El regreso con gloria de Romano Amerio
ROMA,
15 de julio de 2009 – Desde mañana retornan a las librerías italianas,
editados por Lindau, dos volúmenes situados entre los clásicos de la
cultura católica, cuyo contenido está en impresionante sintonía con el
título y con el fundamento de la tercera encíclica de Benedicto XVI:
"Caritas in veritate".
Los dos volúmenes tienen
por autor a Romano Amerio, literato, filósofo y teólogo suizo, fallecido
en el año 1997 a los 92 años de edad. Alguien que lo estimaba mucho, el
teólogo y místico don Divo Barsotti, sintetizó así el contenido de los
dos volúmenes:
"Amerio dice en sustancia que los
más graves males presentes hoy en el pensamiento occidental, incluido el
pensamiento católico, se deben principalmente a un desorden mental
general por el cual se pone la 'caritas' delante de la 'veritas', sin
pensar que este desorden trastorna también la recta concepción que
debemos tener de la Santísima Trinidad".
En
efecto, Amerio ve precisamente en este derrumbe del primado del Logos
sobre el amor –es decir, en la caridad desvinculada de la verdad – la
raíz de muchas "variaciones de la Iglesia católica en el siglo XX": las
variaciones que él describió y sometió a crítica en el primero y más
imponente de los dos volúmenes citados: "Iota unum", escrito entre 1935 y
1985; las variaciones que lo llevaron a plantear la cuestión si con
ellas la Iglesia no se convirtió en algo diferente de ella misma.
Muchas
de las variaciones analizadas en "Iota unum" – pero bastaría una sola,
una "iota", la que está en Mateo 5, 18 y que da el título al libro –
impulsarían al lector a pensar que en la Iglesia se ha producido una
mutación de la esencia. Pero Amerio analiza, no juzga. O mejor dicho,
como cristiano íntegro que él es, deja el juicio para Dios, y recuerda
que "portae inferi non praevalebunt", las puertas del infierno no
prevalecerán, es decir, para la fe es imposible pensar que la Iglesia se
pueda perder a sí misma. Siempre habrá una continuidad con la
Tradición, también dentro de las turbulencias que la oscurecen y hacen
pensar lo contrario.
Hay un estrecho vínculo entre
las cuestiones planteadas en "Iota unum" y el discurso de Benedicto XVI
del 22 de diciembre de 2005 a la curia romana, discurso capital por
cuanto remite a la interpretación del Concilio Vaticano II y a su
relación con la Tradición.
Esto no quita que el estado de la Iglesia descrito por Amerio de ninguna manera es pacífico.
En
el discurso del 22 de diciembre de 2005, Benedicto XVI parangonó la
babel de la Iglesia contemporánea con el marasmo que en el siglo IV
siguió al Concilio de Nicea, descrito por san Basilio, testigo de la
época, como "una batalla naval en la oscuridad de una tempestad".
En
el epílogo que Enrico Maria Radaelli, fiel discípulo de Amerio, publica
al final de esta reedición de "Iota unum", la situación actual es
parangonada más bien con el cisma de Occidente, es decir, con los
cuarenta años transcurridos entre los siglos XIV y XV y que precedieron
al Concilio de Costanza, con la cristiandad sin guía y sin una segura
"regla de la fe", dividida contemporáneamente entre dos o inclusive tres
Papas.
En todo caso, reeditado hoy luego de
varios años, "Iota unum" se confirma como un libro no sólo
extraordinariamente actual, sino "constructivamente católico", en
armonía con el magisterio de la Iglesia. En el epílogo, Radaelli lo
muestra en forma irrefutable. La conclusión del epílogo se reproduce más
abajo.
En cuanto al segundo libro, "Stat
veritas", publicado por Amerio en 1985, está en continuidad lineal con
el anterior. En él confronta la doctrina de la Tradición católica con
las "variaciones" que el autor reconoce en dos textos del magisterio de
Juan Pablo II: la carta apostólica "Tertio millennio adveniente", del 10
de noviembre de 1994, y el discurso al Collegium Leoninum de Paderborn,
del 24 de junio de 1996.
El retorno de "Iota
unum" e "Stat veritas" a las librerías hace justicia tanto a su autor
como a la censura de hecho que se abatió durante largos años entre ambos
libros capitales del autor. En Italia, la primera edición de "Iota
unum" fue reimpresa tres veces, con una tirada total de siete mil
ejemplares, a pesar de sus casi setecientas páginas que obligan a una
lectura atenta. Luego fue traducido al francés, al inglés, al español,
al portugués, al alemán y al holandés. Reunió a decenas de miles de
lectores en todo el mundo. Pero para los órganos católicos oficiales y
para la autoridad de la Iglesia era tabú, al igual que naturalmente para
los adversarios. Caso más único que raro, este libro fue un "long
seller" clandestino. Siguió siendo pedido aún cuando se agotó en las
librerías.
La ruptura del tabú es reciente, en
congresos, comentarios y recensiones. "La Civiltà Cattolica" y
"L'Osservatore Romano" también se han despertado. Al comienzo del año
2009 apareció en Italia una primera reimpresión de "Iota unum", junto a
los textos clásicos de "Fe & Cultura". Pero esta nueva edición del
libro, a cargo de Lindau, junto a la de "Stat veritas", tiene además el
valor del cuidado filológico por parte de Radaelli, el máximo conocedor y
heredero intelectual de Amerio. Sus dos amplios epílogos son verdadera y
realmente ensayos, indispensables para comprender no sólo el sentido
profundo de los dos libros, sino también su permanente actualidad.
Lindau, con Radaelli a cargo de la obra, tiene la intención de publicar
en los próximos años la imponente "opera omnia" de Amerio.
A continuación presentamos una brevísima degustación del epílogo a "Iota unum": las consideraciones finales.
Toda la Iglesia en una "iota"
por Enrico Maria Radaelli
[...]
La conclusión es que Romano Amerio se revela como el pensador más
actual y vivificante del momento. Con el garbo teórico que distinguió
todos sus escritos, con "Iota unum" él ofrece un pensamiento muy
constructivamente católico, colmando un espacio filosófico y teológico
de otro modo incierto respecto a interrogantes graves.
Él
identifica e indica que en la Iglesia hay una crisis, una crisis que
aparenta dominar a la Iglesia, aunque muestra que no la ha dominado; que
parece derrumbarla, aunque no la ha derrumbado.
Identifica luego e indica con claridad la causa primera de esta crisis en una variación antropológica y, ante todo, metafísica.
Identifica
e indica por último los instrumentos lógicos (inscritos en el Logos)
necesarios y suficientes (heroicamente suficientes, pero suficientes)
para superarla.
Amerio hace todo esto
desarrollando un “modelo de continuidad” con la Tradición, de ordenada y
por eso perfecta obediencia al Papa, de íntima adhesión a la regla
próxima de la fe, que parecería ilustrar totalmente cómo se entiende esa
"hermenéutica de la continuidad" pedida por el Papa Benedicto XVI en el
discurso a la curia romana, del 22 de diciembre de 2005, para
mantenerse seguro por la senda de la razón, lo que equivale a decir
sobre la senda de la salvación, o sea, sobre la senda de la Iglesia para
perseguir la vida.
Romano Amerio: crítico sí,
pero jamás discontinuador. Este "modelo de continuidad" totalmente
ameriano hoy espera sólo ser finalmente reconocido, y por eso finalmente
apreciado. Quien sabe, quizás también seguido, por el bien común
(teórico y práctico, filosófico y ético, doctrina y litúrgico) de la
Ciudad de Dios, con la simplicidad y el valor necesarios.
Si
con el uso de la ambigüedad y de la contradicción se ha llegado a
cumplir una revolución antropológica a favor de las más vanas fantasías,
tanto más se podrá cumplir, y con menos esfuerzo, una más sana
revolución antropológica a favor de la Realidad, ya que es más fácil ser
simples que ser complicados.
Fuente: Chiesa
quinta-feira, 29 de abril de 2010
“lota unum non praeterebit”. Dom Mario Oliveri apresenta a obra de Romano Amerio.Grandes retornos. “Iota unum” e “Stat veritas” de Romano Amerio .
