domingo, 7 de abril de 2019

Divo Barsotti, un profeta de la Iglesia actual


Décadas atrás adelantó las líneas del actual pontificado. Y hoy se descubre su grandeza, gracias también a una exposición dedicada a él. Vivió en Florencia, en medio de los contrastes del Concilio y de la época siguiente. Un comentario crítico del teólogo Paolo Giannoni

por Sandro Magister



ROMA, 28 agosto 2007 – Con ocasión de la reunión internacional organizada cada año en Rimini en el mes de agosto, Comunión y Liberación dedicó una exposición a una personalidad cristiana sin razón desconocida, pero de gran mérito: "Divo Barsotti, el último místico del siglo XX”. 

Divo Barsotti – muerto a los 92 años de edad el 15 de febrero de 2006 en su ermita de San Sergio en Settignano, en el norte de Florencia – fue sacerdote, teólogo, fundador de la Comunidad de los Hijos de Dios y renombrado místico y maestro espiritual. 

Un año antes había muerto en Milán don Luigi Giussani, el fundador de Comunión y Liberación. Los dos nunca se conocieron, pero se apreciaban mucho. 

Este año Comunión y Liberación estableció como tema para el encuentro: “La verdad es el destino para el cual estamos hechos”. 

Don Barsotti fundó toda su vida y su enseñanza precisamente sobre el primado de la verdad, en profética sintonía con las principales líneas del actual pontificado. Un motivo más para redescubrir y valorizar su herencia. 

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Divo Barsotti fue una persona sola y marginada durante su vida. Cuando era un joven sacerdote, vivía aislado en la diócesis de San Miniato. Cuando llegó a Florencia, sólo un puñado de personas lo comprendió y lo sostuvo. Estuvo solo durante años, en su ermita en Settignano, abandonado por parte de sus fieles. Y, luego, hasta su muerte, fue ignorado y subestimado por la mayoría de los medios de comunicación e intelectuales católicos. 

Era un autodidacta, no poseía el título en ciencias teológicas. Escribió mucho: 160 libros y numerosos artículos y varias páginas, pero su obra no fue sistemática. Sin embargo, su producción escrita y oral es sinónimo de profundidad, coherencia, una increíble capacidad de predicción, un serio criticismo y una libertad de espíritu que son absolutamente extraordinarias. 

Cuando en Italia nadie conocía la espiritualidad rusa, fue el primero en introducirla con el primero de sus libros, en 1946, y luego la difundió en el país. Tituló su ermita en el Settignano, en las montañas de Florencia, con el nombre del gran santo ruso Sergio de Radonez. 

Pero cuando el orientalismo se puso de moda, más su forma estética que la espiritual, él criticó duramente el fenómeno: “Nosotros los florentinos poseemos a Beato Angélico, a Masaccio, Giotto, Cimabue. ¿Es posible que estas obras no puedan competir con los iconos rusos? Sí que pueden y hasta los sobrepasan”. 

Cuando en Italia y en las facultades teológicas romanas, en los años cuarenta y cincuenta, dominaban las lecturas de viejos manuales, Barsotti leía todas las obras de los grandes promotores transalpinos del “ressourcement”, del regreso a las fuentes bíblicas, patrísticas, litúrgicas: Jean Daniélou, Louis Bouyer, Henri De Lubac. 

Cuando en 1951 publicó un magnifico libro titulado “El misterio cristiano en el año litúrgico”, fue el primero en Italia en desarrollar estudios afines a los de Odo Casel – el benedictino alemán que sostenía la eficacia objetiva de la liturgia en su representación del evento cristiano – y lo hizo antes de haber leídos las obras del teólogo alemán. 

Nunca calló sobre los puntos débiles de los autores que él mismo apreciaba. Criticó a Hans Urs von Balthasar – que antes de morir fue por seis meses su padre espiritual – por sus tesis que ponían en duda la existencia del infierno: “Si no existiera el infierno, yo no podría aceptar el paraíso”, decía Barsotti. 

Y no fue menos crítico con aquellos que lo solicitaban como maestro espiritual. Giuseppe Dossetti fue su discípulo espiritual desde 1951, es decir desde el momento en el cual abandonó la política para hacerse monje y sacerdote y dedicarse, a su manera, a la renovación de la Iglesia, hasta su muerte en 1996. Pero Barsotti no aprobaba todas sus tesis políticas y teológicas. Un día escribió en su diario: “Sería mejor que don Giuseppe se retirara en alguna pequeña isla de Hong Kong”. Sobre todo, Barsotti no aceptaba que Dossetti fuera ligado a Giuseppe Alberigo y a la visión según la cual el Concilio Vaticano II y el postconcilio eran “un nuevo inicio” de la historia de la Iglesia. Una vez le plantó la cara a Dosetti y le pidió que eligiera: o rompía con Alberigo o se terminaba la dirección espiritual. 

Lo mismo ocurrió con otros reputados católicos florentinos como Giorgio La Pira, Gianpaolo Meucci, Mario Gozzini. Cuando no aprobaba sus posiciones políticas o eclesiales. 

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En alguna ocasión también criticó a Papas, lo consideraba como un acto de justicia “querido por el Señor”. 

En 1971 el Vaticano le llamó para que predique al Papa Pablo VI y a la curia romana los ejercicios espirituales del inicio de la Cuaresma. En sus sermones abordó el tema del poder de Pedro y dijo – y recordó luego en sus diarios – que “la Iglesia posee un poder coercitivo porque Dios se lo concedió, y por esa razón, debe usarlo. En esos años, de hecho, reinaba la anarquía y las Iglesias del norte de Europa que se burlaban del Santo Padre”. 

