Tentado estaba de escribir sobre el sentido litúrgico de esta fiesta de la Presentación, o sobre el contenido teológico, Christus lumen gentium!... pero me he dado cuenta de que aún en el blog no he escrito nada ni dedicado artículo alguno a la vida contemplativa en la Iglesia, y voy a aprovechar este día, que es la Jornada de la vida consagrada, para hablar de los monasterios.
Mi vida ha transcurrido muy cercana a los monasterios de clausura. A los 16 años, descubrí el monasterio de “mis” monjas donde cada domingo por la tarde se exponía el Santísimo y me iba allí a rezar durante una hora y luego participaba en el canto de las Vísperas dominicales. Allí se fue fraguando mi vocación, creciendo en intimidad con el Señor y descubriendo el valor de la solemnidad de la liturgia con el canto de los salmos. Estas monjas rezaron muchísimo por mí y creo que a ellas les debo parte grande de mi vocación y mi sacerdocio. En ese monasterio (en el altar de la foto que acompaña el post) celebré la Eucaristía por primera vez en la más estricta intimidad: Canto del Veni Creator y Misa votiva del Espíritu Santo.
Luego, con el ministerio, conocí otros muchos monasterios, alguno muy querido en mi corazón: impartí Ejercicios espirituales, prediqué retiros, di clases semanalmente, he sido capellán de ellas... y algunos Monasterios forman parte de la “comunidad virtual” de este blog: leyendo los artículos, o encargando a una hermana que los imprima para que estén en el coro para la lectura espiritual, o trabajándolos en el noviciado, o incluso algún Monasterio cuyas Constituciones son rigurosas con el uso de los medios de comunicación tienen a alguna amiga seglar que imprime los artículos mensualmente. También las contemplativas están aquí en el blog.
Este trato ministerial ininterrumpido me ha permitido conocer cada vez más el valor y el sentido de la vida contemplativa, su misión invisible pero real en la Iglesia, su santidad oculta y su humanidad real. En verdad, ¡la vida contemplativa es un tesoro preciosísimo en la Iglesia!
La vida contemplativa ofrece su alabanza litúrgica, su ascesis y penitencia, su oración secreta y escondida, por la vida de la Iglesia y del mundo. De la fidelidad a su propio ser, a su carisma, dependerá, en mucho, la santidad de la Iglesia. Y, desde otro punto de vista, si no se entiende el misterio de la Comunión de los santos, lo invisible de la Iglesia, jamás se podrá comprender la “utilidad”, el valor, de la vida contemplativa. María derramó el perfume de nardo a los pies de Jesús; era el amor el que la movía. En los cálculos pretendidamente “humanos”, “útiles”, no se entiende. Pero el Señor fue ungido con amor. La casa se llenó de perfume que todos pudieron aspirar. Y en la casa del Señor, la vida contemplativa es nardo derramado, el buen olor de Cristo, que a todos embriaga y a todos llega, por sobreabundancia de amor. Von Balthasar, quizás el más genial y contemplativo de los teólogos del siglo XX, exponía este misterio:
“María a los pies de Jesús es más fecunda para el Reino de Dios que la hacendosa Marta. Y cuando María, en el banquete de Betania, unge al Señor y Judas reprocha este “derroche” y calcula el posible importe del perfume es a su vez recriminado: la fecundidad del derroche que no repara en mérito alguno es para Jesús incomparablemente más importante que una posible obra de caridad... Lo que desde fuera aparece como improductivo es desde dentro más eficaz que todo lo demás, por lo menos cuando la ofrenda del creyente es utilizada por Dios para su implicación en la Pasión de Jesús por el mundo” (Católico, Madrid, Encuentro, 1992, pp. 67ss).
En este organismo, humano y divino, histórico y eterno, que es la Iglesia, la Comunión de los santos se ofrece como un don que se entrega inmerecidamente, del cual participamos, en el cual colaboramos y por el que estamos insertos. Nada nos es ajeno en la vida de la Iglesia, y todo nos pertenece en la vida de la Iglesia. Todo es nuestro. El sufrimiento del otro no nos es ajeno, es nuestro; la perseverancia del otro no me es ajena, me pertenece; la santidad de aquel me pertenece y es mía... Y así, en la Iglesia, por y en la Comunión de los santos, todos nos entregamos a todos, y todo lo del otro es mío y yo entro en la Comunión de los santos con lo que soy, y tengo, y me entrego, y me doy. La vida del católico, ofrecida con Cristo, permite que un enfermo viva en la esperanza, que la paz nazca en el corazón de los que están atribulados, que una vocación sea firme y salga adelante, que un pecador encuentre a Cristo y su perdón, que unos misioneros puedan seguir anunciando el Evangelio, porque mi oración y mi vida contribuye y acrecienta la Comunión de los santos, se robustece en la Comunión de los santos, hace visible y real la Comunión. En la Comunión de los santos, la vida contemplativa será siempre manantial de Gracia para toda la Iglesia.