Do excelente Messa in Latino, um excepcional escrito do já conhecido de nossos leitores senhor bispo de Albenga-Imperia, Dom Mario Oliveri:
Apresentamos
uma pequena amostra da brilhante “pena” de Dom Mario Oliveri ,Bispo de
Albenga-Imperia, que gentilmente concordou em publicar este seu artigo
aparecido no número de janeiro passado da abalizada revista Studi
Cattolici. Ao apresentar a figura de Romano Amerio, Dom Oliveri
desenvolve uma reflexão sobre os males atuais da Igreja; sobre a
conturbada recepção do Concílio e sobre os problemas, não só
interpretativos, deste último; enfim, sobre as soluções para a crise.
Trata-se, sem dúvida alguma, de uma ótima página para ler, reler e
refletir. Com valor acrescido por se tratar do documento de um bispo
diocesano, chamado a confirmar os irmãos na Fé. Abaixo a primeira parte
do escrito; a segunda pode ser vista aqui.
Em 1985, a editora Ricciardi
publicava um volumoso e acurado estudo de Romano Amerio, intitulado
“Iota Unum – Estudo sobre as variações da Igreja Católica no século XX”.
Agora, duas outras editoras anunciaram a reedição desse livro de 656
páginas (“Fede e Cultura” já o fez), e o fato é visto em muitos círculos
como de notável significado e interesse. Até L’Osservatore Romano, que
na primeira aparição deste estudo não o deu atenção, já mostrou
interesse. Antes, o jornal da Santa Sé já havia relatado a significativa
informação acerca de um seminário sobre a personalidade e a obra
literária, filosófica e teológica pensador de Lugano.
Na
primeira aparição do estudo de Romano Amerio, certamente, não foi
apenas L’Osservatore Romano quem fez silêncio sobre a obra que tinha
sido concebida para fazer refletir, para fazer pensar, para chamar
novamente ao rigor de pensamento do intelecto humano. A obra tinha sido
ignorada por muitíssimos setores da cultura (sobretudo da cultura
religiosa, da cultura teológica), condenada realmente ao silêncio.
Ainda, em outros meios, infelizmente, havia sido preconceituosamente
marcada como escrito anti-conciliar, típico exemplo de uma rejeição do
novo pensamento, da nova era, do novo Pentecostes, da nova primavera do
espírito; fruto de uma “mens” que se admira que por um incessante novo
pensar nasça necessariamente uma nova ação, um novo modo de agir, e
assim baseia toda a missão da Igreja (se a Igreja tem de si mesma uma
nova concepção – e este era naquele tempo o modo de pensar dominante de
muita literatura que se apresentava como católica – se do Concílio é
nascida uma nova eclesiologia, por que não acolher uma nova pastoral,
novos métodos de ação dentro de tal nova Igreja, por que não aceitar um
pensamento que sempre se renova, que sempre se auto-cria, que gera uma
contínua mudança na ação, um progresso indefinido, em direção a algo que
permanece sempre necessariamente indefinido?).
Não se surpreenda o leitor da descrição do ambiente que prevalecia no seio da Igreja, quando o trabalho de Amerio foi publicado. Não se podia definitivamente dar boa atenção ao pensamento de Amerio que estava então convencido de que Vaticano II representasse uma verdadeira descontinuidade com o que a Igreja tinha pelos séculos, no passado, ensinado, realizado, vivido. Era generalizada a mentalidade segundo a qual o Vaticano II foi indubitavelmente uma revolução, uma reviravolta/mudança de direção, uma mudança radical ou substancial (se bem que não se adotasse este último termo, pois “substância” era um conceito pertencente a uma filosofia superada pelo pensamento filosófico moderno…).
Para muitos,
muitíssimos, o silenciar, o recusar o pensamento de Amerio, era
natural, senão um dever: ninguém podia se dar ao luxo de gerar dúvidas
de qualquer natureza sobre o Vaticano II, se não – no máximo – para
dizer que ele ainda tinha sido muito prudente, e que, portanto, era
necessário ir além, já que sempre se deve andar adiante.
Se
alguém considerasse este discurso exagerado, teria certamente a
possibilidade de tentar mostrar o porquê pensa de tal modo. Assim,
aqueles que consideravam, então, exagerado o pensamento de Amerio (na
verdade sempre linear, sempre bem articulado, de imediata compreensão)
poderiam ter estabelecido um diálogo (que todavia sustentavam como a
verdadeira fórmula de todo progresso no pensamento, na ação e no
encontrar a concórdia), poderiam tentar demonstrar o porquê a filosofia
que apresentava todas as páginas daquele livro não era mais aceitável,
ainda que tenha sido a filosofia comum no seio da Igreja durante
séculos, superando as mudanças históricas (sempre acidentais), tempos
muito conturbados da vida da Igreja e na vida do mundo. Não o fizeram: o
silenciaram ou rejeitaram em bloco, sem dizer as razões da recusa.
Por
que agora, cá e lá, parece haver sobre o pensador de Lugano alguma
atenção, uma postura um pouco mudada? Talvez porque, ao menos em alguns
círculos eclesiais (embora seguramente não em todos) se está percebendo,
e quase se está constatando, que sem continuidade do pensamento, e,
conseqüentemente na ação; que sem continuidade no conhecimento e na
adesão à verdade conhecida, não é possível fazer um discurso sério sobre
qualquer coisa, não é possível dizer uma palavra que valha o pensamento
de escutá-la, de transmiti-la, de fazer dela a base para o
comportamento humano, para o viver humano?
Está-se
porventura notando que lá onde o Concílio Vaticano II foi interpretado
como descontinuidade com o passado, como ruptura, como revolução, como
mudança substancial, como giro radical, e onde foi aplicado e vivido
como tal, nasceu na realidade uma outra igreja, mas que não é a Igreja
verdadeira de Jesus Cristo; nasceu uma outra fé, mas que não é a
verdadeira fé na Divina Revelação; nasceu uma outra liturgia, mas que
não é mais a Liturgia Divina, não é mais a Liturgia tecida de
Transcendência, de Adoração, de Mistério, de Graça que desce do alto
para tornar verdadeiramente o homem novo, para torná-lo capaz de adorar
em Espírito e Verdade; vem-se difundindo uma moral da circunstância, uma
moral que não está ancorada se não no próprio modo de pensar e de
querer, uma moral relativista, à medida do pensamento não mais seguro de
nada, porque não mais aderido ao ser, à verdade, ao bem.
Se
tímidos sinais de interesse e de consideração a respeito de um pensador
que — movido por amor à verdade e, portanto, por amor à Igreja, a qual
não tem primeiramente que realizar nada senão transmitir a Verdade da
Divina Revelação (e tudo aquilo que ela implica) como foi recebida e
vivida ao longo dos séculos pela Igreja de Jesus Cristo guiada pelo
Espírito Santo — revelou com absoluta honestidade as variações da Igreja
Católica no século XX, mostrou sua incongruência com a “Traditio
Ecclesiae” (isto é, com o que nos séculos tinha sido professado,
ensinado e transmitido pela Igreja com uma linguagem que não se pode
dizer “nova” — de coisas novas, verdades novas — mas, no máximo [“nove”]
de modo novo); se tais sinais de interesse e consideração são sinais
reais e ainda devessem crescer amplamente, pode-se esperar que os dias
de desorientação tanto em muita Filosofia como Teologia estão para ser
superados para dar espaço a um pensamento correspondente à essência, à
realidade das coisas, à substância das coisas, substância que não muda,
que não pode mudar, nem mesmo quando mudam os acidentes, as formas
externas, as expressões contingentes que não constituem o “quid est” de
uma coisa.
No entanto, é muito
difícil de morrer a mentalidade segundo a qual o Concílio Vaticano II
tenha sido quase uma re-fundação da Igreja nos tempos modernos, e que
com isso a Igreja tenha feito as pazes com o mundo, se reconciliado com a
modernidade, com a filosofia tornada quase que exclusiva no século
passado, segundo a qual tudo está sempre “in fieri”, tudo evolui, tudo
depende do pensamento criativo do homem, tudo está em seu total poder.
Outra
idéia muito difundida continua a ser sustentada: aquela segundo a qual
não haveria nenhuma dúvida sobre a variação significativa, negativa,
depois do Concílio Vaticano II, mas elas seriam exclusivamente devidas
às interpretações errôneas do Vaticano II, o qual deveria ser
considerado todo perfeito em si mesmo e que não contém em seus textos
nada, absolutamente nada, que possa dar origem a interpretações erradas.