El “poder coercitivo” según Barsotti era la afirmación de la verdad y la condena del error. El Concilio Vaticano II y la mayoría de los miembros de la jerarquía católica habían renunciado a ese poder, como él mismo había escrito y dicho en numerosas ocasiones: una renuncia que “prácticamente negaba la esencia misma de la Iglesia“. 

Barsotti era un convencido admirador de Juan Pablo II, por los mismos motivos por los cuales la inteligencia católica lo devaluaba: “Lo que nos hizo comprender que Cristo está presente en este Papa es el ejercicio de un magisterio que, más que el último Concilio, confirmó la verdad y condenó el error”. Un Papa “que siempre enseñó la exclusividad de la fe cristiana: sólo Cristo salva”. 

Asimismo, Barsotti criticó también Papa Wojtyla, “columna de la Iglesia”. Por ejemplo, en ocasión del encuentro interreligioso de Asís en 1986, escribió que “las intenciones del Papa eran clarísimas”. Ese no era el caso, sin embargo, de muchos hombres de Iglesia, los cuales “afirmaron que el evento de Asís es el primer paso de un camino de unidad de la paz de toda fe dogmática”. 

En dos cartas, Barsotti escribe a Juan Pablo II que su magisterio de Papa era “más importante que el último Concilio”, el cual “había ligeramente modificado el discurso perseverante de la tradición”, y entonces, dice Barsotti, “no se entiende por qué se cita casi exclusivamente este Concilio último”. 

Barsotti gozaba de un silencioso respecto de parte de los católicos progresistas a pesar que no consentía sus expectativas. En la historia de la Iglesia italiana e internacional él representaba la resistencia contra la corrupción del Concilio, en nombre de los “fundamentales” de la fe cristiana. Pensaba que no existían numerosos hombres de la Iglesia de nivel elevado convencidos en “poner el acento sobre lo esencial, sobre la novedad de Cristo, que es la cosa que la Iglesia más necesita”. En 1990 indicó dos personajes, Joseph Ratzinger y Giacomo Biffi. Qué se transformaron luego en sus dos “papables” preferidos. 

Y cuando el primero entre los dos fue elegido de verdad como Papa, en 2005, fue casi un cambio de guardia. Cuando Barsotti, de más de 90 años de edad, enfermo, casi ni escribía ni hablaba, en el pontificado de Benedicto XVI eran afirmadas “urbi et orbi” – con la autoridad del sucesor de Pedro – las tesis que el sacerdote toscano había sostenido durante toda su vida. 

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Es muy fuerte la similitud entre el análisis de Barsotti sobre el período del Concilio, y el de Ratzinger, antes y después de convertirse en máximo jefe de la Iglesia católica, y cuyo última reflexión sobre el tema fue el pasado 24 de julio con los sacerdotes del Cadore. 

Es fuerte la analogía entre las reflexiones de los dos en la búsqueda de la gran tradición de la Iglesia y en la partición de este pan para un gran número de simples cristianos. Es suficiente, para Benedicto XVI, reflexionar sobre sus ciclos de catequesis del miércoles: el primero lo dedicó a la Iglesia católica, con el perfil de cada uno de los apóstoles y de los demás protagonistas del Nuevo Testamento; el segundo es dedicado a los padres grecos y latinos de los primeros siglos de la Iglesia, hoy representado por los grandes obispos y teólogos de la Capadocia, Basilio, Gregorio de Nazianzo, Gregorio de Niza. 

Es perfecta la coincidencia de Barsotti y el Papa Ratzinger en la lectura de las Sagradas Escrituras y en la penetración de su profundo sentido: no sólo con los instrumentos de la ciencia histórica o filológica sino con el Autor primero, el Espíritu Santo, reconocible en la tradición de la Iglesia. 

También sus opiniones sobre política e historia son parecidas. Ambos contrarios a la idea que en la historia terrenal se construye progresivamente, como si fuese una natural evolución, un reinado de paz y justicia. Ambos estaban convencidos de que el "eschaton", el último y definitivo acto de la salvación del hombre y del mundo, ya existe aquí y ahora, y es Jesús Cristo crucificado y resucitado. 

El “misterio cristiano” es él, Jesús crucificado y resucitado, que se sienta a la derecha del Padre, pero que contemporáneamente se convierte en pan para los hombres durante la eucaristía. En la misa se actualizan los eventos del misterio. También en este caso existe una extraordinaria coincidencia entre el Barsotti del “Misterio cristiano en el año litúrgico” y las sucesivas reflexiones y homilías de Benedicto XVI durante las misas pontificales. 

A partir del libro “Jesús de Nazaret”, obra capital de su pontificado, al centro de la eucaristía, a la encíclica “Deus Caritas est”, el magisterio de Benedicto XVI es coherente de una forma abrumadora. Y es la misma coherencia que aparece en la vida y la obra de Barsotti. En una nota de su “Misterio Cristiano” de 1951 hay una reflexión sobre el eros y el ágape que sorprendentemente anticipa el corazón de la encíclica de Papa Ratzinger. 

Ambos son conscientes que la Iglesia vive sobre el fundamento de la verdad y que sólo a través la “veritas” nace la “caritas”, como el espíritu camina “ex Patre Filioque": a partir del Padre y del Hijo que es el Logos, el Verbo de Dios. 

En lo que es su último texto público, un comentario sobre un libro que salió en 2006 sobre el filósofo cristiano Romano Amerio, Divo Barsotti lo explica: 

“Yo considero que el progreso de la Iglesia inicia aquí, a partir del regreso de la santa verdad en la que se basan las acciones. La paz prometida por Cristo, la libertad, el amor son para cada hombre el fin último que deben conseguir, pero antes es necesario haber construido un soporte que es la verdad, la columna de la fe”. 

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