sábado, 12 de junho de 2010

OH SANTA HOSTIA, EN LA QUE ESTÁ LA MISERICORDIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.EL CORAZÓN DE JESÚS ES EL SÍMBOLO Y SIGNO MÁS NOBLE DEL AMOR DIVINO


Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el testamento de la Divina Misericordia para nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores.



Oh Santa Hostia, en la que está oculto el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús como testimonio de la infinita misericordia hacia nosotros y, especialmente, hacia los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, que contiene la vida eterna que de la infinita misericordia es donada en abundancia a nosotros y, especialmente, a los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que está la misericordia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo hacia nosotros y, especialmente, a los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el precio infinito de la misericordia, que compensará todas nuestras deudas y, especialmente, las de los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que encierra la fuente de agua viva que brota de la infinita misericordia hacia nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el fuego del amor purísimo que arde del seno del Padre Eterno, como del abismo de la infinita misericordia para nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que está guardado el remedio para todas nuestras debilidades, remedio que mana de la infinita misericordia, como de una fuente para nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el vínculo de unión entre Dios y nosotros, gracias a la infinita misericordia para nosotros y, especialmente, para los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, en la que están encerrados todos los sentimientos del dulcísimo Corazón de Jesús hacia nosotros y, especialmente, hacia los pobres pecadores.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza en todos los sufrimientos y contrariedades de la vida.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas y las tormentas interiores y exteriores.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza en la vida y en la hora de la muerte.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre los fracasos y el abismo de la desesperación.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las mentiras y las traiciones.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las tinieblas y la impiedad que sumergen la tierra.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre la nostalgia y el dolor, en el que nadie nos comprende.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza entre las fatigas y la vida gris de todos los días.


Oh Santa Hostia, nuestra única esperanza cuando nuestras ilusiones y nuestros esfuerzos se esfuman.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las dificultades excedan mis fuerzas y cuando mis esfuerzos resulten inútiles.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las tormentas agiten mi corazón y el espíritu aterrorizado comience a inclinarse hacia la desesperación.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mi corazón comience a temblar y el sudor mortal nos bañe la frente.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando todo se conjure contra mí y la negra desesperación comience a introducirse en mi alma.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mi vista se apague para todo lo que es terrenal y mi espíritu vea por primera vez los mundos desconocidos.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando mis obligaciones estén por encima de mis fuerzas y el fracaso sea mi destino habitual.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando el cumplimiento de las virtudes me parezca difícil y mi naturaleza se rebele.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando los golpes de los enemigos sean dirigidos contra mí.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando las fatigas y los esfuerzos sean condenados por la gente.


Oh Santa Hostia, confiaré en Ti cuando Tu juicio resuene sobre mí, en aquel momento confiaré en el mar de Tu misericordia.


* Santa María Faustina Kowalska

EL CORAZÓN DE JESÚS ES EL SÍMBOLO Y SIGNO MÁS NOBLE DEL AMOR DIVINO



Fundamentación del culto
Conmovidos, pues, al ver cómo tan gran abundancia de aguas, es decir, de dones celestiales de amor sobrenatural del Sagrado Corazón de nuestro Redentor, se derrama sobre innumerables hijos de la Iglesia católica por obra e inspiración del Espíritu Santo, no podemos menos, venerables hermanos, de exhortaros con ánimo paternal a que, juntamente con Nos, tributéis alabanzas y rendida acción de gracias a Dios, dador de todo bien, exclamando con el Apóstol: «Al que es poderoso para hacer sobre toda medida con incomparable exceso más de lo que pedimos o pensamos, según la potencia que despliega en nosotros su energía, a El la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, en los siglos de los siglos. Amén». Pero, después de tributar las debidas gracias al Dios eterno, queremos por medio de esta encíclica exhortaros a vosotros y a todos los amadísimos hijos de la Iglesia a una más atenta consideración de los principios doctrinales —contenidos en la Sagrada Escritura, en los Santos Padres y en los teólogos—, sobre los cuales, como sobre sólidos fundamentos, se apoya el culto del Sacratísimo Corazón de Jesús. Porque Nos estamos plenamente persuadido de que sólo cuando a la luz de la divina revelación hayamos penetrado más a fondo en la naturaleza y esencia íntima de este culto, podremos apreciar debidamente su incomparable excelencia y su inexhausta fecundidad en toda clase de gracias celestiales; y de esta manera, luego de meditar y contemplar piadosamente los innumerables bienes que produce, encontraremos muy digno de celebrar el primer centenario de la extensión de la fiesta del Sacratísimo Corazón a la Iglesia universal.


