Capítulo
5
En el mismo momento
en que tuve esta visión de la cabeza sangrante,
nuestro buen Señor me mostró una visión espiritual de su
amor tan cercano. Vi que él es
para nosotros todo cuanto es bueno y consolador. El es
nuestro vestido, que
amorosamente nos envuelve y nos cubre, nos abraza y nos
abriga, rodeándonos con su
amor: es tan tierno que no puede abandonarnos nunca. Y
así, en esta visión vi que él es
todo lo que es bueno, como comprendí.
Y en esto me mostró
algo pequeño, no mayor que una avellana, en la
palma de mi mano,
según me pareció; era redondo como una bolita. Lo miré con el ojo
de mi entendimiento y
pensé: «¿Qué puede ser?».
Se me respondió, de manera general:
«Es todo lo que ha sido creado». Me
quedé asombrada de que pudiera durar, pues una
cosa tan
insignificante, pensaba yo, podía desvanecerse en un instante. Y se me
respondió en mi
entendimiento: «Permanece
y permanecerá siempre, porque Dios lo
ama; de este modo, todo tiene su ser a través del amor de
Dios».
En esa pequeña nada vi tres propiedades. La primera es
que Dios la ha
creado, la segunda, que Dios la ama, la tercera, que Dios
la conserva. Mas ¿qué vi yo en
ello1? Que Dios es el Creador, el
protector y el amante. Hasta que no esté unida
substancialmente a él, nunca podré tener perfecto reposo
ni verdadera felicidad; es
decir, hasta que no esté tan unida a él que no pueda
haber cosa alguna creada entre mi
Dios y yo2.
Me parecía como si
aquella pequeña cosa creada fuera a aniquilarse
debido a su pequeñez.
Es necesario que lo
sepamos3, de manera que podamos
deleitarnos en tener como nada todo lo creado, para amar
y tener a Dios, el increado.
Pues ésta es la razón
por la que nuestra alma y
nuestro corazón no están en perfecto
descanso, porque buscamos descansar en esa cosa tan
pequeña, en la que no hay ningún
descanso, y no conocemos a nuestro Dios, que es
todopoderoso, todo sabiduría y todo
bondad, que es el verdadero descanso. Dios quiere ser
conocido, y le place que
descansemos en él; pues nada de lo que está por debajo de
él puede bastarnos. Esta es la
razón de que ningún alma descanse hasta que no tenga como
nada las cosas creadas.
1 «¿Qué
es para mí?» (TB).
2 «¿Y
quién lo hará? Verdaderamente, él mismo, por su misericordia y por su gracia;
para eso me ha
creado y felizmente
me ha restaurado» (TB, c. 4).
3 «En
esta bienaventurada revelación Dios me mostró tres nadas, y de estas nadas he
aquí la primera.
Todo hombre y toda
mujer que deseen vivir como contemplativos deben tener conocimiento de esto, de
manera que les sea
agradable desdeñar como nada todo lo creado, para que puedan tener el amor
increado
de Dios. Pues ésta es
la razón de que quienes deliberadamente se ocupan de asuntos terrenales,
buscando
constantemente el
bienestar mundano, no tengan la paz de Dios en su alma ni en su corazón...»
(TB, c. 4).
Cuando el alma se ha hecho voluntariamente nada por amor
para tener a aquel que es
todo, entonces puede recibir el descanso espiritual.
Nuestro buen Señor me reveló también4 que es para él gran placer que un
alma simple llegue a él desnuda, abierta y confiadamente.
Pues éste es el ardiente deseo
amoroso del alma que ha recibido el toque del Espíritu
Santo, según comprendí en esta
revelación: «Dios, de tu bondad, date a mí, pues me
bastas, y no puedo pedir nada
inferior a lo que te glorifique plenamente. Y si pido
algo inferior, siempre quedo falta de
algo; pues sólo en ti tengo todo».
Estas palabras de la
bondad de Dios son muy queridas al alma, y tocan
muy de cerca la
voluntad de nuestro Señor, pues su bondad colma a todas sus criaturas y
todas sus obras
benditas, y en ellas se derrama sin fin. Pues él es eternidad, sólo para él
nos ha creado, y nos
restaura por su preciosa pasión, preservándonos siempre en su
amor bienaventurado.
Y todo esto procede de su bondad.
4 Aquí
comienza una segunda adición a TB.