sábado, 22 de janeiro de 2011

MISSA SOLENE DA FSSP NA POLÓNIA

suma14.JPG
 
  suma06.JPG suma15.JPG DE:http://www.rafal-gwarek.bplaced.net/fssp/foto/suma_sw_krzyz/slides/suma06.JPG

MISSA PONTIFICAL DO IBP NA POLÓNIA

phoca_thumb_l_PA040083.JPG - phoca_thumb_l_PA040017.JPG - phoca_thumb_l_DSC_4956-1.JPG - phoca_thumb_l_PA040051.JPG - phoca_thumb_l_DSC_4749-1.JPG - Wroclaw-jubileusz-04.JPG - Wroclaw-jubileusz-09.JPG - DE:http://pastorbonus.pl/

Una interesante carta inédita del Cardenal Ratzinger : considero muy importante lo que respecta a la unidad del Rito Romano. Esta unidad no está amenazada hoy por las pequeñas comunidades que hacen uso del Indulto y son con frecuencia tratados como leprosos, como personas que hacen algo indecoroso, más aún, inmoral; no, la unidad del Rito Romano está amenazada por la creatividad litúrgica salvaje, con frecuencia animada por liturgistas (por ejemplo, en Alemania se hace la propaganda del proyecto “Misal 2000”, diciendo que el Misal de Pablo VI estaría ya superado).

*

josephratzinger_narrowweb__200x298
*
Ofrecemos nuestra traducción de un interesante intercambio epistolar entre el Padre Matías Augé, liturgista español, y el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El Padre Augé había escrito al Cardenal Ratzinger en 1998 exponiéndole una serie de críticas a la conferencia que el prelado había pronunciado con ocasión del 10º aniversario del Motu proprio “Ecclesia Dei”. Pocos meses después, el Cardenal Ratzinger respondía la carta, defendiendo los argumentos que había expuesto en su conferencia y presentando su visión de la cuestión litúrgica. Un interesante intercambio, que podemos leer gracias a la gentileza del mismo Padre Augé, que ha publicado ambas cartas en su blog,  las cuales luego han sido retomadas por el blog Messainlatino.
***

Carta del Padre Augé al Cardenal Ratzinger

Roma, 16 de noviembre de 1998

Eminencia Reverendísima,

Perdóneme si me atrevo a escribir esta carta. Lo hago con sencillez, y también con gran sinceridad. Soy profesor de liturgia en el Pontificio Instituto Litúrgico de San Anselmo y en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Lateranense así como también Consultor de la Congregación para el Culto Divino. He leído la conferencia que usted ha tenido poco tiempo atrás con ocasión de los “Dix ans du Motu Proprio Ecclesia Dei”. Confieso que su contenido me ha dejado profundamente perplejo. Me han impresionado, particularmente, las respuestas que usted da a las objeciones hechas por aquellos que no aprueban “el apego a la antigua liturgia”. Y sobre estas quisiera detenerme en esta carta que le envío.

La acusación de desobediencia al Vaticano II es rechazada diciendo que el Concilio no ha reformado los libros litúrgicos, sino que simplemente ha ordenado su revisión. ¡Muy cierto!, y la afirmación no puede ser contradicha. Le hago notar, sin embargo, que tampoco el Concilio de Trento ha reformado los libros litúrgicos, habiendo dado sólo principios muy generales al respecto. La reforma como tal, el Concilio la ha pedido al Papa, y Pío V y sus sucesores la han llevado a cabo fielmente.

No logro entender, luego, cómo los principios del Concilio Vaticano II concernientes a la reforma de la Misa presentes en la Sacrosanctum Concilium, nn. 47-58 (por lo tanto, no sólo los nn. 34-35 citados por usted) pueden estar de acuerdo con la restauración de la así llamada misa tridentina. Además, si tomamos por buena la afirmación del Cardenal Newman por usted recordada, es decir que la Iglesia nunca ha abolido o prohibido “formas litúrgicas ortodoxas”, entonces me pregunto si, por ejemplo, los notables cambios introducidos por Pío X en el Salterio romano o por Pío XII en la Semana Santa han abolido o no los antiguos ordenamientos tridentinos. Este principio podría inducir a algunos, por ejemplo en España, a pensar que está permitido celebrar el antiguo rito hispánico-visigodo, ortodoxo y reacondicionado después del Vaticano II. Hablar del rito tridentino como diverso del rito del Vaticano II no me parece exacto, más bien diría que es contrario a la noción misma de lo que se entiende aquí por rito. Tanto el rito tridentino como el actual son un solo rito: el rito romano, en dos diversas fases de su historia.

La segunda objeción que se hace es que el retorno a la antigua liturgia corre el riesgo de romper la unidad de la Iglesia. Esta objeción es afrontada por usted distinguiendo entre el aspecto teológico y práctico del problema. Puedo compartir muchas de las consideraciones que usted hace al respecto, excepto algunos datos históricamente no sostenibles, como por ejemplo la afirmación de que hasta el Concilio de Trento existían los ritos mozárabes de Toledo y otros, suspendidos por el Concilio. El rito mozárabe, de hecho, había sido suprimido ya por Gregorio VII con exclusión de Toledo, donde permanece en vigor. El rito ambrosiano, por su parte, no ha sido nunca suprimido. Lo que al respecto no llego a comprender es que se olvide lo que Pablo VI afirma en la Constitución Apostólica del 3 de abril de 1969 con la que promulga el nuevo Misal, y es esto: “… confiamos que este Misal será acogido por los fieles como medio para testimoniar y afirmar la unidad de todos, y que por medio de él, en tanta variedad de lenguas, subirá al Padre celestial… una sola e idéntica oración”. Pablo VI quiso, por lo tanto, que el uso del nuevo Misal sea expresión de unidad de la Iglesia; y añade luego para concluir: “Queremos que cuanto hemos establecido y prescrito tenga fuerza y eficacia ahora y en el futuro, no obstante, si fuere el caso, las Constituciones y Ordenaciones Apostólicas de Nuestros Predecesores y cualquiera otra prescripción, incluso las dignas de especial mención y con poder de derogar la ley”.

Conozco las sutiles distinciones hechas por algunos juristas o los que se consideran tales. Creo, sin embargo, que se trata simplemente de “sutilezas” que, en cuanto tales, no merecen gran atención. Se podrían citar diversos documentos en los que se demuestra claramente la voluntad de Pablo VI al respecto. Sólo recuerdo la carta que el 11 de octubre de 1975 el cardenal J. Villot escribía a Mons. Coffy, presidente de la Comisión episcopal francesa de liturgia y pastoral sacramental (Secretaría de Estado n.287608), en la que decía entre otras cosas: ““Par la Constitution Missale Romanum, le Pape prescrit, comme vous le savez, que le nouveau Missel doit remplacer l’ancien, nonobstant les Constitutions et Ordonnances apostoliques de ses prédécesseurs, y compris par conséquent toutes les dispostions figurant dans la Constitution Quo Primum et qui permettrait de conserver l’ancien missel [...] Bref, comme dit la Constitution Missale Romanum, c’est dans le nouveau Missel romain et nulle part ailleurs que les catholiques de rite romain doivent chercher le signe et l’instrument de l’unité mutuelle de tous...”.

Eminencia, como profesor de liturgia yo me encuentro enseñando cosas que me parecen diversas a las que usted ha expresado en la mencionada conferencia. Y creo que debo continuar por este camino en obediencia al magisterio pontificio. También yo lamento los excesos con los que algunos, después del Concilio, han celebrado o celebran todavía la liturgia reformada. Pero no logro comprender por qué algunos Eminentísimos Cardenales, no sólo usted, han creído oportuno poner remedio a ello poniendo “de hecho” en discusión una reforma aprobada, después de todo, por el Sumo Pontífice Pablo VI y abriendo cada vez más las puertas al uso del antiguo Misal de Pío V. Con humildad, pero también con parresia apostólica, siento la necesidad de afirmar mi oposición a similares orientaciones. He preferido decir abiertamente lo que muchos liturgistas y no liturgistas, que nos sentimos hijos obedientes de la Iglesia, decimos en los pasillos de los Ateneos romanos.

Suyo devotísimo en Cristo,

Matías Augé cmf

***

Respuesta del Cardenal Ratzinger al Padre Augé

18 de febrero de 1999

Reverendo Padre,

He leído con atención su carta del 16 de noviembre, en la cual usted ha formulado algunas críticas a la Conferencia dada por mí el día 24 de octubre de 1998, con ocasión del 10º aniversario del Motu Proprio Ecclesia Dei.

