Por Romano Amerio
Iota Unum
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Rechazo de la Teología Natural. Card. Garrone. Mons. Pisoni
Ha penetrado muy extensamente en la Iglesia esa negación de la primacía del conocimiento sobre la vida que hemos examinado en § 149. Hoy día se pone en duda, se elude o se niega, la doctrina de los preámbulos racionales de la fe, según la cual
“Dios vivo y verdadero, Creador y Señor nuestro, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana” (Vaticano I, DENZINGER, 1806).
De este modo las virtudes sobrenaturales de esperanza y caridad pierden su base y se convierten en categorías de la vitalidad.
Ciñéndome al criterio metódico que me he propuesto, demostraré el eclipse del sentido racional en la Iglesia aportando solamente dos testimonios: del cardenal Prefecto de la Congregación para la educación católica (también llamada de Seminarios y de los Estudios) y de un sacerdote encargado durante muchos años, con autorización de su obispo, de la sección religiosa en uno de los más difundidos semanarios de Italia.
En el Congreso de los teólogos italianos (Florencia, 1968) el Card. Gabriele M. Garrone consideró que la crisis de la fe desciende de la incapacidad (a la que sin embargo habría escapado Teilhard de Chardin) de ofrecer al hombre contemporáneo una noción de Dios que tenga sentido para él: es decir, una noción conforme a su animadversión por la racionalidad y por la verdad.
Su Eminencia reconocía en la teología católica un exceso de teoricidad, una intemperanza de la razón, una especie de filosofismo. Los términos precisos son éstos: “En el siglo pasado los teólogos fueron conducidos a afirmar la capacidad de la razón humana para probar la existencia de Dios. Los teólogos han abandonado a Dios en manos de los filósofos. Tenemos que reconocer que nos hemos equivocado, porque le hemos pedido a la filosofía lo que ella no puede darnos. Debemos reencontrar los atributos de Dios: no las ideas abstractas de la filosofía, sino los nombres, los verdaderos nombres de Dios. No tenemos la misión de predicar ideas, sino la fe”.
La autoridad de la persona no abroga el derecho de todo fiel de confrontar la enseñanza de los ministros particulares con la enseñanza de la Iglesia universal. Realmente no son los teólogos, sino la Iglesia misma en el ejercicio de su supremo oficio didáctico quien en el Vaticano I enseñó solemnemente la capacidad de la razón para probar la existencia de Dios. Por tanto no basta decir “nos hemos equivocado”: habría que decir “la Iglesia se ha equivocado”.
El circiterismo doctrinal y la debilidad de razonamiento no sólo han estado presentes en el congreso de Florencia; el pueblo de Dios habla hoy medio azótico y medio hebraico, como en tiempos de Nehemías (II Esdr. 13, 24). O si no, estaría la Iglesia bajo una mala estrella si estuviese hoy en el caso de decir a los hombres: “creed en mí, aunque yo no crea”.
Al discurso del cardenal se hace referencia en ICI, n. 305 (1 febrero 1968), pp. 12-13.
Habiendo yo preguntado a la dirección de ese periódico si no hubiese tal vez cometido un error al referirlo y habiendo hecho saber al cardenal mismo la pregunta planteada por mí a la revista, éste me respondió: “No había pasado por alto ese texto de ICI, y me he puesto en contacto con los responsables del modo conveniente enviándoles el texto auténtico de esta conferencia. No hace falta decirle que el tono era muy distinto”.
Habiéndome parecido que la cosa era digna de continuarse, y habiendo instado a ICI para que publicase el texto auténtico, mi insistencia provocó una entrevista en Roma de dos redactores de la revista con el cardenal. Mons. Garrone declaró entonces que “prefería no continuar con el asunto” (1).
No hace falta adentrarse en ello. No se puede sin embargo dejar de observar (basta leer los textos) que las palabras de Mons. Garrone son contra-rias al Vaticano I, en la misma medida en que no ser capaz es lo contrario de ser capaz. Es superfluo por tanto señalar que el tono, sea sostenido o bemol, no cambia el tema musical, y que el sentimiento con el que se enuncia un juicio no puede cambiar ni el significado de los términos ni el valor del juicio (S 72). Igualmente superfluo es señalar los orígenes modernistas de la afirmación del cardenal, ya que es propio del modernismo fundar la creencia sobre un sentimiento y una experiencia de lo divino más que sobre una previa certeza racional, y sostener que la razón “nec ad Deum se erigere potis est nec illius exsistentiam, utut per ea quae videntur, agnoscere” (2) (Encíclica Pascendi, DENZINGER, 2072).
