Dom PRÓSPERO GUÉRANGER : PRÁCTICA DEL ADVIENTO
Si nuestra Madre, la Santa Iglesia, pasa el tiempo del Adviento ocupada en esta solemne preparación al advenimiento de Jesucristo; si como las vírgenes prudentes, permanecen con la lámpara encendida para la llegada del Esposo; nosotros, que somos sus miembros e hijos, debemos participar de los sentimientos que la animan y hacer nuestra esta advertencia del Salvador: "Cíñase vuestra cintura como la de los peregrinos, brillen en vuestras manos antorchas encendidas, y vosotros sed semejantes a los criados que están a la espera de su amo" (San Lucas, 12, 35).
En efecto, la suerte de la Iglesia es también la nuestra; cada una de nuestras almas es objeto, por parte de Dios, de una misericordia y de una providencia semejantes a las que emplea con la misma Iglesia. Sí ella es el templo de Dios, es porque se compone, de piedras vivas; si es la Esposa, es porque está formada por todas las almas invitadas a la unión eterna con Él. Si es cierto que está escrito que el Salvador conquistó a la Iglesia con su Sangre (Hebreos, 20, 28), cada uno de nosotros hablando de sí mismo puede decir como San Pablo: Cristo me amó y se entregó por mí (Gálatas, 2, 20). Siendo pues idéntica nuestra suerte, debemos esforzarnos durante el Adviento en asimilar los sentimientos de preparación que vemos que embargan a la Iglesia.
En primer lugar, es un deber nuestro el unirnos a los Santos del Antiguo Testamento para pedir la venida del Mesías y pagar así la deuda que toda la humanidad tiene contraída con la misericordia divina. Para animarnos a cumplir con este deber, transportémonos con el pensamiento al curso de estos miles de años, representados por las cuatro semanas del Adviento y pensemos en aquellas tinieblas, en aquellos crímenes de toda clase en medio de los cuales se movía el mundo antiguo. Nuestro corazón debe sentir con la mayor viveza el agradecimiento que debe a Aquel qué salvó a su criatura de la muerte y que bajó hasta nosotros para ver más de cerca y compartir todas nuestras miserias, fuera del pecado. Debe clamar con acentos de angustia y confianza hacia Aquel que se dignó salvar la obra de sus manos, pero que quiere también que le hombre pida e implore su salvación. Que nuestros deseos y nuestra esperanza se dilaten con estas ardientes súplicas de los antiguos Profetas que la Iglesia pone en nuestros labios; abramos nuestros corazones hasta en sus últimos repliegues a los sentimientos que ellos expresan.
Cumplido este primer deber, pensaremos en el advenimiento que el Salvador quiere hacer en nuestro corazón. Advenimiento lleno de dulzura y de misterio y que es consecuencia del primero, puesto que el Buen Pastor no viene solamente a visitar a su rebaño en general, sino que extiende sus cuidados a cada una de sus ovejas, aún a la centésima que se había extraviado. Ahora bien, para captar todo este inefable misterio, es necesario tener presente que así como no podemos ser agradables a nuestro Padre Celestial sino en la medida que ve en nosotros a Jesucristo, su Hijo, este Divino Salvador tan bondadoso se digna venir a cada uno de nosotros para transformarnos en Él, si lo consentimos, de suerte que no vivamos ya nuestra vida sino la suya. Éste es el objetivo del Cristianismo: la divinización del hombre por Jesucristo. Tal es la tarea sublime impuesta a la Iglesia. Con San Pablo dice Ella a los fieles: "Vosotros sois mis hijitos, pues os doy un nuevo nacimiento para que Jesucristo se forme en vosotros" (Gálatas, 4. 19).
Pero lo mismo que al aparecer en este mundo, el Divino Salvador se mostró primeramente bajo la forma de un débil niño, antes de llegar a la plenitud de la edad perfecta necesaria para que nada faltase a su sacrificio, del mismo modo tratará de desarrollarse en nosotros. Ahora bien, es precisamente en la fiesta de Navidad cuando quiere nacer en las almas y cuando derrama sobre su Iglesia una gracia de Nacimiento, a la cual no todos son ciertamente fieles. Porque mirad la situación de las almas a la llegada de esta inefable fiesta. Las unas, el número más reducido, viven plenamente de la vida de Jesucristo que está en ellas y aspiran continuamente a crecer en esta vida. Las otras, en mayor número, están vivas ciertamente, por la presencia de Cristo, pero enfermas y endebles por no desear el aumento de esta vida divina; porque su amor se ha resfriado. Los demás hombres no gozan de esta vida, están muertos, porque Cristo dijo: "Yo soy la vida".