Comprendo que usted no comparte mis opiniones sobre la reforma litúrgica, su aplicación, y la crisis que se deriva de algunas tendencias en ella escondidas, como la desacralización.

Me parece, sin embargo, que su crítica no toma en consideración dos puntos:

1. Es el Sumo Pontífice Juan Pablo II quien ha concedido, con el Indulto de 1984, el uso de la liturgia anterior a la reforma paulina, bajo ciertas condiciones; luego, el mismo Pontífice publicó, en 1988, el Motu Proprio Ecclesia Dei, que manifiesta su voluntad de ir al encuentro de los fieles que se sienten vinculados a ciertas formas de la liturgia latina anterior, y por lo tanto pide a los obispos conceder “de modo amplio y generoso” el uso de los libros litúrgicos de 1962.

2. Una parte no pequeña de los fieles católicos, sobre todo de lengua francesa, inglesa y alemana, permanecen fuertemente vinculados a la liturgia antigua, y el Sumo Pontífice no quiere repetir para con ellos lo que ya había ocurrido en 1970, donde se imponía la nueva liturgia de manera extremadamente brusca, con un tiempo de paso de sólo 6 meses, mientras el prestigioso Instituto litúrgico de Tréveris, de hecho, para tal cuestión, que toca de manera tan viva el nervio de la fe, justamente había pensado en un tiempo de 10 años, si no me equivoco.

Por lo tanto, son estos dos puntos – es decir, la autoridad del Sumo Pontífice reinante y su actitud pastoral y respetuosa hacia los fieles tradicionalistas – que deberían ser tomados en consideración.

Permítame, entonces, añadir algunas respuestas a sus críticas sobre mi intervención.

1. En cuanto al Concilio de Trento, nunca dije que éste habría reformado los libros litúrgicos. Por el contrario, siempre he subrayado que la reforma post-tridentina, ubicándose plenamente en la continuidad de la historia de la liturgia, no quiso abolir las otras liturgias latinas ortodoxas (cuyos textos existían desde hacía más de 200 años) y tampoco imponer una uniformidad litúrgica.

Cuando dije que también los fieles que hacen uso del Indulto de 1984 deben seguir los ordenamientos del Concilio, quería mostrar que las decisiones fundamentales del Vaticano II son el punto de encuentro de todas las tendencias litúrgicas y que, por lo tanto, son también el puente para la reconciliación en el ámbito litúrgico. Los oyentes presentes, en realidad, han comprendido mis palabras como una invitación a la apertura al Concilio, al encuentro con la reforma litúrgica. Pienso que quien defiende la necesidad y el valor de la reforma, debería estar plenamente de acuerdo con este modo de acercar los “tradicionalistas” al Concilio.

2. La cita de Newman quiere significar que la autoridad de la Iglesia nunca ha abolido en su historia, con un mandato jurídico, una liturgia ortodoxa. Se ha verificado, en cambio, el fenómeno de una liturgia que desaparece, y entonces pertenece a la historia, no al presente.

3. No quisiera entrar en todos los detalles de su carta, aunque no sería difícil responder a sus diversas críticas de mis argumentos. Sin embargo, considero muy importante lo que respecta a la unidad del Rito Romano. Esta unidad no está amenazada hoy por las pequeñas comunidades que hacen uso del Indulto y son con frecuencia tratados como leprosos, como personas que hacen algo indecoroso, más aún, inmoral; no, la unidad del Rito Romano está amenazada por la creatividad litúrgica salvaje, con frecuencia animada por liturgistas (por ejemplo, en Alemania se hace la propaganda del proyecto “Misal 2000”, diciendo que el Misal de Pablo VI estaría ya superado). Repito lo que he dicho en mi intervención: que la diferencia entre el Misal de 1962 y la misa fielmente celebrada según el Misal de Pablo VI es mucho menor que la diferencia entre las diversas aplicaciones denominadas “creativas” del Misal de Pablo VI. En esta situación, la presencia del Misal precedente puede convertirse en un baluarte contra las alteraciones de la liturgia lamentablemente frecuentes, y ser de este modo un apoyo de la reforma auténtica. Oponerse al uso del Indulto de 1984 (1988) en nombre de la unidad del Rito Romano es, según mi experiencia, una actitud muy lejana de la realidad. Por otro lado, lamento un poco que usted no haya percibido, en mi intervención, la invitación dirigida a los “tradicionalistas” a abrirse al Concilio, a venir al encuentro hacia la reconciliación, en la esperanza de superar, con el tiempo, la brecha entre los dos Misales.

Sin embargo, le agradezco por su parresia, que me ha permitido discutir francamente sobre una realidad que nos resulta igualmente importante.

Con sentimientos de gratitud por el trabajo que usted desarrolla en la formación de los futuros sacerdotes, lo saludo