En el semanario “Amica” del 7 julio de 1963, en la rúbrica La posta dell ánima, Mons. Ernesto Pisoni escribe: “La razón humana puede ciertamente por sí misma demostrar la posibilidad de la existencia de Dios y probar por consiguiente la credibilidad de la existencia de Dios”.
Esta posición es precisamente la contraria de la doctrina de la Iglesia. La razón no sólo prueba la posibilidad de la existencia de Dios, sino la realidad de tal existencia.
Se puede quizá también decir que la existencia de Dios es posible (aunque de esa posibilidad San Anselmo deduce inmediatamente su existencia), y tal posibilidad se demuestra mostrando que no implica contradicción: la no contradicción es de hecho la condición de la posibilidad de una cosa. Sin embargo la Iglesia no enseña que la existencia de Dios es posible (es decir, no absurda) sino que es real. “La existencia de Dios no repugna a la razón”, dice mons. Pisoni, no dándose cuenta de que aplica así a las verdades naturales la tesis aplicable a las verdades sobrenaturales.
Frente a las verdades naturales, que son su propio objeto inteligible, la razón aprehende y ve. Sin embargo, frente a las verdades sobrenaturales, la razón no aprehende, sino que tiene por oficio demostrar que no repugnan a la razón.
164. LA VIRTUD TEOLOGICA DE LA FE
La indistinción entre la esfera de lo inteligible natural y la esfera de lo su-prainteligible lleva en sí misma un rechazo de la doctrina católica de las virtudes teologales, que nos corresponde ahora examinar.
La razón no puede llegar a demostrar las verdades sobrenaturales, como la Trinidad, la unión hipostática, la resurrección de la carne o la Presencia Real en la Eucaristía. Éstas son verdades propuestas por Revelación y aprehensibles solamente por la fe. Pero esa imposibilidad no quita al acto de fe su carácter razonable: sigue siéndolo en grado sumo. En efecto, la razón, reconociéndose finita, ve que más allá de su límite pueden existir verdades cognoscibles (porque la cognoscibilidad se refiere a lo verdadero), pero no aprehensibles por evidencia racional.
A tales verdades la razón se adhiere con un asentimiento; sin embargo este asentimiento no está producido por la necesidad lógica de la evidencia, sino por un determinante sobrenatural que es la gracia.
La fe es la virtud sobrenatural propia de la primacía del conocer por la cual el hombre, yendo más allá de su propio límite, asiente a lo que no puede ver porque está más allá del límite.
Por consiguiente, según la doctrina católica, la fe es una virtud del hombre que reside en el intelecto, como la caridad en la voluntad; y su posi-bilidad, como ya dijimos, es una consecuencia necesaria de la finitud del in-telecto.
El motivo de la fe es por un lado el hecho de la finitud del intelecto (por lo cual todas las ciencias se fundan sobre la fe) y por otro la autoridad de la palabra divina revelada(3).
El hecho de la Revelación es de relevancia histórica y recibe una demostración histórica. La autoridad de la palabra divina es igualmente un elemento racionalmente cognoscible. No es mediante la autoridad de Dios como el espíritu humano reconoce la autoridad de Dios (sería un círculo vicioso), sino mediante una argumentación que encuentra la autoridad de la Revelación examinando analíticamente el concepto mismo de Dios.
Por consiguiente en el sistema católico toda autoridad es producto de la razón, porque si bien la razón se somete, es la razón misma la que ve la necesidad de someterse.
Por tanto la autoridad divina constituye un criterio que prevalece por encima de cualquier otro. Las cosas creídas por el cristiano son certísimas, porque el fundamento de creerlas no está en algo propio de la criatura, sino en la verdad del pensamiento divino.
165. CRÍTICA DE LA FE COMO BÚSQUEDA. LESSING
Para la nueva teología, por el contrario, la fe se caracteriza más por la movilidad de la perpetua búsqueda que por la estabilidad del asentimiento.
Se llega a decir que una fe auténtica debe entrar en crisis, pasar por tentaciones, alejarse todo lo posible de un estado de reposo. Se llega a proclamar deseable la multiplicación de las objeciones, que estimulan “a repasar y reconquistar continuamente la propia certeza del mensaje cristiano” (OR, 15-16 de enero de 1979).
Tal concepción dinámica de la fe deriva próximamente del modernismo, para el cual la fe está en función del sentimiento de lo divino y las verdades conceptuales elaboradas por el intelecto son expresiones mutables de ese sentimiento. Remotamente deriva además de las filosofías trascendentales alemanas, que elevan el devenir por encima del ser y, por necesaria con-secuencia, la inquieta duda por encima de la certeza y la búsqueda por encima del hallazgo.
