–¿Y usted cree que hoy es posible predicar a los hombres hablándoles de una salvación o condenación eterna después de la muerte?
–Yo creo que sí. Más aún, es de fe que el Evangelio puede y debe ser predicado a toda criatura hasta que Cristo vuelva. Por eso aún he de decirle más: falsifican completamente el Evangelio quienes evitan sistemáticamente esa dimensión soteriológica.
Jesús es el Salvador de los hombres-pecadores. Los hombres necesitamos un Salvador divino, porque somos pecadores de nacimiento: «pecador me concibió mi madre» (Sal 50,7). Y en la plenitud de los tiempos, el Hijo divino eterno «por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo y se hizo hombre» (Credo). Los ángeles anuncian a los pastores el nacimiento de «el Salvador» (Lc 2,11). Él se dice enviado para «llamar a conversión a los pecadores» (Lc 5,32), comienza su predicación llamando al arrepentimiento (Mc 1,15), y termina su misión salvadora ofreciendo su vida en el sacrificio de la cruz «para el perdón de los pecados» (Mt 26,28). Ascendido Cristo al Padre, recibimos el Espíritu Santo, que hace nacer la Iglesia como «sacramento universal de salvación» (Vaticano II, LG 48, AG 1).
Jesús siempre que predica habla de salvación o condenación. Y lo hace precisamente porque su Evangelio es «la epifanía del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4). Sabe Jesús que, predicando así, va a sufrir por ello rechazo y muerte; pero sabe también que, silenciando esa verdad, los hombres persistirán en sus pecados, se perderán para siempre y no vendrán a la felicidad temporal y eterna. Por eso continuamente en su predicación les advierte que en esta vida temporal se están jugando una vida eterna de felicidad o de condenación.
Las referencias implícitas al binomio salvación–condenación que se encuentran en el Evangelio son numerosas, como por ejemplo: «éste está destinado para ruina y resurrección de muchos» (Lc 2,34). Pero no las citaré aquí, aunque son a veces muy claras (cf. Mt 13,15; 19,17; Lc 1,53; 12,20; 12,58-59; 13,8-9; 13,34-35; Jn 10,9-10) etc.
Tampoco recogeré aquí los textos, bastante frecuentes, que solo hacen referencia a la salvación: expresiones como «entrar en la vida», o exhortaciones como «atesorad para vosotros en el cielo» (Mt 6,20; cf. 10,22; 22,30; Lc 10,20; 14,14; 19,9; 23,43). O como «quien escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene la vida eterna y no va a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5,24).
Las referencias explícitas al binomio salvación–condenación, o referidas solo a la condenación son las que a continuación transcribo en forma abreviada. Y en cada caso cito solo un Evangelio concreto, sin señalar los lugares paralelos que a veces se hallan en los otros Evangelios.
–Avisa Juan Bautista, «raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que os espera?». En la era hay trigo para el granero y paja para el fuego (Mt 3,7-12).
–Creer o no creer en Cristo trae salvación o condenación (Jn 3,18-19.36).
–«Cuantos hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; los que hicieron el mal, para la resurrección de la condenación» (Jn 5,29).
–«No he venido a llamar a conversión a los justos, sino a los pecadores» (Lc 5,32).
–La sal buena y la sal mala, que se tira fuera. ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga! (Lc 14,34-35).
–«Si vuestra justicia no fuera más que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,20).
–«Más te vale perder uno de tus miembros, antes que tu cuerpo entero sea arrojado al infierno» (Mt 5,29-30).
–Los que tengan fe como el centurión, se sentarán a la mesa con Abraham. «Mientras que los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y crugir de dientes» (Mt 8,11-12).
–«¿Qué provecho saca uno con ganar el mundo entero si pierde su vida?» (Mc 8,35).
–Puerta angosta de salvación y ancha de perdición, por la que entran muchos (Mt 7,13-14).
–Árbol bueno que da frutos buenos, y árbol malo que da frutos malos, y que se echa al fuego (Mt 7,17.19).
–No basta decir «Señor, Señor», si no se hace la voluntad de Dios: «alejáos de mí los que hicisteis el mal» (Mt 7,21-23).
–Escuchando y cumpliendo la palabra de Cristo, se edifica sobre roca y se logra salvación; de otro modo, se construye sobre arena, y viene la ruina total (Mt 7,24-27).
–La ciudad que rechace a quienes Cristo envía como ovejas entre lobos será tratada aquel día con mayor rigor que Sodoma (Lc 10,3-12).