Suyo en el Señor,

+ Joseph Card. Ratzinger

***
Fuente: Mesainlatino

**

Benedicto XVI: La unidad en la primera comunidad cristiana

http://www.arquidiocesebh.org.br/site/admin/funcoes/imgs_upload/image/image/dia_do_enfermo_bento_xvi.jpg
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 19 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis pronunciada hoy por el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General, celebrada en el Aula Pablo VI, con peregrinos procedentes de todo el mundo.
* * * * *
Queridos hermanos y hermanas,
estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la que todos los creyentes en Cristo están invitados a unirse en oración para dar testimonio del profundo vínculo que existe entre ellos y para invocar el don de la comunión plena. Es providencial el hecho de que, en el camino para construir la unidad, se ponga en el centro la oración: esto nos recuerda, una vez más, que la unidad no puede ser un simple producto del actuar humano; es ante todo un don de Dios, que conlleva un crecimiento en la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Concilio Vaticano II dice “Estas oraciones en comunión son, sin duda, un medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad y constituyen una manifestación auténtica de los vínculos con los cuales los católicos permanecen unidos con los hermanos separados: ' Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos' (Mt 18,20)” (Decr. Unitatis Redintegratio, 8). El camino hacia la unidad visible entre todos los cristianos habita en la oración, porque fundamentalmente la unidad no la “construimos” nosotros, sino que la “construye” Dios, viene de Él, del Misterio trinitario, de la unidad del Padre con el Hijo en el diálogo de amor que es el Espíritu Santo y nuestro esfuerzo ecuménico debe abrirse a la acción divina, debe ser invocación cotidiana de la ayuda de Dios. La Iglesia es suya y no nuestra.
El tema elegido este año para la Semana de Oración hace referencia a la experiencia de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, tal como es descrita por los Hechos de los Apóstoles (hemos escuchado el texto): “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). Debemos considerar que ya en el momento de Pentecostés el Espíritu Santo desciende sobre personas de diversa lengua y cultura: esto significa que la Iglesia abraza desde el principio a gente de diversa procedencia y, sin embargo, precisamente a partir de esas diferencias, el Espíritu crea un único cuerpo. Pentecostés como inicio de la Iglesia marca la ampliación de la Alianza de Dios a todas las criaturas, a todos los pueblos y a todos los tiempos, para que toda la creación camine hacia su verdadero objetivo: ser lugar de unidad y de amor.
En el pasaje citado de los Hechos de los Apóstoles, cuatro características definen a la primera comunidad cristiana de Jerusalén como lugar de unidad y de amor, y san Lucas no sólo quiere describir una evento del pasado. Nos lo ofrece como modelo, como norma para la Iglesia presente, porque estas cuatro características deben constituir siempre la vida de la Iglesia. La primera característica es estar unida en la escucha de las enseñanzas de los Apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración. Como ya he mencionado estos cuatro elementos son todavía hoy, los pilares de la vida de toda comunidad cristiana y constituyen un único y sólido cimiento sobre el cual basar nuestra búsqueda de la unidad visible de la Iglesia.
Ante todo tenemos la escucha de la enseñanza de los Apóstoles, o sea, la escucha del testimonio que estos dan de la misión, la vida, la muerte y la resurrección del Señor Jesús. Es lo que Pablo llama sencillamente el “Evangelio”. Los primeros cristianos recibían el Evangelio de la boca de los Apóstoles, estaban unidos para su escucha y para su proclamación, pues el Evangelio, como afirma san Pablo, “es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (Rm 1,16). Todavía hoy, la comunidad de los creyentes reconoce en la referencia a la enseñanza de los Apóstoles la propia norma de fe: cada esfuerzo realizado para la construcción de la unidad entre los cristianos pasa a través de la profundización de la fidelidad al depositum fidei que nos transmitieron los Apóstoles. La firmeza en la fe es la base de nuestra comunión, es la base de la unidad cristiana.
El segundo elemento es la comunión fraterna. En los tiempos de la primera comunidad cristiana, como también en nuestros días, ésta es la expresión más tangible, sobre todo para el mundo exterior, de la unidad entre los discípulos del Señor. Leemos en los Hechos de los Apóstoles – lo hemos escuchado – que los primeros cristianos tenían todo en común, y que quien tenía propiedades y bienes los vendía para distribuirlos a los necesitados (cfr Hch 2,44-45). Esta comunión de los propios bienes ha encontrado, en la historia de la Iglesia, nuevas formas de expresión. Una de estas, en particular, es la de la relación fraternal y de amistad construida entre cristianos de distintas confesiones. La historia del movimiento ecuménico está marcada por dificultades e incertidumbres, pero es también una historia de fraternidad, de cooperación y de comunión humana y espiritual, que ha cambiado de manera significativa las relaciones entre los creyentes en el Señor Jesús: todos estamos comprometidos a continuar en este camino. El segundo elemento es, por tanto, la comunión, que ante todo es comunión con Dios a través de la fe, pero la comunión con Dios crea comunión entre nosotros y se traduce necesariamente en la comunión concreta de la que hablan los Hechos de los Apóstoles, o sea la comunión plena. Nadie en la comunidad cristiana debe pasar hambre, nadie debe ser pobre: es una obligación fundamental. La comunión con Dios, hecha carne en la comunión fraterna, se traduce, en concreto, en el esfuerzo social, en la caridad cristiana, en la justicia.
Tercer elemento. En la vida de la primera comunidad de Jerusalén era esencial también el momento de la fracción del pan, en el que el Señor mismo se hace presente con el único sacrificio de la Cruz en su entregarse completamente por la vida de sus amigos: “Éste es mi cuerpo ofrecido en sacrificio por vosotros… éste es el cáliz de mi Sangre... derramada por vosotros”. “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia” (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 1). La comunión en el sacrificio de Cristo es el culmen de nuestra unión con Dios y representa por tanto también la plenitud de la unidad de los discípulos de Cristo, la comunión plena. Durante esta semana de oración por la unidad está particularmente vivo el lamento por la imposibilidad de compartir la misma mesa eucarística, signo de que estamos aún lejos de la realización de esa unidad por la que Cristo oró. Esta experiencia dolorosa, que confiere una dimensión penitencial a nuestra oración, debe convertirse en motivo de un esfuerzo más generoso todavía, por parte de todos; con el fin de que, eliminados todos los obstáculos para la plena comunión, llegue el día en que sea posible reunirse en torno a la mesa del Señor, partir juntos el pan eucarístico y beber todos del mismo cáliz.
Finalmente, la oración, o como dice san Lucas, “las oraciones”, es la cuarta característica de la Iglesia primitiva de Jerusalén descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La oración es desde siempre la actitud constante de los discípulos de Cristo, lo que acompaña sus vidas cotidianas en obediencia a la voluntad de Dios, como nos lo atestiguan también las palabras del apóstol Pablo, que escribe a los Tesalonicenses en su primera carta ”Estad siempre alegres. Orad sin cesar. Dad gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos vosotros, en Cristo Jesús” (1 Tes 5, 16-18; cfr. Ef 6,18). La oración cristiana, participación en la oración de Jesús, es por excelencia una experiencia filial, como nos lo atestiguan las palabras del Padre Nuestro, oración de la familia -el “nosotros” de los Hijos de Dios, de los hermanos y hermanas- que habla a un Padre común. Estar en actitud de oración implica por tanto abrirse a la fraternidad. Sólo en el “nosotros” podemos decir Padre Nuestro. Abrámonos a la fraternidad que deriva de ser hijos del único Padre celeste, y por tanto a estar dispuestos al perdón y a la reconciliación.
Queridos hermanos y hermanas, como discípulos del Señor tenemos una responsabilidad común hacia el mundo, debemos hacer un servicio común: como la primera comunidad cristiana de Jerusalén, partiendo de lo que ya compartimos, debemos ofrecer un testimonio fuerte, fundado espiritualmente y apoyado por la razón, del único Dios que se ha revelado y que nos habla en Cristo, para ser portadores de un mensaje que oriente e ilumine el camino del hombre de nuestro tiempo, a menudo privado de puntos de referencia claros y válidos. Es importante, entonces, crecer cada día en el amor mutuo, empeñándonos en superar esas barreras que aún existen entre los cristianos; sentir que existe una verdadera unidad interior entre todos aquellos que siguen al Señor; colaborar lo más posible, trabajando juntos sobre las cuestiones aún abiertas; y sobre todo ser conscientes de que en este itinerario el Señor debe asistirnos, tiene que ayudarnos aún mucho, porque sin Él, solos, sin “permanecer en Él” no podemos hacer nada (cfr Jn 15,5).
Queridos amigos, una vez más es en la oración donde nos encontramos reunidos – particularmente en esta semana – junto a todos aquellos que confiesan su fe en Jesucristo, Hijo de Dios: perseveremos en ella, seamos hombres de oración, implorando de Dios el don de la unidad, para que se cumpla en el mundo entero su designio de salvación y de reconciliación. ¡Gracias!



[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez
©Copyright 2011 Libreria Editrice Vaticana]

Papst Benedikt XVI. hat seine Katechese bei der Generalaudienz der Einheit der Christen gewidmet. Das Leitwort der einwöchigen Gebetswoche, die gestern begonnen hat, lautet: „Sie hielten an der Lehre der Apostel fest und an der Gemeinschaft, am Brechen des Brotes und an den Gebeten"

http://bandaultimatum.zip.net/images/PapaBentoXVI.jpgBeginn der Weltgebetswoche für die Einheit der Christen

Rom, 19. Januar 2011 (ZENIT.org) - Papst Benedikt XVI. hat seine Katechese bei der Generalaudienz der Einheit der Christen gewidmet. Das Leitwort der einwöchigen Gebetswoche, die gestern begonnen hat, lautet: „Sie hielten an der Lehre der Apostel fest und an der Gemeinschaft, am Brechen des Brotes und an den Gebeten" (Apg 2, 42).
Die urchristliche Gemeinde sei durch vier Merkmale gekennzeichnet: die Einheit mit der Lehre der Apostel, das brüderliche Teilen untereinander, das Feiern der Eucharistie, in der Christus mit Leib und Blut gegenwärtig wird, und das Gebet. Diese Merkmale seien zur Verwirklichung der Einheit auch heute notwendig.
Der Glaube der Apostel drücke sich im Credo aus, dessen Lehre auch heute vertieft werden müsse, so der Papst. Aus der Gemeinschaft mit Christus entfalte sich das Miteinander der Gemeinde, bis hin zum konkreten Miteinander des Teilens. „Wir müssen vor allem der Lehre der Apostel Gehör schenken, ihrem Zeugnis der Mission, des Lebens, des Todes und der Auferstehung des Herrn Jesus Christus. Das ist es, was Paulus einfachhin als ‚Evangelium‘ bezeichnet". Hierin habe auch die ökumenische Bewegung durch ihren menschlichen und spirituellen Austausch in Brüderlichkeit und Zusammenarbeit ihren Sinn.
Das Brechen des Brotes, die Feier der hl. Eucharistie, sei der Ausdruck der vollen Gemeinschaft mit Christus und der Gläubigen untereinander. Wie man aus den Worten des Apostels Paulus schließen könne, stand bereits damals die Eucharistie im Mittelpunkt des Lebens der Apostel. „Die Kirche lebt in der Eucharistie".
Der Papst stellte auch fest, dass „der Kummer über die Unmöglichkeit des Teilens des eucharistischen Mahls ein Zeichen ist, das zeigt, dass wir immer noch weit von der Einheit entfernt sind, um die Christus gebetet hat." Dieser Schmerz soll Anlass zur vermehrten Anstrengung auf eine vollständige Einheit hin geben.
So sollen alle Christen „den Menschen unserer Zeit Orientierung geben, an der es auf dem Weg ihres Lebens oft fehlt". Schließlich forderte der Papst alle Christgläubigen dazu auf, darum zu beten, dass der „Heils- und Versöhnungsplan Gottes für die ganze Welt Wirklichkeit werde."
Das christliche Beten sei Teilnahme am Gebet Christi und finde besonders im Vaterunser seine höchste Ausdrucksform. Nur als Kinder eines Vaters könnten wir eine brüderliche Einheit bilden. „Freut euch zu jeder Zeit! Betet ohne Unterlass! Dankt für alles; denn das will Gott von euch, die ihr Christus Jesus gehört" (vgl. 1 Thess, 16).
Der Heilige Vater erinnerte schließlich daran, dass die Einheit nichts von Menschen „Geschaffenes" sei, sondern eine Gnade, um die alle Christgläubigen ihn gerade in dieser Gebetswoche für die Einheit der Christen anflehen müssten.
An die deutschsprachigen Pilger richtete der Papst schließlich den Wunsch nach dem Gebet um die Einheit und grüßte besonders die Mitglieder der Frühjahrskonferenz der Ordinariatskanzler der Österreichischen Diözesen, die in Begleitung von Bischof Ägidius Zsifkovics anwesend