Este modo de pensar não leva em conta que os maus intérpretes
pós-conciliares do Concílio trabalharam – não poucos – dentro do
Concílio, cujos textos mostram em diversos pontos a influência dos
“novatores”: em diversos textos se encontra alguma raiz que favorece a
má interpretação. Por outro lado, aqueles que apelam ao assim chamado
“espírito do Concílio” para exceder a letra, para justificar a
hermenêutica da descontinuidade radical, seriam tão pouco inteligentes e
prudentes de criar o seu raciocínio partindo do nada, do inexistente?
Ou partindo de documentos – os do Concílio – que com alguma das suas
expressões poderia sugerir a novidade com relação ao Magistério da
Igreja ao longo dos séculos, nos últimos séculos, no último pontificado
antes do Vaticano II?
Não estaria
exatamente ali nos documentos conciliares um vestígio daquela
mentalidade que existia no seio do Concílio e que o Cardeal Joseph
Ratzinger descreve em seu livro-autobiografia (“La mia vita”) nestes
termos?:
“Crescia cada vez mais a
impressão de que nada era agora estável na Igreja, que tudo estava
aberto a revisão. Mais e mais o Concílio parecia ser como um grande
parlamento da Igreja, que podia mudar tudo e reconstruir tudo de acordo
com seus próprios desejo… As discussões conciliares eram apresentadas
cada vez mais conforme o esquema partidário típico do parlamentarismo
moderno” “No final, ‘acreditar’ significava algo como ‘achar’, ter uma
opinião sujeita a continuas revisões”.
† Mario Oliveri
Grandes retornos. “Iota unum” e “Stat veritas” de Romano Amerio.
Retornam
às livrarias duas obras capitais da cultura católica e cai
definitivamente o tabu sobre um dos maiores intelectuais cristãos do
século XX. A questão enfatizada por ele é a mesma que está no centro do
pontificado de Bento XVI: quando e de que modo pôde a Igreja mudar?
por Sandro Magister
ROMA,
15 de julho de 2009 – A partir de amanhã retornam às livrarias
italianas, editados por Lindau, dois volumes situados entre os clássicos
da cultura católica, cujo conteúdo está em impressionante sintonia com o
título e com o fundamento da terceira encíclica de Bento XVI: “Caritas
in veritate”.
Os dois volumes têm
por autor Romano Amerio, literato, filósofo e teólogo suíço, falecido
no ano de 1997 aos 92 anos de idade. Alguém que o estimava muito, o
teólogo e místico don Divo Barsotti, sintetizou assim o conteúdo dos
dois volumes:
“Amerio
diz em substância que os males mais graves presentes hoje no pensamento
ocidental, inclusive no pensamento católico, se devem principalmente a
uma desordem mental geral pela qual se põe a ‘caritas’ a frente da
‘veritas’, sem pensar que esta desordem subverte também a reta concepção
que devemos ter da Santíssima Trindade”.
Com
efeito, Amerio vê precisamente neste desmoronamento do primado do Logos
sobre o amor – ou seja, na caridade desvinculada da verdade – a raiz de
muitas “variações da Igreja católica no século XX”: as variações que
ele descreveu e submeteu à crítica no primeiro e mais imponente dos dois
volumes citados: “Iota unum”, escrito entre 1935 e 1985; as variações
que o levaram a lançar a questão se com elas a Igreja não se converteu
em algo diferente de si mesma.
Muitas
das variações analisadas em “Iota unum” – mas bastaria uma só, um
“iota” que está em Mateus 5, 18 e que dá o título ao livro –
impulsionariam o leitor a pensar que na Igreja se produziu uma mutação
da essência. Mas Amerio analisa, não julga. Melhor dizendo, como cristão
íntegro que é, deixa o juízo para Deus, e recorda que “portae inferi
non praevalebunt”, as portas do inferno não prevalecerão, isto é, para a
fé é impossível pensar que a Igreja possa perder a si mesma. Sempre
haverá uma continuidade com a Tradição, também dentro das turbulências
que a obscurecem e fazem pensar o contrário.
Há
um estreito vínculo entre as questões lançadas em “Iota unum” e o
discurso de Bento XVI de 22 de dezembro de 2005 à cúria romana, discurso
capital, já que remete à interpretação do Concílio Vaticano II e sua
relação com a Tradição…
…
Isso não muda o fato de que o estado da Igreja descrito por Amerio de maneira alguma seja pacífico.
No
discurso de 22 de dezembro de 2005, Bento XVI comparou a babel da
Igreja contemporânea com o marasmo que no século IV seguiu o Concílio de
Nicéia, descrito por São Basílio, testemunha da época, como “uma
batalha naval na escuridão da uma tempestade”
No
epílogo que Enrico Maria Radaelli, fiel discípulo de Amerio, publica no
final desta edição de “Iota unum”, a situação atual é, por sua vez,
comparada com o cisma do Ocidente, ou seja, com os quarenta anos
transcorridos entre os séculos XIV e XV que precederam o Concílio de
Constança, com a cristandade sem guia e sem uma “regra da fé” segura,
dividida contemporaneamente entre dois ou até três Papas.
Em
todo caso, reeditado hoje depois de vários anos, “Iota unum” se
confirma como um livro não só extraordinariamente atual, mas
“construtivamente católico”, em harmonia com o magistério da Igreja. No
epílogo, Radaelli o mostra de forma irrefutável. A conclusão do epílogo
está reproduzida logo abaixo.
Quanto
ao segundo livro, “Stat veritas”, publicado por Amerio em 1985, está em
continuidade linear com o anterior. Nele compara a doutrina da Tradição
católica com as “variações” que o autor reconhece em dois textos do
magistério de João Paulo II: a carta apostólica “Tertio millennio
adveniente”, de 10 de novembro de 1994, e o discurso ao Collegium
Leoninum de Paderborn, de 24 de junho de 1996.
O
retorno de “Iota unum” e “Stat veritas” às livrarias faz justiça tanto a
seu autor como à censura de fato que se abateu durante longos anos
entre ambos livros capitais do autor. Na Itália, a primeira edição de
“Iota unum” foi reimpressa três vezes, com uma tiragem total de sete mil
exemplares, apesar de suas quase setecentas páginas que obrigam uma
leitura atenta. Logo foi traduzido para o francês, inglês, espanhol,
português [nota do Fratres in Unum: não é de nosso conhecimento nenhuma
tradução portuguesa de Iota Unum], alemão e holandês. Reuniu dezenas de
milhares de leitores em todo o mundo. Mas era tabu para os órgãos
católicos oficiais e para a autoridade da Igreja, assim como
naturalmente era para os adversários. Caso mais único que raro, este
livro foi um “long seller” clandestino. Continuou sendo pedido mesmo
quando se esgotou nas livrarias.
O
rompimento do tabu é recente, em congressos, comentários e revisões.
“La Civiltà Cattolica” e “L’Osservatore Romano” também despertaram. No
começo do ano de 2009 apareceu na Itália uma primeira reedição de “Iota
unum”, junto aos textos clássicos de “Fè & Cultura”. Mas esta nova
edição do livro, a cargo de Lindau, junto à de “Stat veritas”, tem além
disso o valor do cuidado filológico por parte de Radaelli, o máximo
conhecedor e herdeiro intelectual de Amerio. Seus dois vastos epílogos
são verdadeira e realmente ensaios, indispensáveis para compreender não
apenas o sentido profundo dos dois livros, mas também sua permanente
atualidade. Lindau, com Radaelli a cargo da obra, tem a intenção de
publicar nos próximos anos a imponente “opera omnia” de Amerio.
A seguir, apresentamos uma brevíssima degustação do epílogo a “Iota unum”: as considerações finais.
Toda a Igreja é um “iota”.
por Enrico Maria Radaelli
[...]
A conclusão é que Romano Amerio se revela como o pensador mais atual e
estimulante do momento. Com a elegância intelectual que distinguiu todos
os seus escritos, com “Iota unum” ele oferece um pensamento muito
construtivamente católico, preenchendo um espaço filosófico e teológico
de outra forma incerto a respeito de questões sérias.
Ele
identifica e indica que na Igreja há uma crise, uma crise que parece
dominar a Igreja, embora mostre que não a dominou; que parece
derrubá-la, embora não tenha derrubado.
Identifica logo e indica com clareza a causa primeira desta crise numa variação antropológica, e sobretudo, metafísica.
Identifica
e indica por último os instrumentos lógicos (inscritos no Logos)
necessários e suficientes (heroicamente suficientes, mas suficientes)
para superá-la.
