sábado, 14 de maio de 2011

La Virgen no estaba contenta en Fátima



Contrariamente a lo que podría esperarse en una aparición celestial a niños, la Virgen en Fátima no estaba contenta, sino muy triste. Es esto lo que afirma, en una entrevista inédita, Sor Lucía, la vidente que fue monja carmelita. Además, Sor Lucía da las razones del porqué de este semblante de la Virgen.
Comienza así el relato de la entrevista por parte del sacerdote: “La encontré (a Sor Lucía, vidente de Fátima) en su convento muy triste, pálida y demacrada; y me dijo: ‘Padre, la Santísima Virgen está triste, porque nadie hace caso a su mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos porque prosiguen su camino de bondad pero sin hacer caso a este mensaje. Los malos porque no viendo el castigo de Dios actualmente sobre ellos, a causa de sus pecados, prosiguen también su camino de maldad. Pero créame, Padre, Dios va a castigar al mundo, y lo va a castigar de una manera tremenda…’”.
Según las palabras de Sor Lucía, nadie, ni los buenos ni los malos, hacen caso de los mensajes de Fátima: tanto unos como otros, piensan que son cuentos para niños. Piensan que porque la Virgen se apareció a niños, el mensaje, o está reservado para ellos, o tiene el valor que tiene una fábula para niños.
Sin embargo, no es un cuento para niños la siguiente aparición, relatada por Sor Lucía: “La Señora abrió las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra, y vimos como un mar de fuego: sumergidos en este fuego a los demonios y a las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que salían de las mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, seme­jante al caer de pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.
A la vista de esto di aquel “ay”, que dicen haberme oído. Los de­monios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como ne­gros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista ha­cia Nuestra Señora que nos dijo entre bondad y tristeza: -Habéis visto el infierno, adonde van las almas de los po­bres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mun­do la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacéis lo que os digo se salvarán muchas almas y habrá paz. La guerra va a terminar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los prime­ros sábados (…)”.
No hacer caso –como hacen los buenos y los malos, según Sor Lucía- del mensaje de Fátima, produce nocivas consecuencias, una de ellas, el descuidar una fuente de conversión y santidad. como la visión del infierno.
Según Sor Lucía, la primera causa de santificación de Francisco y Jacinta fue ver la tristeza de la Virgen por el destino de los pecadores; la segunda causa, fue la visión del infierno: “Dígales también, Padre, que mis primos esta visión fue una de las causas de la santificación; lo primero Francisco y Jacinta se sacrificaron porque vieron siempre a la Santísima Virgen muy triste en todas sus apariciones. Nunca se sonrió con nosotros, y esa tristeza y angustia que notábamos en la Santísima Virgen, a causa de las ofensas a Dios y de los castigos que amenazaban a los pecadores, nos llegaban al alma. Lo segundo que santificó a los niños fue la visión del infierno”.
¿Por qué esta visión es causa de santificación? La razón por la que la meditación acerca de la realidad del infierno, destino de dolor por toda la eternidad al cual se encamina el impenitente, los santificó, es porque les concedió la contrición del corazón, que es el arrepentimiento perfecto. Se equivocan quienes piensan que Dios, siendo infinitamente misericordioso, no puede castigar con castigos tan dolorosos, y de un modo indefinido, para siempre. Quienes así piensan, no tienen en cuenta que, en Dios, misericordia y justicia están estrechamente relacionados, y que dejaría de ser quien es, Dios Perfectísimo, sino aplicara su justicia en la vida eterna.
La Virgen no estaba contenta en Fátima, ya que demostraba una gran tristeza, al comprobar cómo muchas almas se condenaban para siempre. También está triste la Iglesia, al comprobar cómo cientos de miles de sus hijos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, se encaminan hacia la perdición eterna, seducidos por los ídolos de nuestra época: el materialismo, que niega el espíritu y lo sobrenatural; el hedonismo, que exalta la sensualidad corpórea, y el relativismo, que niega la Verdad Absoluta revelada en Cristo.
Pero hay otra advertencia que nos hace la Virgen María en Fátima, siempre según las palabras de Sor Lucía: estamos en el fin de los tiempos.
Continúa Sor Lucía, refiriéndose a las apariciones, advirtiéndonos que nos encontramos en peligro inminente de condenación, de continuar haciendo caso omiso de los mensajes dados por la Virgen en Fátima, mensajes que llaman a la oración, a la penitencia, al sacrificio: “Padre, no esperemos que venga de Roma una llamada a la penitencia, de parte del Santo Padre, para todo el mundo: ni esperemos tampoco que venga de parte de los señores Obispos para cada una de sus diócesis: ni siquiera tampoco de parte de las Congregaciones Religiosas. No: ya nuestro Señor usó muchas veces de estos medios y el mundo no le ha hecho caso. Por eso, ahora, ahora que cada uno de nosotros comience por sí mismo su reforma espiritual: que tiene que salvar no sólo su alma, sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino. Por esto mismo Padre, no es mi misión indicarle al mundo los castigos materiales que ciertamente vendrán sobre al tierra si el mundo antes no hace oración y penitencia. No, mi misión es indicarle a todos lo inminente del peligro en que estamos de perder para siempre nuestra alma si seguimos aferrados al pecado. (…) Padre, la Santísima Virgen no me dijo que nos encontramos en los últimos tiempos del mundo, pero me lo dio a demostrar por tres motivos:
- el primero porque me dijo que el demonio está librando una batalla decisiva con la Virgen, y una batalla decisiva es una batalla final, en donde se va a saber de qué partido es la victoria, de qué partido es la derrota. Así que ahora o somos de Dios o somos del demonio.
- Lo segundo porque me dijo que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María.
- Y tercero, porque siempre en los planos de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todos los demás medios, y cuando ha visto que el mundo no le ha hecho caso a ninguno de ellos, entonces, como si dijéramos a nuestro modo imperfecto de hablar, nos presenta con cierto temor el último medio de salvación, su Santísima Madre. Porque si despreciamos y rechazamos este último medio, ya no tendremos perdón del cielo, porque hemos cometido un pecado que, en el Evangelio suele llamarse pecado contra el Espíritu Santo: que consiste en rechazar abiertamente, con todo conocimiento y voluntad, la salvación que se presenta en las manos; y también porque nuestro Señor es muy buen hijo; y no permite que ofendamos y despreciemos a su Santísima Madre, teniendo como testimonio patente la historia de varios siglos de la Iglesia que con ejemplos terribles nos indica como Nuestro Señor siempre ha salido en defensa del honor de su Santísima Madre.”

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