Mons. Nicola Bux : External Signs of Faith by the Celebrant . More than words, a genuflection manifests the humility of the priest, who knows he is only a minister, and his dignity, as he is able to render the Lord present in the sacrament. However, there are other signs of devotion.

http://4.bp.blogspot.com/_OGh1dE-j7EM/SfxcDQU0QiI/AAAAAAAACWY/Ydt-YixhRkY/s400/christ_priest.jpg
The Significance of Genuflections and Other Gestures

By Father Nicola Bux

ROME, JAN. 21, 2010 (Zenit.org).- Faith in the presence of the Lord, and in particular in his Eucharistic presence, is expressed in an exemplary manner by the priest when he genuflects with profound reverence during the Holy Mass or before the Eucharist.

In the post-conciliar liturgy, these acts of devotion have been reduced to a minimum in the name of sobriety. The result is that genuflections have become a rarity, or a superficial gesture. We have become stingy with our gestures of reverence before the Lord, even though we often praise Jews and Muslims for their fervor and manner way of praying.

More than words, a genuflection manifests the humility of the priest, who knows he is only a minister, and his dignity, as he is able to render the Lord present in the sacrament. However, there are other signs of devotion.

When the priest extends his hands in prayer he is indicating the supplication of the poor and humble one. The General Instruction of the Roman Missal (GRIM) establishes that the priest, "when he celebrates the Eucharist, therefore, he must serve God and the people with dignity and humility, and by his bearing and by the way he says the divine words he must convey to the faithful the living presence of Christ" (No. 93). An attitude of humility is consonant with Christ himself, meek and humble of heart. He must increase and I must decrease.

In proceeding to the altar, the priest must be humble, not ostentatious, without indulging in looking to the right and to the left, as if he were seeking applause. Instead, he must look at Jesus; Christ crucified is present in the tabernacle, before whom he must bow. The same is done before the sacred images displayed in the apse behind or on the sides of the altar, the Virgin, the titular saint, the other saints.

The reverent kiss of the altar follows and eventually the incense, the sign of the cross and the sober greeting of the faithful. Following the greeting is the penitential act, to be carried out profoundly with the eyes lowered. In the extraordinary form, the the faithful kneel, imitating the publican pleasing to the Lord.

The celebrant must not raise his voice and should maintain a clear tone for the homily, but be submissive and suppliant in prayer, solemn if sung. "In texts that are to be spoken in a loud and clear voice, whether by the priest or the deacon, or by the lector, or by all, the tone of voice should correspond to the genre of the text itself, that is, depending upon whether it is a reading, a prayer, a commentary, an acclamation, or a sung text; the tone should also be suited to the form of celebration and to the solemnity of the gathering" (GRIM, No. 38).

He will touch the holy gifts with wonder, and will purify the sacred vessels with calm and attention, in keeping with the appeal of so many saints and priests before him. He will bow his head over the bread and the chalice in pronouncing the consecrating words of Christ and in the invocation of the Holy Spirit (epiclesi). He will raise them separately, fixing his gaze on them in adoration and then lowering them in meditation. He will kneel twice in solemn adoration. He will continue with recollection and a prayerful tone the anaphora to the doxology, raising the holy gifts in offer to the Father.

Then, he will recite the Our Father with his hands raised, without having anything else in his hands, because that is proper to the rite of peace. The priest will not leave the Sacrament on the altar to give the sign of peace outside the presbytery, instead he will break the Host in a solemn and visible way, then he will genuflect before the Eucharist and pray in silence. He will ask again to be delivered from every indignity not to eat and drink to his own condemnation and to be protected for eternal life by the holy Body and precious Blood of Christ. Then he will present the Host to the faithful for communion, praying "Dominum non sum dignus," and bowing he will commune first, and thus will be an example to the faithful.

After communion, silence for thanksgiving can be done standing, better than sitting, as a sign of respect, or kneeling, if it is possible, as John Paul II did to the end when he celebrated in his private chapel, with his head bowed and his hands joined. He asked that the gift received be for him a remedy for eternal life, as in the formula that accompanies the purification of the sacred vessels; many faithful do so and are an example.
Should not the paten or cup and the chalice (vessels that are sacred because of what they contain) be "laudably" covered (GRIM 118; cf. 183) in sign of respect -- and also for reasons of hygiene -- as the Eastern Churches do? The priest, after the final greeting and blessing, going up to the altar to kiss it, will again raise his eyes to the crucifix and will bow and genuflect before the tabernacle. Then he will return to the sacristy, recollected, without dissipating with looks and words the grace of the mystery celebrated.

In this way the faithful will be helped to understand the holy signs of the liturgy, which is something serious, in which everything has a meaning for the encounter with the present mystery of God.
* * *

Father Nicola Bux is professor of Eastern Liturgy in Bari and consultor of the Congregations for the Doctrine of the Faith, for Saints' Causes, for Divine Worship and the Sacraments, as well as of the Office for the Liturgical Celebrations of the Supreme Pontiff.

[Translation by ZENIT]