Amerio faz tudo
isso desenvolvendo um “modelo de continuidade” com a Tradição, de
ordenada e por isso perfeita obediência ao Papa, de íntima adesão à
regra próxima da fé, que pareceria ilustrar totalmente como se
compreende esta “hermenêutica da continuidade” pedida pelo Papa Bento
XVI no discurso à cúria romana, de 22 de dezembro de 2005, para
manter-se seguro no caminho da razão, o que significa dizer sobre o
caminho da salvação, isto é, sobre o caminho da Igreja para alcançar a
vida.
Romano Amerio: crítico sim,
mas jamais descontinuador. Este “modelo de continuidade” totalmente
ameriano espera hoje ser finalmente reconhecido, e por isso finalmente
apreciado. Quem sabe, quiçá, também seguido, para o bem comum (teórico e
prático, filosófico e ético, doutrinal e litúrgico) da Cidade de Deus,
com a simplicidade e valores necessários.
Se
com o uso da ambigüidade a da contradição se chegou a concluir uma
revolução antropológica a favor das fantasias mais vãs, quanto mais se
poderá concluir, a com menos esforço, uma ainda mais sã revolução
antropológica a favor da Realidade, já que é mais fácil ser simples que
complicado.
__________
Os livros:
Além da italiana, está disponível também a versão inglesa de “Iota unum”:
__________
Os serviços anteriores de www.chiesa sobre Romano Amerio:
> Grandes retornos: Romano Amerio y las variaciones de la Iglesia católica (15.11.2007)
> Grandes retornos: Romano Amerio y las variaciones de la Iglesia católica (15.11.2007)
> “La Civiltà Cattolica” rompe el silencio. Sobre Romano Amerio (23.4.2007)
> Fine di un tabù: anche Romano Amerio è “un vero cristiano” (6.2.2006)
> Fine di un tabù: anche Romano Amerio è “un vero cristiano” (6.2.2006)
__________
Sobre Enrico Maria Radaelli, discípulo de Amerio, e sobre seu livro “Ingresso alla bellezza”:
__________
Recentemente
apareceram na Itália outros dois livros que afronta desde o ponto de
vista tradicionalista a questão das “variações” da Igreja católica
durante o Concílio Vaticano II e depois deste.
O
primeiro é uma tradução de um volume publicado nos Estados Unidos,
escrito por um renomado filósofo católico da escola tomista, professor
na Universidade de Notre Dame e membro da Pontifícia Academia Santo
Tomás de Aquino:
O
segundo tem por autor Monsenhor Brunero Gherardini, de 84 anos de
idade, ex decano da Faculdade de Teologia da Pontifícia Universidade
Lateranense e diretor da revista “Divinitas”. Este livro é aberto com
dois prefácios de caráter elogioso: um escrito pelo bispo de Albenga,
Mario Oliveri, e o outro pelo arcebispo de Colombo, Sri Lanka, Albert
Malcolm Ranjith, até poucos meses secretário da Congregação vaticana
para o Culto Divino.
O autor
sustenta que nos documentos – não infalíveis – do Concílio Vaticano II
se produziu aqui e acolá rupturas efetivas com a Tradição. E conclui com
uma súplica a Bento XVI para que restaure a doutrina autêntica:
Brunero Gherardini, “Concilio Ecumenico Vaticano II. Un discorso da fare”, Casa Mariana Editrice, Frigento (Avellino), 2009.
fonte:fratres in unum
segunda-feira, 5 de agosto de 2013
LA RISCOPERTA DI ROMANO AMERIO . Iota Unum: O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano . Romano Amerio: La Reforma Litúrgica . Iota Unum online Several chapters of Romano Amerio's opus magnum . Iota unum: étude des variations de l'Église catholique au XXe siècle .
ROMANO AMERIO "IOTA UNUM" : CHAPTER IV: The Course of The Council . LA RISCOPERTA DI ROMANO AMERIO . Iota unum: étude des variations de l'Église catholique au XXe siècle . Iota Unum: O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano. IOTA UNUM TOMO 6 Romano Amerio : Teología y filosofía en el postconcilio ; El ecumenismo ; La Eucaristía ; La reforma litúrgica
CHAPTER IV: The Course of The Council
Pubblichiamo un articolo di S. Ecc. Mons. Mario Oliveri,
Vescovo di Albenga-Imperia
apparso sul n° di giugno 2009 di
Studi Cattolici
Mensile di studi e attualità
via Stradivari, 7, 20131 MilanoL'articolo in formato pdf
- The opening address. Antagonism with the world. Freedom of the Church.
- The opening speech. Ambiguities of text and meaning.
- The opening speech. A new attitude towards error.
- Rejection of the council preparations. The breaking of the council rules.
- The breaking of the Council’s legal framework, continued.
- Consequences of breaking the legal framework. Whether there was a conspiracy.
- Papal action at Vatican II. The Notapraevia.
- Further papal action at Vatican II. Interventions on mariological doctrine. On missions. On the moral law of marriage.
- Synthesis of the council in the closing speech of the fourth session. Comparison with St. Pius X. Church and world.
Pubblichiamo un articolo di S. Ecc. Mons. Mario Oliveri,
Vescovo di Albenga-Imperia
apparso sul n° di giugno 2009 di
Studi Cattolici
Mensile di studi e attualità
via Stradivari, 7, 20131 MilanoL'articolo in formato pdf
Iota unum: étude des variations de l'Église catholique au XXe siècle
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Iota Unum: O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano – Capítulo III do Tomo I da Obra Iota Unum. Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX.
A apresentação da obra de Romano feita pelo Bispo de Imperia, Dom Mario Oliveri, pode ser lida aqui.
O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano – Capítulo III do Tomo I da Obra Iota Unum. Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX. Por Romano Amerio Tradução: Carlos Eduardo MaculanO resultado paradoxal do Concílio Vaticano II a respeito de sua preparação se manifesta na comparação entre os documentos finais e os documentos iniciais (propedêuticos), e também nos três eixos principais: I – o fracasso das previsões feitas pelo Papa (João XXIII) e por quem preparou o Concílio; II – a inutilidade efetiva do Sínodo Romano sugerido por João XXIII como antecipação do Concílio e; III – a anulação, quase imediata, da Encíclica Veterum Sapientiae, que prefigurava a fisionomia cultural da Igreja Conciliar. O Papa João, que havia idealizado o Concílio como um grande ato de renovação e de adequação funcional da Igreja, acreditava que também o havia preparado como tal, e aspirava poder concluí-lo em poucos meses, quiçá como o I Concílio de Latrão com o Papa Calixto II em 1123, quando trezentos bispos o concluíram em dezenove dias, ou como o II Concílio de Latrão com o Papa Inocêncio II em 1139, com mil bispos que o concluíram em dezessete dias. No entanto, o Vaticano II se abriu em 11 de outubro de 1962 e se encerrou em 8 de dezembro de 1965, durando três anos de modo descontínuo. O fracasso das previsões tiveram origem em haver-se abortado um Concílio que havia sido preparado e na elaboração posterior de um Concílio distinto do primeiro, que gerou a si mesmo. (Nota do tradutor: o autor faz referência aos rumos que tomou o Vaticano II. Um é o Concílio que se idealizou pelo Sínodo Romano, outro é o Concílio que “gerou a si próprio”). O Sínodo Romano convocado por João XXIII O Sínodo Romano foi concebido e convocado por João XXIII como um ato solene e prévio à grande Assembléia Conciliar, o qual deveria ser a prefiguração e a realização antecipada do Concílio. Assim declarou textualmente o Pontífice na Alocução ao Clero e aos Fiéis de Roma de 29 de junho de 1960. A todos o Papa revelou a importância do Sínodo e ainda mais anunciou que além da Diocese de Roma, o Sínodo se estendia a toda Igreja no Mundo. A importância do Sínodo foi comparável aos Sínodos Provinciais celebrados por São Carlos Borromeo antes do Concílio de Trento. Renovava-se o antigo princípio que quer modelar toda a orbe católica sob o patronato da Igreja Romana. Na mente do Papa o Sínodo Romano estava destinado a ter um grandioso efeito exemplar que se depreendia do feito de que o Papa ordenou a tradução de todos os seus textos para todas as línguas principais do mundo. Os textos do Sínodo promulgados em 25, 26 e 27 de janeiro de 1960 manifestam um completo retorno às essências da Igreja. O Sínodo decretava: I – restauração da vida religiosa; II – a disciplina do clero se estabelece no modelo