La Gran Apostasía |
Escrito por Padre Alfonso Gálvez |
Viernes, 31 de Julio de 2009 05:32 |
Todo parece indicar que los males que sufre la Iglesia en
la actualidad proceden del hecho de que se encuentra asustada ante el mundo
moderno. Un mal que se deriva a su vez de otro más hondo: la crisis de fe, que
ha producido también un enfriamiento de la
caridad.
Es razonable pensar, a la vista de los hechos, que ha
habido, por parte de la Iglesia, una sobrevaloración del mundo de la técnica,
del poder de las ideologías y de la fuerza de los sistemas totalitarios.
Paralelamente a eso, y como consecuencia, la Iglesia ha cometido la simpleza de
infravalorar sus propios tesoros: una vez perdida la fe en el contenido
sobrenatural de su Mensaje de salvación, se esfuerza ahora en ir a la zaga del
Mundo mendigándole comprensión. Y no es que vayamos a despreciar la fuerza del
Sistema; lejos de nosotros tal cosa. Podemos estar de acuerdo con lo que dice
Revel[1]
acerca
de que la mentira se ha adueñado del mundo porque el Sistema la necesita para
sobrevivir. Pero la Iglesia no tenía que haberse asustado ni dejado influir por
los poderes que posee el Reino de la Mentira. Por el contrario, tenía el deber
de haber seguido creyendo en sus propios valores sobrenaturales porque, en
definitiva, el bien acabará prevaleciendo sobre el mal, y Ella lo sabe. Pero,
como hemos dicho, el enfriamiento del amor conduce indefectiblemente a la
mentira. No en el sentido de que la Iglesia se haya hecho mentirosa - no podría
hacerlo -, sino en el de que muchos de sus hijos, o bien han consentido en
alejarse de la verdad, o bien la han silenciado o disimulado por cobardía,
permitiendo la propagación del error. Y aquí hay que incluir también (y sobre
todo) a muchos Pastores, por más que haya que decirlo con
tristeza.
Si
ya es difícil comprender a los abiertamente mentirosos, quizá sea aún más duro
hacerse cargo de los simplemente cobardes. Algunos de estos últimos, sin duda
que con la mejor intención, han adoptado la actitud de abstenerse de denunciar
el error, por temor, según dicen ellos mismos, de que las cosas empeoren más.
Sostienen que es mucho más positivo y práctico dar
doctrina,
pues así es como la verdad se impondrá por sí misma. Tal vez sea eso cierto,
aunque es para dudarlo. La mentira tiene tal fuerza de penetración, en el actual
estado de la naturaleza humana, que es necesario denunciarla y atajarla. El buen
pastor tiene el deber, no sólo de conducir a las ovejas a los buenos pastos,
sino también de guardarlas del lobo. Al menos así parece pensarlo el Nuevo
Testamento, y por eso está lleno de avisos a los Pastores para que guarden a sus
ovejas y las mantengan alejadas del error (pueden leerse, por ejemplo, las
Cartas Pastorales de San Pablo y el capítulo diez del Evangelio de San Juan).
Con esta doctrina de la comprensión bondadosa las herejías hubieran tenido
siempre carta blanca en la Iglesia: ni San Atanasio hubiera acabado con el
arrianismo, ni San Agustín con el pelagianismo, ni San Ireneo la hubiera
emprendido contra el gnosticismo, ni San Bernardo hubiera puesto al descubierto
los errores de Abelardo, ni el Papa San Pío X hubiera cercenado al modernismo.
Aunque, a fin de cuentas, todo esto no sea sino hablar por hablar, en cuanto que
los modernos cristianos no están dispuestos ni siquiera a comentar el tema.
Hoy
está prácticamente aclarado que El
Tercer Secreto de Fátima
fue
manipulado, falsificado y ocultado en cuanto a su verdadero contenido. Pero en
realidad se refería a la Gran Apostasía que habría de sufrir la Iglesia hacia
los Últimos Tiempos. Pretender que la profecía aludía al atentado que sufrió el
Papa Juan Pablo II (Un
Obispo vestido de blanco),
y revelado el hecho, además, veinte años después de haber sucedido, no solamente
parece una broma pesada y de mal gusto, sino que es además un verdadero insulto
a la inteligencia del ordinario Pueblo Cristiano.
Y sin embargo, se quiera reconocer o no, nos encontramos en
un momento de apostasía generalizada en la Iglesia. Acerca de la cual hay dos
cosas absolutamente evidentes:
La
primera tiene que ver con el hecho de que, una vez llegado el momento, cuando ya
se encuentre próxima la aparición del Hijo de la Perdición para cerrar la
Historia, habrá
en la Iglesia una apostasía, la cual además será espantosamente
general.
Una
gran apostasía, por lo tanto. Puesto que así lo dicen claramente los textos.
Como por ejemplo San Pablo en la Segunda a los Tesalonicenses, capítulo dos
verso tres. Hablando del momento de los últimos Tiempos dice el Apóstol que
primero
tiene que venir la apostasía.
Y en cuanto a que será absolutamente general, lo dice expresamente el mismo Jesucristo:
Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?[2]
La
segunda se refiere a la presente situación, cuyos
síntomas en general se parecen bastante a los descritos en la Escritura como que
precederán inmediatamente al Final.
La desertización de la Iglesia y la consiguiente paganización de los cristianos,
además de la rebelión del Mundo y la persecución contra todo lo que suponga
valores cristianos, son cosas que están ahí; se quieran o no se quieran ver. Y
además, los hechos verdaderamente importantes y graves suelen tener causas
profundas que los motivan, aunque
a menudo no se quiera, o no se pueda, hablar de ellas.
Muchos
sonreirán y nos acusarán de catastrofistas.
La verdad es, sin embargo, que mientras los cristianos discutimos acerca de si
llegarán o no llegarán esos momentos, o incluso si ni siquiera admitimos
cualquier discusión sobre el tema, quizá podríamos preguntar a Instituciones
como la del Grupo
de Bilderberg
(entiéndase Masonería)[3]. Probablemente nos dirían, pese al secreto en el que se
envuelven, que es grande su satisfacción; en cuanto que, a la vista de lo ya
conseguido, se encuentran a punto de lograr plenamente sus objetivos a escala
mundial.
(Extractado
del libro El
Amigo Inoportuno,
pags. 85 y ss.)
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