Domingo, 8 may (RV).- Benedicto XVI desde ayer por la tarde se encuentra en Venecia tras haber abandonado Aquileia, primera etapa de este su 22 viaje Apostólico por tierras italianas. Esta mañana el Papa se ha trasladado del Patriarcado, atravesando la Plaza de San Marcos al Parque de San Giuliano de Mestre donde ha presidido la celebración de la Santa Misa.
El Santo Padre en la homilía, tras haber saludado a todos los presentes y de manera particular al Patriarca, Card. de Venecia Angelo Scola, ha reflexionado sobre los textos que hoy, Tercer Domingo de Pascua nos propone la liturgia y más detalladamente se ha detenido en el Evangelio en el que se nos narra el episodio de los discípulos de Emaús.
¡Querido hermanos y hermanas! He venido entre vosotros como Obispo de Roma y continuador del ministerio de Pedro, para confirmaros en la fidelidad al Evangelio y en la comunión. He venido para compartir con los Obispos y los Presbíteros el ansia del anuncio misionero, que debe envolvernos a todos en un serio y bien coordinado servicio a la causa del Reino de Dios. Vosotros, hoy aquí presentes, representáis las Comunidades eclesiales nacidas de la Iglesia madre de Aquilea. Como en el pasado, cuando aquellas Iglesias se distinguieron por el fervor apostólico y el dinamismo pastoral, así también hoy es necesario promover y defender con valor la verdad y la unidad de la fe. Es necesario dar cuenta de la esperanza cristiana al hombre moderno, agobiado por vastas e inquietantes problemáticas que ponen en crisis las bases mismas de su ser y actuar
Y tras recordarles que viven “en un contexto en el cual el Cristianismo se presenta como la fe que ha acompañado, por siglos, el camino de tantos pueblos, también a través de las persecuciones y pruebas más duras”, les ha advertido:
Sin embargo, hoy este ser de Cristo corre el riesgo de vaciarse de su verdad y de sus contenidos más profundos; arriesga con convertirse en un horizonte que sólo superficialmente- y en los aspectos más bien sociales y culturales-, abraza la vida; arriesga con reducirse a un cristianismo en el que la experiencia de fe en Jesús crucificado y resucitado no ilumina el camino de la existencia, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy a propósito de los dos discípulos de Emaús, los cuales, luego de la crucifixión de Jesús, regresaban a casa inmersos en la duda, en la tristeza y en la desilusión. Tal actitud tiende, lamentablemente, a difundirse también en vuestro territorio: esto ocurre cuando los discípulos de hoy se alejan de la Jerusalén del Crucificado y del Resucitado, no creyendo más en la potencia y en la presencia viva del Señor
A este punto el Papa ha aludido al “problema del mal, del dolor y del sufrimiento, el problema de la injusticia y del atropello, el miedo a los otros, a los extraños y a los que desde lejos llegan hasta nuestras tierras y parecen atentar contra aquello que somos, lleva a los cristianos de hoy a decir con tristeza: esperábamos que el Señor nos libre del mal, del dolor, del sufrimiento, del miedo, de la injusticia.
Entonces, es menester, para cada uno de nosotros, como ocurrió a los dos discípulos de Emaús, dejarse instruir por Jesús: ante todo escuchando y amando la Palabra de Dios, leída en el Misterio Pascual, para que inflame nuestro corazón e ilumine nuestra mente, nos ayude a interpretar los acontecimientos de la vida y a darles un sentido. Luego es necesario sentarse a la mesa con el Señor, convertirse en sus comensales, para que su presencia humilde en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre nos restituya la mirada de la fe, para mirar todo y a todos con los ojos de Dios, y la luz de su amor. La Eucaristía es la máxima expresión del don que Jesús hace de si mismo y es una constante invitación a vivir nuestra existencia en la lógica eucarística, como un don a Dios y a los demás
Y siempre, aludiendo al Evangelio de hoy sobre la vuelta de los discípulos a Jerusalén para contar la extraordinaria experiencia vivida, Benedicto XVI ha subrayado de nuevo el motivo de su presencia entre ellos y también les ha advertido sobre los peligros que les pueden acechar:
Con mi presencia deseo apoyar vuestra obra e infundir en todos confianza en el intenso programa pastoral puesto en marcha por vuestros pastores, auspiciando un fructífero compromiso por parte de todos los componentes de la Comunidad eclesial. También un pueblo tradicionalmente católico puede advertir en sentido negativo, o asimilar casi de manera inconsciente, los contragolpes de la cultura que termina por insinuar una manera de pensar en la que el mensaje evangélico es abiertamente rechazado u obstaculizado subrepticiamente
Seguidamente el Santo Padre ha aludido a la segunda lectura de hoy en la que el Apóstol Pedro nos invita a comportarnos, “con temor de Dios durante el tiempo de vuestra peregrinación, como extranjeros”.
