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El breve viaje del Papa Benedicto XVI a Malta, con ocasión del 1950º aniversario del naufragio de San Pablo en la isla, llegó ayer a su fin. Se ha tratado de una visita de pocas horas pero de muchos frutos. Y deberíamos rezar para que, en adelante, los católicos de Malta puedan seguir recogiendo muchos frutos espirituales de esta presencia del Sucesor de Pedro en sus tierras.
En un anterior artículo, en el que hablábamos sobre los viajes papales de este año, mencionamos algunos signos de oposición que se manifestaron días antes de la llegada del Papa. Pero también hicimos referencia a la gran alegría de la mayor parte de la población frente a la visita de Benedicto XVI. Este diagnóstico resultó ajustarse bastante a la realidad de los hechos.
Frente al primer viaje apostólico del año, los enemigos de la Iglesia actuaron intensamente, de un modo maliciosamente planeado y con la imprescindible colaboración de grandes medios de comunicación, para frustrar cualquier fruto positivo de este acontecimiento; para presentar a una Iglesia débil y en crisis, casi decadente; para mostrar a un Pontífice deprimido e inactivo, incapaz de cumplir con sus funciones; para concluir con el pronóstico de que el resultado sería un absoluto fracaso.
Pero el fracaso no fue de la Iglesia ni del Papa sino precisamente de sus enemigos. En primer lugar, hay que destacar que la presencia de la gente en las calles para saludar al Vicario de Cristo superó todas las expectativas. De hecho, varios eventos comenzaron con mucho tiempo de retraso (algo inusual en la organización vaticana de los viajes) precisamente porque, en los traslados de un lugar a otro, todas las calles estaban repletas de malteses que salieron de sus casas para dar la bienvenida a Benedicto XVI. En la Santa Misa que el Pontífice presidió en la mañana del domingo, centro de todo el viaje apostólico, se esperaban unas 15.000 personas y, sin embargo, asistieron unas 50.000. Casi se podría pensar que tanto odio descargado contra el Santo Padre despertó en los malteses la necesidad de demostrar, también de este modo, el amor al Sucesor de Pedro y a la Santa Iglesia Católica.
Otro aspecto a destacar de este viaje es el mensaje que el Sumo Pontífice quiso transmitir. Desde el inicio, en el discurso de la ceremonia de bienvenida, Benedicto XVI propuso una lectura de toda la historia desde la fe: “algunos podrían pensar que la llegada de san Pablo a Malta, causada por un acontecimiento humanamente imprevisto, es un simple incidente de la historia. Sin embargo, los ojos de fe nos permiten reconocer aquí la obra de la providencia divina”. Y quiso recordar el lugar que Malta debe seguir ocupando en el contexto europeo: “Vuestra nación ha de continuar defendiendo la indisolubilidad del matrimonio como una institución natural y sacramental, así como la verdadera naturaleza de la familia, como ya lo está haciendo respecto a la sacralidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural; y también el verdadero respeto que se debe a la libertad religiosa, de manera que todo esto lleve a un auténtico desarrollo integral de las personas y de la sociedad”.
El evento central de la primera jornada del viaje fue la visita a la Gruta de San Pablo, en Rabat. Allí, además de agradecer el trabajo de los misioneros, hizo un llamado al desafío de la nueva evangelización y a un necesario testimonio de la fe católica: “Frente a tantas amenazas contra el carácter sagrado de la vida humana, y la dignidad del matrimonio y la familia, ¿no será necesario recordar constantemente a nuestros contemporáneos la grandeza de nuestra dignidad de hijos de Dios y la sublime vocación que hemos recibido en Cristo? ¿Acaso no necesita la sociedad recuperar y defender aquellas verdades morales fundamentales que son la base de la auténtica libertad y del genuino progreso?” (Discurso en la visita a la Gruta de San Pablo).
En la homilía de la Santa Misa que presidió en Floriana, el Papa alabó la capacidad de discernimiento del pueblo maltés y los exhortó a continuar así, advirtiéndoles sobre las trampas del mundo: “No todo lo que el mundo de hoy propone es digno de ser asumido por el pueblo maltés. Muchas voces tratan de convencernos de dejar de lado nuestra fe en Dios y su Iglesia, y elegir por nosotros mismos los valores y las creencias con que vivir. Nos dicen que no tenemos necesidad de Dios o de la Iglesia. Cuando nos sentimos tentados de darles crédito, hemos de recordar el episodio que nos narra el Evangelio de hoy… Mis queridos hermanos y hermanas, si ponemos nuestra confianza en el Señor y seguimos sus enseñanzas, obtendremos siempre grandes frutos”. Finalmente, exhortó a los malteses a conservar la fe y valores cristianos y a compartirlos con los demás, con la siguiente pauta: “Lo que recibís, examinadlo con atención, y lo valioso que tenéis, sabedlo compartir con los demás”.
