El pasado miércoles, SECTOR CATÓLICO apuntaba la posibilidad de que el Papa Benedicto XVI pudiera dar una "sorpresa" al "mundo católico" el próximo Jueves Santo, fecha en la que se celebra la institución de la Eucaristía y del sacramento del Orden. Un rumor que crece con insistencia en algunos círculos eclesiásticos, y que, según las fuentes consultadas por este medio, podría tratarse bien de la supresión del indulto para recibir la Comunión en la mano; bien de que el Papa celebrara por primera vez y de forma pública la Santa Misa según la "forma extraordinaria" del Rito Romano. Pero, ¿qué supondría esto? ¿Realmente tendría tanta importancia o sería más bien una "extravagancia" más de un Pontífice empeñado en sacar del armario las casullas de guitarra y los ornamentos antiguos?
Para algunos, que el Papa celebrara según los libros litúrgicos vigentes en 1962 no significaría más que eso: un nuevo gesto para contentar a los sectores más tradicionales de la Iglesia Católica. Para otros, sin embargo, el gesto del Pontífice tendría enorme importancia, pues supondría el pleno restablecimiento de la liturgia tradicional, y esto, a su vez, traería aparejado la firma de la "paz litúrgica", lo que otorgaría la victoria moral de aquellos que siempre defendieron su plena validez y vigencia, aun en contra de las tesis emanadas de algunos sectores de la Curia, ya en tiempos del Papa Pablo VI.
Entre ellos, estaría el arzobispo francés Marcel Lefebvre, quien fue severamente castigado después de negarse a celebrar la Misa por el Novus Ordo, tal y como había sido preparado por la comisión de "expertos en liturgia", después de la celebración del Concilio. Tras aquel incidente, conocido como el de la "Misa salvaje", Lefebvre fue apartado (hoy sabemos que injustamente) del ejercicio del ministerio sacerdotal (pastoral, como se dice actualmente), lo que en la práctica suposo para el prelado el "comienzo del fin".
Que el Papa Benedicto XVI haya dejado sin efectos jurídicos el anterior decreto de excomunión a los obispos "lefebvrianos", fue un importante gesto, que siguió al de la promulgación del Motu Summorum Pontificum en 2007. Un gesto no exento de polémica, y que dio lugar a una "estrategia de tensión" orquestada desde dentro de la Curia vaticana en connivencia con varias conferencias episcopales de todo el mundo, en especial la alemana, la francesa y la austríaca, con numerosos medios de comunicación pro-judíos de todo el mundo.
Pero a medida que pasa el tiempo quedán aun más claras las intenciones de los corazones de muchos. Y es que la fractura se palpa cada vez más. Una fractura que, por desgracia, se lleva gestando ya más de 40 años y que ha dado lugar al nacimiento de una especie de "nueva religión" a partir de las nuevas hermenéuticas o interpretaciones del Vaticano II que obvian todo lo anterior.
Una fractura, cuyo eje central es de índole teológica y de concepción de la misma divinidad, y, como consecuancia de esto, de la figura de Jesús (ruptura entre el Jesús histórico y el Cristo de la Fe, a la manera alemana de comienzos del siglo XX), y sus implicaciones eclesiológicas, que serían su última consecuencia. Una consecuancia palpable que tendría en la celebración de los sacramentos y en la concepción del sacerdocio sus máximos exponentes visibles ya a los fieles corrientes.
Con el gesto del Papa, si es que finalmente éste se produce, se estaría afirmando de manera implícita la validez de todo lo anterior, la plena vigencia de la enseñanza tradicional de la Iglesia; a la vez que se estaría excomulgando, de alguna manera, la nueva concepción teológica, sacramental y eclesiológica, que tanto gusta a algunos, y que viene caracterizada por la plena introducción del modernismo en el alma de muchos creyentes. Una herejía que tiende, cada día más, a buscar la protestantización de la Iglesia, con miras a una mayor "madurez en la Fe" de los creyentes, dicen.
Adicionalmente, el gesto del Papa tendría importantes consecuencias para el resto del episcopado mundial, reacio a aceptar los cambios introducidos por Summorum Pontificum (apenas han celebrado la Misa tradicional o gregoriana unos 150 obispos de todo el mundo), que, en comparación con los más de 5.000 es una escasa minoría. Lo mismo que les ocurre a los sacerdotes, quienes se muestran temerosos de recuperar esta liturgia, que expresa de un modo más perfecto y esplendoroso los misterios de la Fe católica.
Por tanto, y resumiendo, el gesto del Papa supondría, entendemos, un aldabonazo a las conciencias de muchos que verían con sus propios ojos la plena vigencia de la Fe católica de siempre, de la cual la Iglesia es depositaria y fiel guardiana y dispensadora de los bienes de la salvación confiados en su día por Jesucristo a sus apóstoles, y a través de ellos, a sus sucesores, los obispos. De este modo, el pueblo de Dios disfrutaría de un mayor momento de paz y quizá muchos de dentro podrían retornar a la plena comunión.
FONTE:SECTOR CATÓLICO