Catequese do Papa: a unidade na primeira comunidade cristã

Pope Benedict XVI leaves after his weekly general audience on January 19, 2011 in Paul VI hall at The Vatican.
CIDADE DO VATICANO, quarta-feira, 19 de janeiro de 2011 (ZENIT.org) - Apresentamos, a seguir, a catequese dirigida pelo Papa aos grupos de peregrinos do mundo inteiro, reunidos na Sala Paulo VI para a audiência geral.
***
Queridos irmãos e irmãs:
Estamos celebrando a Semana de Oração pela Unidade dos Cristãos, na qual todos os crentes em Cristo são convidados a participar da oração para dar testemunho da profunda ligação entre eles e invocar o dom da plena comunhão. É providencial que, no caminho para construir a unidade, a oração seja colocada no centro: isso nos faz lembrar, mais uma vez, que a unidade não pode ser um mero produto da ação humana; é sobretudo um dom de Deus, que implica um crescimento em comunhão com o Pai, o Filho e o Espírito Santo. O Concílio Vaticano II diz: "Tais preces comuns são certamente um meio muito eficaz para impetrar a unidade. São uma genuína manifestação dos vínculos pelos quais ainda estão unidos os católicos com os irmãos separados:  ‘Pois onde dois ou três estiverem reunidos em meu nome, aí estou eu no meio deles' (Mt 18,20)" (decreto Unitatis Redintegratio, 8). O caminho para a unidade visível entre todos os cristãos habita na oração, principalmente porque a unidade não é "construída" por nós, mas quem a "constrói" é Deus, vem d'Ele, do mistério da Santíssima Trindade, da unidade do Pai com o Filho, no diálogo de amor que é o Espírito Santo; e nosso esforço ecumênico deve se abrir à ação divina, deve ser invocação cotidiana da ajuda de Deus. A Igreja é d'Ele, não nossa.
O tema escolhido este ano para a Semana de Oração se refere à experiência da primeira comunidade cristã de Jerusalém, conforme descrita pelos Atos dos Apóstolos (ouvimos o texto): "Eles eram perseverantes em ouvir o ensinamento dos apóstolos, na comunhão fraterna, na fração do pão e nas orações" (Atos 2,42). Devemos considerar que, já no momento de Pentecostes, o Espírito Santo desce sobre pessoas de diversa língua e cultura: isso significa que a Igreja abraça desde o começo as pessoas de diversas origens e, no entanto, justamente a partir dessas diferenças, o Espírito cria um único corpo. Pentecostes, como o início da Igreja, marca a expansão da Aliança de Deus a todas as criaturas, a todos os povos e a todas as épocas, para que toda a criação caminhe rumo ao seu verdadeiro objetivo: ser lugar de unidade e de amor.
Na passagem citada dos Atos dos Apóstolos, quatro características definem a primeira comunidade cristã de Jerusalém como um lugar de união e amor, e São Lucas não quer apenas descrever um acontecimento passado. Ele no-lo mostra como um modelo, como padrão para a Igreja do presente, porque estas quatro características devem constituir a vida da Igreja. A primeira característica é ser unida na escuta dos ensinamentos dos Apóstolos, na comunhão fraterna, na fração do pão e na oração. Como mencionei, estes quatro elementos ainda são os pilares da vida de cada comunidade cristã e constituem um fundamento único e sólido sobre o qual a basear nossa busca da unidade visível da Igreja.
Antes de tudo, temos a escuta do ensinamento dos Apóstolos, ou seja, a escuta do testemunho que eles dão da missão, da vida, da morte e da ressurreição do Senhor Jesus. Isso é o que Paulo chama simplesmente de "Evangelho". Os primeiros cristãos recebiam o Evangelho diretamente dos Apóstolos, estavam unidos para sua escuta e sua proclamação, pois o Evangelho, como diz São Paulo, "é o poder de Deus para a salvação de todo aquele que crê" (Rm 1, 16). Ainda hoje, a comunidade dos crentes reconhece, na referência ao ensinamento dos Apóstolos, a própria norma de fé: todos os esforços feitos para construir a unidade entre os cristãos passam pelo aprofundamento da fidelidade ao depositum fidei que recebemos dos Apóstolos. A firmeza na fé é a base da nossa comunhão, é o fundamento da unidade dos cristãos.
O segundo elemento é a comunhão fraterna. Na época da primeira comunidade cristã, bem como em nossos dias, esta é a expressão mais tangível, especialmente para o mundo exterior, da unidade entre os discípulos do Senhor. Lemos nos Atos dos Apóstolos - e o escutamos - que os primeiros cristãos tinham tudo em comum, e quem tinha bens e haveres, vendia-os para ajudar os necessitados (cf. At 2,44-45). Esta comunhão dos próprios bens encontrou, na história da Igreja, novas formas de expressão. Uma delas, em particular, é o relacionamento fraterno e de amizade construído entre cristãos de diferentes confissões. A história do movimento ecumênico é marcada por dificuldades e incertezas, mas é também uma história de fraternidade, de colaboração e de comunhão humana e espiritual, que alterou significativamente as relações entre os crentes no Senhor Jesus: todos nós estamos empenhados em continuar neste caminho. O segundo elemento é, portanto, a comunhão, que é acima de tudo comunhão com Deus através da fé, mas a comunhão com Deus cria a comunhão entre nós e se traduz necessariamente na comunhão concreta sobre a qual fala o livro dos Atos dos Apóstolos, ou seja, a comunhão plena. Ninguém na comunidade cristã deve passar fome, ninguém deve ser pobre: é uma obrigação fundamental. Comunhão com Deus, feita carne na comunhão fraterna, traduz-se em particular no esforço social, na caridade cristã, na justiça.
Terceiro elemento. Na vida da primeira comunidade de Jerusalém, também foi fundamental o momento da fração do pão, na qual o próprio Senhor está presente com o único sacrifício da cruz, em entrega completa pela vida dos seus amigos: "Este é o meu corpo entregue em sacrifício por vós... este é o cálice do meu Sangue... derramado por vós". "A Igreja vive da Eucaristia. Esta verdade não exprime apenas uma experiência diária de fé, mas contém em síntese o coração do mistério da Igreja "(encíclica Ecclesia de Eucharistia, 1). A comunhão no sacrifício de Cristo é o ponto culminante de nossa união com Deus e, portanto, também representa a plenitude da unidade dos discípulos de Cristo, a plena comunhão. Durante esta semana de oração pela unidade, está particularmente vivo o lamento pela impossibilidade de partilhar a mesma mesa eucarística, um sinal de que ainda estamos longe de alcançar a unidade pela qual Cristo orou. Esta experiência dolorosa, que confere uma dimensão penitencial à nossa oração, deve se tornar uma fonte de um esforço mais generoso ainda, por parte de todos, visando a eliminar todos os obstáculos à plena comunhão, para que chegue o dia em que seja possível reunir-se em torno da mesa do Senhor, partir juntos o Pão eucarístico e beber todos do mesmo cálice.
Finalmente, a oração - ou, como diz Lucas, "as orações" - é a quarta característica da Igreja primitiva de Jerusalém, descrita nos Atos dos Apóstolos. A oração é, desde sempre, uma atitude constante dos discípulos de Cristo, que acompanha sua vida diária em obediência à vontade de Deus, como testemunham também as palavras do apóstolo Paulo, escrevendo aos tessalonicenses, em sua primeira carta: "Estai sempre alegres. Orai sem cessar. Dai graças a Deus em todos os momentos: isso é o que Deus quer de todos vós, em Cristo Jesus" (1 Tes 5, 16-18; cf. Ef 6,18). A oração cristã, participação na oração de Jesus, é por excelência uma experiência filial, como testemunham as palavras do Pai Nosso, a oração da família - o "nós" dos Filhos de Deus, dos irmãos e irmãs - que fala a um Pai comum. Estar em oração implica, portanto, abrir-se à fraternidade. Só no "nós," podemos dizer "Pai Nosso". Abramo-nos à fraternidade que deriva de ser filhos de um Pai celeste e, portanto, a estar dispostos ao perdão e à reconciliação.
Queridos irmãos e irmãs, como discípulos do Senhor, temos uma responsabilidade comum para com o mundo, devemos fazer um serviço comum: como a primeira comunidade cristã de Jerusalém, partindo do que já compartilhamos, devemos oferecer um testemunho forte, espiritualmente baseado e apoiado pela razão, do único Deus que se revelou e que nos fala em Cristo, para ser portadores de uma mensagem que oriente e ilumine o caminho do homem da nossa época, frequentemente privado de pontos de referência claros e válidos. É importante, portanto, crescer diariamente no amor mútuo, empenhando-nos em superar essas barreiras que ainda existem entre os cristãos; sentir que há uma verdadeira unidade interior entre todos aqueles que seguem o Senhor; colaborar, tanto quanto possível, trabalhando em conjunto sobre questões ainda abertas; e, acima de tudo, estar cientes de que, neste itinerário, o Senhor deve nos ajudar, tem de ajudar-mos muito ainda, porque sem Ele, sozinhos, sem "permanecer n'Ele", nada podemos fazer (cf. Jo 15,5).
Queridos amigos, mais uma vez, é na oração que nos encontramos reunidos - especialmente nesta semana -, junto a todos aqueles que confessam sua fé em Jesus Cristo, Filho de Deus: perseveremos nela, sejamos pessoas de oração, implorando de Deus o dom da unidade, para que se cumpra no mundo inteiro seu desígnio de salvação e de reconciliação. Obrigado!
[No final da audiência, o Papa cumprimentou os peregrinos em vários idiomas. Em português, disse:]
Queridos irmãos e irmãs:

Estamos celebrando a Semana de Oração pela Unidade dos Cristãos, cujo tema, neste ano, refere-se à experiência da primeira comunidade cristã, descrita nos Atos dos Apóstolos: "Eles eram perseverantes em ouvir o ensinamento dos apóstolos, na comunhão fraterna, na fração do pão e nas orações" (At 2, 42). Aqui encontramos quatro características que definem a primeira comunidade e que constituem uma sólida base para a construção da unidade visível da Igreja: "Escutar o ensinamento dos apóstolos", ou seja, o testemunho da missão, vida, morte e ressurreição do Senhor; "a comunhão fraterna", isto é, dividir os próprios bens, materiais e espirituais; "a fração do pão" - a eucaristia - o ápice da nossa união com Deus e que representa a plenitude da unidade; e, finalmente, "a oração", que deve ser a atitude constante dos discípulos de Cristo. Com efeito, o caminho para a construção da unidade entre os cristãos deve manter no centro a oração: isso nos lembra que a unidade não é um simples fruto da ação humana, mas é, acima de tudo, um dom de Deus.
Amados peregrinos de língua portuguesa, sede bem-vindos! A todos saúdo com grande afeto e alegria, exortando-vos a perseverar na oração, pedindo a Deus o dom da unidade, a fim de que se cumpra no mundo inteiro o seu desígnio de salvação! Ide em paz!
[Tradução: Aline Banchieri.
© Libreria Editrice Vaticana]

Benedetto XVI : invita ad “avere la massima cura pastorale” nella preparazione e ammissione al matrimonio, lamentando il fatto che spesso i corsi prematrimoniali, l'esame degli sposi, le pubblicazioni e gli altri mezzi opportuni per compiere le necessarie investigazioni, sono visti come “adempimenti di natura esclusivamente formale”. Infatti – osserva - è diffusa la mentalità che, “nell'ammettere le coppie al matrimonio, i pastori dovrebbero procedere con larghezza, essendo in gioco il diritto naturale delle persone a sposarsi”

 Massima cura pastorale per la preparazione e ammissione al matrimonio: così il Papa alla Sacra Rota

Occorre “avere la massima cura pastorale” riguardo alla preparazione e ammissione al matrimonio perché coloro che intendono sposarsi sono i primi interessati a celebrare un matrimonio valido. E’ quanto ha detto il Papa stamani, ricevendo i componenti della Sacra Rota Romana per l’inaugurazione dell’Anno giudiziario. Benedetto XVI ha quindi esortato a sviluppare un’efficace azione pastorale volta a prevenire le nullità matrimoniali. Ce ne parla Sergio Centofanti.

