En cuanto se coloca ante el altar, el sacerdote no reza en dirección a una pared, sino que todos los que están allí presentes lo hacen conjuntamente en dirección al Señor, tanto más cuanto que hasta ahora lo que importaba, no era formar una comunidad, sino rendir culto a Dios por intermedio del sacerdote, representante de los participantes y unido a ellos.
Por esto, hablando de la dirección de la oración, San Agustín, obispo de Hipona, escribe: "Cuando nos levantamos para orar, nos volvemos hacia el Oriente (ad orientem convertimur) desde donde el cielo se eleva. No que Dios sólo se encuentre allí, o que haya abandonado las otras regiones de la tierra... sino para exhortar al espíritu a volverse hacia una naturaleza superior, es decir, hacia Dios" [17].
Esto explica porque los fieles, después del sermón, se levantaban de sus asientos para la plegaria, que a continuación se hacía y se volvían hacia el oriente. San Agustín les invitaba a ello frecuentemente al terminar sus sermones, empleando, a manera de frase ya consagrada, las palabras: "Conversi ad Dominum " (vueltos hacia el señor).
Se puede evocar aquí una palabra de San Pablo. Consciente de que "El tiempo que pasamos en nuestro cuerpo es un exilio lejos del Señor, porque caminamos en la fe, no en la visión ", él desea estar "ausente de su cuerpo y presente cerca del Señor " (ad Dominum) (2 Cor. 5,6‑8).
Así pues, volverse hacia el Señor y mirar hacia el Oriente, para la Iglesia primitiva era una misma y sola cosa.
En su obra fundamental Sol Salutis (1920), Joseph Dólger dice que está convencido de que la respuesta de la asamblea "Habemus ad Dominum " (Nos volvemos hacia el Señor) a la apelación del sacerdote "Sursum torda" (¡Elevemos los corazones!), significaba que se volvían hacia el Oriente, hacia el Señor (pág. 256).
A este respecto Dólger observa que ciertas liturgias orientales proceden expresamente a esta invitación por una llamada del diácono antes de la plegaria eucarística (pág. 251). Este es el caso de la anáfora copta de San Basilio que comienza así: "¡Aproximaos, vosotros los hombres, levantaos con respeto y mirad hacia el Oriente"; y de la anáfora de San Marcos, donde una exhortación análoga ("¡Mirad hacia el Oriente!") se dice en medio de la plegaria eucarística, justo antes de la transición que lleva al Santus.
En la breve descripción litúrgica del segundo libro de las Constituciones apostólicas, que son unas instrucciones del Siglo IV, se menciona igualmente que hay que ponerse de pie para rezar y volverse hacia el Oriente [18]. El libro octavo nos aporta la apelación del diácono: "¡Poneos de pie hacia el Señor!" [19]. Como se ve, aquí también hay un paralelismo entre el hecho de mirar hacia el Oriente y el de volverse hacia el Señor.
La costumbre de rezar en dirección al sol naciente es inmemorial, como igualmente lo ha demostrado Dólger; se la encuentra tanto entre los judíos como entre los romanos. Por ello el romano Vitrubio, en su tratado sobre arquitectura, escribe: "Los templos de los dioses deben estar orientados de tal forma que ... la imagen que se encuentre dentro del templo mire hacia el ocaso, para que los que vayan a hacer sacrificios estén vueltos hacia el Oriente y hacia la imagen; y así al hacer sus oraciones vean todo el conjunto, el templo y la parte del cielo que está a levante, y que las estatuas parezcan levantarse con el sol para mirar a los que rezan durante los sacrificios".
Para Tertuliano (hacia el 200 D.C.) la oración hacia Oriente es cosa evidente. En su librito "Apologética ", menciona que los cristianos "rezan en dirección al sol naciente" (c.16). Esta orientación de la plegaria se señaló muy pronto en las casas por medio de una cruz en el muro. Se ha encontrado una cruz en la parte superior de una casa de Herculanum, sepultada cuando la erupción del Vesuvio, el 79 D.C. [21].
Por esto, hablando de la dirección de la oración, San Agustín, obispo de Hipona, escribe: "Cuando nos levantamos para orar, nos volvemos hacia el Oriente (ad orientem convertimur) desde donde el cielo se eleva. No que Dios sólo se encuentre allí, o que haya abandonado las otras regiones de la tierra... sino para exhortar al espíritu a volverse hacia una naturaleza superior, es decir, hacia Dios" [17].
Esto explica porque los fieles, después del sermón, se levantaban de sus asientos para la plegaria, que a continuación se hacía y se volvían hacia el oriente. San Agustín les invitaba a ello frecuentemente al terminar sus sermones, empleando, a manera de frase ya consagrada, las palabras: "Conversi ad Dominum " (vueltos hacia el señor).
Se puede evocar aquí una palabra de San Pablo. Consciente de que "El tiempo que pasamos en nuestro cuerpo es un exilio lejos del Señor, porque caminamos en la fe, no en la visión ", él desea estar "ausente de su cuerpo y presente cerca del Señor " (ad Dominum) (2 Cor. 5,6‑8).
Así pues, volverse hacia el Señor y mirar hacia el Oriente, para la Iglesia primitiva era una misma y sola cosa.
En su obra fundamental Sol Salutis (1920), Joseph Dólger dice que está convencido de que la respuesta de la asamblea "Habemus ad Dominum " (Nos volvemos hacia el Señor) a la apelación del sacerdote "Sursum torda" (¡Elevemos los corazones!), significaba que se volvían hacia el Oriente, hacia el Señor (pág. 256).
A este respecto Dólger observa que ciertas liturgias orientales proceden expresamente a esta invitación por una llamada del diácono antes de la plegaria eucarística (pág. 251). Este es el caso de la anáfora copta de San Basilio que comienza así: "¡Aproximaos, vosotros los hombres, levantaos con respeto y mirad hacia el Oriente"; y de la anáfora de San Marcos, donde una exhortación análoga ("¡Mirad hacia el Oriente!") se dice en medio de la plegaria eucarística, justo antes de la transición que lleva al Santus.
En la breve descripción litúrgica del segundo libro de las Constituciones apostólicas, que son unas instrucciones del Siglo IV, se menciona igualmente que hay que ponerse de pie para rezar y volverse hacia el Oriente [18]. El libro octavo nos aporta la apelación del diácono: "¡Poneos de pie hacia el Señor!" [19]. Como se ve, aquí también hay un paralelismo entre el hecho de mirar hacia el Oriente y el de volverse hacia el Señor.
La costumbre de rezar en dirección al sol naciente es inmemorial, como igualmente lo ha demostrado Dólger; se la encuentra tanto entre los judíos como entre los romanos. Por ello el romano Vitrubio, en su tratado sobre arquitectura, escribe: "Los templos de los dioses deben estar orientados de tal forma que ... la imagen que se encuentre dentro del templo mire hacia el ocaso, para que los que vayan a hacer sacrificios estén vueltos hacia el Oriente y hacia la imagen; y así al hacer sus oraciones vean todo el conjunto, el templo y la parte del cielo que está a levante, y que las estatuas parezcan levantarse con el sol para mirar a los que rezan durante los sacrificios".
Para Tertuliano (hacia el 200 D.C.) la oración hacia Oriente es cosa evidente. En su librito "Apologética ", menciona que los cristianos "rezan en dirección al sol naciente" (c.16). Esta orientación de la plegaria se señaló muy pronto en las casas por medio de una cruz en el muro. Se ha encontrado una cruz en la parte superior de una casa de Herculanum, sepultada cuando la erupción del Vesuvio, el 79 D.C. [21].