1. Cristo e Iglesia
26. Entrando después en la sede de la santidad celestial, quiere que él culto por El instituido y practicado durante su vida terrenal continúe ininterrumpidamente, ya que El no ha dejado huérfano al género humanó, sino qué; igual que lo asiste con su continuo y valioso patrocinio, haciéndose nuestro abogado en el cielo cerca del Padre, así lo ayuda, mediante su Iglesia, en la cual está indefectiblemente presente en el curso de los siglos. Iglesia que EL ha constituido columna de la verdad y dispensadora de la gracia y que, con el sacrificio de la Cruz, fundó, consagró y confirmó para toda la eternidad.
27. La Iglesia, pues, tiene en común con el Verbo encarnado, el fin; la tarea y la función de enseñar a todos la verdad, regir y gobernar a los hombres, ofrecer á Dios sacrificios aceptables y gratos, y así restablecer entré el Creador y las criaturas aquélla unión y armonía que el Apóstol de los gentiles indica claramente con estas palabras: «Por tanto, ya no sois extranjeros u huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efes. 2, 19-22)). Por esto la sociedad fundada por el divino Redentor no tiene otro fin, sea con su doctrina y su gobierno, sea con el sacrificio y los sacramentos por El instituidos, sea, por fin, con el ministerio que El le confió, con sus plegarias y su sangre, que el de crecer y dilatarse cada vez más; lo que sucede cuando Cristo es edificado y dilatado en las almas de los mortales y cuando inversamente las almas de los mortales son edificadas y dilatadas en Cristo, de manera que en este destierro terrenal prospere el templo en que la divina majestad recibe el culto grato y legítimo.
28. En toda acción litúrgica, por tanto, juntamente con la Iglesia, está presente su Divino Fundador. Cristo está presente en el Augusto Sacramento del Altar, bien en la persona de su ministro, bien, principalmente, bajo las especies eucarísticas; está presente en los Sacramentos con la virtud que en ellos transfunde para que sean instrumentos eficaces de santidad; está presente, por fin, en las alabanzas y en las súplicas dirigidas a Dios, cama está escrito: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18, 20).
29. La Sagrada Liturgia es, por tanto, el culto público que nuestro Redentor rinde al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la sociedad de los fieles rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo; esto es, de la Cabeza y de sus miembros.