Oremos por las contemplativas, oremos por las vocaciones, crezca nuestra gratitud a la vida de clausura, aumente nuestra cercanía espiritual a su modo de vida, acudamos a sus iglesias conventuales a participar con ellas en la Liturgia de las Horas.
fonte:Coarzón Eucarístico de Jesus:El Sagrario
Mi vida ha transcurrido muy cercana a los monasterios de clausura. A los 16 años, descubrí el monasterio de “mis” monjas donde cada domingo por la tarde se exponía el Santísimo y me iba allí a rezar durante una hora y luego participaba en el canto de las Vísperas dominicales. Allí se fue fraguando mi vocación, creciendo en intimidad con el Señor y descubriendo el valor de la solemnidad de la liturgia con el canto de los salmos. Estas monjas rezaron muchísimo por mí y creo que a ellas les debo parte grande de mi vocación y mi sacerdocio. En ese monasterio (en el altar de la foto que acompaña el post) celebré la Eucaristía por primera vez en la más estricta intimidad: Canto del Veni Creator y Misa votiva del Espíritu Santo.
Luego, con el ministerio, conocí otros muchos monasterios, alguno muy querido en mi corazón: impartí Ejercicios espirituales, prediqué retiros, di clases semanalmente, he sido capellán de ellas... y algunos Monasterios forman parte de la “comunidad virtual” de este blog: leyendo los artículos, o encargando a una hermana que los imprima para que estén en el coro para la lectura espiritual, o trabajándolos en el noviciado, o incluso algún Monasterio cuyas Constituciones son rigurosas con el uso de los medios de comunicación tienen a alguna amiga seglar que imprime los artículos mensualmente. También las contemplativas están aquí en el blog.
Este trato ministerial ininterrumpido me ha permitido conocer cada vez más el valor y el sentido de la vida contemplativa, su misión invisible pero real en la Iglesia, su santidad oculta y su humanidad real. En verdad, ¡la vida contemplativa es un tesoro preciosísimo en la Iglesia!
La vida contemplativa ofrece su alabanza litúrgica, su ascesis y penitencia, su oración secreta y escondida, por la vida de la Iglesia y del mundo. De la fidelidad a su propio ser, a su carisma, dependerá, en mucho, la santidad de la Iglesia. Y, desde otro punto de vista, si no se entiende el misterio de la Comunión de los santos, lo invisible de la Iglesia, jamás se podrá comprender la “utilidad”, el valor, de la vida contemplativa. María derramó el perfume de nardo a los pies de Jesús; era el amor el que la movía. En los cálculos pretendidamente “humanos”, “útiles”, no se entiende. Pero el Señor fue ungido con amor. La casa se llenó de perfume que todos pudieron aspirar. Y en la casa del Señor, la vida contemplativa es nardo derramado, el buen olor de Cristo, que a todos embriaga y a todos llega, por sobreabundancia de amor. Von Balthasar, quizás el más genial y contemplativo de los teólogos del siglo XX, exponía este misterio:
“María a los pies de Jesús es más fecunda para el Reino de Dios que la hacendosa Marta. Y cuando María, en el banquete de Betania, unge al Señor y Judas reprocha este “derroche” y calcula el posible importe del perfume es a su vez recriminado: la fecundidad del derroche que no repara en mérito alguno es para Jesús incomparablemente más importante que una posible obra de caridad... Lo que desde fuera aparece como improductivo es desde dentro más eficaz que todo lo demás, por lo menos cuando la ofrenda del creyente es utilizada por Dios para su implicación en la Pasión de Jesús por el mundo” (Católico, Madrid, Encuentro, 1992, pp. 67ss).
En este organismo, humano y divino, histórico y eterno, que es la Iglesia, la Comunión de los santos se ofrece como un don que se entrega inmerecidamente, del cual participamos, en el cual colaboramos y por el que estamos insertos. Nada nos es ajeno en la vida de la Iglesia, y todo nos pertenece en la vida de la Iglesia. Todo es nuestro. El sufrimiento del otro no nos es ajeno, es nuestro; la perseverancia del otro no me es ajena, me pertenece; la santidad de aquel me pertenece y es mía... Y así, en la Iglesia, por y en la Comunión de los santos, todos nos entregamos a todos, y todo lo del otro es mío y yo entro en la Comunión de los santos con lo que soy, y tengo, y me entrego, y me doy. La vida del católico, ofrecida con Cristo, permite que un enfermo viva en la esperanza, que la paz nazca en el corazón de los que están atribulados, que una vocación sea firme y salga adelante, que un pecador encuentre a Cristo y su perdón, que unos misioneros puedan seguir anunciando el Evangelio, porque mi oración y mi vida contribuye y acrecienta la Comunión de los santos, se robustece en la Comunión de los santos, hace visible y real la Comunión. En la Comunión de los santos, la vida contemplativa será siempre manantial de Gracia para toda la Iglesia.
Oremos por las contemplativas, oremos por las vocaciones, crezca nuestra gratitud a la vida de clausura, aumente nuestra cercanía espiritual a su modo de vida, acudamos a sus iglesias conventuales a participar con ellas en la Liturgia de las Horas.
fonte:Coarzón Eucarístico de Jesus:El Sagrario