En los siglos pasados, vuestras Iglesias han conocido una rica tradición de santidad y de generoso servicio a los hermanos, gracias a la obra de vigorosos sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. Si queremos ponernos en escucha de su enseñanza espiritual, no nos es difícil reconocer la llamada personal e inconfundible que ellos nos dirigen: ¡Sed santos! ¡Colocad al centro de vuestra vida a Cristo! Construid sobre Él el edificio de vuestra existencia. En Jesús encontraréis la fuerza para abriros a los demás y para hacer de vosotros mismos, con su ejemplo, un don para la entera humanidad
A este punto el Papa les ha recordado que, “en torno a Aquilea se encontraron unidos pueblos de lenguas y culturas diversas, hechos converger no sólo por exigencias políticas, sobre todo, por la fe en Cristo y de la civilización inspirada en la enseñanza evangélica, la Civilización del Amor.
"Las Iglesias generadas en Aquilea están hoy llamadas a soldar aquella antigua unidad espiritual, en particular a la luz del fenómeno de la inmigración y de las nuevas circunstancias geopolíticas en curso. La fe cristiana puede seguramente contribuir al concretarse en un programa, que interese el armónico e integral desarrollo del hombre y de la sociedad en la que vive. Mi presencia entre vosotros quiere ser, por este motivo, también un vivo apoyo a los esfuerzos que son desplegados para favorecer la solidaridad entre vuestras diócesis del Noreste. Quiere ser, además, un estimulo para cada iniciativa tendiente a la superación de aquellas divisiones que podrían hacer vanas las concretas aspiraciones a la justicia y a la paz”
El Santo Padre ha finalizado su homilía en el Parque de San Giuliano de Mestre manifestando a sus hermanos este deseo:
“Ésta es la oración que dirijo a Dios por todos vosotros, invocando la celeste intercesión de la Virgen María y de los tantos Santos y Beatos, entre los cuales me es grato recordar a san Pío X y al beato Juan XXIII, pero también al venerable Giuseppe Toniolo, cuya beatificación está próxima. Estos luminosos testimonios del Evangelio son la mayor riqueza de vuestro territorio: seguid sus ejemplos y sus enseñanzas, conjugándolas con las exigencias actuales. Tened confianza: el Señor resucitado camina con vosotros ayer hoy y siempre”
Regina Coeli: en María se refleja el rostro luminoso de Cristo, si la seguimos dócilmente, la Virgen nos conduce a Él
Domingo, 8 may (RV).- Al final de la solemne celebración eucarística, Benedicto XVI, dirigiendo la mirada a María, ha pronunciado una breve alocución antes de concluir la plegaria mariana propia del tiempo pascual dedicada a la Madre de Dios: el Regina Coeli.
“En el alba de la Pascua, Ella se vuelve la Madre del Resucitado y su unión con Él es tan profunda que allí donde el Hijo está no puede faltar la presencia de la Madre. En vuestros espléndidos lugares, don y signo de la belleza de Dios, cuántos santuarios, iglesias y capillas están dedicados a María!. En Ella se refleja el rostro luminoso de Cristo. Si la seguimos dócilmente, la Virgen nos conduce a Él”
Seguidamente el Papa les ha pedido que en estos días del tiempo pascual que se dejen conquistar por Cristo resucitado. En Él tiene inicio el nuevo mundo del amor y de la paz que constituye la profunda aspiración de cada corazón humano. Y ha pedido al Señor que les conceda, a quienes habitan en estas tierras, ricas de una larga historia cristiana, vivir el Evangelio enraizado en la Iglesia naciente, en la cual “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32).
