La decisión de Benedicto XVI de declarar Venerable a Pío XII es un acto de justicia por parte del Papa. Sería desconocer a este Papa el pensar que dejaría de realizar un acto tan justo como el de declarar Venerable a Pío XII por miedo a los medios de comunicación o a las presiones de ciertos rabinos ignorantes o malintencionados(que ni siquiera son la mayoría). Él ha hecho lo que ha visto que era de justicia, y realmente lo es. Y los susodichos rabinos han empezado a dar la matraca en contra de la decisión papal, como se esperaba, pero la justicia es la justicia.
Cuando Pablo VI anunció durante el Concilio el propósito de comenzar la causa de Canonización de su predecesor Juan XXIII, anunció a la vez el comienzo de la causa de Pío XII, uniendo estrechamente dichas causas, una de las cuales confió a los Dominicos y la otra a los Jesuítas. Se concluyó mucho antes la de Juan XXIII, porque realmente era más fácil, y sirvió su beatificación para quitarse en el Vaticano un problema que no sabían como resolver para no quedar mal con el estado italiano, esto es, la beatificación de Pío IX. Realizadas ambas Beatificaciones, quedaba esperar el final de la causa de Pío XII, que ha sido lenta y fatigosa, pero que ha concluido en tiempo bastante oportuno para poder hacerla a coincidir con otra declaración de Venerable -y quizás también con la Beatificación- de Juan Pablo II, que a todos parecerá bien y en principio no atraerá ninguna crítica.
Son coincidencias (aunque ha habido que retrasar el decreto de virtudes heroicas de Pío XII un par de años) que ayudan a la Santa Sede a presentar algo tan justo y verdadero como la santidad del Pastor Angélico, pero que pocos quieren escuchar en el mundo progre de hoy. Ha sido tan larga y profunda la leyenda negra que ha rodeado a Pío XII, que parecía que nunca se llegaría su Beatificación. Se necesitaba la valentía de un Papa sin respetos humanos pero con gran respeto a la verdad y el bien de la Iglesia.
El pobre Pío XII ha tenido que aguantar de todo en los últimos años, aunque desde el cielo imagino que le habrá importado poco. Las mentiras más gordas se han dicho sobre él sin ningún pudor, y temo que en los próximos meses serán repetidas por el coro de los periodistas mediocres que pueblan la faz de la tierra (que no son todos, por supuesto, pero sí son muchos). Y, sin embargo, si quisieran averiguar la verdad la podrían encontrar facilmente.
¿Cuál es la verdad? Pues que cuando Pio XII murió, el mundo entero lloró su tránsito a la casa del Padre, los católicos nos enorgullecíamos de este papa grande y las comunidades hebreas manifestaban abiertamente su aprecio y reconocimiento por haber salvado a muchos judíos de la deportación y de la muerte. El presidente estadounidense Eisenhower –de confesión presbiteriana– declaró: “El mundo ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pío XII. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad”. Golda Meir, ministra israelí de Asuntos Exteriores, dijo: “Lloramos a un gran servidor de la paz que levantó su voz por las víctimas cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo”. El político de izquierda y ex primer ministro francés Mendès-France –de origen judío- afirmó: “Quienquiera que se ha acercado al Papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado”. El rabino jefe de Londres, doctor Brodie, en un mensaje enviado al arzobispo de Westminster, escribió: “Nosotros miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia, ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos de la persecución”. El mariscal Bernard Law Montgomery –protestante convencido- declaró al diario Sunday Times: “Siento un inmenso respeto y admiración por Pio XII. Era un hombre sencillo y amigable que irradiaba amor y caridad.” Incluso el liberal gobernador del Estado de Nueva York, Haverell Harriman, afirmó: “Como ningún otro hombre de nuestro tiempo y como pocos hombres en la historia, ha sabido asumir en la santidad los principios de la humanidad”.
Y todos estos halagos no están carentes de fundamento histórico.Así, según el historiador judío Emilio Pinchas Lapide, que fue cónsul de Israel en Milán, “la Santa Sede, los nuncios y la Iglesia Católica salvaron de la muerte entre 700.000 y 850.000 judíos” (“Three Popes and the Jews”). Pero fue una labor llevada a cabo en su mayor parte de modo discreto y silencioso, millares de historias increíbles y anónimas de caridad cristiana hacia los judíos perseguidos y que solamente en los últimos años están viniendo a la luz. Y de modo más o menos directo, detrás de estas historias está el influjo del Papa Pacelli. Así, por ejemplo, cuando al Cardenal Pietro Palazzini se le concedió después de la guerra la medalla de “Justo entre las Naciones”, por haber salvado a cientos de judíos escondiéndoles en el Seminario Mayor de Roma, él afirmó. “El mérito es todo de Pío XII, que nos pidió que hiciéramos todo lo que pudiéramos para salvar a los judíos de la persecución”.