Un momento especialmente importante de la breve estadía de Benedicto XVI en Malta fue el encuentro con ocho personas, víctimas de abusos sexuales por parte de miembros del clero. El Papa mostró así, una vez más, su gran preocupación concreta por este tema, más aún, por las personas, por sus vidas, por sus almas. Una preocupación que no parece estar en quienes utilizan el terrible dolor de estas personas como un simple instrumento para llenar primeras planas y atacar injustamente a toda la Iglesia, sin ningún interés real por las dramáticas vivencias de las personas. El encuentro, en efecto, fue sin anuncio previo, en privado, sin cámaras, sin mediatizaciones. Estas personas compartieron con el Santo Padre un momento de oración en la capilla de la Nunciatura. Luego, el Pontífice habló con cada uno de ellos, los escuchó, les manifestó su dolor y su vergüenza, incluso con lágrimas, les aseguró su oración, les dio su bendición. Uno de ellos, entre lágrimas, declaró luego sentirse liberado de la “pesadilla” que lo había perturbado por años y compartió así su experiencia: “He visto al Papa llorar y me sentí liberado de un gran peso. No me esperaba disculpas del Papa pero he visto en él y en el obispo de Malta la humildad de una Iglesia que, en aquel momento, representaba todo el problema de la Iglesia moderna… El Papa apoyó la mano sobre la cabeza de cada uno de los participantes en el encuentro, bendiciéndonos. Yo me sentí liberado y aliviado de un gran peso. Desde hacía tiempo no iba más a Misa y había perdido la fe, pero ahora me siento un católico convencido… El encuentro con el Papa ha sido el regalo más grande que he recibido después del nacimiento de mi hija… Mis amigos y yo hemos agradecido muchísimo al Papa”.
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El último evento masivo de la visita fue un multitudinario encuentro del Sucesor de Pedro con los jóvenes de Malta, en el que Benedicto XVI escuchó las inquietudes, expresadas con total franqueza, de algunos jóvenes. En un hermoso discurso, en el que recordó la experiencia de conversión de San Pablo, el Papa se dirigió a los jóvenes con gran claridad y sinceridad: “Quizás alguno de vosotros me dirá que, a veces, san Pablo era severo en sus escritos. ¿Cómo se puede afirmar entonces que ha difundido un mensaje de amor? Mi respuesta es ésta: Dios ama a cada uno de nosotros con una profundidad y una intensidad que no podemos ni siquiera imaginar. Él nos conoce íntimamente, conoce cada una de nuestras capacidades y cada uno de nuestros errores. Puesto que nos ama tanto, desea purificarnos de nuestros errores y fortalecer nuestras virtudes de manera que podamos tener vida en abundancia. Aunque nos llame la atención cuando hay algo en nuestra vida que le desagrada, no nos rechaza, sino que nos pide cambiar y ser más perfectos. Esto es lo que le pidió a san Pablo en el camino de Damasco. Dios no rechaza a nadie, y la Iglesia tampoco rechaza a nadie. Más aún, en su gran amor, Dios nos reta a cada uno para que cambiemos y seamos mejores”.
Paternalmente, el Papa invitó a sus jóvenes a no tener miedo frente a una cultura que, ayudada por los medios, se opone al mensaje cristiano: “Encontrareis ciertamente oposición al mensaje del Evangelio. La cultura de hoy, como cualquier cultura, promueve ideas y valores que contrastan en ocasiones con las que vivía y predicaba nuestro Señor Jesucristo. A veces, estas ideas son presentadas con un gran poder de persuasión, reforzadas por los medios y por las presiones sociales de grupos hostiles a la fe cristiana... Por eso, os repito: No tengáis miedo, sino alegraos del amor que os tiene; fiaos de él, responded a su invitación a ser sus discípulos, encontrad alimento y ayuda espiritual en los sacramentos de la Iglesia”. Y, más explícitamente, añadió: “En el contexto de la sociedad europea, los valores evangélicos están llegando a ser de nuevo una contracultura, como ocurría en tiempos de san Pablo”.
Cuando el Papa Benedicto llegó nuevamente al aeropuerto para pronunciar su último discurso en Malta, las perspectivas previas al viaje habían cambiado radicalmente. El intento de presentar a la Iglesia como una institución débil y en crisis, casi decadente, pareció ridículo frente al dinamismo y la vitalidad de una Iglesia realmente viva, con una alegría pascual, que con orgullo salió a dar testimonio de su fe por las calles de Malta. La reiterada búsqueda de mostrar a un Pontífice deprimido e inactivo, incapaz de cumplir con sus funciones, se estrelló contra la realidad de un Papa fuerte que, aunque ciertamente cansado por las muchas actividades y las fatigas propias de la edad, mostró una auténtica alegría cristiana, manifestó su amor paternal para con todos sus hijos, confirmó en la fe a sus hermanos, y transmitió el mensaje de la fe con la sabiduría de un Padre de la Iglesia. El pronóstico de un fracaso, finalmente, quedó simplemente en el deseo de algunos. Dios, que es quien guía los designios de la historia, como recordó varias veces Benedicto XVI, quiso que la visita del Sucesor de Pedro fuera fuente de bendiciones y frutos espirituales para toda la Iglesia. El Papa, de este modo, cerró el quinto año de su pontificado confirmando en la fe a sus hermanos de Malta y dejándoles, como consigna para el futuro, la defensa de la identidad cristiana: “Nunca dejéis que vuestra verdadera identidad se vea comprometida por el indiferentismo o el relativismo. Sed siempre fieles a la enseñanza de san Pablo, que os exhorta: «Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor»”.
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