
Los Orígenes del Santo Sacrificio de la Misa 
Si no puede haber religión sin sacrificio,  ¿dónde está el sacrificio de  los cristianos? Evidentemente en la misa. Al menos tal ha sido siempre  la enseñanza de la Iglesia católica. Hagamos pues otra pregunta:  ¿En  qué se asemejan nuestras misas a un sacrificio?  ¿Dónde está en ellas la  manifestación clara y decidida de nuestra adoración y de nuestra suma  reverencia a Dios?  ¿Dónde la afirmación de nuestra perfecta sumisión a  sus preceptos? Desgraciadamente hay que reconocer que la evolución de  las celebraciones litúrgicas en los últimos años no ayuda a ver en ellas  un sacrificio. Muchas prédicas exaltan la dignidad del hombre más que  la grandeza de Dios, y hacen hincapié sobre los derechos del hombre más  que sobre la ley y los preceptos divinos. El altar del sacrificio ha  sido sustituido por una mesa, la comunión se recibe de pie y ya no de  rodillas, y fácilmente se excusa cualquier pecado sin necesidad de  contrición. Todo esto hace que nos preguntamos a veces si el culto del  hombre no ha reemplazado en alguna medida entre nosotros el culto de  Dios. 
El Salvador ofrece su sacrificio 
La tradición cristiana, el testimonio de las Sagradas Escrituras y la  doctrina de los santos padres son unánimes: nuestra santa religión gira  enteramente alrededor del sacrificio del Verbo de Dios consumado en la  cruz, y el culto cristiano se organizó desde los comienzos como el  fruto, la continuación y la aplicación de este acto sublime. Cuando San  Juan Bautista vio venir a Nuestro Señor, comprendió por revelación  divina que Él era el verdadero cordero de Dios, que quita los pecados  del mundo (Jn. 1), y que por consiguiente ya había llegado la plenitud  de los tiempos.  ¿Cuándo empezó el sacrificio de la nueva ley? Puede  decirse que empezó desde el primer momento de la Encarnación. San Pablo  (He. 10) dice en efecto que Jesucristo al salir al mundo se ofreció a su  Padre, aplicándose las palabras del Salmo 39: Los holocaustos y otros  sacrificios de animales no os han sido agradables, pero habéis unido a  mi naturaleza divina un cuerpo para que pueda padecer e inmolarme a  vuestra santa voluntad… y yo he dicho: he aquí que vengo a cumplir  vuestra santa voluntad. 
Toda la vida del Salvador fue una misa y una oblación a su Padre. El  anonadamiento de su encarnación, las lágrimas que derrama el Niño Dios,  las privaciones que experimenta son los preludios del sacrificio. La  Virgen María lo presenta en el templo, lo coloca en el altar y Jesús  renueva el solemne empeño de morir por la salvación del mundo… he aquí  la ofrenda y el ofertorio del sacrificio cuya inmolación ha de hacerse  en el Calvario, y su participación en el Cenáculo y en la Misa. Jesús es  el verdadero cordero de Dios, que por su inmolación quitará el pecado  del mundo (Jn 1,29). El Hijo muy amado del Padre (Lc 3,21) del cual San  Juan Bautista confiesa que no se siente digno siquiera de desatar la  correa de su sandalia. 
Jesucristo prepara a sus apóstoles para el nuevo culto 
El paso del antiguo culto judío al rito nuevo de la misa cristiana no se  hizo sin la debida preparación. Durante tres años Nuestro Señor preparó  e instruyó con mucha aplicación a sus apóstoles para que comprendieran  perfectamente lo que sería el nuevo culto. Dios, les dice, no ha enviado  a su Hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo sea salvado por  Él. Los prodigios que Jesús hace delante de ellos manifiestan su  divinidad, pero cuando sus discípulos entusiasmados quieren hacerle rey,  Él les anuncia su pasión y muerte (Lc 9,44). Jesús está ansioso de que  llegue la hora de ofrecer su sacrificio por amor de su Padre y para  salvación de los hombres. Y cuando San Pedro con falso celo y falso amor  quiere disuadirlo, recibe esta respuesta terrible: "Apártate de mí  Satanás, porque me eres un escándalo… porque tus pensamientos no son los  de Dios sino los de los hombres" (Mt 16,23). A pesar de tantas  instrucciones, los apóstoles se escandalizarán y abandonarán a su  Maestro en la noche del Jueves Santo, y solamente más tarde,  fortalecidos por la virtud del Espíritu Santo, comprenderán el sentido  de estas palabras: "Si el grano de trigo no muere, permanece solo, pero  si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). 
Jesús es el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas (Jn. 10,11), y es  el pan de vida: quien no come de este pan que es su propia carne, no  tendrá la vida eterna (Jn cap. 6). Era necesario que Cristo sufriera  para salvarnos y entrar en la gloria (Lc 24,26). Lo profetizó sin  saberlo el mismo sumo sacerdote que condenó a Nuestro Señor a la muerte:  "conviene que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la  nación" (Jn 11,49). Ahora bien, para que nos beneficiemos de tan gran  don, es necesario que se nos apliquen los méritos de Cristo, lo que se  hace mediante el sacrificio de la misa. 
Jesús instituye el nuevo rito y lo enseña a sus apóstoles 
Nunca admiraremos bastante la sabiduría y las otras perfecciones de Dios  tal como se nos manifiestan en la institución de la misa. "La  Eucaristía, es la omnipotencia al servicio del amor: su primer efecto es  hacernos permanecer en Jesús como en una plenitud infinita. Queda Él  solo:  ¡es el Maestro, el Rey!" (Santa Teresita del Niño Jesús). 
