"Resplandezca,
Señor, para ellos la luz eterna.
En
compañía de tus Santos por toda la eternidad,
pues
eres Misericordioso."
(Oración
de la Comunión, propia del Día de Difuntos)
La piedad maternal de la Santa Iglesia Católica, que diariamente hace
mención, singular y universal de los Fieles Difuntos, principalmente en el Santo
Sacrificio de la Misa, después de la Fiesta de ayer, recuerda en sus plegarias a
todos los fieles que, destinados al Cielo, se hallan detenidos todavía en el
Purgatorio.
Los sufragios van destinados a aquellos difuntos por quienes nadie ruega
determinadamente. San Odilón, Abad de Cluny, en el año 998, introdujo tan
caritativa costumbre en su monasterio.
La Santa Iglesia, en el siglo XIV, decretó obligatoria esta obra de
caridad.
En algunas regiones de España estaba permitido celebrar dos Misas en este
día tan señalado, y asta tres en el siglo siguiente. El Papa Benedicto XV,
después de la I Guerra Mundial, hizo extensible este privilegio a todos los
sacerdotes del mundo católico, mediante la Bula "Incruentum altaris" , sobre las
celebraciones litúrgicas del Día de Difuntos (10 de agosto de 1915).
Oh Señor
Jesucristo, Rey de la Gloria, libra a las almas de todos los Fieles Difuntos de
las penas del infierno y del profundo lago. Líbralas de la boca del león, no las
trague el abismo, ni caigan en el lugar tenebroso; mas el Príncipe San Miguel
las conduzca a la luz santa. Te ofrecemos, Señor, presentes y súplicas de
alabanza; acéptalos por aquellas almas de quienes hacemos hoy memoria. az Señor,
que de la muerte pasen a la vida.
***
* ***
Cada
lunes del año, como nos indica
"La Semana
del Buen Cristiano",
recordamos
de forma especial a nuestras
Hermanas
las Benditas Ánimas del Purgatorio;
por
eso que no quisiera extenderme más,
sino
tan sólo traerles aquí el testimonio personal
del
Padre Pío y algunas Almas del Purgatorio.
En mayo de 1922, el Padre
Pío declaró lo siguiente al Obispo de Melfi, Su Excelencia, Alberto Costa, y
también al superior del convento, el Padre Lorenzo de San Marcos, junto con 5
otros frailes. Uno de los cinco hermanos, Fray Alberto D’ Apolito de San
Giovanni Rotondo escribió el cuento de la siguiente manera:
“Mientras estaba en el
convento en una tarde de invierno después de una fuerte nevada, él estaba
sentado junto a la chimenea una noche en la habitación, absorto en la oración,
cuando un anciano, vestido con una capa antigua todavía usada por los campesinos
del sur de Italia, se sentó junto a él. Respecto a este hombre dice el padre
Pío: “No me podía imaginar cómo podría haber entrado en el convento en ese
momento de la noche ya que todas las puertas están bloqueadas. Le pregunté:
¿Quién eres? ¿Qué quieres?”
El anciano le dijo: “Padre Pío, soy Pietro Di
Mauro, hijo de Nicolás, apodado Precoco”. Él
continuó diciendo, “yo morí en este convento el 18 de septiembre de 1908,
en la celda número 4, cuando todavía era un asilo de pobres. Una noche, mientras
estaba en la cama, me quedé dormido con un cigarro encendido, el cual incendió
la colchón y he muerto, asfixiado y quemado. Todavía estoy en el Purgatorio.
Necesito una Santa Misa con el fin de ser liberado. Dios permitió que yo venga a
pedirle su ayuda.”
De acuerdo con el Padre Pío: “Después de
escucharlo, yo respondí: “Tenga la seguridad de que mañana celebraré la Santa
Misa por su liberación.” Me levanté y le acompañé hasta la puerta del convento,
para que pudiera salir no me di cuenta en ese momento que la puerta estaba
cerrada con llave. La abrí y me despedí de él La luna iluminaba la plaza,
cubierta de nieve. Cuando yo ya no lo vi delante de mí, fui tomado por un
sentimiento de miedo, y cerré la puerta, volví a entrar en la habitación de
invitados, y me sentía débil.”
Unos días más tarde, el
Padre Pío también contó la historia al Padre Paolino, y los dos decidieron ir a
la ciudad, donde miraron las estadísticas vitales para el año I908 y encontraron
que el 18 de septiembre de ese año, un Pietro Di Mauro había, de hecho, muerto
de quemaduras y asfixia en la habitación número 4 en el convento, entonces
utilizado como un hogar para personas sin hogar.
Por la misma época, el
Padre Pío le dijo a Fray Alberto de otra aparición de un Alma del Purgatorio,
que también se produjo en la misma época. Él dijo:
Una noche, cuando estaba absorto en la oración
en el coro de la pequeña iglesia fui sacudido y perturbado por el sonido de
pasos, y velas y jarrones de flores que se movían en el altar mayor. Pensé que
alguien debía estar allí, y grité: “¿Quién es?”
Nadie respondió. Volviendo a la oración, me
molestaron de nuevo los mismos ruidos. De hecho, esta vez tuve la impresión de
que una de las velas, que estaba en frente de la imagen de Nuestra Señora de
Gracia, había caído. Con ganas de ver lo que estaba sucediendo en el altar, me
puse de pie, me acerqué a la reja y vi, a la sombra de la luz de la lámpara del
Tabernáculo, un hermano joven haciendo un poco de limpieza.
Yo pensé que él era el
Padre Leone que estaba reestructurando el altar; y como ya era la hora de la
cena, me acerqué a él y le dije: “Padre Leone, vaya a cenar, no es tiempo para
desempolvar y reparar el altar”.
Pero una voz que no era la
voz del padre Leone me contestó: “yo no soy el Padre Leone”, “¿y quién es
usted? “, le pregunté. “Yo soy un hermano suyo que hice el noviciado aquí, mi
misión era limpiar el altar durante el año del noviciado. Desgraciadamente en
todo ese tiempo yo no reverencié a Jesús Sacramentado, Dios Todopoderoso, como
debía haberlo hecho, mientras pasaba delante del altar. Causando gran
aflicción al Sacramento Santo por mi irreverencia; puesto Que El Señor se
encontraba en el tabernáculo para ser honrado, alabado y adorado. Por este
serio descuido, yo estoy todavía en el Purgatorio. Ahora, Dios, por su
misericordia infinita, me envió aquí para que usted decida el tiempo desde
cuándo que yo podré disfrutar del Paraíso. Y para que Ud. cuide de
mí.”
Yo creí haber sido
generoso con esa alma en sufrimiento, por lo que exclamé: “usted estará mañana
por la mañana en el Paraíso, cuando yo celebre la Santa Misa”.
Esa alma lloró: Cruel de
mí, que malvado fui. Entonces lloró y desapareció. “Esa queja me produjo una
herida tan profunda en el corazón, la cual he sentido y sentiré durante toda
mi vida. De hecho yo habría podido enviar esa alma inmediatamente al Cielo pero
yo lo condené a permanecer una noche más en las llamas del Purgatorio.”