Di fronte all’attuale crisi della famiglia il Papa invita ad “avere la massima cura pastorale” nella preparazione e ammissione al matrimonio, lamentando il fatto che spesso i corsi prematrimoniali, l'esame degli sposi, le pubblicazioni e gli altri mezzi opportuni per compiere le necessarie investigazioni, sono visti come “adempimenti di natura esclusivamente formale”. Infatti – osserva - è diffusa la mentalità che, “nell'ammettere le coppie al matrimonio, i pastori dovrebbero procedere con larghezza, essendo in gioco il diritto naturale delle persone a sposarsi”. Benedetto XVI esorta a lasciarsi guidare dall’amore per la verità nel considerare lo ius connubii, ovvero il diritto a sposarsi:

“Non si tratta, cioè, di una pretesa soggettiva che debba essere soddisfatta dai pastori mediante un mero riconoscimento formale, indipendentemente dal contenuto effettivo dell'unione. Il diritto a contrarre matrimonio presuppone che si possa e si intenda celebrarlo davvero, dunque nella verità della sua essenza così come è insegnata dalla Chiesa. Nessuno può vantare il diritto a una cerimonia nuziale. Lo ius connubii, infatti, si riferisce al diritto di celebrare un autentico matrimonio”.

Per ammettere al matrimonio sarà perciò necessaria una seria verifica delle convinzioni dei fidanzati circa gli impegni irrinunciabili per la validità del sacramento:

“Un serio discernimento a questo riguardo potrà evitare che impulsi emotivi o ragioni superficiali inducano i due giovani ad assumere responsabilità che non sapranno poi onorare”.

I fidanzati, cioè, devono essere messi in grado di scoprire la verità della loro vocazione al matrimonio con le sue caratteristiche di unità e indissolubilità. Importante in questo contesto è l'esame prematrimoniale che non deve essere considerato un mero “passaggio burocratico”:

“Si tratta invece di un'occasione pastorale unica - da valorizzare con tutta la serietà e l’attenzione che richiede - nella quale, attraverso un dialogo pieno di rispetto e di cordialità, il pastore cerca di aiutare la persona a porsi seriamente dinanzi alla verità su se stessa e sulla propria vocazione umana e cristiana al matrimonio. In questo senso il dialogo, sempre condotto separatamente con ciascuno dei due fidanzati - senza sminuire la convenienza di altri colloqui con la coppia - richiede un clima di piena sincerità, nel quale si dovrebbe far leva sul fatto che gli stessi contraenti sono i primi interessati e i primi obbligati in coscienza a celebrare un matrimonio valido”.

In questo modo “si può sviluppare un'efficace azione pastorale volta alla prevenzione delle nullità matrimoniali”:

“Bisogna adoperarsi affinché si interrompa, nella misura del possibile, il circolo vizioso che spesso si verifica tra un'ammissione scontata al matrimonio, senza un’adeguata preparazione e un esame serio dei requisiti previsti per la sua celebrazione, e una dichiarazione giudiziaria talvolta altrettanto facile, ma di segno inverso, in cui lo stesso matrimonio viene considerato nullo solamente in base alla costatazione del suo fallimento”.

Il Papa invita tutti coloro che agiscono nella pastorale familiare ad una forte presa di coscienza circa la responsabilità in questa materia. Esorta poi i tribunali ecclesiastici a trasmettere “un messaggio univoco circa ciò che è essenziale nel matrimonio, in sintonia con il Magistero e la legge canonica, parlando ad una sola voce”. Ribadisce quindi la “necessità di giudicare rettamente le cause relative all'incapacità consensuale”:

“La questione continua ad essere molto attuale, e purtroppo permangono ancora posizioni non corrette, come quella di identificare la discrezione di giudizio richiesta per il matrimonio con l’auspicata prudenza nella decisione di sposarsi, confondendo così una questione di capacità con un'altra che non intacca la validità, poiché concerne il grado di saggezza pratica con cui si è presa una decisione che è, comunque, veramente matrimoniale. Più grave ancora sarebbe il fraintendimento se si volesse attribuire efficacia invalidante alle scelte imprudenti compiute durante la vita matrimoniale”.

Il pericolo - rileva - è “quello di cercare dei motivi di nullità nei comportamenti che non riguardano la costituzione del vincolo coniugale bensì la sua realizzazione nella vita. Bisogna resistere alla tentazione di trasformare le semplici mancanze degli sposi nella loro esistenza coniugale in difetti di consenso”.

Il Papa conclude le sue riflessioni invitando a superare l’apparente contrapposizione tra il diritto e la pastorale, perché - come diceva Giovanni Paolo II - “non è vero che per essere più pastorale il diritto debba rendersi meno giuridico”. La dimensione giuridica e quella pastorale, infatti, “sono inseparabilmente unite nella Chiesa pellegrina su questa terra”, in quanto “vi è una loro armonia derivante dalla comune finalità: la salvezza delle anime”.

© Copyright Radio Vaticana

Mons. Athanasius Schneider : C’è dunque davvero bisogno di un Sillabo conciliare con valore dottrinale ed inoltre c’è il bisogno dell’aumento del numero di pastori santi, coraggiosi e profondamente radicati nella tradizione della Chiesa, privi di ogni specie di mentalità di rottura sia in campo dottrinale, sia in campo liturgico. Questi due elementi costituiscono l’indispensabile condizione affinché la confusione dottrinale, liturgica e pastorale diminuisca notevolmente e l’opera pastorale del Concilio Vaticano II possa portare molti e durevoli frutti nello spirito della tradizione, che ci collega con lo spirito che ha regnato in ogni tempo, dappertutto e in tutti veri figli della Chiesa cattolica, che è l’unica e la vera Chiesa di Dio sulla terr

"L’altro impedimento si manifestava nella mancanza di sapienti e allo stesso tempo intrepidi pastori della Chiesa che fossero pronti a difendere la purezza e l’integrità della fede e della vita liturgica e pastorale, non lasciandosi influenzare né dalla lode né dal timore.

Già il Concilio di Trento affermava in uno dei suoi ultimi decreti sulla riforma generale della Chiesa: “Il santo sinodo, scosso dai tanti gravissimi mali che travagliano la Chiesa, non può non ricordare che la cosa più necessaria alla Chiesa di Dio è scegliere pastori ottimi e idonei; a maggior ragione, in quanto il signore nostro Gesù Cristo chiederà conto del sangue di quelle pecore che dovessero perire a causa del cattivo governo di pastori negligenti e immemori del loro dovere” (Sessione XXIV, Decreto "de reformatione", can. 1).

Il Concilio proseguiva: “Quanto a tutti coloro che per qualunque ragione hanno da parte della Santa Sede qualche diritto per intervenire nella promozione dei futuri prelati o a quelli che vi prendono parte in altro modo il santo Concilio li esorta e li ammonisce perché si ricordino anzitutto che essi non possono fare nulla di più utile per la gloria di Dio e la salvezza dei popoli che impegnarsi a scegliere pastori buoni e idonei a governare la Chiesa”.

C’è dunque davvero bisogno di un Sillabo conciliare con valore dottrinale ed inoltre c’è il bisogno dell’aumento del numero di pastori santi, coraggiosi e profondamente radicati nella tradizione della Chiesa, privi di ogni specie di mentalità di rottura sia in campo dottrinale, sia in campo liturgico.

Questi due elementi costituiscono l’indispensabile condizione affinché la confusione dottrinale, liturgica e pastorale diminuisca notevolmente e l’opera pastorale del Concilio Vaticano II possa portare molti e durevoli frutti nello spirito della tradizione, che ci collega con lo spirito che ha regnato in ogni tempo, dappertutto e in tutti veri figli della Chiesa cattolica, che è l’unica e la vera Chiesa di Dio sulla terra"

 
DE:una Fides

sexta-feira, 21 de janeiro de 2011

MONSEÑOR D. MANUEL UREÑA, ARZOBISPO DE ZARAGOZA, OFICIA LA SANTA MISA TRADICIONAL : Acompañaron al Arzobispo nada menos que mil doscientos fieles que abarrotaron el templo en la Parroquia de Santa María la Mayor, en Épila, Zaragoza.