tradicional, amadurecido no Concílio de Trento e fundado em princípios sempre professados e sempre praticados. O primeiro princípio é da peculiaridade da pessoa consagrada e habilitada sobrenaturalmente para exercer as operações de Cristo e, por conseguinte, separada dos leigos sem confusão alguma. O segundo princípio era a educação ascética e a vida sacrificada, que caracteriza o clero, embora os leigos possam levar uma vida ascese. Deste modo o Sínodo prescrevia aos clérigos todo um estilo de conduta retamente diferenciado das maneiras seculares. Tal estilo exige I - o hábito eclesiástico (batina e hábitos regulares), II - a sobriedade nos alimentos, a abstinência de espetáculos públicos e a negação das coisas profanas. Reafirmava-se, igualmente, a originalidade da formação cultural do clero e se desenhava o sistema sancionado de forma soleníssima pelo Papa João XXIII no ano seguinte ao Sínodo através da Encíclica Veterum Sapentiae. O Papa ordenou, inclusive, que se reeditasse o Catecismo do Concílio de Trento, porém a ordem foi desobedecida. Somente em 1981, e por iniciativa totalmente privada, se publicou na Itália sua tradução, conforme consta do L’Osservatore Romano de 5 de julho de 1982. |
LA RISCOPERTA DI ROMANO AMERIO .Iota Unum : Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX .CAPITULOS DE TODA LA OBRA IOTA UNUM .Iota Unum a sudy of changese Catholic church in the XX Century. Iota unum: étude des variations de l'Église catholique au XXe siècle
LA RISCOPERTA DI
ROMANO AMERIO
Pubblichiamo un articolo di S. Ecc. Mons. Mario Oliveri, Vescovo di Albenga-Imperia apparso sul n° di giugno 2009 di Studi Cattolici Mensile di studi e attualità via Stradivari, 7, 20131 MilanoL'articolo in formato pdf |
La riscoperta di Romano Amerio
Nel 1985, l’Editore Ricciardi pubblicava un corposo e accurato studio di Romano Amerio, dal titolo Iota Unum - Studio delle variazioni della Chiesa Cattolica nel secolo XX. Ora, due altre Case editrici hanno annunciato la riedizione di quel libro di 656 pagine [Fede e Cultura -Verona e Lindau -Torino], |
e la cosa è vista in diversi ambienti come di notevole significato e interesse. Anche L’OsservatoreRomano,
che a quello studio, al suo primo apparire, non aveva dato attenzione,
adesso ha mostrato interesse. Anzi, il giornale della Santa Sede aveva
già riportato significativa informazione circa un Convegno di studio
riguardante la personalità e l’opera letteraria, filosofica e teologica
del pensatore di Lugano.
Nel 1985, l’Editore Ricciardi pubblicava un corposo e accurato studio di Romano Amerio, dal titolo Iota Unum - Studio delle variazioni della Chiesa Cattolica nel secolo XX. Ora, due altre Case editrici hanno annunciato la riedizione di quel libro di 656 pagine [Fede e Cultura -Verona e Lindau -Torino], e la cosa è vista in diversi ambienti come di notevole significato e interesse. Anche L’OsservatoreRomano,
che a quello studio, al suo primo apparire, non aveva dato attenzione,
adesso ha mostrato interesse. Anzi, il giornale della Santa Sede aveva
già riportato significativa informazione circa un Convegno di studio
riguardante la personalità e l’opera letteraria, filosofica e teologica
del pensatore di Lugano.Un’opera silenziata
Al primo apparire dello studio di Romano Amerio non fu certamente soltanto L’Osservatore Romano a fare silenzio su l’opera che era stata concepita per far riflettere, per far pensare, per richiamare al rigore di ragionamento dell’intelletto umano. L’opera da moltissimi ambienti di cultura (soprattutto di cultura religiosa, di cultura teologica) era stata ignorata, condannata proprio al silenzio. Da altri ambienti, invece, ahimè, era stata pregiudizialmente bollata come scritto anti-conciliare, tipico esempio di un rifiuto del pensiero nuovo, dell’era nuova, della nuova pentecoste, della nuova primavera dello spirito; frutto di una mens che si meraviglia che da un nuovo incessante pensare nasca necessariamente una nuova azione, un nuovo modo di azione, e dunque di impostare tutta la missione della Chiesa: se la Chiesa ha di sé stessa una nuova concezione - e questo era in quel tempo il modo di ragionare dominante di molta letteratura che si presentava come cattolica -, se dal Concilio è nata una nuova ecclesiologia, perché non accogliere una nuova pastorale, nuovi metodi di azione all’interno di tale nuova Chiesa, perché non accettare che un pensiero che sempre si rinnova, che sempre si autocrea, generi un continuo cambiamento nell’azione, un progresso indefinito, verso qualcosa che resta sempre necessariamente indefinito?
Non si meravigli il lettore della descrizione dell’ambiente che prevaleva dentro la Chiesa quando l’opera di Amerio fu pubblicata. Non poteva sicuramente dare buona attenzione al pensiero di Amerio chi era ormai convinto che il Concilio Vaticano Il rappresentasse una vera discontinuità con quello che la Chiesa aveva per secoli, nel passato, insegnato, operato, vissuto. Diffusissima era la mentalità secondo la quale il Vaticano II fu davvero una rivoluzione, una svolta (cambiamento di direzione), un mutamento radicale o sostanziale (benché non si adoperasse quest’ultimo termine, poiché sostanza era un concetto appartenente a una filosofia superata, superata dal pensiero filosofico moderno ... ).
Per molti, moltissimi, il mettere a silenzio, il rifiutare il pensiero di Amerio era naturale, era anzi un dovere: nessuno poteva permettersi di ingenerare dubbi di qualsiasi natura sul Vaticano II, se non – tutt’al più - per dire che esso era stato ancora troppo prudente, e che quindi era necessario andare oltre, poiché sempre si deve andare oltre.
Ragionamento sempre lineare
Se qualcuno ritenesse eccessivo questo discorso, avrebbe senz’altro la possibilità di tentare di mostrare il perché la pensa in tal modo. Così, quelli che ritenevano, allora, eccessivo il ragionamento di Romano Amerio (in verità sempre lineare, sempre ben articolato, di immediata comprensione) avrebbero potuto instaurare un dialogo (che peraltro propugnavano come la vera formula di ogni progresso nel pensiero e nell’azione e nel trovare la concordia), avrebbero potuto tentare di dimostrare perché la filosofia che sottostava a tutte le pagine di quel libro non era più accettabile, benché fosse stata la filosofia comune all’interno della Chiesa, per secoli, superando cambiamenti storici (sempre accidentali), epoche molto travagliate nella vita della Chiesa e nella vita del mondo. Non lo fecero: tacquero o rifiutarono in blocco, senza dire le ragioni del rifiuto.
Perché ora, qui e là, sembra esservi a riguardo del pensatore di Lugano una qualche attenzione, un atteggiamento un poco mutato?
Forse perché, almeno in certi ambienti ecclesiali (non però sicuramente in tutti) ci si sta accorgendo, e quasi si sta costatando, che senza continuità di pensiero, e quindi nell’azione; che senza continuità nella conoscenza e nell’adesione alla verità conosciuta, non è possibile fare un discorso serio su alcuna cosa, non è possibile dire una parola che valga la pena di ascoltare, di credere, di trasmettere, di farne la base per l’umano comportamento, per l’umano vivere?
Continuità della Tradizione
Si sta forse prendendo atto che là dove il Concilio Vaticano II è stato interpretato come discontinuità con il passato, come rottura, come rivoluzione, come cambiamento sostanziale, come svolta radicale, e dove è stato applicato e vissuto come tale, è nata davvero un’altra chiesa, ma che non è la Chiesa vera di Gesù Cristo; è nata un’altra fede, ma che non è la vera fede nella divina Rivelazione; è nata un’altra liturgia, ma che non è più la Liturgia divina, ma che non è più la Liturgia tutta intessuta di Trascendenza, di Adorazione, di Mistero, di Grazia che discende dall’Alto per rendere davvero nuovo l’uomo, per renderlo capace di adorare in Spirito e Verità; si è andata diffondendo una morale della situazione, una morale che non è ancorata se non al proprio modo di pensare e di volere, una morale relativistica, a misura del pensiero non più sicuro di nulla, perché non più aderente all’essere, al vero, al bene.