–«¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida!… Y tú, Cafarnaúm ¿por ventura te levantarás hasta el cielo? Caerás hasta el infierno» (Lc 10,13-15).
–El final de aquel hombre, dominado por los demonios, resulta peor que el principio. «Así sucederá a esta generación perversa» (Mt 12,45).
–«Si alguno habla contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12,32).
–«Por tus palabras te justificarás y por tus palabras te condenarás» (Mt 12,36-37).
–La reina del Sur y «los habitantes de Nínive se levantarán en el juicio contra esta generación y la condenarán» (Lc 11,31-32).
–Dos plantas mezcladas en un campo, trigo y cizaña. En la siega final, el trigo va al granero de Dios. Y «como se ata la cizaña y se arroja al fuego, así sucederá al fin del mundo» (Mt 13,30.39-40).
–«Mirad, pues, cómo oís, porque al que tiene, se le dará, y al que no tiene, se le quitará aun lo que cree tener» (Lc 8,18).
–Se pedirá cuenta a esta generación por los profetas asesinados. «¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia, y no entráis vosotros ni dejáis entrar a los que lo intentan!» (Lc 11,50-52).
–«Temed a aquel que, después de matar, tiene poder para enviar al infierno» (Lc 12,5).
–Felices los siervos que al volver el señor los encuentra cumpliendo con su deber. Maldito el siervo que no cumple: «vendrá su amo en el día que no espera y en la hora que no conoce, lo castigará severamente y le dará la suerte de los infieles» (Lc 12,37-38.45-46).
–«Yo os lo aseguro: si vosotros no os arrepentís, todos moriréis igualmente» (Lc 13,3).
–El reino de los cielos es como red que pesca peces buenos y malos. Y así será «al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de los justos, y los arrojarán en el horno de fuego: allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13,47-50).
–«Uno le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: luchad para entrar por la puerta estrecha, porque yo os digo que muchos pretenderán entrar y no podrán». Algunos gritarán, «Señor, ábrenos»; pero Él les contestará: «alejáos de mí todos los obradores de la iniquidad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros arrojados fuera. Vendrán del Oriente y del Occidente, del Norte y del Mediodía, y se sentarán a la mesa, en el reino de Dios» (Lc 13,23-29).
–Ninguno de los invitados a la boda descorteses gozará del banquete del Señor (Lc 14,24).
–Muere el pobre Lázaro y es acogido en el seno de Abraham. Muere el rico y va al infierno, donde, estando entre tormentos, pide inútilmente que avisen a sus hermanos para que eviten su pésima suerte (Lc 16,22-28).
–Cuando aparezca finalmente el Hijo del Hombre, «uno será tomado y el otro dejado» (Lc 17,30.34).
–«A todo el que me confesare delante de los hombres, yo lo confesaré delante de mi Padre celestial. A quien me negare delante de los hombres, yo lo negaré delante de mi Padre celestial» (Mt 10,32).
–El que come del pan celestial, que es Cristo, vivirá eternamente; el que no come su cuerpo ni bebe su sangre, no tendrá vida (Jn 6,51.53).
–Dice Jesús de los fariseos: «toda planta que no plantó mi Padre celestial será arrancada. Dejadles: son ciegos conductores de ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa» (Mt 15,13).
–El que por amor a Cristo pierde su vida, la salva. El que trata de ganarla, avergonzándose de Él «ante esta generación adúltera y pecadora», la perderá para siempre (Mc 8,35-38).
–«Quien escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valiera que le ataran al cuello una piedra de moler que mueven los asnos y lo arrojasen al profundo del mar… Es necesario que haya escándalos, pero ¡ay de aquel por quien viene el escándalo!» (Mt 18,3.67).
–«Si tu ojo te escandaliza, sácalo de ti: más te vale entrar en el reino de Dios con un solo ojo, que con dos ojos se arrojado al infierno, donde el gusano no muere, ni el fuego se apaga» (Mc 9,47-48).
–Jesús dice a los judíos que le rechazaban: «Si no creyéreis que yo soy, moriréis en vuestro pecado… El padre de quien vosotros procedéis es el diablo, y queréis hacer lo que quiere vuestro padre… el padre de la mentira. A mí, en cambio, porque digo la verdad, no me creéis. El que es de Dios oye las palabras de Dios; vosotros no las oís porque no sois de Dios» (Jn 8,21-24.44-47).
–Que los ricos entren en el reino de Dios es imposible para los hombres, pero posible para Dios (Mc 10,24.27).
–Hay que utilizar bien los talentos recibidos de Dios. «Y al siervo inútil arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de los dientes» (Mt 25,30).