“Invoquemos a María Santísima, que ha sostenido los primeros testigos de su Hijo en la predicación de la Buena Noticia, para que sostenga también hoy los esfuerzos apostólicos de los sacerdotes; haga fecunda el testimonio de los religiosos y de las religiosas; anime la obra diaria de los padres en la primera transmisión de la fe a sus hijos; ilumine la vía de los jóvenes para que caminen confiados en el camino trazado por la fe de sus padres; colme de firme esperanza los corazones de los ancianos; consuele con su cercanía a los enfermos y a todos los que sufren; refuerce la obra de los numerosos laicos que colaboran activamente en la nueva evangelización, en la parroquias, en las asociaciones -como la Acción Católica- tan enraizada y presente en estas tierras; en los movimientos que, con la variedad de sus carismas, y de sus acciones, son un signo de la riqueza del tejido eclesial -pienso en realidades como la del movimiento de los Focolares, Comunión y Liberación o el Camino Neocatecumenal, sólo por mencionar algunas”
El Pontífice ha finalizado su alocución animándoles a trabajar con verdadero espíritu de comunión en esta grande viña en la que el Señor les ha llamado para trabajar. María, Madre del Resucitado y de la Iglesia, ¡Ruega por nosotros!
Texto Completo Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas
Al finalizar esta solemne celebración eucarística, dirijamos nuestra mirada a María, Regina Coeli. En el alba de la Pascua, Ella se vuelve la Madre del Resucitado y su unión con Él es tan profunda que allí donde el Hijo está no puede faltar la presencia de la Madre. En vuestros espléndidos lugares, don y signo de la belleza de Dios, cuántos santuarios, iglesias y capillas están dedicados a María!. En Ella se refleja el rostro luminoso de Cristo. Si la seguimos dócilmente, la Virgen nos conduce a Él.
En estos días de tiempo pascual, dejémonos conquistar por Cristo resucitado. En Él tiene inicio el nuevo mundo del amor y de la paz que constituye la profunda aspiración de cada corazón humano. El Señor os conceda, a quienes habitáis en estas tierras, ricas de una larga historia cristiana, de vivir el Evangelio enraizado en la Iglesia naciente, en la cual “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32).
Invoquemos a María Santísima, que ha sostenido los primeros testigos de su Hijo en la predicación de la Buena Noticia, para que sostenga también hoy los esfuerzos apostólicos de los sacerdotes; haga fecunda el testimonio de los religiosos y de las religiosas; anime la obra diaria de los padres en la primera transmisión de la fe a sus hijos; ilumine la vía de los jóvenes para que caminen confiados en el camino trazado por la fe de sus padres; colme de firme esperanza los corazones de los ancianos; consuele con su cercanía a los enfermos y a todos los que sufren; refuerce la obra de los numerosos laicos que colaboran activamente en la nueva evangelización, en la parroquias, en las asociaciones -como la Acción Católica- tan enraizada y presente en estas tierras; en los movimientos que, con la variedad de sus carismas, y de sus acciones, son un signo de la riqueza del tejido eclesial -pienso en realidades como la del movimiento de los Focolares, Comunión y Liberación o el Camino Neocatecumenal, sólo por mencionar algunas.
Animo a todos a trabajar con verdadero espíritu de comunión en esta grande viña en la que el Señor nos ha llamado para trabajar. María, Madre del Resucitado y de la Iglesia, Ruega por nosotros!
Benedetto XVI alla Recita del Regina Caeli nel Parco San Giuliano (Mestre, 8 maggio 2011)
Domingo, 8 may (RV).- Benedicto XVI concluyó su viaje Apostólico de día y medio a Aquileia y Venecia, en el ámbito de su 22ª visita pastoral por tierras de Italia.