Se i timidi segnali di interesse e di considerazione nei confronti di un pensatore che fu mosso da amore per la verità e dunque da amore per la Chiesa, la quale non ha innanzitutto da compiere alcunché se non trasmettere la Verità della divina Rivelazione (e tutto quello che essa comporta), come è stata recepita e vissuta nel corso dei secoli dalla Chiesa di Gesù Cristo, guidata dallo Spirito Santo, ha rilevato con assoluta onestà le variazioni della Chiesa cattolica del secolo XX, ne ha mostrato l’incongrucnza con la Traditio Ecclesiae, con quanto cioè nei secoli era stato dalla Chiesa creduto, insegnato, trasmesso con un linguaggio che non può dire nova (cose nuove, verità nuove), ma tutt’al più nove (in modo nuovo); se tali segnali di interesse e considerazione sono segni reali e dovessero ancor crescere diffusamente, si potrebbe sperare che i tempi del disorientamento in molta Filosofia e in altrettanta Teologia stiano per essere superati per lasciare spazio a un pensiero corrispondente alle essenze, alla realtà delle cose, alla sostanza delle cose, sostanza che non muta, che non può mutare, neppure quando mutano gli accidenti, le forme esterne, le espressioni contingenti, che non costituiscono il quid est di una cosa.
È tuttavia assai dura a morire la mentalità secondo la quale il Concilio Vaticano II sia stato quasi una rifondazione della Chiesa nei tempi moderni, e che con esso la Chiesa abbia fatto pace con il mondo, si sia rappacificata con la modernità, con la filosofia diventata quasi esclusiva negli ultimi secoli, secondo la quale tutto è sempre in fieri, tutto si evolve, tutto dipende dal pensiero creativo dell’uomo, tutto è in suo totale potere.
Non solo interpretazioni
Un’altra idea, molto diffusa, continua a essere sostenuta: quella secondo la quale ci sarebbero state senza dubbio delle variazioni di rilievo, negative, dopo il Concilio Vaticano Il, ma esse sarebbero esclusivamente dovute a erronee interpretazioni del Vaticano II, il quale dovrebbe considerarsi tutto perfetto in sé stesso e che non conterrebbe nei suoi testi nulla, assolutamente nulla, che possa dar adito a cattive interpretazioni.
Questo modo di pensare non tiene conto che i cattivi interpreti, postconciliari, del Concilio, hanno - non pochi - lavorato dentro il Concilio, i cui testi mostrano in diversi punti l’influsso dei novatores: in diversi testi sta qualche radice che favorisce la cattiva interpretazione.
Peraltro coloro che si appellano al cosiddetto «spirito del Concilio» per superarne la lettera, per giustificare l’ermeneutica della discontinuità radicale, sarebbero così poco intelligenti e avveduti da creare il loro ragionamento partendo dal nulla, dall’inesistente? O partendo da documenti - quelli del Concilio - che con nessuna delle loro espressioni potrebbero far pensare a novità rispetto al Magistero della Chiesa nei secoli, negli ultimi secoli, nell’ultimo Pontificato prima del Vaticano Il?
Nei documenti conciliari non vi sarebbe proprio traccia di quella mentalità che esisteva chiaramente all’interno del Concilio e che il cardinal Joseph Ratzinger descrive nel suo libro-autobiografia (La mia vita) in questi termini: «Sempre più cresceva l’impressione che nella Chiesa non ci fosse nulla di stabile, che tutto può essere oggetto di revisione. Sempre più il Concilio pareva assomigliare a un grosso parlamento ecclesiale che poteva cambiare tutto e rivoluzionare ogni cosa a modo proprio ... Le discussioni conciliari venivano sempre più presentate secondo lo schema partitico tipico del parlamentarismo moderno» (pp. 97-98). «Alla fine “credere” significava qualcosa come “ritenere”, avere un’opinione soggetta a continue revisioni» (p. 90).
Dal fenomeno al fondamento
A questo punto, sono contento di poter riprodurre per i lettori della prestigiosa rivista Studi cattolici quanto scrivevo, nel 2005, a modo di prefazione al libro Romano Amerio. Della verità e dell’amore (Marco Editore), di Enrico Maria Radaelli, con Introduzione del prof. Antonio Livi:
«La
persona e l’opera intellettuale di Romano Amerio inducono a
riflessione; toccano l’essenza della Filosofia e dunque della Teologia.
La vera intelligenza della fede non può aversi se non all’interno di un
pensiero che ha come suo oggetto la verità, e altresì la certezza della
possibilità di raggiungere la verità e di conoscere la verità, di
raggiungerla con corretto ragionamento razionale o di accoglierla
dall’alto, dopo aver compreso che tale verità va accolta e che essa mai è
contro l’intelligenza.
«Non è infatti contro l’intelligenza aderire a una verità superiore all’umana intelligenza, superiore all’umano procedere delI’intelligenza, ma illuminante le reali profondità dell’essere, e che eleva la conoscenza dell’uomo sino a raggiungere la Verità di Dio, della sua divina Parola, del suo Verbo.
«Romano Amerio fu mirabilmente convinto che fede e intelligenza debbono necessariamente incontrarsi, non possono mai essere in contraddizione e in vero contrasto. Egli capì in maniera davvero chiara che non si fa Teologia senza la vera Filosofia, e che questa non perde nulla della propria natura che le viene da Dio, quando si lascia illuminare dalla Verità di Dio, dalla Verità rivelata.
«Tutto il filosofare di Romano Amerio è guidato da fondamentali certezze, senza le quali non è più possibile intendersi, trasmettere la conoscenza di ciò che è, non di ciò che appare. Ecco perché filosofare è sempre un “passare dal fenomeno al fondamento”, come giustamente rileva Antonio Livi; è un passare dall’apparenza delle cose alla sostanza od essenza delle cose; è sempre un superamento degli accidenti per giungere alla sostanza; è sempre un superare ciò che muta, che si presenta in mutevoli modi e forme, per cogliere l’immutabilità dell’essere, dunque dell’essenza. delle cose. È dall’immutabilità dell'essenza delle cose che dipende l’immutabilità della conoscenza, dunque della verità, delle cose.
«Abbiamo perciò il primato dell’essere, abbiamo il primato della verità, abbiamo il primato della conoscenza, abbiamo il primato dell’intelligenza sulla volontà e sull’azione (“nihil volitum quin precognitum”). L’“ageresequitur esse”, l’agere deve conformarsi all’esse, deve conformarsi alla verità.
«Da quanto detto, si comprende perché Romano Amerio, da filosofo e da credente, da cristiano, da cattolico, non ha potuto distogliere il suo sguardo da certi modi di fare teologia, da certi modi di fare magistero all’interno della Chiesa; non ha potuto - poiché allora avrebbe tradito la verità e il bene - disinteressarsi della vita della Chiesa, che non è più concepibile nella sua vera essenza se non deriva dalla Verità e se non tende alla Verità, alla perfetta trasmissione e conoscenza della Verità di Dio.
«Egli fu tra i più convinti che non sono possibili mutamenti sostanziali nella conoscenza della verità e tanto meno nella trasmissione della Verità rivelata; non sono perciò possibili rivoluzioni e mutamenti sostanziali nella verità e nella vita della Chiesa. Ciò che muta è accidentale, mai sostanziale; mutano gli accidenti, non le essenze.
«Non è infatti contro l’intelligenza aderire a una verità superiore all’umana intelligenza, superiore all’umano procedere delI’intelligenza, ma illuminante le reali profondità dell’essere, e che eleva la conoscenza dell’uomo sino a raggiungere la Verità di Dio, della sua divina Parola, del suo Verbo.
«Romano Amerio fu mirabilmente convinto che fede e intelligenza debbono necessariamente incontrarsi, non possono mai essere in contraddizione e in vero contrasto. Egli capì in maniera davvero chiara che non si fa Teologia senza la vera Filosofia, e che questa non perde nulla della propria natura che le viene da Dio, quando si lascia illuminare dalla Verità di Dio, dalla Verità rivelata.
«Tutto il filosofare di Romano Amerio è guidato da fondamentali certezze, senza le quali non è più possibile intendersi, trasmettere la conoscenza di ciò che è, non di ciò che appare. Ecco perché filosofare è sempre un “passare dal fenomeno al fondamento”, come giustamente rileva Antonio Livi; è un passare dall’apparenza delle cose alla sostanza od essenza delle cose; è sempre un superamento degli accidenti per giungere alla sostanza; è sempre un superare ciò che muta, che si presenta in mutevoli modi e forme, per cogliere l’immutabilità dell’essere, dunque dell’essenza. delle cose. È dall’immutabilità dell'essenza delle cose che dipende l’immutabilità della conoscenza, dunque della verità, delle cose.
