domingo, 6 de junho de 2010

CEREMONIA DE DESPEDIDA DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Aeropuerto internacional de Larnaca

 


Domingo 6 de junio de 2010
 

Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Señoras y Señores

Ha llegado el momento de dejaros, después de mi breve pero fructífero Viaje Apostólico a Chipre.
Señor Presidente, le agradezco sus amables palabras y deseo expresarle mi gratitud por todo lo que usted, su Gobierno y las autoridades civiles y militares han hecho para que mi visita fuera tan memorable y satisfactoria.
De la misma manera que a otros muchos peregrinos antes que yo, en el momento de dejar vuestras costas, me viene de nuevo a la mente que el Mediterráneo está compuesto por un rico mosaico de pueblos, con sus propias culturas y belleza, su cordialidad y su humanidad. No obstante dicha realidad, el Mediterráneo oriental, al mismo tiempo, no es ajeno a los conflictos ni al derramamiento de sangre, como hemos visto trágicamente en estos últimos días. Redoblemos nuestros esfuerzos para construir una paz real y duradera para todos los pueblos de la región.
Con este objetivo general, Chipre puede jugar un papel singular en la promoción del diálogo y la cooperación. Trabajando pacientemente por la paz de vuestros hogares y por la prosperidad de vuestros vecinos, seréis capaces de escuchar y comprender todos los aspectos de muchas situaciones complejas, y de ayudar a los pueblos a lograr un mayor entendimiento entre unos y otros. Señor Presidente, la comunidad internacional está atenta con gran interés y esperanza al camino que habéis emprendido, y percibo con satisfacción todos los esfuerzos realizados en la promoción de la paz para su pueblo y toda la isla de Chipre.
Doy gracias a Dios por estos días, que han visto el primer encuentro en su propia tierra de la comunidad católica chipriota con el Sucesor de Pedro; igualmente, me llevo un recuerdo muy grato de mis encuentros con otros líderes cristianos, en particular con Su Beatitud Chrysostomos II, y con otros representantes de la Iglesia de Chipre, a los que agradezco su acogida fraterna. Espero que mi visita se considere como otro paso adelante en el camino abierto con el abrazo en Jerusalén entre el entonces Patriarca Athenagoras y mi venerable predecesor, el Papa Pablo VI. Aquel primer paso profético que dieron juntos nos mostró el camino que también nosotros debemos recorrer. Hemos recibido una llamada divina a ser hermanos, a caminar codo con codo en la fe, con humildad ante Dios Todopoderoso y unidos con el vínculo inquebrantable del afecto mutuo. Invito a los discípulos de Cristo a continuar con esta tarea y les aseguro que la Iglesia católica, con la gracia del Señor, seguirá aspirando a la meta de la perfecta unidad en la caridad, a través de un mayor aprecio de lo que tanto católicos como ortodoxos consideran más valioso.
También quiero expresar nuevamente mi sincera esperanza, acompañada de mi oración, para que juntos, cristianos y musulmanes, sean fermento de paz y reconciliación entre los chipriotas, y sirvan de ejemplo para otros países.
Finalmente, Señor Presidente, le aliento a usted y a su Gobierno en su alta responsabilidad. Como bien sabe, una de sus más importantes tareas es asegurar la paz y la seguridad de todos los chipriotas. Estas pasadas noches, alojándome en la Nunciatura Apostólica, que se encuentra en la zona de amortiguación de las Naciones Unidas, he visto algo de la triste división de la isla, así como de la pérdida de una parte significativa del legado cultural que pertenece a toda la humanidad. He escuchado también a los chipriotas del norte que desean volver en paz a sus casas y lugares de culto, y me he conmovido profundamente por sus lamentos. Ciertamente, la verdad y la reconciliación, junto con el respeto, son las bases más sólidas para alcanzar un futuro de paz y unidad para la isla, y para la estabilidad y prosperidad de todas sus gentes. A este respecto, muchas cosas buenas se han alcanzado en los últimos años a través de un diálogo importante, aunque quede mucho por hacer para superar las divisiones. Le animo a usted y a sus conciudadanos a trabajar con paciencia y firmeza, junto con sus vecinos, en la construcción de un futuro mejor y más estable para todos sus hijos. A este propósito, les aseguro mis oraciones por la paz de todo Chipre.
Señor Presidente, queridos amigos, me despido con estas breves palabras. Muchas gracias y que el Dios, Uno y Trino, y la Santísima Virgen os bendiga siempre. Adiós. La paz sea con vosotros.
   
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