–«Os digo que el reino de Dios se va a quitar a vosotros, para concederlo a un pueblo que dé sus frutos. Todo el que caiga sobre esta piedra se estrellará, y sobre quien ella caiga, lo aplastará» (Mt 21,43-44).
–Acerca del que entró en las bodas vestido indignamente, dijo el rey a los sirvientes: «atadlo de pies y manos, y arrojadlo a las tinieblas exteriores; allí será el llorar y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, y pocos los escogidos» (Mt 22,12-14).
–«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!… ¡Serpientes, raza de víboras! ¿cómo podréis escapar de la condenación del infierno?» (Mt 23,13.33).
–«Ay de vosotros, fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un discípulo y cuando llega a serlo, lo hacéis merecedor del fuego eterno, dos veces más que vosotros» (Mt 23,15).
–«El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo condene: la palabra que he hablado, ésa le condenará en el último día» (Jn 12,48).
–Cuidado con no cebarse con los bienes de este mundo, olvidando el Reino. «Velad y orad en todo tiempo, para que podáis escapar a todas estas cosas que han de venir, y comparecer seguros ante el Hijo del hombre» (Lc 21,34-36).
–Las vírgenes prudentes entran en las bodas del Esposo. Pero cuando las necias llaman: «Señor, Señor, ábrenos. Él les respondió: en verdad os digo que no os conozco. Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt 25,10-12).
–«Venid, benditos de mi Padre, entrad a poseer el reino que os está preparado desde el principio del mundo… Y dirá a los de su izquierda: apartáos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles… E irán al suplicio eterno, y los justos, a la vida eterna» (Mt 25,34.41.46).
–«¡Ay de aquel hombre [Judas] por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valiera no haber nacido» (Mt 26,24).
–Los sarmientos que permanecen en la Vid dan fruto. Pero «si alguno no permanece en mí, será arrojado fuera, como el sarmiento, y se secará. Los recogerán, echarán al fuego y arderán» (Jn 15,5-6).
–«Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y se bautizare, se salvará; el que no creyere, se condenará» (Mc 16,15-16).
Son más de cincuenta textos explícitos, distintos, en los que Cristo anuncia salvación o condenación. Eso significa que nuestro Salvador predicaba siempre dando a su Evangelio un fondo soteriológico permanente. Y por cierto, hablaba el buen Jesús «un lenguaje evangélico» –ay, madre– acerca del cual convendrá que en su momento hagamos algunas consideraciones.
Los Apóstoles predican el mismo Evangelio de Cristo. Prolongan la misma predicación del Maestro, en fondo y forma, sin desfigurarla ni modificarla en nada. Ellos creen en el pecado original, y ven a la humanidad como un pueblo inmenso de pecadores, dignos de condenación eterna: «todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios» (Rm 3,23). Todos necesitan la salvación de Cristo, una salvación obtenida por gracia. Ninguno sin ésta es digno de salvación, es decir, ninguno puede salvarse a sí mismo.
«Todos admitimos que Dios condena con derecho a los que obran mal… Tú, con la dureza de tu corazón impenitente te estás almacenando castigos para el día del castigo, cuando se revelará el justo juicio de Dios pagando a cada uno según sus obras. A los que han perseverado en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará vida eterna; a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia, les dará un castigo implacable» (Rm 2,2.4-8).
Ésta es la predicación de la Iglesia en toda su historia, en sus Padres y Concilios, lo mismo que en sus santos: Crisóstomo, Agustín, Bernardo, Francisco, Ignacio, Javier, Montfort, Claret, Cura de Ars, Padre Pío. Es el Evangelio que, convirtiendo a los pecadores, forma un pueblo santo para el Señor.
Unas buenas preguntas finales. Pues bien, ¿creen ustedes que la Iglesia hoy consigue que los hombres se enteren de que en la vida presente se están jugando una vida eterna de felicidad o de condenación? ¿Estiman ustedes que puede omitirse sistemáticamente en la predicación, en la catequesis, en la teología, toda alusión a esa dimensión soteriológica sin falsificar profundamente el Evangelio y sin desvirtuarlo? ¿Piensan que esa omisión es hoy frecuente en no pocos ámbitos de la Iglesia? Y en caso afirmativo: ¿conocen ustedes quizá otras causas que expliquen más y mejor la falta de vocaciones, el absentismo masivo a la Misa dominical, la anticoncepción generalizada, la mundanización de los cristianos y su frecuente apostasía?
fonte:reforma o apostasía
José María Iraburu, sacerdote