domingo, 5 de setembro de 2010

VENERABLE PIO XII : apenas «el Verbo se hizo carne» (Juan, 1, 14), se manifiesta al mundo en su oficio sacerdotal, haciendo un acto de sumisión al Padre eterno, acto de sumisión que había de durar toda su vida («entrando en este mundo, dice...Heme aquí que vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad...») (Hebr. 10,5-7) y que había de ser consumado en el sacrificio cruento de la cruz: «En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez» (Heb. 10, 10).

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B) RECONOCIMIENTO DE ESTE DEBER EN TODOS LOS TIEMPOS
1.° Razón de esta universalidad.
21. Hemos de advertir que los hombres se encuentran ligados por este deber, por haberlos Dios elevado a un orden sobrenatural.

2.° En el Antiguo Testamento.
22. Así, si consideramos a Dios como autor de la Antigua Ley, le vemos proclamar también preceptos rituales y determinar exactamente las normas que el pueblo debe observar al rendirle el legítimo culto. Estableció, pues, varios sacrificios y designó varias ceremonias, con arreglo a las cuales debían realizarse, y determinó claramente lo que se refería al Arca de la Alianza, al Templo y a los días festivos; designó la tribu sacerdotal y al Sumo Sacerdote, indicó y describió las ropas a usar por los ministros sagrados y cuantas cosas más tenían relación con el culto divino.

23. Ahora bien, este culto no era otra cosa que la sombra del que el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento había de rendir al Padre celestial.
3 ° En el Nuevo Testamento.
a) Jesús.
24. Y en verdad, apenas «el Verbo se hizo carne» (Juan, 1, 14), se manifiesta al mundo en su oficio sacerdotal, haciendo un acto de sumisión al Padre eterno, acto de sumisión que había de durar toda su vida («entrando en este mundo, dice...Heme aquí que vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad...») (Hebr. 10,5-7) y que había de ser consumado en el sacrificio cruento de la cruz: «En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del Cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez» (Heb. 10, 10).

25. Toda su actividad entre los hombres no tiene otro fin. De niño, es presentado en el Templo al Señor; de adolescente, vuelve a él; más tarde, acude allí a menudo para instruir al pueblo y para orar. Antes de iniciar el ministerio público, ayuna durante cuarenta días, y con su consejo y su ejemplo exhorta a todos que oren, lo mismo de día que de noche. Como maestro de verdad «ilumina a todas los hombres» (Juan, 1, 9) para que los mortales reconozcan debidamente al Dios inmortal y no «se oculten para perdición, Sino que perseveren fieles para ganar el alma» (Hebr. 10. 39). Cómo pastor, pues, gobierna, a su grey, la conduce a los pastos de la vida y le da una Ley que observar para que ninguno se separe de El y del camino recto que El ha señalado; sino que todos vivan santamente bajo su influjo y su acción. En la última Cena, con rito y aparato solemnes, celebra la nueva Pascua y establece su continuación, mediante la institución divina de la Eucaristía; al día siguiente, levantado entre el cielo y la tierra, ofrece el Sacrificio de su vida; y de su pecho traspasado hace en cierto modo brotar los Sacramentos que repartan a las almas los tesoros de la Redención. Al hacer esto, tiene como único fin la gloria del Padre y la santificación cada vez mayor, del hombre.