a quienes tienen el sentido de la tradición aunque no siempre compartan sus opiniones. Deben esforzarse por salir de su concha. Hay que poner los problemas en el tapete honestamente.
http://sisinono.blogia.com