por Dom Gregori María -El Fiador de la Historia – Germinans germinabit
Los atentados infringidos a la Liturgia durante la segunda mitad del siglo XVII presagiaban los escándalos que llegarían en el XVIII. Los acontecimientos tendrán lugar casi exclusivamente en Francia, patria del racionalismo y único país donde se creyó necesario romper la unidad litúrgica conseguida en Trento. Todas las demás iglesias permanecerán fieles a las tradiciones del culto divino.
Un hecho singular tuvo lugar en los inicios del siglo XVIII y que sin duda afectará al desarrollo de las décadas posteriores: la publicación de las “Reflexiones Morales sobre el Nuevo Testamento” del oratoriano P. Pasquier Quesnel (imagen). Era imposible que los principios contenidos en este manifiesto de la secta jansenista no tuvieran una aplicación que afectase a la Liturgia. De hecho en la obra del oratoriano encontramos las doctrinas de Antoine Arnauld sobre la lectura de la Sagrada Escritura. Esas doctrinas ya habían directamente acarreado la traducción jansenista del Nuevo Testamento de 1667 llamada “de Mons” (la ciudad belga donde se imprimió) y la del Misal por Voisin y la del Breviario por Le Tourneaux así como el audaz proyecto de sustitución de todas las fórmulas tradicionales destinadas al canto por pasajes bíblicos…
La importancia dada a la recitación en voz alta
Los anti-liturgistas idearon un medio bastante eficaz para llevar el deseo de la lengua vulgar en los oficios divinos al pueblo. El medio era romper el silencio de la celebración introduciendo la recitación del canon en voz alta. Este hecho aparentemente poco importante a los ojos de aquellos que no están acostumbrados a ver la trascendencia de los detalles en Liturgia (que es una gran mayoría, por cierto), contiene el germen de una entera revolución. Si se lee el Canon en voz alta, el pueblo pedirá que se lea en lengua vernácula; si la Liturgia y la Sagrada Escritura se leen en voz alta, el pueblo se convierte en juez de la enseñanza de la fe en los temas controvertidos, función que compete a los pastores legítimos; si el pueblo tiene que pronunciarse en la cuestión del enfrentamiento entre Roma y Jansenio, los jansenistas conseguirán un mayor apoyo y una mejor difusión de sus sofismas. Al fin y al cabo Lutero, Calvino y los primeros protestantes no habían seguido otra táctica y sin duda esta les había reportado un gran éxito entre las masas. Fue por ese motivo que el Concilio de Trento quiso prevenir a los fieles contra esta seducción con el doble anatema lanzado a la vez contra los partidarios de la lengua vulgar en los oficios divinos y contra aquellos de la recitación en voz alta. (Concilio de Trento. Sesión XXII. Canon 9)
Ya en la época de la Reforma del siglo XVI surgieron doctores que, en parte por amor a la novedad y en parte movidos por la ciega esperanza de reconducir a los herejes, debilitaron la doctrina y los usos católicos. Es por eso que creyeron que atacando la costumbre de recitar en secreto el canon de la Misa se frenarían los efectos de los reformadores. Así pensaban Gerard Lorichius y George Cassander. Lo que estos dos doctores defendían movidos seguramente por un fin tan loable como poco lúcido, volvió a salir a la luz en el siglo XVIII y fue escogido por la secta jansenista tanto para atacar la autoridad de la Liturgia como para crear entre ellos un nexo de unión.
Un gran escándalo no tardó en llegar: en la diócesis de Meaux, el canónigo François Ledieu, encargado de la impresión del Nuevo Misal diocesano que vio la luz en 1709 introdujo por su cuenta y riesgo una increíble novedad.
Despreciando la integridad litúrgica, incluyó una serie de “Amen” precedidas de una R/ en rojo (que en las rúbricas significa: respuesta), después de la Consagración y la Comunión así como también antes de cada uno de los Amén que se encuentran en el Canon Romano.
Su objetivo como es fácil de descubrir era constreñir al sacerdote a recitar el Canon en voz alta para que los clérigos asistentes y finalmente el pueblo pudiesen responder “Amén” en los lugares señalados con la R/ roja. Hay que reconocer los ingeniosos y sutiles métodos del astuto canónigo Ledieu y su partido.
Pero Dios había colocado al frente de la diócesis de Meaux un pastor ortodoxo y celoso que no tardó en desautorizar la peligrosa obra a la cual se estaba asociando su nombre. Así pues, Mons. Henri de Thyard de Bissy, inmediato sucesor de Bossuet, que se había mostrado firme en su lucha contra el jansenismo, publicó en 1710 un edicto vigoroso de prohibición del uso del Misal publicado en su diócesis hasta que no se corrigieran todos los trazos de las innovaciones, y esto bajo pena de suspensión “a divinis”.
Además subrayaba que estas innovaciones eran contrarias tanto al uso inmemorial de la diócesis de Meaux como al de la Iglesia Universal y que tendían a favorecer la recitación del Canon en voz alta.
