quarta-feira, 10 de outubro de 2012

Benedicto XVI ).-”En la vigilia en que celebramos los cincuenta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y el inicio del Año de la Fe


 
DOCUMENTOS CONCILIARES: BRÚJULA PARA LA BARCA DE LA IGLESIA
Ciudad del Vaticano, 10 octubre 2012 (VIS).-”En la vigilia en que celebramos los cincuenta años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y el inicio del Año de la Fe, deseo hablar de este gran evento eclesial”, dijo Benedicto XVI durante la catequesis de la audiencia general de los miércoles que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro.
“Los documentos conciliares son, también para nuestra época, una brújula que permite a la barca de la Iglesia navegar en mar abierto, en medio de las tempestades o de la calma para llegar a la meta”, explicó el Papa y recordó que el Concilio, en el que participó cuando era un joven profesor de Teología Fundamental en la universidad alemana de Bonn, fue para él “una experiencia única”. “Pude ver una Iglesia viva (...) que se pone bajo la escuela del Espíritu Santo, verdadero motor del Concilio. Pocas veces en la historia se ha podido, como entonces, casi 'tocar' concretamente la universalidad de la Iglesia en un momento de gran realización de su misión de llevar el Evangelio en todos los tiempos hasta los confines de la tierra”.
En la historia de la Iglesia, varios concilios precedieron al Vaticano II: Nicea, Efeso, Calcedonia, Trento, pero, por regla general, se convocaron para definir elementos fundamentales de la fe, y corregir, sobre todo, los errores que la ponían en peligro. No fue el caso del Vaticano II porque en aquel momento “no había particulares errores de fe que corregir o condenar, ni tampoco cuestiones específicas de doctrina o de disciplina por aclarar”. La primera cuestión que se planteó ante el gran evento conciliar fue, precisamente, como comenzarlo y que tarea precisa atribuirle. A este propósito el beato Juan XXIII en el discurso de apertura del 11 de octubre de hace cincuenta años dio una indicación general:
“La fe debía hablar de forma más 'renovada', mas incisiva porque el mundo estaba cambiando rápidamente, manteniendo, sin embargo, sus contenidos perennes sin fisuras o compromisos”.
“El Papa -dijo Benedicto XVI- quería que la Iglesia reflexionase sobre su fe, sobre las verdades que la guían. Pero, partiendo de esa reflexión, profunda y seria, sobre la fe, había que trazar, de forma nueva, la relación entre la Iglesia y la edad moderna, entre el cristianismo y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, no para conformarse a él, sino para presentar a este mundo nuestro que tiende a alejarse de Dios, la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y en toda su pureza”.
“La época en que vivimos está también marcada por el olvido y la sordera frente a Dios. Creo, por lo tanto, que tenemos que aprender la lección más simple y fundamental del Concilio, a saber: que el cristianismo, en su esencia, consiste en la fe en Dios (...) y en el encuentro (...) con Cristo que orienta y guía la vida. Lo más importante hoy, como era el deseo de los Padres conciliares, es que se vea de nuevo, con claridad que Dios está presente, nos mira, nos responde; y que, por el contrario, cuando falta la fe en Él, cae lo que es esencial, porque el hombre pierde su dignidad (...) El Concilio recuerda que la Iglesia tiene (...) el mandato de transmitir la palabra del amor Dios que salva, para que sea escuchada y acogida aquella llamada divina que contiene en sí las bienaventuranzas eternas”.
El Santo Padre citó brevemente las cuatro constituciones conciliares, casi los “cuatro puntos cardinales de la brújula que nos orienta”: 'Sacrosanctum Concilium', sobre la liturgia que habla de la centralidad del misterio de la presencia de Cristo en la Iglesia; 'Lumen gentium', que subraya la tarea fundamental de la Iglesia de glorificar a Dios; 'Dei Verbum', sobre la Revelación divina que habla de la Palabra viva de Dios que convoca a la Iglesia y la vivifica en su camino a lo largo de la historia, y por último 'Gaudium et spes', sobre el modo en que la Iglesia lleva al mundo entero la luz que ha recibido de Dios.
“El Concilio Vaticano -concluyó- es una fuerte invitación a redescubrir cada día la belleza de la fe y a conocerla de modo profundo, para una relación más intensa con el Señor, y a vivir auténticamente la vocación cristiana”.