Con el fin, pues, de ofrecer a la mente de los fieles el alimento de saludables reflexiones, con las que más fácilmente puedan comprender la naturaleza de este culto, sacando de él los frutos más abundantes, nos detendremos, ante todo, en las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento que revelan y describen la caridad infinita de Dios hacia el género humano, pues jamás podremos escudriñar suficientemente su sublime grandeza; aludiremos luego a los comentarios de los Padres y Doctores de la Iglesia; finalmente, procuraremos poner en claro la íntima conexión existente entre la forma de devoción que se debe tributar al Corazón del Divino Redentor y el culto que los hombres están obligados a dar al amor que El y las otras Personas de la Santísima Trinidad tienen a todo el género humano. Porque juzgamos que, una vez considerados a la luz de la Sagrada Escritura y de la Tradición los elementos constitutivos de esta devoción tan noble, será más fácil a los cristianos de ver «con gozo las aguas en las fuentes del Salvador»; es decir, podrán apreciar mejor la singular importancia que el culto al Corazón Sacratísimo de Jesús ha adquirido en la liturgia de la Iglesia, en su vida interna y externa, y también en sus obras: así podrá cada uno obtener aquellos frutos espirituales que señalarán una saludable renovación en sus costumbres, según lo desean los Pastores de la grey de Cristo.

Culto de latría

Para comprender mejor, en orden a esta devoción, la fuerza de algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, precisa atender bien al motivo por el cual la Iglesia tributa al Corazón del Divino Redentor el culto de latría. Tal motivo, como bien sabéis, venerables hermanos, es doble: el primero, común también a los demás miembros adorables del Cuerpo de Jesucristo, se funda en el hecho de que su Corazón, por ser la parte más noble de su naturaleza humana, está unido hipostáticamente a la Persona del Verbo de Dios, y, por consiguiente, se le ha de tributar el mismo culto de adoración con que la Iglesia honra a la Persona del mismo Hijo de Dios encarnado. Es una verdad de la fe católica, solemnemente definida en el Concilio Ecuménico de Éfeso y en el II de Constantinopla. El otro motivo se refiere ya de manera especial al Corazón del Divino Redentor, y, por lo mismo, le confiere un título esencialmente propio para recibir el culto de latría: su Corazón, más que ningún otro miembro de su Cuerpo, es un signo o símbolo natural de su inmensa caridad hacia el género humano. «Es innata al Sagrado Corazón», observaba nuestro predecesor León XIII, de f. m., «la cualidad de ser símbolo e imagen expresiva de la infinita caridad de Jesucristo, que nos incita a devolverle amor por amor».

Es indudable que los Libros Sagrados nunca hacen una mención clara de un culto de especial veneración y amor, tributado al Corazón físico del Verbo Encarnado como a símbolo de su encendidísima caridad. Este hecho, que se debe reconocer abiertamente, no nos ha de admirar ni puede en modo alguno hacernos dudar de que el amor de Dios a nosotros —razón principal de este culto— es proclamado e inculcado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento con imágenes con que vivamente se conmueven los corazones. Y estas imágenes, por encontrarse ya en los Libros Santos cuando predecían la venida del Hijo de Dios hecho hombre, han de considerarse como un presagio de lo que había de ser el símbolo y signo más noble del amor divino, es a saber, el sacratísimo y adorable Corazón del Redentor divino.

*De la Encíclica Haurietis Aquas del Venerable Pío XII