Con inmenso gozo, informamos a todos nuestros lectores y amigos, que por vez primera desde la promulgación de Summorum Pontificum, un Obispo ha oficiado en España la Santa Misa Tradicional.
Según hemos podido saber a través de nuestros amigos de Una Voce Málaga, Monseñor don Manuel Ureña Pastor, Arzobispo de Zaragoza, ofició la Santa Misa Pontifical de Réquiem, con arreglo a la Forma Extraordinaria del Rito Romano, el pasado 15 de enero en la Parroquia de Santa María la Mayor, en Épila, Zaragoza. Se conmemoraba, además, el fin de las obras de restauración, y la culminación de la iglesia, cuya edificación comenzó en 1726.
Ejercieron los ministerios de diácono y subdiácono don Miguel Ángel Barco, Párroco de Épila, y don Norvey Artunduaga, Vicario parroquial.
Acompañaron al Arzobispo nada menos que mil doscientos fieles que abarrotaron el templo. Además de numerosas autoridades: el Subdelegado del Gobierno en Aragón, los Consejeros de Presidencia y Obras Públicas del Gobierno de Aragón, el Presidente de la Diputación Provincial y el Alcalde de Épila, junto a otras autoridades eclesiásticas, civiles y militares.
El Orfeón Donostiarra y la Orquesta Sinfónica del Reino de Aragón interpretaron la Misa de Réquiem del compositor Mariano Rodríguez de Ledesma, de 1819, compuesta en origen para el funeral de la Reina Isabel de Braganza.
A continuación les ofrecemos alguna fotografía de la ceremonia.







LA FORMA EXTRAORDINARIA COMIENZA A CELEBRARSE EN LA CAPITAL DE CROACIA


Según informa el blog Rorate Caeli, el cardenal Arzobispo de Zagreb (Croacia), monseñor Josip Bozanić, atendiendo las peticiones de algunos fieles, ha dispuesto que la forma extraordinaria de la santa Misa comience a celebrarse con regularidad en la capital de Croacia, a partir del próximo 20 de febrero. El lugar escogido es la Iglesia de San Martín en Zagreb (Vlaška, 36), donde se celebrará todos los domingos y fiestas de precepto a las 11.30 h de la mañana. Oficiará monseñor Stanislav Vitković.
DE:http://hocsigno.wordpress.com/

Convegno di Roma sul Concilio. Don Florian Kolfhaus: Il magistero pastorale del Concilio Vaticano II : "Nei decreti e nelle dichiarazioni non si tratta dell’affermazione magisteriale di verità, bensì dell’agire pratico, cioè della pastorale come conseguenza della dottrina. Nella teologia manca un concetto per questo magistero pastorale […]. Non si può fare a meno di rimproverare a certi teologi "moderni" un atteggiamento conservatore, poiché essi non di rado guardano ai decreti e alle dichiarazioni del Vaticano II come a testi dogmatici, che definiscono "nuove" verità. Il Concilio stesso non voleva questo".


  http://fratresinunum.files.wordpress.com/2008/11/vat2-1.jpg


Don Florian Kolfhaus parla come rappresentante della Segreteria di Stato. Il titolo completo della relazione è: "Insegnamento pastorale motivo fondamentale del Vaticano II. Ricerche su Unitatis redintegratio, Dignitatis humanae e Nostra aetate". Egli parte dalla considerazione che "Il Concilio Vaticano II voleva essere un concilio pastorale, cioè orientato alle necessità del suo tempo, rivolto all’ordine della prassi. Il cardinal Ratzinger già nel 1988 davanti ai vescovi del Cile affermava che il Concilio stesso non ha definito alcun dogma e volle coscientemente esprimersi a un livello inferiore, come concilio puramente pastorale". Tuttavia, proprio questo "concilio pastorale" – proseguiva il cardinal Ratzinger – viene interpretato "come se fosse quasi un superdogma, che priva di significato tutti gli altri concili". Del resto, è ormai chiaro che molti difendono il carattere vincolante e il significato del Vaticano II - che non mancano -, ma solo pochi ricordano i venti concili dogmatici precedenti. È per questo che si registra una sorta di timore di un arretramento rispetto al Concilio e di una sua arbitraria svalutazione. Il nostro contesto e le nostre riflessioni non vogliono arrivare a questo, ma solo far luce sugli eventi, sulla loro portata e significato e su dove ci stanno portando...

In effetti, quello che finora è l’ultimo concilio può essere rettamente compreso solo se rimane inserito nel magistero vivo di tutti i precedenti. E tuttavia, è innegabile che esso non è riconducibile a nessun precedente. Su questo tutti possono convenire, sia pure da diverse posizioni e valutazioni. Nessun nuovo dogma, nessun solenne anatema, differenti categorie di documenti rispetto ai concili precedenti; ma, ferma restando la sua legittimità ed autorità, la centralità della problematica che ne deriva sta nella tensione creata dal concetto di "Concilio pastorale" o di "Magistero pastorale", per effetto del nuovo tipo di concilio introdotto sul piano della prassi anziché su quello concettuale.

Non viene messo in discussione il carattere vincolante del Magistero, che esige consenso e obbedienza -sia pure non vincolante- anche quando non si tratta di dogmi, ma piuttosto il fatto se il Magistero, inteso come esercizio del "munus determinandi", sia riconoscibile in tutti i documenti. Don Kolfhaus così esprime il quesito: "Il Concilio non ha proclamato nessun nuovo dogma, ma ha forse esercitato un magistero paragonabile a quello del Papa nelle sue encicliche?", e così risponde: "Nei decreti e nelle dichiarazioni non si tratta dell’affermazione magisteriale di verità, bensì dell’agire pratico, cioè della pastorale come conseguenza della dottrina. Nella teologia manca un concetto per questo magistero pastorale […]. Non si può fare a meno di rimproverare a certi teologi "moderni" un atteggiamento conservatore, poiché essi non di rado guardano ai decreti e alle dichiarazioni del Vaticano II come a testi dogmatici, che definiscono "nuove" verità. Il Concilio stesso non voleva questo".

Ed è proprio questo il grande problema che deve essere affrontato e risolto. È ora ineludibile mettere ordine e delineare le diverse terminologie per fare, innanzitutto, un distinguo fra "magistero dottrinale", "magistero disciplinare", "magistero pastorale" e dunque definire il "Concilio pastorale", l’unico della Storia della Chiesa... Molto chiara la distinzione tra le diverse categorie di documenti, che ci riallaccia ai differenti "livelli" di mons. Gherardini. Insomma secondo la efficace sintesi di p. Lanzetta: "le principali dottrine del Vaticano II, quelle riguardanti il dialogo interreligioso, l’ecumenismo e la libertà religiosa, che sono poi quelle che hanno maggiormente catalizzato l’attenzione, non dovrebbero definirsi propriamente “dottrine” ma piuttosto “insegnamenti” (sono decreti e dichiarazioni) pastorali (come precisato dagli stessi padri conciliari) per i quali siamo ancora in ricerca di una categoria teologica per qualificarne il magistero, che sicuramente non è né dogmatico né disciplinare. Don Kolfhaus propone la qualifica di munus praedicandi: un insegnamento che, come ad esempio un’omelia, riguarda temi dottrinali, ma il tenore e la stessa proposizione sono di indirizzo eminentemente pastorale, vincolanti ma non infallibili".

Interessante la notazione iniziale, a braccio, che la scienza e anche la teologia si fa sine ira et studio, invece il problema del Concilio viene trattato cum ira et studio... Interessante anche notare che nella distinzione tra le differenti categorie di documenti possiamo cogliere una novità che non consente di considerare il Concilio come un blocco.

Di seguito il testo della Relazione in:
http://chiesaepostconcilio.blogspot.com/2011/01/convegno-di-roma-sul-concilio-don.html

First Usus Antiquior Mass Offered by Spanish Bishop : This 15th of January H.E. The Most Rev. Manuel Ureña Pastor, Archbishop of Saragossa, celebrated a solemn requiem in the usus antiquior in the parish church of Epila in his diocese. This is the first time a Spanish bishop has offered the holy sacrifice of the Mass in the Extraordinary Form in Spain since the promulgation of Summorum Pontificum.