Los derechos de la recta doctrina fueron también sostenidos por Dom Pierre Le Lorrain, abad de Notre Dâme du Pre en Valmont, en la Alta Normandía. En su obra “Del Secreto de los Misterios o Apología de la rúbrica de los Misales”, volumen un tanto denso y quizá mal presentado, pero en el cual sin duda alguna el autor da sobradas pruebas de sus amplios conocimientos en la materia al demostrar cómo los innovadores quieren hacer prevalecer su sistema contra las más auténticas y venerables reglas de la Iglesia. Y por si las aportaciones del abad de Valmont eran insuficientes, los dos mayores liturgistas benedictinos del momento, los ilustres Dom Mabillon y Dom Martène, condenaron el nuevo sistema con la autoridad que les confería su vasta erudición en estos sagrados temas. Así mismo el P. Le Brun, oratoriano en Saint-Honoré du Louvre, personaje de conocida fama por su ciencia litúrgica y su irreprochable ortodoxia, entró en la disputa y publicó en 1725 una disertación de más de 300 páginas sobre “La costumbre de recitar en silencio una parte de las plegarias de la Misa en todas las Iglesias y en todos los tiempos”. En esa obra el docto oratoriano trata la cuestión bajo todos sus aspectos examinando con detalle y rebatiendo de la mejor manera cada uno de los argumentos sobre los que se pensaban apoyar los innovadores. El encomiable trabajo del P. Le Brun obtuvo el sufragio no sólo de los sabios de su época sino también de los más rectos y celosos eclesiásticos de Francia.
La reacción de Mons. Languet de Gergy, arzobispo de Sens
Pocos años después de la publicación del Misal de Meaux, Mons. Bossuet, obispo de Troyes (sobrino del famoso Bossuet el “Águila de Meaux”) anunció a su clero la publicación de un nuevo Misal. El Cabildo catedralicio reunido a tal efecto resolvió, por mayoría aplastante de 17 contra 5 votos, interponer un recurso contra el anunciado abuso al metropolitano de Sens. Esta ilustre sede estaba ocupada por Mons. Jean-Josep Languet de Gergy, celoso prelado que como un titán se opuso radicalmente a este Misal. Paso a detallar esquemáticamente la estructura del Misal de Troyes de 1736 y los argumentos con que Languet rebatió cada novedad.
MISAL DE TROYES 1736 | RESPUESTA REPROBATORIA DE MONS. LANGUET |
a.- Cambio de la rúbrica “submisa voce” (voz baja) para la recitación del Canon por “submissiora voce” (voz más baja) | a.- La autoridad litúrgica al publicar el Misal (de San Pío V) nunca ha tenido la intención de introducir esa recitación en voz alta ni del Canon ni de las oraciones llamadas “secretas”. El tendencioso cambio de la rúbrica por “submissiora voce” contradice la Constitución Apostólica y afirma “se trata de una trampa con que los jansenistas desean introducir sus principios”. |
b.- En el momento de administrar la comunión, supresión del Confiteor con su Misereatur y su Indulgentiam (del tradicional “Yo,pecador” que se rezaba desde antiguo) así como las palabras del sacerdote “Ecce Agnus Dei” y “Domine, non sum dignus” | b.- Ante la eliminación del Confiteor antes de la comunión, Languet alega que está prescrita en el Misal y que la costumbre, aunque no se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, es venerable y sugerida, al menos en su espíritu por Orígenes y San Juan Cristóstomo, y que en todo caso estando establecida como tal no puede dispensarse. Si hay que suprimir todo lo que no es de los primeros siglos –afirma- habría que suprimir el “Gloria in excelsis” que en tiempos de San Gregorio solo era recitado por el obispo; o suprimir la recitación del Credo que fue introducida en la Iglesia bajo Benedicto VIII. Habría que celebrar la Misa a la hora de la cena como los apóstoles o acabar celebrándola tal como lo describe San Justino en su IIª Apología. (ver FIADOR del 8/9/2007) |
c.- Abolición de la rúbrica que obligaba, al sacerdote celebrante en la Misa Solemne o al obispo en el Pontifical, a recitar por su cuenta las lecturas que son cantadas por diácono y subdiácono en el coro. | c.- Desde la antigüedad –afirma Languet- existe la prescripción para el celebrante de leer en el altar las lecturas que son cantadas en el coro. | ||
d.- Rúbrica expresando el deseo de ver abolida la costumbre de colocar cruz y candelabros encima del altar; con que estén en el ámbito del presbiterio es suficiente: en el altar únicamente el cáliz y la patena. | d.- Languet denuncia que en el deseo de eliminar cruz y candelabros del altar están presentes los instintos calvinistas. | ||
e.- Finalmente, y a imitación del Misal de De Harlay supresión de todos los cantos que no sean escriturísticos y su sustitución por piezas de contenido jansenista. | e.- Rebatiendo la voluntad de respetar únicamente lo proveniente directamente de la Sagrada Escritura en las formulas sagradas, el Arzobispo de Sens se pregunta: ¿Acaso la | Tradición no es parte de la Revelación? ¿No es cierto que esta constituye una verdadera “regla de fe”? Y finalmente demuestra con claridad que bajo ese “celoso deseo bíblico” se oculta una negación del valor de la Tradición y de las fórmulas de ella heredadas, apéndice de las doctrinas protestantes. |
fonte:una voce cordoba