Los reformadores protestantes eran particularmente sensibles al simbolismo de las ceremonias litúrgicas, por lo que se prestó una atención especial a la eliminación de todo lo que podría perpetuar la creencia en un sacerdocio sacrifical y la posesión de poderes negados a los laicos, o en la presencia real de Cristo en el sacramento.
En 1549 Cranmer en su Servicio de Comunión, permitió que el sacramento fuera colocado por el ministro en la lengua del comulgante. Esto fue duramente criticado por Martín Bucero, quien exigió que se debiera dar la Comunión en la mano. Cranmer atendió la queja y cambió la rúbrica para su libro de oración de 1552, poniéndola en consonancia con la práctica protestante en el continente. Las razones que Bucero da para insistir en este cambio son bastante claras:
“No veo cómo la séptima sección que requiere que el pan del Señor no sea puesto en la mano sino en la boca del receptor, pueda ser consistente. Ciertamente, la razón dada en esta sección, se dice, es que no sea que los que reciben el pan del Señor no lo coman, sino que se lo lleven con ellos para darle un mal uso de superstición o de horrible maldad, no es, me parece a mí, concluyente, porque el ministro puede ver fácilmente cuando pone el pan en la mano si se come o no. De hecho, no tengo ninguna duda de que este uso de no poner el sacramento en las manos de los fieles se ha introducido por una doble superstición: en primer lugar, el falso honor que se desea mostrar a este sacramento, y en segundo lugar, la arrogancia de los malvados sacerdotes que reclaman mayor santidad que la de la gente de Cristo, en virtud de el óleo de su consagración. El Señor sin duda dio estos, sus símbolos sagrados, en las manos de los Apóstoles y nadie que haya leído los documentos de los antiguos puede poner en duda que este fue el uso observado en las iglesias hasta el advenimiento del Anticristo Romano.“
“Como consecuencia, toda superstición del Anticristo Romano se debe detestar y la sencillez de Cristo y los Apóstoles y las antiguas Iglesias, recordar. Yo quisiera que a los pastores y a los maestros de la gente les sea ordenado ser fieles a enseñar a la gente que es supersticioso y malvado pensar que las manos de aquellos que verdaderamente creen en Cristo son menos puras que sus bocas, o que las manos de los ministros son más santas que las manos de los laicos, de modo que sería malo o menos adecuado, como antes se creía erróneamente por la gente común, que los laicos reciban estos sacramentos en la mano, y por lo tanto que se eliminen las indicaciones de esta creencia malvada —– como que los ministros pueden tomar con la mano el sacramento, pero no permitir a los laicos hacerlo y en lugar poner los sacramentos en la boca —– que no sólo es ajeno a lo que fue instituido por el Señor, sino ofensivo para la razón humana.”
“De esta forma los hombres buenos serán fácilmente llevados al punto de todos recibir los símbolos sagrados en la mano, la conformidad en la recepción se mantendrá, y habrá precauciones contra todos los abusos furtivos de los sacramentos. Porque, aunque se puede dar por un tiempo la concesión para aquellos cuya fe es débil, dándoles los sacramentos en la boca cuando lo deseen, si son cuidadosamente enseñados pronto se conformarán con el resto de la Iglesia y tomarán los sacramentos en la mano. ” 21
Cabe señalar aquí que la consagración de las manos del sacerdote es vista como indicador del privilegio del manejo de la hostia, algo negado en documentos de propaganda tal como “Tomar y Comer”. El hecho de que los reformadores protestantes hayan introducido la comunión en la mano específicamente para negar la doctrina católica sobre el sacerdocio y la presencia real, le dio a la práctica un significado anti-católico a partir de ese momento. Esta era una significación que no poseían en los primeros siglos.
Esta práctica es, pues, totalmente inaceptable en el culto católico y nunca puede ser aceptable. Los protestantes contemporáneos ciertamente no cambiarán a la recepción de la Comunión en la lengua para dar cabida a los católicos, y así, en aras de un falso ecumenismo, los católicos están obligados a aceptar lo que es ahora una práctica específicamente protestante a fin de eliminar cualquier vestigio del respeto externo para el Santísimo Sacramento que aquellos que consideran que no es más que pan, encuentran ofensivo. Esto es algo que no nos debe sorprender —– es simplemente una continuación lógica del modelo que se inició con la destrucción de la Misa de San Pío V.