Durante los días del Adviento pasa llamando a la puerta de todas estas almas, bien sea de una manera sensible; o bien de una manera velada. Les pregunta si tienen sitio para Él, para que pueda nacer en ellas. Y aunque la posada que reclama sea suya, porque Él la construyó y la conserva, se queja de que "los suyos no lo quisieron recibir", al menos la mayoría de ellos.
"Por lo que toca a aquellos que lo recibieron, les dio poder para hacerse hijos de Dios y no hijos de la carne o de la sangre" (San Juan, 1, 11-13.)
Preparaos, por tanto, vosotras, almas fieles; que lo guardáis dentro de vosotras como un preciado tesoro y que desde tiempo atrás no tenéis otra vida que su vida, otro corazón que su corazón, otras obras que sus obras, preparaos a verlo nacer en vosotras más hermoso, más radiante, más poderoso que hasta ahora lo habíais conocido. Tratad de descubrir en las frases de la santa liturgia estas palabras misteriosas que hablan a vuestro corazón y encantan al Esposo.
Ensanchad vuestras puertas para recibirlo nuevamente, vosotras que lo tenéis ya dentro pero sin conocerlo; que lo poseéis pero sin gozarlo. Ahora vuelve a venir con renovada ternura; ha olvidado vuestros desdenes, quiere renovarlo todo. Haced sitio al Divino Infante porque querrá crecer en vosotras. Se aproxima el momento.. Las palabras de la liturgia son también para vosotras; hablan de tinieblas que sólo Dios puede deshacer, de heridas que sólo su bondad puede curar, de enfermedades que únicamente pueden sanar por su virtud.
Y vosotros, cristianos, para quienes la Buena Nueva es como si no existiera, porque vuestros corazones están muertos por el pecado, bien se trate de una muerte que os aprisiona en sus cadenas desde hace mucho tiempo, o bien de heridas recientes: he aquí que se acerca el que es la vida. "¿Por qué habréis de preferir la muerte? Él no quiere la muerte del pecador sino que viva" (Ezeq. 28, 31-32). La gran fiesta de su Nacimiento será un día de universal misericordia para todos los que quieran recibirlo. Éstos volverán con Él a la vida; desaparecerá toda su vida anterior, "y la gracia sobreabundará allí donde la iniquidad ha abundado" (Romanos, 5, 20).
Y si la ternura y suavidad de este misterioso advenimiento no nos seduce, porque tu recargado corazón no es capaz todavía de experimentar confianza, porque después de haber sorbido la iniquidad como el agua, no sabes lo que es aspirar por amor a las caricias de un Padre cuyas llamadas has despreciado, entonces debes pensar en ese otro Adviento terrorífico que ha de seguir al que se realiza silenciosamente en las almas. Escucha los crujidos del universo ante la proximidad del Juez terrible. Contempla los cielos huyendo ante tu vista, desplegándose como un libro; aguanta, si puedes, su aspecto, su mirada deslumbrante: mira sin estremecerte la espada de dos filos que sale de su boca (Apocalipsis, 1, 16); escucha, por fin, esos gritos lastimeros: "Oh montes, caed sobre nosotros; oh rocas; cubridnos" (San Lucas, 23, 30). Estos gritos son. los que lanzarán en vano aquellas desgraciadas almas que no quisieron conocer el día de su visita. Por haber cerrado su corazón a Dios que lloró sobre ellas, bajarán a horas vivas al fuego eterno, cuyas llamas son tan ardientes que devoran los frutos de la tierra y los más ocultos fundamentos de las montañas. Allí es donde el gusano eterno roe un pesar que no muere nunca.
Aquellos que no se conmueven ante la noticia de la próxima venida del celestial Médico, del Pastor que generosamente da la vida por sus ovejas, mediten durante el Adviento en el tremendo pero innegable misterio de la Redención humana, inutilizada por la repulsa que de ella hace con frecuencia el hombre. Calculen sus fuerzas y si desprecian al Infante que va a nacer, consideren si serán capaces de luchar con el Dios fuerte el dia que venga, no a salvar, sino a juzgar.