 

  The Mass, which was also concluding the restauration works which had been carried out in the church, was attended by 1,200 faihtful, including various government representatives. The Misa de Réquiem by Mariano Rodríguez de Ledesma was sung. Msgr. Ureña had celebrated a burial according to the usus antiquior books in the same church last year, cf. NLM article here.






Photos and information: Una Voce Málaga
DE:newliturgical movement

segunda-feira, 17 de janeiro de 2011

LOS SACRAMENTALES

 

I. QUÉ SON LOS SACRAMENTALES.- "Los Sacramentales - dice el Derecho Canónico- son cosas o acciones, de las cuales suele usar la Iglesia, a semejanza en cierto modo de los Sacramentos, para obtener, con la eficacia de su impetración, algunos efectos, principalmente espirituales".

Entre las cosas que son sacramentales, se cuentan los cirios benditos, las palmas, las medallas, los escapularios, la sal, el pan, etc; y entre las acciones: la señal de la cruz, la recitación de "Confietor", etc.

Su eficacia le viene de la dignidad y mérito de la Iglesia, que ha sido quien los ha instituído en virtud de la autoridad recibida de Jesucristo.

Aunque también son Sacramentales, en el verdadero sentido de la palabra, los ritos que se usan en la administración de los Sacramentos, hoy suele reservarse esa denominación para los ritos ajenos a los Sacramentos.

Los Sacramentales no son de institución divina, sino eclesiástica, y solamente a la Sede Apostólica le compete crear otros nuevos, abolir los existentes, cambiarlos y darles la interpretación auténtica.


II. SUS EFECTOS.- Según los teólogos los Sacramentales tienen la virtud especial:


De dedicar las personas y las cosas al culto divino, y esto lo producen infaliblemente como "ex ópere operato", por el solo hecho de usar un rito establecido por la Iglesia a ese objeto.

Así, por ejemplo, un abad, un cementerio, una imagen, etc; por el mero hecho de ser bendecidos son el rito establecido por la Iglesia, infaliblemente quedan dedicados a Dios.


De arrojar o reprimir los demonios, y esto por via de impetración, ya que las oraciones de la Iglesia son dignas de ser atendidas.

Es cierto que alguna influencia ejercen siempre los Sacramentales sobre los demonios, si bien, cuando se trata v. gr. de la verdadera obsesión , no siempre logran expulsarlos de hecho.


De alcanzar algún beneficio temporal, como la salud o la mejoría de alguna enfermedad, pero no infaliblemente, sino en cuanto puede convenir a la salvaión del alma.

A eso tienden, entre otras, las bendiciones de los enfermos, tanto de personas como de animales. Este efecto se produce de diverso modo: o bien preservando al hombre o a sus bienes, por especial providencia de Dios, de males futuros; o bien librándoles de males presentes, v. gr. de la enfermedad; o bien otorgándoles un bienestar temporal.


De comunicar gracias actuales, en virtud de la impetración de la Iglesia.

Se entiende de las gracias necesarias para desempeñar dignamente el oficio recibido en virtud de algún Sacramento, como sucede por ejemplo en la bendición d eun abad, en las Ordens menores, etc.


De perdonar el pecado venial, y esto, según la opinión más común de los teólogos, excitando píos movimientos con los cuales se alcanza la remisión de la culpa.

Así, uno que reza el "Confíteor" o el "Padrenuestro", o se da golpes de pecho, o se persigna con agua bendita, etc; con algún arrepentimiento, puede alcanzar el perón de algún pecado venial; y asimismo puede alcanzarlo, quien recibe v. gr. la bendición episcopal, la aspersión, etc; en espíritu de reverencia para con Dios o las cosas divinas.


De remitir la pena temporal, si bien esto es muy discutible.

Dice Santo Tomás que "el reato de la pena se perdona solamente en la medida del fervor que uno tiene para con Dios, fervor que se excita por los Sacramentales, unas veces más, otras menos"


Adviértase que no todos los Sacramentales producen todos los efectos señalados, sino que cada uno produce aquellos para los cuales ha sido instituído por la Iglesia. Los efectos propios de cada Sacramental se deducen ora de su institución, ora del tenor de las fórmulas de oración que usa la liturgia al administrarlos.


*Fuente: La flor de la Liturgia. R.P. Andrés Azcárate.

domingo, 16 de janeiro de 2011

* Iota Unum - Romano Amerio; Chapter I: The Crisis. ... * Apresentamos a nossos leitores, o livro Iota Unum ... * ROMANO AMERIO, IOTA UNUM, CAPITULO XI MOVIMIENTOS... * Pope Benedict XVI signed a decree on Friday attrib... * Benoît XVI est revenu sur la béatification de Jean... * Benedikt XVI. erinnerte an das Thema seiner Botsch... * Bento XVI disse que no próximo dia 1 de Maio terá ... * LIBERALISMO Y CATOLICISMO , da una perfecta idea ... * La Sainte Messe : Elle est « le soleil des exercic...


Iota Unum - Romano Amerio; Chapter I: The Crisis. Chapter II: Historical Sketch: The Crises Of The Church. CHAPTER III: The Preparation of The Council. CHAPTER IV: The Course of The Council. CHAPTER V: The Post-Conciliar Period


Iota Unum
Chapter I: The Crisis
  1. Methodological and linguistic definitions.
  2. Denial of the crisis.
  3. The error of secondary Christianity.
  4. The crisis as failure to adapt.
  5. Adapting the Church's contradiction of the world.
  6. Further denial of the crisis.
  7. The Pope recognizes the loss of direction.
  8. Pseudo-positivity of the crisis. False philosophy of religion.
  9. Further admissions of a crisis.
  10. Positive interpretation of the crisis. False philosophy of religion.
  11. Further false philosophy of religion.
Chapter II: Historical Sketch: The Crises Of The Church
  1. The crises of the Church: Jerusalem (50 A.D.).
  2. The Nicene crisis (325 A.D.).
  3. The deviations of the Middle Ages.
  4. The crisis of the Lutheran secession. The breadth of the Christian ideal.
  5. Further breadth of the Christian ideal. Its limits.
  6. The denial of the Catholic principle in Lutheran doctrine.
  7. Luther's heresy, continued. The bull Exsurge Domine.
  8. The principle of independence and abuses in die Church.
  9. Why casuistry did not create a crisis in the Church.
  10. The revolution in France.
  11. The principle of independence. The Auctorem Fidei.
  12. The crisis of the Church during the French Revolution.
  13. The Syllabus of Pius IX.
  14. The spirit of the age. Alexander Manzoni.
  15. The modernist crisis. The second Syllabus.
  16. The pre-conciliar crisis and the third Syllabus.
  17. Humani Generis (1950).


CHAPTER III: The Preparation of The Council
  1. The Second Vatican Council. Its preparation.
  2. Paradoxical outcome of the Council.
  3. Paradoxical outcome of the Council, continued. The Roman Synod.
  4. Paradoxical outcome of the Council, continued. Veterum Sapientia.
  5. The aims of the First Vatican Council.
  6. The aims of Vatican II. Pastorality.
  7. Expectations concerning the Council.
  8. Cardinal Montini’s forecasts. His minimalism.
  9. Catastrophal predictions.
CHAPTER IV: The Course of The Council
  1. The opening address. Antagonism with the world. Freedom of the Church.
  2. The opening speech. Ambiguities of text and meaning.
  3. The opening speech. A new attitude towards error.
  4. Rejection of the council preparations. The breaking of the council rules.
  5. The breaking of the Council’s legal framework, continued.
  6. Consequences of breaking the legal framework. Whether there was a conspiracy.
  7. Papal action at Vatican II. The Notapraevia.
  8. Further papal action at Vatican II. Interventions on mariological doctrine. On missions. On the moral law of marriage.
  9. Synthesis of the council in the closing speech of the fourth session. Comparison with St. Pius X. Church and world.
CHAPTER V: The Post-Conciliar Period
  1. Leaving the Council behind. The spirit of the Council.
  2. Leaving the Council behind. Ambiguous character of the conciliar texts. 
  3. Novel hermeneutic of the Council. Semantic change. The word “dialogue.”
  4. Novel hermeneutic of the Council, continued. “Circiterisms.” Use of the conjunction “but.” Deepening understanding.
  5. Features of the post-conciliar period. The universality of the change.
  6. The post-conciliar period, continued. The New Man. Gaudium et Spes 30. Depth of the change.
  7. Impossibility of radical change in the Church.
  8. The impossibility of radical newness, continued.
  9. The denigration of the historical Church. 
  10. Critique of the denigration of the Church.
  11. False view of the early Church. 
  12.  
  13. DE: http://www.sspxasia.com/Documents/books/Iota_Unum/index.htm
  14.