A propósito de esta institución, es muy importante meditar con  profundidad el texto del canon de la misa. De él se ha dicho: "El canon  de la Misa contiene la historia sublime de la acción de Jesucristo al  instituir la Eucaristía, y las palabras sacramentales de que se sirvió, y  de que mandó servirse a los apóstoles y a sus sucesores, para consagrar  el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre" ("La Santa Misa",  Ediciones Rialp, S.A., Madrid, 1965). 
No podemos, hacer nada mejor que citar integralmente la sagradas  palabras del canon de la misa tradicional, tan lleno de unción y de  piedad. 
La víspera de su Pasión, tomó Jesús el pan en sus santas y venerables  manos… y levantando sus ojos al cielo, a Ti, Dios, su Padre omnipotente,  dándote gracias, lo bendijo, lo partió, y se lo dio a sus discípulos,  diciendo: Tomad y comed todos de él. Porque esto es mi cuerpo. 
De un modo semejante, después de haber cenado, tomando también este  precioso cáliz en sus santas y venerables manos, dándote asimismo  gracias, lo bendijo, y dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed de  él todos. Porque este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno  testamento, misterio de fe: que por vosotros y por muchos será derramada  para la remisión de los pecados. Cuantas veces esto hiciereis, hacedlo  en memoria mía. 
Después de Pentecostés, el culto cristiano se organiza. 
El Salvador dejó este encargo solemne a sus apóstoles en el momento en  que iba a ofrecerse en sacrificio: "cuantas veces esto hicieréis,  hacedlo en memoria mía". He aquí como lo explica el Concilio de Trento:  "Aunque Nuestro Señor debiera ofrecerse una sola vez a su Padre,  uniéndose en el altar de la cruz para obrar la redención eterna, quiso  dejar a su Iglesia un sacrificio visible, tal como lo requería la  naturaleza de los hombres, por el cual se aplicase de edad en edad por  la remisión de los pecados la virtud de este sangriento sacrificio que  debía cumplirse una vez en la cruz… en la última cena, en la misma noche  en que fue entregado, declarándose sacerdote eterno, según el orden de  Melquisedec, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las  especies de pan y vino, los dio a sus apóstoles, a quienes hizo entonces  sacerdotes del Nuevo Testamento, y por estas palabras: Haced esto en  memoria mía, les mandó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio que  ofreciesen la misma hostia". 
La doctrina del sacrificio de la misa,  ¿una teología  "degenerada"? 
Se puso de moda en los ambientes progresistas tratar con desprecio la  "teología sacrificial" de la misa. Para citar un ejemplo reciente, en un  sermón pronunciado en la misa crismal (10 de abril de 2001), Monseñor  Rouet, obispo de Poitiers en Francia, declara la guerra a esta "teología  de muerte", inventada según él por el Concilio de Trento, consecuencia  del terror provocado por la gran peste negra y de una especie de  "crispación anti-protestante". "De estas tradiciones a corto plazo -dice  Mons. Rouet-, resultó la noción de un sacrificio mutilado, degenerado,  contra el cual el Concilio (Vaticano II) se levantó, por supuesto, un  sacrificio vinculado con una falta, una privación, una herida, en una  palabra: con una especie de masoquismo". Tales acusaciones son graves  puesto que ponen en tela de juicio la doctrina tradicional de la  Iglesia. Si la Iglesia se desvió en una cuestión tan importante,  ¿qué  queda de la infalibilidad del Magisterio? 
Pero tales acusaciones no son solamente injuriosas para la Iglesia,  demuestran además un gran desconocimiento de la belleza de su doctrina y  del enorme provecho que podemos sacar de ella para nuestras almas. Eso  es lo que procuraremos mostrar, con la ayuda de Dios y de su Santísima  Madre, en el próximo número de esta revista:  ¡El tesoro escondido de la  santa misa! 

 inundado por um mistério de luz que é Deus   e N´Ele vi e ouvi -A ponta da lança como chama que se desprende, toca o eixo da terra, – Ela estremece: montanhas, cidades, vilas e aldeias com os seus moradores são sepultados. - O mar, os rios e as nuvens saem dos seus limites, transbordam, inundam e arrastam consigo num redemoinho, moradias e gente em número que não se pode contar , é a purificação do mundo pelo pecado em que se mergulha. - O ódio, a ambição provocam a guerra destruidora!  - Depois senti no palpitar acelerado do coração e no meu espírito o eco duma voz suave que dizia: – No tempo, uma só Fé, um só Batismo, uma só Igreja, Santa, Católica, Apostólica: - Na eternidade, o Céu!
inundado por um mistério de luz que é Deus   e N´Ele vi e ouvi -A ponta da lança como chama que se desprende, toca o eixo da terra, – Ela estremece: montanhas, cidades, vilas e aldeias com os seus moradores são sepultados. - O mar, os rios e as nuvens saem dos seus limites, transbordam, inundam e arrastam consigo num redemoinho, moradias e gente em número que não se pode contar , é a purificação do mundo pelo pecado em que se mergulha. - O ódio, a ambição provocam a guerra destruidora!  - Depois senti no palpitar acelerado do coração e no meu espírito o eco duma voz suave que dizia: – No tempo, uma só Fé, um só Batismo, uma só Igreja, Santa, Católica, Apostólica: - Na eternidade, o Céu!