"Solo Dios"
La vida contemplativa
Dentro de la finalidad de nuestra Familia Religiosa del Verbo Encarnado, evangelizar la cultura, prolongando así la Encarnación, las contemplativas del Instituto Femenino, con su vida, quieren fundar en el unum necessarium (Lc 10,42) toda la obra del Instituto, pues las religiosas dadas únicamente a la contemplación, contribuyen con sus oraciones a la labor misional de la Iglesia: “Los institutos de vida contemplativa tienen importancia máxima en la conversión de las almas con sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por la oración, envía más operarios a su mies, despierta la voluntad de los no cristianos para oír el Evangelio y fecunda en sus corazones la palabra de salvación…".
El apostolado ocupa un lugar privilegiado en los conventos de clausura. Sin embargo, aunque parezca una paradoja, las monjas contribuyen a tan alta obra con su vida cotidiana sencilla, callada y escondida: en el día a día del claustro, las contemplativas se dedican principalmente a la oración siguiendo el mandato del Señor: «Orad siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1). El centro de este clima de recogimiento es la Eucaristía: se celebra diariamente y con toda dignidad el sacrificio de la Santa Misa y se adora al Santísimo Sacramento en dos momentos del día durante una hora. Siempre entorno al Sagrario, las monjas se ejercitan en la oración litúrgica, «medio indispensable para alcanzar la unión con Dios» (Regla Monástica, 25), elevando sus alabanzas, acciones de gracias y súplicas a Dios por medio del rezo del Oficio Divino y con la belleza del canto sagrado, más concretamente del canto gregoriano, voz unánime que la Iglesia levanta al Esposo desde siglos (Regla Monástica, 27).
Fuera del coro, la contemplativa permanece en espíritu de oración, buscando la intimidad con Dios en todo lo que piensa, habla y obra (Regla Monástica, 21). Un medio excelente para ello es el silencio, «silencio de todo el ser» que manifiesta «que en la presencia de Dios no hay nada más que decir» (Regla Monástica, 59; 60). Así pues, tanto en las labores de la casa, en el cuidado del jardín o de la Sacristía como en cualquier otra ocupación a la que la comunidad dedica un tiempo de la jornada, las monjas guardan el silencio y la soledad interior. Momento particular para cultivar esta soledad es el tiempo reservado a la Lectio Divina, al trabajo manual o a la formación intelectual de cada religiosa en la intimidad de su celda, «la tierra santa y el lugar santo donde el Señor y su siervo hablan frecuentemente como dos amigos» (Regla Monástica, 70. San Basilio, In admonitione ad filium Spiritus Sancti).
Nuestro Instituto confía a la Virgen Madre de Dios todas las misiones y empeños apostólicos, y cada Servidora se compromete bajo voto a imitar y servir a María para vivir mejor su consagración a Jesús, Verbo Encarnado. Por este cuarto voto de esclavitud mariana, también la contemplativa busca «marianizar toda la vida» (Constituciones, 85) y «vivir siempre por Jesús y por María, con Jesús y con María, en Jesús y en María, para Jesús y para María», puesto que es Ella el modelo perfecto de alma contemplativa y orante.
El aspecto comunitario no es de menor importancia en la vida de clausura. Se reservan algunos momentos de la jornada y de la actividad semanal a la vida fraterna y a las ocupaciones y recreaciones en común, pues propio de nuestro carisma es vivir en un clima «de verdadera familia» (Regla Monástica, 81).
Para quienes buscan a Dios como «lo único necesario» y siguen fielmente el único camino, que es Jesucristo, resultará fácil comprender por qué dijo Él que el alma contemplativa «ha elegido la mejor parte» (Lc 10, 42; Regla Monástica, 17).