Por lo demás, este temor no es sólo propio de los pecadores, es un sentimiento que debe experimentar todo cristiano. El temor, si va solo, hace esclavos; si lo acompaña el amor, dice bien del hijo culpable que busca el perdón de su irritado padre. Aún cuando el amor lo arroje fuera, a veces reaparece como un rayo pasajero, para conmover felizmente, el corazón del alma fiel hasta sus más íntimos fundamentos. Entonces siente revivir en sí el recuerdo de su miseria y de la gratuita misericordia del Esposo.
De todo esto se puede sacar en consecuencia que el Adviento es un tiempo dedicado principalmente a los ejercicios de la vía purgativa; esto está bien significado por aquella frase de San Juan Bautista que la Iglesia repite con tanta frecuencia durante este santo tiempo: "¡Preparad los caminos del Señor!" Que cada uno de nosotros trabaje, pues, seriamente en allanar el camino por donde ha de entrar Cristo en su alma. Los justos, siguiendo la doctrina del Apóstol, "olviden lo que han hecho en el pasado" y trabajen con nuevos ánimos. Apresúrense los pecadores a romper los lazos que los cautivan, las costumbres que los dominan; mortifiquen su carne, comenzando el duro trabajo de sujeción al espíritu. Oren sobre todo con la Iglesia. De esta manera, cuando venga el Señor, tendrán derecho a esperar que no pase de largo por su puerta sino que entre, puesto que ha dicho (Apocalipsis, 3, 20), dirigiéndose a todos: "He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abriere, entraré en su casa".Dom PRÓSPERO GUÉRANGER (Tomado de "El año litúrgico")
Dom Guéranger, DE L'ASSISTANCE A LA SAINTE MESSE AU TEMPS DE L'AVENT
Ils sentiront aussi que le grand Sacrifice qui perpétue sur la terre, jusqu'à la consommation des siècles, l'oblation réelle, quoique non sanglante, du Corps et du Sang de Jésus-Christ, a pour but spécial de préparer, et même d'opérer, dans les cœurs des fidèles, l'Avènement mystérieux du Dieu qui n'est venu délivrer nos âmes que pour en prendre possession.
L'ANNÉE LITURGIQUEDom GuérangerCHAPITRE V. DE L'ASSISTANCE A LA SAINTE MESSE AU TEMPS DE L'AVENT.
Ce chapitre n’est pas numérisé
Dans toutes les saisons de
l'Année Chrétienne, mais surtout au saint temps de l'Avent, il n'est point
d'œuvre plus agréable à Dieu, plus méritoire et plus propre à nourrir la
véritable piété, que l'assistance au saint Sacrifice de la Messe. Les fidèles
doivent donc faire tous leurs efforts pour se procurer ce précieux avantage aux
jours mêmes où la sainte Eglise ne leur en fait pas une obligation.
En assistant au divin Sacrifice
dont l'oblation a été l'objet de l'attente du genre humain durant quarante
siècles, ils devront éprouver une vive reconnaissance, s'ils réfléchissent que
Dieu les a fait naître en ce monde depuis ce grand et miséricordieux événement,
et n'a pas marqué leur place parmi ces générations qui se sont éteintes avant
même d'en avoir pu saluer l'aurore. Ils ne s'en joindront pas moins avec
instance à la sainte Eglise, pour demander, au nom de toute la création, la
venue du Rédempteur, acquittant ainsi avec plénitude la grande dette imposée à
tous les hommes, tant à ceux qui ont vécu avant l'accomplissement du mystère de
l'Incarnation, qu'à ceux qui ont le bonheur de le voir accompli.
Ils sentiront aussi que le
grand Sacrifice qui perpétue sur la terre, jusqu'à la consommation des siècles,
l'oblation réelle, quoique non sanglante, du Corps et du Sang de Jésus-Christ, a
pour but spécial de préparer, et même d'opérer, dans les cœurs des fidèles,
l'Avènement mystérieux du Dieu qui n'est venu délivrer nos âmes que pour en
prendre possession.
Enfin, ils aimeront à profiter
de la présence et de la conversation du Fils de Dieu, dans ce mystère caché où
il sauve le monde, afin qu'au jour où il viendra le juger dans sa majesté
terrible, il les reconnaisse comme ses amis et les sauve encore, à cette heure
où il n'y aura plus de miséricorde, mais seulement la justice.
Nous allons essayer de réduire
à la pratique ces sentiments dans une explication des mystères de la sainte
Messe, nous efforçant d'initier les fidèles à ces divins secrets, non par une
stérile et téméraire traduction des formules sacrées, mais au moyen d'Actes
destinés à mettre les assistants en rapport suffisant avec les actions et les
sentiments de l'Eglise et du Prêtre.