Luciano Tas, autorizado representante de la comunidad judía romana, escribió: “Si el porcentaje de judíos deportados en Italia no fue tan alto como en otros países, sin duda se debió a la ayuda de la población italiana y concretamente de las instituciones católicas. Centenares de conventos, siguiendo las órdenes que venían del Vaticano, acogieron y escondieron a los judíos, miles de sacerdotes les ayudaron, importantes prelados organizaron una red clandestina para distribuirles documentos falsos, etc” (Historia de los judíos italianos).
El abajo firmante de este artículo y blog vivió durante 4 años de su estancia en Roma en un convento en el que los sacerdotes mayores contaban, con todo detalle, como durante la ocupación nazi de la ciudad llenaron la casa de judíos, a los cuales cedieron sus propias habitaciones y a los cuales, cuando llegaban los registros, escondían entre las bóvedas y el techo de la iglesia. Dichos sacerdotes me contaron, como cosa sabida y normal, que todos los conventos de Roma que pudieron hicieron lo mismo, a veces con gran heroicidad, y que todo venía de la iniciativa de Pío XII.
Siguiendo con la ciudad de Roma, en ella la comunidad judía certificó al acabar la guerra que la iglesia había salvado a 4.447 judíos de la persecución nazi. En una inscripción que se encuentra en el Museo Histórico de la Liberación de Roma y que va dirigida a Pío XII, se puede leer: “El Congreso de los delegados de las comunidades judías italianas, en su primera reunión celebrada en Roma después de la liberación, siente el deber de dedicar un homenaje reverente a Su Santidad y expresarle el profundísimo sentido de agradecimiento que anima a todos los judíos, por las pruebas de fraternidad humana que les dio la Iglesia durante los años de la persecución, cuando su vida estuvo en peligro a causa de la barbarie nazifascista”. En este mismo sentido, Gideon Hausner, procurador israelí en el proceso contra Eichmann, el 18 de octubre de 1961, afirmó: “El clero italiano ayudó a numerosos israelitas y los escondió en los monasterios, y el Papa intervino personalmente a favor de los arrestados por los nazis”.
Los testimonios son innumerables y hacen que surja la pregunta de porqué tanto testimonio clarísimo es olvidado por ciertos historiadores y, por tanto, cuáles intereses les mueven para tergiversar de modo tan descarado la historia. Porque no hacen falta grandes argumentos para desmentirles, es la misma historia la que lo hace. El historiador Renzo De Felice, en su obra “Historia de los judíos italianos bajo el fascismo”, ha escrito: “La ayuda de la Iglesia hacia los judíos fue muy notable e iba creciendo. No fue prestada solamente por los católicos individuales, sino también de muchísimas instituciones católicas. Y esta ayuda, además, era la misma que desde hacía años ya venía prestando la Iglesia en otros países ocupados por los nazis, como era el caso de Francia, Bélgica, Rumania o Hungría, que además de manifestarse en ayudas materiales concretas, intentaba también interceder ante los gobiernos para favorecer a los judíos de esos territorios”.
La Iglesia tuvo que pagar también su precio por esta ayuda a los judíos, y no fue bajo: En toda Europa los religiosos deportados a los campos de concentración fueron más de 5.500 (en Italia fueron 729 sacerdotes), de los cuales la mayoría fueron apresados como represalia por la ayuda de la Iglesia a los judíos. Y a pesar de los riesgos la obra de asistencia fue vasta y eficaz: Solamente el Cardenal de Génova salvó al menos a 800 judíos, y el obispo de la pequeña población de Asís a 300. Y todo esto fue dirigido por el Papa, pues como muchos saben en Roma pero pocos historiadores recuerdan, ya en el 1939, nada más estallar la segunda guerra mundial, el Papa creó en la sección alemana de la oficina de Información del Vaticano otra oficina especial para ayuda a los judíos. Dicha oficina resolvió alrededor de 36.800 casos a favor de los judíos (sobre el trabajo de dicha oficina se han publicado datos fehacientes en el Canadian Jewish Chronicle). La obra de asistencia organizada por el Papa Pacelli era tan conocida en Italia y a nivel mundial que cuando en el 1955 Italia celebró el décimo aniversario de la Liberación, la Unión de las Comunidades Judías italianas proclamó el 17 de abril el “día de la gratitud” en recuerdo de la ayuda proporcionada por el Papa Pío XII durante el periodo de la guerra.
fonte:temas de historia de la Iglesia