Es la mentalidad a la que dió sugestiva expresión Lessing en la parábola de Eine Duplik: “Si el infinito y omnipotente Dios me diese la posibilidad de escoger entre el don escondido en su mano derecha, que es la posesión de la verdad, y el don escondido en su mano izquierda, que es la búsqueda de la verdad, yo rogaría humildemente. ¡Oh Señor! concédeme la búsqueda de la verdad, porque poseerla solamente es propio de Tí”(4).
La parte errónea de esta concepción está en tomar por humildad una disposición de ánimo que es sin embargo de exquisita soberbia: quien prefiere la búsqueda de la verdad a la verdad misma, ¿qué prefiere en realidad?
Prefiere su propio movimiento subjetivo y la agitación vital de su Yo a ese valor para detenerse en el cual le ha sido dado el movimiento subjetivo.
En suma, se trata de una posposición del Objeto ante el sujeto, y de un presupuesto antropotrópico inconciliable con la religión, que desea la sumisión de la criatura al Creador y enseña que mediante ella la criatura encuentra su propia saciedad y su propia perfección. El error por el cual se estima más la búsqueda de la verdad que su posesión es una forma de indiferentismo.
Juan Pablo II lo ha condenado en estos términos: “También es indife-rentismo hacia la verdad considerar más importante para el hombre buscar la verdad que alcanzarla, ya que en definitiva ésta se le escaparía irremediablemente” (OR, 25 de agosto de 1983).
A este error sigue el de “confundir el respeto debido a toda persona, sean cuales sean las ideas que profesa, con la negación de la existencia de una verdad objetiva”.
166. CRÍTICA DE LA FE COMO TENSIÓN. LOS OBISPOS FRANCESES
Se dice que la fe consiste en una tensión del hombre hacia Dios. Tal doctrina está avalada por el documento que promulgaron los obispos franceses tras su reunión plenaria de 1968. En la p. 80 se repudia expresamente la definición de la fe como adhesión del intelecto a las verdades reveladas, y se reconoce en la fe una adhesión existencial a un acto vital: “Durante mucho tiempo se ha presentado la fe como una adhesión de la inteligencia esclarecida por la gracia y apoyada por la palabra de Dios.
Hoy se ha regresado a una concepción más conforme con el conjunto de las Escrituras. La fe se presenta entonces como una adhesión de todo el ser a la persona de Jesucristo. Es un acto vital y ya no solamente intelectual, un acto que se dirige a una persona y ya no solamente a una verdad teórica; de este modo no podría ser puesta en peligro por dificultades teóricas de detalle”.
Puesto que la fe consiste en esa tensión vital, subsiste mientras ésta subsista, independientemente de aquello que se crea.
Esta doctrina se aparta de la tradición de la Iglesia. Ciertamente la re-ligión es una disposición de la totalidad de la persona y no solamente de su intelecto, pero el acto de fe lo realiza la persona específicamente mediante el intelecto. No se deben confundir las prioridades, confundiendo después como consecuencia necesaria las virtudes teologales. La fe es una virtud del hombre del género conocer, no del género tender hacia. Es cierto que la religión está integrada por las tres virtudes teologales, pero su fundamento es la fe, no la tensión (es decir, la esperanza).
Yo no niego que la religión -pueda contemplarse en general como una ten-dencia hacia Dios; es falso sin embargo que consista por sí misma en esa tendencia. En primer lugar, porque tal tensión es compatible con cualquier experiencia religiosa del género humano, comprendida la de quienes adoran al estiércol y a los escarabajos y ofrecen sacrificios humanos. En segundo lugar, porque tal tensión se asemeja al titanismo, en el cual el esfuerzo humano no se dirige a reverenciar al Numen, sino a desafiarlo y a abatirlo.
La tensión más bien se compagina en grado sumo con la experiencia religiosa de Satanás, que tendía con todas sus fuerzas a Dios, pero no para adorarlo, sino para serlo. La característica propia de la religión es el sometimiento, y el principio que la constituye es el reconocimiento de la depen-dencia. El principio de la tensión es sin embargo un principio de autodetermina-ción y de independencia.
167. MOTIVO Y CERTEZA DE LA FE. ALESSANDRO MANZONI
También en torno al motivo de la creencia religiosa los innovadores difieren de la doctrina de la Iglesia. Dicen que el motivo de creer es la integra-ción perfecta de la persona humana y la completitud de la saciedad buscada por el hombre.