La première chose qui doit
occuper les fidèles lorsqu'ils assistent à la sainte Messe dans l'Avent, est de
savoir si cette Messe va être célébrée suivant le rite de l'Avent, ou si elle
est en l'honneur de la Sainte Vierge, ou de quelque Saint, ou enfin pour les
défunts. Pour cela, il leur suffira déconsidérer la couleur des ornements du
Prêtre. Ils seront violets, si la Messe est de l'Avent ; d'une autre couleur,
blanche ou rouge, si elle est de la Sainte Vierge ou d'un Saint ; enfin noire,
si elle est pour les défunts. Si le Prêtre est revêtu de violet, les fidèles
s'efforceront d'entrer dans l'esprit de pénitence que l'Eglise veut exprimer par
cette couleur. Ils le feront également dans le cas où le Prêtre serait revêtu
d'une autre couleur ; car, quelle que soit la solennité qu'on célèbre en Avent,
le célébrant est toujours obligé de faire mémoire de l'Avent en trois endroits,
et en usant des mêmes paroles de supplication et de componction qu'il aurait à
prononcer dans une Messe propre de l'Avent. Il n'y a d'exception que pour les
Messes des défunts.
Le Dimanche, si la Messe à
laquelle on assiste est paroissiale, deux rites solennels, l'Aspersion de l'Eau
bénite, et, en beaucoup d'églises, la Procession, devront d'abord intéresser la
piété.
Pendant l'Aspersion, on
demandera la pureté de cœur nécessaire pour prendre part au double Avènement de
Jésus-Christ ; et en recevant sur soi-même cette eau sainte, dont l'aspersion
nous prépare à assister dignement au grand Sacrifice dans lequel est épanché,
non plus une eau figurative, mais le Sang même de l'Agneau, on pensera au
Baptême d'eau par lequel saint Jean-Baptiste préparait les Juifs à cet autre
Baptême qui devait être l'effet de la puissance et de la miséricorde du
Médiateur.
Etc…
L'AVENT |
dom Guéranger, ON HEARING MASS DURING THE TIME OF ADVENT
With what gratitude ought they to assist at that divine sacrifice, for which the world had been longing for four thousand years! God has granted them to be born after the fulfilment of that stupendous and merciful oblation, and would not put them in the generations of men who died before they could partake of its reality and its riches!
ADVENT
I. THE HISTORY OF ADVENTII. THE MYSTERY OF ADVENT
III. PRACTICE DURING ADVENT
IV. MORNING AND NIGHT PRAYERS FOR ADVENT
V. ON HEARING MASS DURING ADVENT
VI. ON HOLY COMMUNION DURING ADVENT
VII. ON THE OFFICE OF VESPERS DURING ADVENT
VIII. ON THE OFFICE OF COMPLINE DURING ADVENT
CHAPTER THE FIFTH
ON HEARING MASS DURING THE TIME OF
ADVENT
There is no exercise which is more pleasing to God, or more
meritorious, or which has greater influence in infusing solid piety into the
soul, than the assisting at the holy sacrifice of the Mass. If this be true at
all the various seasons of the Christian year, it is so, in a very special
manner, during the holy time of Advent. The faithful, therefore, should make
every effort in order to enjoy this precious blessing, even on those days when
they are not obliged to it by the precept of the Church.
With what gratitude ought they to assist at that divine
sacrifice, for which the world had been longing for four thousand years! God has
granted them to be born after the fulfilment of that stupendous and merciful
oblation, and would not put them in the generations of men who died before they
could partake of its reality and its riches! This notwithstanding, they must
earnestly unite with the Church in praying for the coming of the Redeemer, so to
pay their share of that great debt which God has put upon all, whether living
before or after the fulfilment of the mystery of the Incarnation. Let them think
of this in assisting at the holy sacrifice.
Let them also remember that this great sacrifice, which
perpetuates on this earth even to the end of time, though in an unbloody manner,
the real oblation of the Body and Blood of Jesus Christ, has this for its
express aim: to prepare the souls of the faithful for the mysterious coming of
God, who redeemed our souls only that He might take possession of them. It not
only prepares, it even effects this glorious advent.
Let them, in the third place, lovingly profit by the presence
of, and intimacy with, Jesus, to which this hidden yet saving mystery admits
them; that so, when He comes in that other way, whereby He will judge the world
in terrible majesty, He may recognize them as His friends, and even then, when
mercy shall give place to justice, again save them.
