"Mediator Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
47. Todas estas consideraciones no deben ser una vacía y abstracta reminiscencia, sino que deben tender, efectivamente, a someter nuestros sentidos y facultades a la razón iluminada por la fe; a purificar nuestra alma, uniéndola cada día más íntimamente a Cristo, conformándola cada vez más a El, y sacando de El la inspiración y la fuerza divina de que tiene necesidad; a convertirse en estímulos cada vez más eficaces, que exciten a los hombres al bien, a la fidelidad al propio deber, a la práctica de la religión y al ferviente ejercicio de la virtud: «Vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios». Sea, pues, todo orgánico y, por decirlo así, «teocéntrico», si verdaderamente queremos que todo se encamine a la gloria de Dios por la vida y la virtud que nos viene de nuestra Cabeza divina: «Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la Sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el Santuario, que El nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su Sangre; y teniendo un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, con la fe perfecta, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. Retengamos firme la confesión de la esperanza... Miremos los unos por los otros para excitarnos a la caridad y a las buenas obras» (Hebr. 10, 19-24).
48. De aquí se deriva el armonioso equilibrio de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo. Con la enseñanza de la fe católica, con la exhortación a la observancia de los preceptos cristianos, la Iglesia prepara el camino a su acción propiamente sacerdotal y santificadora; nos dispone a una más íntima contemplación de la vida del Divino Redentor, y nos conduce a un conocimiento más profundo de los misterios de la fe, para que de ellos obtengamos el alimento sobrenatural, con el que, fortalecidos, podamos adelantar seguros hacia la perfección de la vida por Cristo. No sólo por obra de sus ministros, sino también por la de todos los fieles, de tal modo impregnados del espíritu de Jesucristo, la Iglesia se esfuerza en empapar de este mismo espíritu la vida y la actividad privada, conyugal, social y, por último, económica y política de los hombres, para que todos aquellos que se llaman hijos de Dios puedan más fácilmente conseguir su fin.
49. De esta manera, la acción privada y el esfuerzo ascético dirigido a la purificación del alma estimulan las energías de los fieles y les disponen a participar más aptamente en el Sacrificio augusto del Altar, a recibir los Sacramentos con más fruto, y a celebrar los ritos sagrados de modo que salgan de ellos más animados y formados en la oración y la abnegación cristiana; a cooperar activamente a las inspiraciones y a las llamadas de la gracia y a imitar cada día más las virtudes del Redentor, no sólo por su propio beneficio, sino también para el de todo el Cuerpo de la Iglesia, en el cual todo el bien que se realiza proviene de la virtud de la Cabeza y redunda en beneficio de los miembros.