Este motivo es legítimo y bien conocido por la teología católica: pero no como motivo primero y determinante, pues el fin de la religión no es la saciedad del hombre, sino el cumplimiento del fin de la Creación, Dios mismo.
Aquí reaparece la tendencia antropotrópica del pensamiento innovador. El fin que Dios asigna al hombre es la justicia , es decir, la adhesión a la voluntad divina; pero ahí se esconde precisamente el objetivo que Dios se propone al asignar al hombre como fin la justicia: conducirlo a la felicidad. En la prospectiva del hombre, el primum debe ser la justicia(5).
La felicidad consiste en ser perfectamente justo, según la palabra de Cristo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán hartados [de justicia]” (Mat. 5,6). El elemento subjetivo de la felicidad debe reducirse a fin de que triunfe el Objeto.
También el fundamento de la certeza de fe queda completamente fuera del sujeto. Para el creyente es la más firme de las certezas, por encima de la ininteligibilidad del dato revelado y de todo condicionamiento histórico. Siendo el dato revelado de tal naturaleza que la mente humana no puede encontrarlo ni verificarlo, la única manera posible de fundamentar la certidumbre es recibir esa verdad, recibirla puramente sin mezclar nada de nuestro lado: en resumen, trasladar completamente los motivos de la certeza del lado del sujeto al lado del Objeto.
La certeza del creyente sobre los dogmas de fe no se apoya sobre ar-gumentos históricos de su verdad, y ni siquiera, como ya dije, sobre la refutación de las objeciones opuestas. Se apoya sobre un principio que va más allá de todas las condiciones, todos los presupuestos e incluso todas las eventualidades históricas. Creer de fe católica es saber firmísimamente que contra las verdades creídas no vale argumento encontrado o encontrable, es saber que no sólo 'son inconsistentes, falsas y solubles las objeciones establecidas contra ella, sino que serán inconsistentes, falsas y solubles las que puedan establecerse en todo el curso del futuro in saecula saeculorum, bajo cualquier extensión de las luces del género humano.
“¿Habéis examinado”, escribe Manzini (6), “todas estas objeciones [contra la Revelación]? Son objeciones de hecho, de cronología, de historia, de historia natural, de moral, etc. ¿Habéis discutido todos los argumentos de los ad-versarios, habéis reconocido su falsedad e inconsistencia? No basta esto para tener Fe en las Escrituras. Es posible, y desgraciadamente posible, que en las generaciones venideras haya hombres que estudiarán nuevos argumentos contra la verdad de las Escrituras; rebuscarán en la historia, pretenderán haber descubierto verdades de hecho por las cuales las cosas afirmadas en las Escrituras irán a parecer falsas. Ahora debéis jurar que estos argumentos que aún no han sido encontrados serán falsos, que esos libros que aún no han sido escritos estarán llenos de errores: ¿lo juráis? Si os negáis a hacerlo, confesad que no tenéis fe”.
Por consiguiente la fe es una persuasión firmísima, que no admite la cláusula rebus sic stantibus (es decir, no admite la cláusula de la historicidad) e introduce al hombre en la esfera suprahistórica e intemporal de lo divino en sí mismo, en el cual “non est transmutatio nec vicissitudinis obumbratio” (Sant. 1, 17)(7).
Notas
- Todo el intercambio de cartas, abierto con la mía a ICI de 18 de febrero de 1968 y cerrado con la susodicha preferencia, forma parte del material de trabajo de Iota Unum.
- “ ni es capaz de levantarse hasta Dios ni puede conocer su existencia ni aun por las cosas que se ven”.
- En realidad toda ciencia recibe de otras ciencias conocimientos que ella no demuestra: cree a las otras ciencias de las que los recibe. También en las ciencias los conocimientos del hombre están fundados sobre la fe que un científico presta a otro. No de otra manera sucede en la vida común y civil.
- Edición de Frankfurt, 1778, p. 10. Explicita el sentido de la parábola el pasaje de la p. 9: “Lo que constituye el valor del Hombre no es la Verdad, en cuya posesión cualquier hombre está o cree estar, sino el honrado esfuerzo que ha empleado para alcanzarla”.
- Quacrite ergo primum regnum Dei et iustitiam eius [Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia]” (Mat. 6, 33).
- Morale cattolica, ed. cit., vol. [I, págs. 544-545; para el análisis de la teoría manzoniana, ver vol. III, pp. 358-359.
- ... no existe vaivén ni oscurecimiento, efecto de la variación
fonte: http://devocioncatolica.blogspot.com/#ixzz33jcFNqKD