La última actividad de Benedicto XVI este domingo en Venecia tuvo lugar a las 18.45 con la bendición, al término de los trabajos de restauración de la Capilla de la Santísima Trinidad y la inauguración de los locales de la Biblioteca del “Studium Generale Marcianum” de Venecia, ante la presencia de los seminaristas. Desde la Sede del Seminario Patriarcal el Papa partió en lancha hacia el aeropuerto “Marco Polo” de Tessèra.
Alrededor de las seis de la tarde, el Pontífice se dirigió al mundo de la cultura, del arte y de la economía en la Basílica de la Salud de Venecia, donde tras el saludo de Mons. Brian Edwin Ferme, Rector del “Studium Generale Marcianum”, Benedicto XVI manifestó su alegría al saludarlos cordialmente, agradeciéndoles su presencia y simpatía. Durante este encuentro, última etapa del viaje al noreste de Italia comenzado ayer por la tarde, el Obispo de Roma aprovechó la oportunidad para ofrecer algunos pensamientos, muy sintéticos, con la esperanza de que sean útiles para la reflexión y el empeño común.
El Pontífice ofreció su pensamientos basándose en tres palabras que “son –dijo- metáforas sugestivas: tres palabras ligadas a Venecia y, en particular, al lugar en que nos encontramos: la primera palabra es ‘agua’; la segunda es ‘Salud’, y la tercera es ‘Serenísima’:
“Comenzamos por el agua –como es lógico por muchos aspectos. El agua es símbolo ambivalente: de vida, pero también de muerte; lo saben bien las poblaciones afectadas por aluviones y maremotos. Pero el agua es ante todo elemento esencial para la vida. Venecia es llamada la ‘Ciudad de agua’. También para vosotros que vivís en Venecia esta condición tiene un dúplice signo, negativo y positivo: comporta muchos malestares y, al mismo tiempo, un atractivo extraordinario. El hecho de que Venecia sea ‘ciudad de agua’, hace pensar en un célebre sociólogo contemporáneo, que ha definido ‘líquida’ nuestra sociedad, y así la cultura europea: una cultura ‘líquida’, para expresar su ‘fluidez’, su poca estabilidad o, quizás, su ausencia de estabilidad, la volubilidad, la inconsistencia que a veces parece caracterizarla”.
De ahí que el Papa hiciera una primera propuesta: “Venecia no como ciudad “líquida”, sino como ciudad “de la vida y de la belleza”. “Ciertamente –agregó– es una elección, pero en la historia –dijo– es necesario elegir: el hombre es libre de interpretar, de dar un sentido a la realidad, y precisamente en esta libertad consiste su gran dignidad. En el ámbito de una ciudad –prosiguió diciendo el Obispo de Roma– también las elecciones de carácter administrativo, cultural y económico dependen de esta orientación fundamental, que podemos llamar “político” en la acepción más noble y más elevada del término. Porque como dijo el Papa “se trata de elegir entre una ciudad ‘líquida’, patria de una cultura que se parece cada vez más a la de lo relativo y de lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza tomando de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos”.
“Vayamos a la segunda palabra: ‘Salud’. Nos encontramos en el ‘Polo de la Salud’: una realidad nueva, pero que tiene raíces antiguas. Aquí, en la Punta de la Aduana, surge una de las iglesias más célebres de Venecia, obra de Longhena, edificada come voto a la Virgen por la liberación de la peste del año 1630: Santa María de la Salud. Junto a ella, el célebre arquitecto construyó el Convento de los Somascos, que después se convirtió en el Seminario Patriarcal.
Y aludiendo al lema inciso en el centro de la rotonda mayor de la Basílica, el Pontífice explicó que se trata de una expresión que indica que el origen de la Ciudad de Venecia está estrechamente ligado a la Madre de Dios, fundada, según la tradición, el 25 de marzo del año 421, Día de la Anunciación. Y precisamente por intercesión de María –añadió el Papa- vino la salud, la salvación de la peste. Pero reflexionando sobre este lema podemos encontrar también un significado aún más profundo y más amplio. “De la Virgen de Nazaret tuvo origen Aquel que nos da la ‘salud’. La ‘salud’ es una realidad omnicomprensiva, integral: que va del ‘estar bien’ que nos permite vivir serenamente una jornada de estudio y de trabajo, o de vacación, hasta la salus animae, la salud del alma, de la que depende nuestro destino eterno.