We shall now endeavour to embody these sentiments in our
explanation of the mysteries of the holy Mass, and initiate the faithful into
these divine secrets; not, indeed, by indiscreetly presuming to translate the
sacred formulae, but by suggesting such acts, as will enable those who hear Mass
to enter into the ceremonies and sentiments of the Church and of the
priest.
The faithful, in assisting at Mass during Advent, should first
know whether it is going to be said according to the Advent rite, or in honour
of the blessed Virgin, or of a saint, or, finally, for the dead. The colour of
the vestments worn by the priest will tell them all this. Purple is used, if the
Mass be of Advent; white or red, if of our Lady or the saints; and black, if for
the dead. If the priest be vested in purple, the faithful must excite within
themselves the spirit of penance which the Church would signify by this colour.
They should do the same, no matter what may be the colour of the vestments; for
in every Mass during Advent, with the exception of Masses for the dead, the
priest is obliged, even on the greatest feasts, to make a commemoration of
Advent three separate times, and thus to make use of the same expressions of
repentance and sorrow as he would in a Mass proper to the time of Advent.
On the Sundays, if the Mass at which they assist be the
parochial, or, as it is often called, the public Mass, two solemn rites precede
it, which are full of instruction and blessing: the Asperges, or
sprinkling of the holy water, and the procession.
During the Asperges, let them ask for that purity of
heart, which is necessary for having a share in the twofold coming of Jesus
Christ; and in receiving the holy water, the sprinkling of which prepares
us
assisting worthily at the great sacrifice, wherein is poured forth, not a figurative water, but the very Blood of the Lamb, they should think of that baptism of water, by means of which St. John the Baptist prepared the Jews for that other Baptism, which the power and mercy of the Redeemer were afterwards to give to mankind.
assisting worthily at the great sacrifice, wherein is poured forth, not a figurative water, but the very Blood of the Lamb, they should think of that baptism of water, by means of which St. John the Baptist prepared the Jews for that other Baptism, which the power and mercy of the Redeemer were afterwards to give to mankind.
Dom Prosper Guéranger, PRATICA DELL'AVVENTO
Infatti, i destini della Chiesa sono anche i nostri; ciascuna delle anime è, da parte di Dio, l'oggetto d'una misericordia e d'un'attenzione simili a quelle che egli usa nei riguardi della Chiesa stessa. Essa è il tempio di Dio perché composta di pietre vive; è la Sposa perché è formata da tutte le anime che sono chiamate all'eterna unione. Se è scritto che il Salvatore ha acquistato la Chiesa con il suo sangue (At 20,28), ognuno di noi può dire parlando di se stesso, come san Paolo: Cristo mi ha amato e si è sacrificato per me (Gal 2,20). Essendo dunque uguali i destini, dobbiamo sforzarci, durante l'Avvento, di entrare nei sentimenti di preparazione di cui abbiamo visto ripiena la Chiesa.
Capitolo TerzoPRATICA DELL'AVVENTO
Se la santa Chiesa, madre nostra, passa il tempo dell'Avvento in questa solenne preparazione alla triplice Venuta di Gesù Cristo; se, sull'esempio delle vergini savie, tiene la lampada accesa per l'arrivo dello Sposo, noi che siamo le sue membra e i suoi figli, dobbiamo partecipare ai sentimenti che la animano, e prendere per noi quell'avvertimento del Salvatore: "Siano i vostri lombi precinti come quelli dei viandanti; nelle vostre mani brillino fiaccole accese; e siate simili a servi che aspettano il loro padrone" (Lc 12,35). Infatti, i destini della Chiesa sono anche i nostri; ciascuna delle anime è, da parte di Dio, l'oggetto d'una misericordia e d'un'attenzione simili a quelle che egli usa nei riguardi della Chiesa stessa. Essa è il tempio di Dio perché composta di pietre vive; è la Sposa perché è formata da tutte le anime che sono chiamate all'eterna unione. Se è scritto che il Salvatore ha acquistato la Chiesa con il suo sangue (At 20,28), ognuno di noi può dire parlando di se stesso, come san Paolo: Cristo mi ha amato e si è sacrificato per me (Gal 2,20). Essendo dunque uguali i destini, dobbiamo sforzarci, durante l'Avvento, di entrare nei sentimenti di preparazione di cui abbiamo visto ripiena la Chiesa.Vigilanza.
da: dom Prosper Guéranger, L'anno liturgico. - I. Avvento - Natale - Quaresima - Passione, trad. it. P. Graziani, Alba, 1959, p. 31-35
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