sexta-feira, 2 de setembro de 2011

Ante una Iglesia en peligro de cisma, el Cardenal de Viena llama a la unidad

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christoph_schonborn
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La Iglesia en Austria atraviesa una crisis particularmente fuerte luego del “Llamamiento a la desobediencia”, promovido por un grupo de 300 sacerdotes austríacos, que cuenta con el apoyo de la opinión publica, y que el cardenal primado no ha podido detener, a pesar de haberse reunido con los responsables para exigirles obediencia a la Iglesia y advertirles de las correspondientes sanciones canónicas. Presentamos a continuación nuestra traducción de la carta que el Cardenal Arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, envió al comienzo del verano.
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Queridos colaboradores y colaboradoras, y esta vez en particular, queridos hermanos en el servicio sacerdotal,

Los líderes de la “Pfarrer-Iniciative” han publicado el 19 de junio un “Llamado a la desobediencia”. He esperado para replicar, no quería que mi respuesta estuviese dictada por la rabia y por el disgusto que este llamamiento suscitó en mí.

Pero esta llamada a la desobediencia me ha aterrorizado. Y me pregunto, ¿qué sería de las familias en este país si la desobediencia se convirtiese en virtud? Muchos trabajadores se preguntan cómo es posible que la Iglesia incite a propagar y a practicar la desobediencia, cuando saben ciertamente que si ellos lanzasen un llamado similar en los lugares de trabajo desde hace tiempo habrían perdido su empleo.

En el momento de la ordenación, nosotros, los sacerdotes, hemos prometido, libremente y sin coacciones, en las manos del obispo, “respeto y obediencia”, en voz alta y clara hemos dicho frente a toda la comunidad de los fieles: “Sí, prometo”. ¿Pero este compromiso es observado? En mi calidad de obispo he prometido también al Papa fidelidad y obediencia. Yo quiero honrar esta palabra dada incluso si hay momentos en los que no es fácil. La obediencia cristiana es un gimnasio de libertad. La realización en la vida de lo que rezamos en el Padrenuestro, cuando pedimos que su voluntad se haga en la tierra como en el cielo. Esta oración se llena de significado y de fuerza por medio de la disponibilidad interior de quien reza, para aceptar la voluntad de Dios, incluso en los casos en que esta voluntad se aleja del propio modo de ver. Esta disponibilidad se concretiza además a través de la obediencia eclesiástica hacia el Papa y el obispo. Y a veces puede requerir un esfuerzo doloroso.

También el “masterplan” para nuestra diócesis, el proceso puesto en marcha por el Apostelgeschichte 2010 y el plan de desarrollo diocesano se concentran en la voluntad del Señor. ¿Pero cuál es esta voluntad de Dios hoy, en tiempos de grandes cambios, para nosotros, para la archidiócesis? Rezando juntos, celebrando juntos la fiesta de la Eucaristía, estudiando las Sagradas Escrituras, observando el desarrollo de nuestra sociedad, nos esforzamos por reconocer la voluntad de Dios. El “masterplan” quiere ser el plan del maestro, del Señor. Y precisamente aquí se inserta el “Llamado a la desobediencia”, metiéndose sin embargo en forma opuesta. Dado que las reformas pedidas por los promotores de la “Pfarrer-Initiative” hasta hoy no han sido realizadas, y los obispos, así dicen, no han hecho nada, hay quien se ve ahora obligado “a seguir la propia conciencia y moverse en forma autónoma”. Pero si la desobediencia al Papa y al obispo se convierte en una cuestión de conciencia, esto significa que se ha subido otro peldaño, uno que obliga a tomar una decisión clara. Porque a la conciencia se la debe escuchar siempre, cuando se trata de una conciencia formada y autocrítica. El beato Franz Jägerstätter había decidido en completa soledad y respondiendo a la propia conciencia no servir en el ejército de Hitler, y aceptó pagar esta decisión con la vida. El beato John Henry Newman había llegado, después de años de un profundo tormento interior, a la certeza de que la iglesia anglicana se había alejado de la verdad y que la verdadera Iglesia de Jesucristo continuaba existiendo en la católica. Por esto abandonó la propia iglesia y se convirtió en católico. De esto se sigue que, quien en plena y probada conciencia y convicción, piensa que Roma ha tomado un camino equivocado, un camino que contradice gravemente la voluntad del Señor, debería tomar en el caso extremo las consecuencias extremas, es decir, no recorrer más el camino de la Iglesia romana. Espero y creo, sin embargo, que este caso extremo no se verifique.

No es necesario estar siempre de acuerdo con cada decisión eclesiástica, sobre todo en ámbito disciplinar; y es también lícito tomar en algunos casos decisiones diversas por parte de la curia. Pero cuando el Papa indica repetidamente pautas claras, recordando también la enseñanza en vigor – por ejemplo, en lo que respecta a los roles -, entonces el llamado a la desobediencia pone, de hecho, en discusión la comunidad eclesiástica en su conjunto. Porque en última instancia, cada sacerdote, así como todos nosotros, debemos decidir si queremos continuar recorriendo el camino junto al Papa, al obispo y a la Iglesia, o no. Ciertamente, es siempre difícil renunciar a algunas ideas y visiones. Pero quien declara nulo el principio de la obediencia, disuelve la unidad.

En mi carta pastoral he solicitado un camino común. Indiqué un camino muy concreto: que se ponga la evangelización en el primer puesto, que nos comprometamos con todas las fuerzas, comenzando con ser, con convertirnos nosotros mismos, en discípulos nuevos y mejores de Jesús. Porque es a la luz de este ejemplo que “el mundo” reconocerá si vale la pena seguir a Jesús; si ser Iglesia de Jesucristo tiene realmente algo de salvífico. Y es bajo este escudo que se plantean también los esfuerzos de una reforma estructural.
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Precisamente a la luz de esto no considero el “Llamado a la desobediencia” un paso útil. Apenas pueda me encontraré para un diálogo constructivo con los representantes de la “Pfarrer-Inititiative”. Les haré notar algunas contradicciones en su “Programa de desobediencia”, entre estas, por ejemplo, el concepto de una “fiesta de la Eucaristía sin sacerdote” y todavía más la definición despreciable de “festivales litúrgicos” para las ayudas sacerdotales. Sólo una confrontación basada en el respeto recíproco, como hemos vivido con gran satisfacción durante las tres reuniones diocesanas, puede ayudarnos a ir hacia delante.

Soy obispo desde ya casi veinte años. La tarea del obispo es la de unidad: la unidad en la propia diócesis, la unidad con el Papa, la unidad con la Iglesia. Y yo asumo esta tarea con gran felicidad. Vivo muchos momentos bellos, pero también momentos de dolorosas heridas. Una de estas heridas es el “Llamado a la desobediencia”. Yo hago, por el contrario, un llamado a al unidad, a aquella unidad pedida por Jesucristo al Padre, y por la que Jesús estuvo dispuesto a sacrificar la vida. Que me asista ahora en mi tarea de mantener la unidad en el amor y en la verdad.

Un verano bendecido os desea vuestro

Cardenal Christoph Schönborn
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