Benedicto XVI reafirmó que “Dios se ocupa de todo esto, sin excluir nada. Se ocupa de nuestra salud en sentido pleno. Lo demuestra Jesús en el Evangelio: Él ha curado a enfermos de todo tipo, pero también ha liberado a los endemoniados, ha perdonado los pecados, ha resucitado a los muertos. Jesús ha revelado que Dios ama la vida y quiere liberarla de toda negación, hasta la más radical que es el mal espiritual, el pecado, raíz venenosa que contamina todo. Por esto, al mismo Jesús se lo pude llamar ‘Salud’ del hombre: Salus nostra Dominus Jesus. Jesús salva al hombre poniéndolo nuevamente en relación saludable con el Padre en la gracia del Espíritu Santo; lo inmerge en esta corriente pura y vivificante que libera al hombre de sus ‘parálisis’ físicas, psíquicas y espirituales; lo cura de la dureza del corazón, de la cerrazón egocéntrica y le hace gustar la posibilidad de encontrarse verdaderamente a sí mismo, perdiéndose por amor de Dios y del prójimo”.
En fin, la tercera palabra: ‘Serenísima’, el nombre de la República Véneta. Un título verdaderamente estupendo, se diría utópico, con respecto a la realidad terrena, y sin embargo, capaz de suscitar no sólo memorias de glorias pasadas, sino también ideales que arrastran en la proyección del hoy y del mañana, en esta gran región. ‘Serenísima’ en sentido pleno es solamente la Ciudad celestial, la nueva Jerusalén, que aparece al término de la Biblia, en el Apocalipsis, como una visión maravillosa (cfr. Ap 21,1 – 22,5).
Y sin embargo –dijo el Santo Padre al mundo de la cultura, del arte y de la economía– el Cristianismo concibe esta Ciudad santa, completamente transfigurada por la gloria de Dios, como una meta que mueve los corazones de los hombres e impulsa sus pasos, que anima el empeño fatigoso y paciente para mejorar la ciudad terrenal. Es necesario recordar siempre a este propósito las palabras del Concilio Vaticano II: “De nada sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo” (Const. Gaudium et spes, 39).
Hacia el final de su alocución el Papa afirmó que “escuchamos estas expresiones en un tiempo en el que se ha agotado la fuerza de las utopías ideológicas y no sólo el optimismo se ha oscurecido, sino que también la esperanza está en crisis”. De ahí que haya hecho hincapié en que “no debemos olvidar entonces que los Padres conciliares, que nos han dejado esta enseñanza, habían vivido la época de las dos guerras mundiales y de los totalitarismos”. Y añadió que su perspectiva ciertamente no era dictada por un fácil optimismo, sino por la fe cristiana, que anima la esperanza -al mismo tiempo grande y paciente- abierta al futuro y atenta a las situaciones históricas.
Por esta razón afirmó que en esta perspectiva el nombre “Serenísima” nos habla de una civilización de la paz, fundada en el respeto mutuo, en el conocimiento recíproco y en las relaciones de amistad. Venecia tiene una larga historia y un rico patrimonio humano, espiritual y artístico para ser capaz también hoy de ofrecer una preciosa contribución para ayudar a los hombres a creer en un futuro mejor y a empeñarse en construirlo. Pero para esto no debe tener miedo de otro elemento emblemático, contenido en el escudo de San Marcos: el Evangelio.
Porque como afirmó el Papa, “el Evangelio es la fuerza más grande de transformación del mundo, pero no es una utopía ni una ideología”. Y al despedirse lo hizo con un pensamiento dirigido también a los musulmanes que viven en esta ciudad. De este lugar tan significativo –dijo textualmente– dirijo mi saludo cordial a Venecia, a la Iglesia que aquí peregrina y a todas las Diócesis del Trivéneto, dejando, como prenda de su perenne recuerdo, su Bendición Apostólica.