«Abbiamo perciò il primato dell’essere, abbiamo il primato della verità, abbiamo il primato della conoscenza, abbiamo il primato dell’intelligenza sulla volontà e sull’azione (“nihil volitum quin precognitum”). L’“ageresequitur esse”, l’agere deve conformarsi all’esse, deve conformarsi alla verità.
«Da quanto detto, si comprende perché Romano Amerio, da filosofo e da credente, da cristiano, da cattolico, non ha potuto distogliere il suo sguardo da certi modi di fare teologia, da certi modi di fare magistero all’interno della Chiesa; non ha potuto - poiché allora avrebbe tradito la verità e il bene - disinteressarsi della vita della Chiesa, che non è più concepibile nella sua vera essenza se non deriva dalla Verità e se non tende alla Verità, alla perfetta trasmissione e conoscenza della Verità di Dio.
«Egli fu tra i più convinti che non sono possibili mutamenti sostanziali nella conoscenza della verità e tanto meno nella trasmissione della Verità rivelata; non sono perciò possibili rivoluzioni e mutamenti sostanziali nella verità e nella vita della Chiesa. Ciò che muta è accidentale, mai sostanziale; mutano gli accidenti, non le essenze.
«I
suoi scritti, il suo amore alla verità e alla Chiesa, furono da molti
non accolti bene, giudicati male, non compresi. Essi meritano una
migliore, più spassionata, più vera conoscenza. Il suo severo giudizio
sulle nuove impostazioni teologiche, e talora anche su certe posizioni
magisteriali degli ultimi decenni della vita della Chiesa, partiva da
convinzioni di ragione c di fede che tenevano conto sia del retto
filosofare sia della totale Traditio Ecclesiae, che è la vera garanzia circa la conoscenza della Verità rivelata.
«Egli ebbe anche lucida conoscenza delle condizioni dentro le quali il magistero della Chiesa diventa sicura garanzia della Verità rivelata. Quelle condizioni debbono verificarsi tutte, perché l’intelligenza possa comprendere che deve piegarsi alla Verità, che è tanto più alta e vincolante quanto più essa è superiore all’umana intelligenza».
«Egli ebbe anche lucida conoscenza delle condizioni dentro le quali il magistero della Chiesa diventa sicura garanzia della Verità rivelata. Quelle condizioni debbono verificarsi tutte, perché l’intelligenza possa comprendere che deve piegarsi alla Verità, che è tanto più alta e vincolante quanto più essa è superiore all’umana intelligenza».
† Mario Oliveri
Vescovo di Albenga-Imperia
Vescovo di Albenga-Imperia
Iota Unum: O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano – Capítulo III do Tomo I da Obra Iota Unum. Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX.
A apresentação da obra de Romano feita pelo Bispo de Imperia, Dom Mario Oliveri, pode ser lida aqui.
O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano – Capítulo III do Tomo I da Obra Iota Unum. Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX.
Por Romano Amerio
Tradução: Carlos Eduardo MaculanO resultado paradoxal do Concílio Vaticano II a respeito de sua preparação se manifesta na comparação entre os documentos finais e os documentos iniciais (propedêuticos), e também nos três eixos principais: I – o fracasso das previsões feitas pelo Papa (João XXIII) e por quem preparou o Concílio; II – a inutilidade efetiva do Sínodo Romano sugerido por João XXIII como antecipação do Concílio e; III – a anulação, quase imediata, da Encíclica Veterum Sapientiae, que prefigurava a fisionomia cultural da Igreja Conciliar.
O Papa João, que havia idealizado o Concílio como um grande ato de renovação e de adequação funcional da Igreja, acreditava que também o havia preparado como tal, e aspirava poder concluí-lo em poucos meses, quiçá como o I Concílio de Latrão com o Papa Calixto II em 1123, quando trezentos bispos o concluíram em dezenove dias, ou como o II Concílio de Latrão com o Papa Inocêncio II em 1139, com mil bispos que o concluíram em dezessete dias.
No entanto, o Vaticano II se abriu em 11 de outubro de 1962 e se encerrou em 8 de dezembro de 1965, durando três anos de modo descontínuo. O fracasso das previsões tiveram origem em haver-se abortado um Concílio que havia sido preparado e na elaboração posterior de um Concílio distinto do primeiro, que gerou a si mesmo. (Nota do tradutor: o autor faz referência aos rumos que tomou o Vaticano II. Um é o Concílio que se idealizou pelo Sínodo Romano, outro é o Concílio que “gerou a si próprio”).
O Sínodo Romano convocado por João XXIII
O Sínodo Romano foi concebido e convocado por João XXIII como um ato solene e prévio à grande Assembléia Conciliar, o qual deveria ser a prefiguração e a realização antecipada do Concílio.
Assim declarou textualmente o Pontífice na Alocução ao Clero e aos Fiéis de Roma de 29 de junho de 1960. A todos o Papa revelou a importância do Sínodo e ainda mais anunciou que além da Diocese de Roma, o Sínodo se estendia a toda Igreja no Mundo. A importância do Sínodo foi comparável aos Sínodos Provinciais celebrados por São Carlos Borromeo antes do Concílio de Trento.
Renovava-se o antigo princípio que quer modelar toda a orbe católica sob o patronato da Igreja Romana. Na mente do Papa o Sínodo Romano estava destinado a ter um grandioso efeito exemplar que se depreendia do feito de que o Papa ordenou a tradução de todos os seus textos para todas as línguas principais do mundo. Os textos do Sínodo promulgados em 25, 26 e 27 de janeiro de 1960 manifestam um completo retorno às essências da Igreja.
O Sínodo decretava: I – restauração da vida religiosa; II – a disciplina do clero se estabelece no modelo tradicional, amadurecido no Concílio de Trento e fundado em princípios sempre professados e sempre praticados. O primeiro princípio é da peculiaridade da pessoa consagrada e habilitada sobrenaturalmente para exercer as operações de Cristo e, por conseguinte, separada dos leigos sem confusão alguma. O segundo princípio era a educação ascética e a vida sacrificada, que caracteriza o clero, embora os leigos possam levar uma vida ascese.
Deste modo o Sínodo prescrevia aos clérigos todo um estilo de conduta retamente diferenciado das maneiras seculares. Tal estilo exige I - o hábito eclesiástico (batina e hábitos regulares), II- a sobriedade nos alimentos, a abstinência de espetáculos públicos e a negação das coisas profanas. Reafirmava-se, igualmente, a originalidade da formação cultural do clero e se desenhava o sistema sancionado de forma soleníssima pelo Papa João XXIII no ano seguinte ao Sínodo através da Encíclica Veterum Sapentiae. O Papa ordenou, inclusive, que se reeditasse o Catecismo do Concílio de Trento, porém a ordem foi desobedecida. Somente em 1981, e por iniciativa totalmente privada, se publicou na Itália sua tradução, conforme consta do L’Osservatore Romano de 5 de julho de 1982.
O Resultado Paradoxal do Concílio e o Sínodo Romano – Capítulo III do Tomo I da Obra Iota Unum. Estudos Sobre as Transformações da Igreja no Século XX.
Por Romano Amerio
Tradução: Carlos Eduardo MaculanO resultado paradoxal do Concílio Vaticano II a respeito de sua preparação se manifesta na comparação entre os documentos finais e os documentos iniciais (propedêuticos), e também nos três eixos principais: I – o fracasso das previsões feitas pelo Papa (João XXIII) e por quem preparou o Concílio; II – a inutilidade efetiva do Sínodo Romano sugerido por João XXIII como antecipação do Concílio e; III – a anulação, quase imediata, da Encíclica Veterum Sapientiae, que prefigurava a fisionomia cultural da Igreja Conciliar.
O Papa João, que havia idealizado o Concílio como um grande ato de renovação e de adequação funcional da Igreja, acreditava que também o havia preparado como tal, e aspirava poder concluí-lo em poucos meses, quiçá como o I Concílio de Latrão com o Papa Calixto II em 1123, quando trezentos bispos o concluíram em dezenove dias, ou como o II Concílio de Latrão com o Papa Inocêncio II em 1139, com mil bispos que o concluíram em dezessete dias.
No entanto, o Vaticano II se abriu em 11 de outubro de 1962 e se encerrou em 8 de dezembro de 1965, durando três anos de modo descontínuo. O fracasso das previsões tiveram origem em haver-se abortado um Concílio que havia sido preparado e na elaboração posterior de um Concílio distinto do primeiro, que gerou a si mesmo. (Nota do tradutor: o autor faz referência aos rumos que tomou o Vaticano II. Um é o Concílio que se idealizou pelo Sínodo Romano, outro é o Concílio que “gerou a si próprio”).
O Sínodo Romano convocado por João XXIII
O Sínodo Romano foi concebido e convocado por João XXIII como um ato solene e prévio à grande Assembléia Conciliar, o qual deveria ser a prefiguração e a realização antecipada do Concílio.
Assim declarou textualmente o Pontífice na Alocução ao Clero e aos Fiéis de Roma de 29 de junho de 1960. A todos o Papa revelou a importância do Sínodo e ainda mais anunciou que além da Diocese de Roma, o Sínodo se estendia a toda Igreja no Mundo. A importância do Sínodo foi comparável aos Sínodos Provinciais celebrados por São Carlos Borromeo antes do Concílio de Trento.
Renovava-se o antigo princípio que quer modelar toda a orbe católica sob o patronato da Igreja Romana. Na mente do Papa o Sínodo Romano estava destinado a ter um grandioso efeito exemplar que se depreendia do feito de que o Papa ordenou a tradução de todos os seus textos para todas as línguas principais do mundo. Os textos do Sínodo promulgados em 25, 26 e 27 de janeiro de 1960 manifestam um completo retorno às essências da Igreja.
O Sínodo decretava: I – restauração da vida religiosa; II – a disciplina do clero se estabelece no modelo tradicional, amadurecido no Concílio de Trento e fundado em princípios sempre professados e sempre praticados. O primeiro princípio é da peculiaridade da pessoa consagrada e habilitada sobrenaturalmente para exercer as operações de Cristo e, por conseguinte, separada dos leigos sem confusão alguma. O segundo princípio era a educação ascética e a vida sacrificada, que caracteriza o clero, embora os leigos possam levar uma vida ascese.
Deste modo o Sínodo prescrevia aos clérigos todo um estilo de conduta retamente diferenciado das maneiras seculares. Tal estilo exige I - o hábito eclesiástico (batina e hábitos regulares), II- a sobriedade nos alimentos, a abstinência de espetáculos públicos e a negação das coisas profanas. Reafirmava-se, igualmente, a originalidade da formação cultural do clero e se desenhava o sistema sancionado de forma soleníssima pelo Papa João XXIII no ano seguinte ao Sínodo através da Encíclica Veterum Sapentiae. O Papa ordenou, inclusive, que se reeditasse o Catecismo do Concílio de Trento, porém a ordem foi desobedecida. Somente em 1981, e por iniciativa totalmente privada, se publicou na Itália sua tradução, conforme consta do L’Osservatore Romano de 5 de julho de 1982.
CAPITULOS DE TODA LA OBRA IOTA UNUM
- Methodological and linguistic definitions.
- Denial of the crisis.
- The error of secondary Christianity.
- The crisis as failure to adapt.
- Adapting the Church's contradiction of the world.
- Further denial of the crisis.
- The Pope recognizes the loss of direction.
- Pseudo-positivity of the crisis. False philosophy of religion.
- Further admissions of a crisis.
- Positive interpretation of the crisis. False philosophy of religion.
- Further false philosophy of religion.
- The crises of the Church: Jerusalem (50 A.D.).
- The Nicene crisis (325 A.D.).
- The deviations of the Middle Ages.
- The crisis of the Lutheran secession. The breadth of the Christian ideal.
- Further breadth of the Christian ideal. Its limits.
- The denial of the Catholic principle in Lutheran doctrine.
- Luther's heresy, continued. The bull Exsurge Domine.
- The principle of independence and abuses in die Church.
- Why casuistry did not create a crisis in the Church.
- The revolution in France.
- The principle of independence. The Auctorem Fidei.
- The crisis of the Church during the French Revolution.
- The Syllabus of Pius IX.
- The spirit of the age. Alexander Manzoni.
- The modernist crisis. The second Syllabus.
- The pre-conciliar crisis and the third Syllabus.
- Humani Generis (1950).
CHAPTER III: The Preparation of The Council
- The Second Vatican Council. Its preparation.
- Paradoxical outcome of the Council.
- Paradoxical outcome of the Council, continued. The Roman Synod.
- Paradoxical outcome of the Council, continued. Veterum Sapientia.
- The aims of the First Vatican Council.
- The aims of Vatican II. Pastorality.
- Expectations concerning the Council.
- Cardinal Montini’s forecasts. His minimalism.
- Catastrophal predictions.
- The opening address. Antagonism with the world. Freedom of the Church.
- The opening speech. Ambiguities of text and meaning.
- The opening speech. A new attitude towards error.
- Rejection of the council preparations. The breaking of the council rules.
- The breaking of the Council’s legal framework, continued.
- Consequences of breaking the legal framework. Whether there was a conspiracy.
- Papal action at Vatican II. The Notapraevia.
- Further papal action at Vatican II. Interventions on mariological doctrine. On missions. On the moral law of marriage.
- Synthesis of the council in the closing speech of the fourth session. Comparison with St. Pius X. Church and world.
- Leaving the Council behind. The spirit of the Council.
- Leaving the Council behind. Ambiguous character of the conciliar texts.
- Novel hermeneutic of the Council. Semantic change. The word “dialogue.”
- Novel hermeneutic of the Council, continued. “Circiterisms.” Use of the conjunction “but.” Deepening understanding.
- Features of the post-conciliar period. The universality of the change.
- The post-conciliar period, continued. The New Man. Gaudium et Spes 30. Depth of the change.
- Impossibility of radical change in the Church.
- The impossibility of radical newness, continued.
- The denigration of the historical Church.
- Critique of the denigration of the Church.
- False view of the early Church.
- CHAPTER VI: The Post-Conciliar Church, Paul VI
- Sanctity of the Church. An apologetical principle.
- The catholicity of the Church. Objection. The Church as a principle of division. Paul VI.
- The unity of the post-conciliar Church.
- The Church disunited in the hierarchy.
- The Church disunited over Humanae Vitae.
- The Church disunited concerning the encyclical, continued.
- The Dutch schism.
- The renunciation of authority. A confidence of Paul VI.
- An historic parallel. Paul VI and Pius DC
- Government and authority.
- The renunciation of authority, continued. The affair of the French catechism.
- Character of Paul VI. Self-portrait. Cardinal Gut.
- Yes and no in the post-conciliar Church.
- The renunciation of authority, continued. The reform of the Holy Office.
- Critique of the reform of the Holy Office.
- Change in the Roman Curia. Lack of precision.
- Change in the Roman Curia, continued. Cultural inadequacies.
- The Church’s renunciation in its relations with states.
- The revision of the concordat, continued.
- The Church of Paul VI. His speeches of September 1974.
- Paul VI’s unrealistic moments.
- The defection of priests.
- The canonical legitimation of priestly defections.
- Attempts to reform the Catholic priesthood.
- Critique of the critique of the Catholic priesthood. Don Mazzolari.
- Universal priesthood and ordained priesthood.
- Critique of the saying “a priest is a man like other men."
Iota unum: étude des variations de l'Église catholique au XXe siècle
Contents
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410 | |
Civilisation de la nature et civilisation de la personne Civilisation du travail
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414 | |
Critique du christianisme secondaire Erreur théolo gique Erreur eudémonologique
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418 | |
419 | |
Le mythe du Grand Inquisiteur
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422 | |
423 | |
Examen du système démocratique La souveraineté populaire La compétence
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Examen de la démocratie Une majorité dynamique Les partis
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Les Synodes et le SaintSiège
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Sacerdoce et synaxe eucharistique
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495 | |
497 | |
500 | |
501 | |
Les mérites du latin dans lEglise Son universalité
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505 | |
506 | |
508 | |
510 | |
Déconfiture générale du latin
| 511 |
514 | |
575 | |
Discrédit du dogme et indifférentisme Les Etudes
| 581 |
588 | |
594 | |
Obscurcissement de leschatologie Lœcuméné huma
| 603 |
609 | |
621 | |
633 | |